jueves, 30 de julio de 2015

Visitante

Restaurante del Mercado del Puerto. Ciudad Vieja, Marzo 2011.

Los tambores suenan. Les dan la bienvenida a miles de turistas que desembarcan de inmensos cruceros. El barrio histórico los recibe de brazos abiertos. Artesanos, vendedores ambulantes, caricaturistas y músicos aprovechan la bolada para sacar provecho. Hasta el lustra botas saca sus buenos vintenes. Y los zombies que deambulan con tanta pasta base encima. Las peatonales Yacaré, Pérez Castellano y (parte de) Piedras seducen a los extranjeros con tanta historia en sus adoquines. Se cruzan y se encuentran en la fuente de agua que recorre el mundo: Es una de las fotos típicas del recuerdo montevideano, de la Ciudad Vieja. Los puestos de frutas y verduras, también son registrados por gringos, brasileños, tanos, franchutes, y cuanto europeo despega en estos suelos de antiguas batallas orientales. Los verduleros también. Todo es observado con admiración en el país del Pepe Mujica. Esta señora –coreana, japonesa, china- lo mismo da (todos son casi lo mismo) se hipnotiza frente a una pareja que demuestra cuán uruguayo es el tango. Es un sábado de verano. Pasado el mediodía. Cuando el Mercado del Puerto se desbunda y los visitantes hacen cola esperando una mesa mientras los del barrio los miramos desde afuera porque nuestros bolsillos no están capacitados para saborear esas parrillas, que bien conocemos. Salvo los compatriotas de la otra punta de la ciudad, los de la zona costera.  Mientras, borocotó borocotó chá chá retumban los tambores.

lunes, 27 de julio de 2015

Un sin fin

Comenzaba junio. La plaza Independencia se colmaba de mujeres y decenas de hombres. Alertaban por la violencia de género. Aquella vez, el grito había venido de la vecina orilla. Esta vez, de acá nomás: Paysandú. El lunes 20 le tocó a Yemina. Perdió la vida asesinada por su pareja –informaron los medios–. Los feminicidios suman 25. Y aún quedan seis meses para terminar el año. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta cuándo! ¡¿Hasta cuándo?!


Son las 19.10. Mi televisor está encendido, por compañía nomás. Blanca Rodríguez mueve sus labios. Me niego a escucharla. Estoy harta de ver cómo las crónicas rojas alimentan los noticieros, de los “dramas”, asesinatos “brutales” y “crímenes que conmocionan”. Y eso es lo que informan en este instante. Nano mueve las manos, especula, señala lo que hay detrás. "Mujer de 21 años asesinada en Maldonado", dice la imagen. Al menos ya no lo adjetivan de “pasional”. Las muertes por violencia de género son una realidad. Y después, la imagen de la plaza Independencia. Otra vez, desde allí, la Coordinadora Feministas en Alerta y en las Calles llama al gobierno, a la prensa, a la sociedad. Reclaman y gritan. Gritan “Ni una menos, por favor”. "Ni una más". 

Marcha por feminicidio en la Av. 18 de Julio. Junio, 2015.

domingo, 26 de julio de 2015

La dorada de Toronto

El inicio parecía patético. Pero a Brian [Lozano] se le abrió el arco. A los 10 minutos del primer tiempo la clavó en el ángulo. Le pegó como endemoniado, y el mexicano de la punta de la barrera se durmió. Si hubiera cabeceado la bola se iba afuera y la historia, seguramente, hubiera sido más larga. Pero bastó ese gol. Los pibes de las sub 22 se llevaron la medalla, la de oro, la soñada de los Juegos Panamericanos en Toronto, Canadá. Como en 1983, en Caracas, Venezuela.

Aunque apenas un par de aplausos y sonrisas cuando Brian hizo temblar la red y algún que otro nervio de unos pocos espectadores (teniendo en cuenta lo amplio del boliche) cuando los aztecas atacaban al Guille De Amores que la gastó. La calle como un domingo cualquiera. Sin más festejo que un par de veteranos petrificados en la vereda, alguno que otro que pasaba, paraba y ojeaban la gran pantalla. Igual, ¡Uruguay Campeón, nomá! 





martes, 21 de julio de 2015

No todo está perdido



Historia de vida VI

Esperé a que el ascensor bajara para llevarme al segundo piso. Era un frío mediodía de julio de 2013. Especialistas del Ministerio de Salud Pública brindaban una conferencia a la prensa, a organizaciones que trabajan en el tema y a muchos interesados o tocados por esa realidad. La del suicidio. Más allá de los datos estadísticos mi cabeza daba vueltas. Cómo encontrar un testimonio familiar, cercano; cómo contarlo, qué preguntar y cómo sin revolver tanto la herida. Si el ascensor hubiera demorado un par de segundos menos, si ella hubiera tardado diez más, la historia hubiera sido otra. O no. La nota también. Le propuse citarla como anónimo o con un nombre ficticio si prefería cuando soltó detalles. Iba al mismo piso. Tenía la historia frente a mí. Una enternecedora historia. No hay por qué hacerlo, respondió. Se la ve fuerte, de gran espíritu. Y con una entereza inimaginable al escucharla.

Para Nora la vida no tenía sentido después de aquella llamada que cambió su vida.
La memoria la sorprende, dos por tres, con recuerdos felices de su familia como nos pasa a todos. Pero hubiera querido otra niñez. Una menos “traumática” por tantas epilepsias y esquizofrenias que, al principio, no entendía. Así fue su madre. La conoció  en el piso con un corte en la cabeza, me contó con los ojos llenos de tristeza.  Su padre jamás quiso dejarla al cuidado de nadie a pesar de las recomendaciones médicas. Era un hombre vital, luchador. Y compañero. De esos que siempre están dispuestos a “hacerte un asadito”.

815.000 personas morían a causa de suicidio en el mundo entero en el 2000, confirmaron los especialistas en la ponencia. En nuestro país, en 2014, según registros, se suicidaron 601 personas, siendo “la principal causa de muerte violenta”**.
Cuando ya la madre no tuvo otra opción que una casa de salud “lo veíamos cansado”. “Muy cansado”, repitió Nora moviendo la cabeza y sumergida entre el humo del café, como recordando aquel rostro. El de su padre. Ése al que muchas veces le restó importancia cuando ella, también, sufrió lo suyo (un trasplante de hígado). Su “viejo” había perdido peso. Fue ahí cuando la idea de una posible enfermedad giró en el entorno familiar. Pero qué cápsula puede con la tristeza y el dolor de ver a un ser querido con esa vida, tan trastornada.  La atención a su padre “no fue suficiente”. Y eso es lo que a Nora le taladró la cabeza. Semanas, meses, años.

El secreto es descifrar lo que el ser humano expresa en determinados momentos, el mensaje y el contenido de cada comportamiento. La persona que se suicida nunca lo hace de un día para el otro, es un proceso, me había dicho aquella vez, Silvia Peláez, referente de la ONG Último Recurso que trabaja en la prevención del suicidio. Tampoco hay una receta, cada situación es singular, única. Pero “nadie quