lunes, 29 de junio de 2015

Triste y solitaria

“Uno siempre está solo
pero
a veces
está más solo”.



“Y diré que estoy triste
qué otra cosa decir
nada más
que estoy triste.
Estoy triste.
Eso es todo”.

Idea Vilariño


sábado, 27 de junio de 2015

Memorias y silencios

Horror, torturas, desapariciones y muertes. Miles de muertes. Las que familiares, en principio, no imaginan. Y a medida que pasaban los años, se negaban a pensar. Madres, padres, amigos y compañeros, buscaban vivos a los desaparecidos. Buscaban rastros, buscaban gente que los hubiera visto en algún lugar. Ésa fue, apenas, la primera etapa en la que reinaban las reglas de las dictaduras de todo el Cono Sur.
Una época oscura, la más oscura y dolorosa. Sin embargo, no fue una de las más difíciles, aseguró Elena Zaffaroni, integrante de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, en una actividad organizada por la Asociación de Estudiantes de Ciencias de la Comunicación, hace poco más de un mes, días antes de la 20ª. Marcha del Silencio. Es que, recuperada la democracia, los familiares no imaginaban que el primer gesto del gobierno, ante tantas desapariciones, fuera consignar la impunidad con la Ley 15.848 de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Los caminos, todos los caminos, se cerraron, y el miedo se reforzó.
En el 85’, y los años posteriores, se presentaron causas, testigos y todo lo que fuera posible para saber la verdad, para encontrarlos como fuera y hacer justicia. Pero “sabíamos que no era fácil que los testigos pudieran hablar”, reconoció Zaffaroni. El miedo era terrible. Y la transición que se dio en el país, “fue una transición sin juzgamiento ni siquiera ético respecto a lo que sucedió”.

Hoy, a 42 años del Golpe, se divisa muy fácilmente que durante esos años el Poder Judicial en su conjunto, “no hizo el menor esfuerzo por abrir caminos”. Ni siquiera, los jueces fueron capaces de citar a los militares que los familiares mencionaban, antes de ser aprobada Ley de Impunidad. Las investigaciones brillaron por la ausencia. Fue puro silencio. Un tremendo silencio que perduró desde el primer gobierno de Julio María Sanguinetti (1985-1990) hasta el primero del Frente Amplio (2004-2009).
Luego, muy tímidamente, con la creación de la Comisión para la Paz parecía que las dificultades para acceder a la justicia y la verdad se desvanecían. El Estado reconoció aquellos hechos terroríficos, negados hasta el año 2000, y dio a conocer una lista de decenas de desaparecidos en territorio uruguayo. Un cambio “sustancial”. Sin embargo, los mismos familiares tuvieron que ir haciéndose un poco investigadores, un poco abogados, un poco de todo. Porque aun, estando el FA al frente, no hubo “resoluciones profundas” ni “abarcativas” en relación a las investigaciones, a la importancia de la verdad, a la necesidad de la memoria. Al recuperar la memoria, comenzaría un camino diferente.

Pero la verdad y la justicia se han hecho imposibles ante un Ministerio de Defensa que no cooperó, no buscó, no exigió, ni sancionó a los militares que no colaboraron ni entregaron la información necesaria”, expresó Zaffaroni. Y eso “no hemos logrado que el gobierno lo comprenda”. No se ha logrado que los integrantes de toda esta fuerza política entiendan lo que se está jugando al dejar pasar años y años consolidando tanta impunidad por parte de diferentes instituciones que son “una amenaza a la democracia de hoy”. Entre ellas la Suprema Corte de Justicia que ha sido absolutamente complaciente con esta impunidad. Una cachetada a la sociedad, a las generaciones que van creciendo y a los familiares que temen morir sin saber la verdad. Algo extremadamente doloroso. Y ahí será tarde. Muy tarde. 


20ª. Marcha del Silencio. 20 de mayo de 2015.

jueves, 25 de junio de 2015

Rota ilusión

Parecía que habíamos arrancado bien, dejando todo en la cancha. Las esperanzas celestes estuvieron de pie durante casi todo el partido, los dedos cruzados y los corazones a mil por hora. Pero el rival pudo más. Y Muslera no pudo con esa maldita pelota. Uruguay perdió con Chile 1 a 0, y chau Copa América. A otra cosa mariposa.







*Fotos: Bar El Gaucho. 18 de Julio y Barrios Amorín. Junio, 2015.

miércoles, 24 de junio de 2015

En mi país, qué tristeza la pobreza

“…y el rencor. 
Dice mi padre que ya llegará 
Desde el fondo del tiempo otro tiempo 
Y me dice que el sol brillará 
Sobre un pueblo que él sueña…”

Alfredo Zitarrosa.

El campo viste de blanco. La niebla es perversa. Apenas deja ver lo que está a diez metros. La radio alerta de las bajas temperaturas. Excesivamente bajas. Parece de locos que el frío sea una de las principales noticias de los informativos y que genere alertas. Es que los uruguayos no estamos acostumbrados a temperaturas bajo cero. En el bondi se siente menos. Apenas entran un alfiler. Aún no son las 8.00. La jornada recién comienza. La rutina también.
El sueño me abandona tres paradas antes de mi destino. Siempre. Y allí mis ojos se topan con el muro de ladrillo que separa a los muertos de los vivos, el mismo basural, el mismo carro, el mismo perro que duerme sobre su dueño: Un indigente. El mismo de ayer y antes de ayer, de tres, cuatro, cinco días atrás. ¿Será un dejavú? No. Ambos, hoy, descansan con la cabeza hacia las miles de tumbas como esperando la muerte.


Cayó la noche. Sigue gélido. El frío sigue siendo noticia, ahora en los noticieros centrales. El Mercado Agrícola, con más de un siglo de vida, es testigo de muchas historias. Obreros, cuida coches, feriantes, mayoristas excluidos antes el renovado proyecto y minoristas que se adaptaron a la reconstrucción si se la mira con un ojo mercado de verduras, si se la mira con los dos un moderno shopping. Resucitó, fiel a sus fierros, después de un largo sueño, para darle vida (o más bien otro color) a ese barrio que fue reino de los Tumanes. De las puertas para adentro, la atención es personalizada y la temperatura supera los 20 grados. De las puertas para afuera, la calle y la pobreza se hacen frente y el frío no perdona. Martín García y Ramón del Valle Inclán. Otro indigente. Son cientos, miles. A simple vista, parece mayor, aunque es difícil calculare los años a esa pobre gente. Allí está. Parece intentar entrar en algún sueño, pero las baldosas duras y heladas tampoco perdonan. Ni un mísero cartón debajo de su cuerpo, tampoco un trapo encima. El tipo es invisible para quienes salen de compras y suben a sus autos con calefacción. También para Dios.


Av. Libertador y Uruguay. Junio, 2014.

domingo, 21 de junio de 2015

Ni olvido ni perdón

José Martí 3067, esquina Libertad. Allí vive José Gavazzo. Qué ironía. Hasta ahí marcharon decenas de personas de Plenaria, Memoria y Justicia, en repudio de la salida transitoria que le concedió la Justicia al ex militar preso, desde 2006, por crímenes de lesa humanidad.  “Alerta, alerta, alerta a los vecinos, al lado de su casa un milico asesino”, gritaron, una y otra vez, las voces indignadas por tanta impunidad. 











viernes, 19 de junio de 2015

La abuela ejemplar, una leona

–Mamá, no me voy a ir del país porque mi proyecto de vida está acá­­– le dijo Laura uno de esos días en que la dictadura golpeó. Golpeó duro.
Te van a matar les decía Estela con la honda preocupación de toda madre.
Laura sabía lo que quería. Tenía los pies firmes sobre la tierra. Y sabía que la muerte podía encontrarla a la vuelta de la esquina.
Pero si morimos, no va a ser en vano, remataba la adolescente de 18, 19 años.
“La juventud de ese entonces tenía todo: familia, belleza, futuro”. Sin embargo, aquellos jóvenes entregaban su vida convencidos de lo que querían hacer.

Vivían en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Una ciudad de estudiantes y obreros. Las desapariciones eran constantes y a cualquier hora. A plena luz. Los estudiantes marchaban a prepo, forzados, dentro de los Ford Falcon sin patente, forrados de armas. Sin poder siquiera, levantar la mano, mirar hacia atrás. En las noches se escuchaban los gritos, los tiros. Los estudiantes no volvían. Aparecían o no los cuerpos, cuenta Estela. En realidad, no aparecían. Todo era clandestino. Mientras tanto, ella  y sus compañeras, pensaban: ‘Ojalá que no nos pase  a nosotras’. 



42 años después de aquel terror, siguen habiendo muchas abuelas que no han podido cerrar su duelo porque nada se sabe de sus hijos. Y la angustia crece, se hace inmensa. Aunque sea muertos, necesitan verlos. Algunas, relata Estela, se abrazaron de los huesos cuando aparecieron. Los besaron. Y así cerraron el duelo, el que llevaron con un dolor tremendo, durante tantos años de intensa búsqueda, de lucha.
Tampoco jamás bajaron los brazos en la investigación de esos niños que “no nacieron de un repollo”: Sus nietos. Sería “imposible” vivir sin intentar encontrarlos, y aún aquellas que lo hicieron siguen en la lucha. Son centenares aún los desaparecidos. Para eso no hay recetas, asegura Estela. Ni fórmulas. Porque cada país tiene su historia, cada país lucha en los tiempos que puede y cómo puede. Lo importante es hacerlo “en paz”. Porque “la violencia genera más violencia. La violencia arrastra más hacia lo que no se debe. En cambio, en paz y con un amor profundo se pueden conseguir muchísimas cosas”. Ésa es la regla de las Abuelas de Plaza de Mayo. Además de la fuerza que tiene adentro toda mujer que desconoce hasta que le provocan lo más sagrado: Su  hijo. “Esas mujeres nos transformamos en leonas”, asegura Estela. 
Jamás denunciaron a quien no tenían que denunciar, aunque tardaran más en las investigaciones, y sí “implacablemente” pidieron justicia por los asesinos y torturadores, siempre bajo la consigna Memoria y Justicia. No fue fácil, nada fácil. Los miedos siempre estuvieron presentes. Aún en democracia. Cuando en 2002, Estela sintió una tremenda explosión. Su casa estaba siendo bombardeada. “En ese momento la prensa me preguntó si tenía miedo”, narró. Estela vio las balas que habían quedado en el  garaje. “Las mismas cápsulas que estaban en el cráneo de Laura”, cuando la exhumaron. “Quiere decir que son los mismos”, se dijo en ese entonces. “Y si todavía están los mismos, cómo no voy a seguir luchando”.
Estela fue una de las que encontró a su nieto, Guido, ese “semejante muchachote”. Luego de 36 años de búsqueda, pudo finalmente darle ese apretado y enorme abrazo que tanto soñó y, de alguna manera, pudo cerrar su duelo. Lo mismo que harán tantas otras abuelas cuando encuentren a sus nietos. Las uruguayas. Sí, porque nosotras, dice Estela, tenemos mucha confianza en el pueblo uruguayo. “Sabemos que es tan luchador como el pueblo argentino” porque “somos hermanos, venimos de la misma historia” y, contra viento y marea, ambos defienden las democracias. “Y si ustedes los jóvenes –se dirigió a todos los que los estudiantes de Derecho que organizaron la actividad en el Paraninfo de la Universidad, el pasado lunes– que son el presente y el futuro, se meten en la historia, se integran y son parte de lo que está pasando y están de pie, nosotras nos podemos morir tranquilas”.

Por su incansable lucha en derechos humanos, Estela fue nombrada “Socia Honoris Causa” por El Centro de Estudiantes de Derecho.

miércoles, 17 de junio de 2015

José sabía


La primavera daba sus primeros pasos. José mataba el tiempo. Siempre, todos los días, a la misma hora, en la plaza sin árbol, sin flores. Se hipnotizaba frente a los niños que correteaban palomas. Él también les daba de comer. Las palomas eran las únicas que lo acompañaban. Detrás de sus ojos claros, sus arrugas, su voz grave, había miles de historias. Historias que no grabé. Es que en ese entonces emprendía mi viaje en el mundo de la imagen. Era mi único interés. Tenía que registrar la calle, la gente, la ciudad. Lo que me asaltara o sorprendiera en un instante.
Ayer, lo recordé leyendo una noticia. Al parecer, son muchos los ancianos que sufren vulneración en sus derechos. Parece chiste, pero no lo es. El Instituto Nacional del Adulto Mayor del Mides presentó, el pasado lunes –en el marco del Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato a la Vejez el Servicio de Atención a la Violencia Intrafamiliar, en el que detectó que de 1.007 residencias de atención a personas mayores que hay en todo el país, en 140 se vulneran sus derechos. Mientras tanto, en la 45ª Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), varios países, entre ellos Uruguay, firmaron la Convención Interamericana sobre Derechos Humanos de las Personas Mayores que, entre otros, protege el derecho a “la igualdad, la no discriminación, el derecho a la independencia y a la autonomía, a la vida y la dignidad en la vejez**.
José vivía solo. No tenía con quien hablar más que con algún parroquiano de los que se acodan en los bares con el trago de siempre. Había escapado muchas  veces a esas residencias donde suelen dejar a los ancianos cuando ya no tienen más remedio. Y por esa razón, por esa resistencia, no tuvo más compañía. Pero era de esos tipos empeñados en no bajar los brazos, de esos que le hacen frente a cuanto viento y marea se le cruce en el camino. A la soledad, la discriminación  y la violencia. Las que sufría de tanto en tanto por ser un simple viejo.

 Maldonado, setiembre 2001.


** la diaria. Página 5. 16 de junio de 2015.

domingo, 14 de junio de 2015

Sueño cumplido

Nacional se consagró campeón del Campeonato Uruguayo tras vencer a Peñarol 3 a 2 en el Estadio Centenario.














viernes, 12 de junio de 2015

Despojados

Día Mundial contra el Trabajo Infantil

No hace frío. Ni viento. Pero aún falta un mes para el invierno. De a ratos se toma un descanso. Se sienta donde venga y conversa con algún cuida coches. Faltan cuatro horas para las 00.00. A esa hora, David, termina el trabajo. A veces, más tarde. La caja le pesa. Su gesto lo delata. Lleva lapiceras, calculadoras, alargues y cuchillas, pero vende de todo, me cuenta. Y anda por todos lados. Pocitos es el único nombre de barrio que recuerda en ese momento, una tardecita-noche de 2012. Meses atrás, trabajó en Argentina donde más hermanos lo esperan cada tanto. Vende en la calle desde los seis años para ayudar a sus padres, pero sueña con ser doctor. Dos por tres lo hace también en los mediodías, al salir de la escuela. Sus amigos no lo saben. Es que le da vergüenza contárselos, sobre todo al que tiene un papá que “vende autos caros”.  

158. Destino: Gruta de Lourdes. Apenas entra un alfiler. Laburantes, punks, desdentadas, planchas, cuarentones fashion de gafas oscuras, universitarios, palomitas blancas recién salidas de las aulas, máscaras de maquillaje que simulan rostros arrugados. Y entre medio de tantas piernas, en el instante en que la “Milonga del Ángel” revienta mis tímpanos para zafar de los chusmeríos amorosos convertidos en show por Orlando Petinatti (de 10 ómnibus que tomo en la semana, 9 lo escuchan), veo un morenito que pasa como puede evitando cuánta mirada se le cruce. Edad: intento descifrarla. No más de 8 a simple vista. Sin mediar palabra alguna y más rápido que una liebre, coloca estampitas de santos (como Lourdes, la del destino) sobre las piernas de los pasajeros. En ese recorrido son varios los que buscan ganarse la vida sobre ruedas. Atrás de él un flaco rasca la guitarra y canta que “Santa Marta juega al primer mundo gracias a los shoppings y a las hamburguesas, la comida rápida, la moda inglesa...” Pura utopía para ese niño, pienso, cuando ya es tarde para regalarle una moneda. Tendrá cédula, irá a la escuela, comerá, me taladran los pensamientos cuando veo que cuenta y re-cuenta unos vintenes mientras espera la próxima línea y se hace cada vez más chiquito. Y en esas, al voltear la cabeza, el de traje oscuro y la de cartera cara y tacos altos se interponen ante mí cuando el bandoneón de Piazzolla suena más fuerte y más y más como un niño rebelde que grita y putea y se descontrola, y me aguanta la cabeza ante mis (internas) interpelaciones que de algún modo expreso a esos veteranos por tanta arrogancia hacia el niño. Quizás o seguramente (¡seguro!) no tienen ni idea de la pobre vida (literalmente pobre) del morenito sin nombre -aunque no importa- obligado a mendigar para llevarle el pan y la leche a su madre y sus cuatro, cinco, seis hermanos (vaya a saber cuántos. Cuesta imaginarlo. 

Hombres de oficina detrás de un ventanal leen los titulares de un diario entre el humo del café del restaurante que conquista a los niños con su "M" amarilla y gigantesca y la comida rápida. Como la cajita feliz de hamburguesa y papas fritas que lleva en la mano una rubiecita de capelina, sostenida por su madre treintañera, frente a las narices de Carolina. Ella no conoce ese sabor; tal vez lo imagina. Sólo sabe del cartón del que está hecha la caja . A los pies de la Catedral  y frente a la gran multinacional, que promete chatarra a buen precio, Carolina busca desechos dentro del contenedor. Con una mano sostiene la tapa, con la otra busca, revuelve, separa, elige, abre bolsas y come. Come lo que encuentra, también chatarra. Negro, el caballo, hace lo mismo. 
Juan, su primo, separa la basura en grandes arpilleras: plástico para un lado, papel y cartón para el otro.Guardamos todo en casa, armamos lienzos y bolsones y los sábados llevamos todo para el depósito, soltó ella sin timidez, otra tardecita de 2012. Desde que a los recicladores les prohibieron andar por Ciudad Vieja no la vi más. Seguro andará por otros barrios como muchos otros niños. De sus papás no quiere saber nada, me había dicho.

Lourdes tampoco quiere saber nada con mandar a sus hijos a trabajar. Pero no tiene otra opción. La vida la abofeteó de mil maneras: un padre alcohólico, un marido golpeador. Cansada de tanta tiranía, optó por enfrentar sola la vida y hacer de padre y madre. Pero encontrar trabajo no es nada fácil para ella. Apenas sabe leer y escribir. “Divisiones no sé y restar menos”, me confiesa. Hace un tiempo vivía en un “rancho” que se incendió; Vivió varios meses como “gitana” con sus cinco hijos. Después unos amigos la alojaron en un asentamiento. “Éramos 13”, sonríe sin ganas, pero al menos “amortiguábamos el frío”. Lourdes es consciente que algunos de sus hijos salen a “salvar” en lo inmediato a la familia. Entran a los bares, venden almanaques a voluntad. Lo hacen por “necesidad”, me asegura una noche en uno de esos boliches en que consiguen las sobras de las pizzas. Pero un plato de comida “no le cambia la vida al niño que siempre vivió bajo chapas”. “No tengo otra opción”, repite. Tampoco tiene con quién dejarlos si trabajara. A veces zafa de la calle. Vender en la feria  le da para el pan y la leche. Lo único que quiere es que sus hijos estudien y salgan adelante, suelta dando el puño contra la mesa.  “Que tengan lo que yo no pude tener”, añora justo cuando un rubiecito de unos 7 años se acerca a pedirnos unas monedas a cambio de una flor.

–¿Querés comer? – le pregunta dejando de lado la bronca.
Él afirma con un movimiento de cabeza. Entonces ella le entrega una porción. El pequeño sale corriendo con el fainá sin un gracias.
–¿Sabes lo que va a hacer? –me cuestiona sin sacarle los ojos de encima.
– Se lo va a llevar a su madre y a sus hermanos que están en aquella esquina– se adelantó apuntando hacia el sur con el índice y, esta vez, clavándome los ojos a mí. 



Intersección de Ángel Salvo y Av. Agraciada, Paso Molino. Montevideo, 2012.

miércoles, 10 de junio de 2015

Palomitas de escenario

A Jose, mi sobrina

Parecen las de las cajitas musicales, pero son de piel y hueso. Van de un lado al otro del escenario, hacia atrás y hacia adelante. Se elevan, quedan en el aire como palomitas blancas. Josefina está entre las más de dos  mil personas que colman la sala Adela Reta del SODRE. Es su primera vez allí. Desde los seis años soñaba con visitarla. A esa edad comenzó a bailar en puntitas de pie. Le sale muy bien, perfecto. Como debe ser, dicen los que saben.
Entre la banda sinfónica suenan golpecitos. Son las zapatillas, indican que los pies se juntan. Josefina está hipnotizada ante tanta belleza, ante tanto profesionalismo y perfección, tanta entrega. Aunque de eso sabe mucho. Delante tiene a Giselle, la misma obra que protagonizó hace siete meses. Un esfuerzo gigantesco, de esos que vale la pena, dice. Pero que no duran para siempre.
Es que la vida de una bailarina no es tan sencilla. Son horas, horas y horas de ensayo. Los tiempos no dan para bailar estar con la familia, los amigos y estudiar. Y la competencia en el ambiente es gigantesca, cuenta. “Siempre una quiere ser mejor que la otra y no paran hasta lograrlo”.  Y a los 36 años, el cuerpo ya no aguanta, como los futbolistas.

Segundo acto: Las bailarinas forman un rombo, primero, una línea exacta, perfecta, después. Sí, todo es perfecto en el ballet. Quien no acepte o cumpla esa regla no irá muy lejos.
Y ése, es el ballet de Julio Boca, dice Josefina. El que todas las bailarinas sueñan con integrar. Los ojos se le abren como bolas gigantes. Mira, observa, estudia cada movimiento, cada detalle y dos por tres se le escapa un “qué de más”. Los pensamientos se le cruzan. Le dan ganas de volver y sueña. Sueña con estar en esas tablas y volar en el aire ante miles de espectadores.
Como las dos pequeñitas que, a la salida, sonríen a la cámara imitando a quien está detrás de ellas en una imagen: María Noel Riccetto, una de las bailarinas principales del SODRE, me explica Josefina. Todas sueñan con ser ella, bailar como ella, y viajar por el mundo dejando que ordenen los pies. Porque "bailar es soñar con los pies”.



















Fotos: Sala del Teatro Cantegril. Maldonado, noviembre 2014. Academia de Ballet de Claudia Barbero.

domingo, 7 de junio de 2015

Son lo que son

No es cumbia. Ni rock. ¿Samba? Pop, me dice una cuarentona que los espera ansiosos en la pista mientras baila la música que suena en el momento, cerveza en mano. Es la primera vez que los ve en vivo. Son cientos que los esperan. Jóvenes y no tan jóvenes. Delante del escenario una barra separa a los fanáticos que apuran el espectáculo con palmas. Muchas palmas.

Apenas Soledad Ramírez aparece en escena, los gritos resuenan en el salón inmenso que da para bailar, saltar y hasta hacer pogo si fuera rock and roll. La voz de Sole -como le deben de llamar los fanáticos- es dulce. Y firme, igual que su paso y su postura. Es la única mujer de la banda. La acompañan ocho tacuaremboenses de jeans y, algunos, camisita a cuadros. Pintones para las tantas fans que los siguen. Muchas mueren por ellos. Se nota. Son Mala Tuya que, el viernes 5 de junio, presentaron su disco "Lo que somos" en el Museo del Carnaval. Aunque lejos están del estilo murguero, las tumbadoras hacen mover a cualquiera. Yo caí de chiripa nomás.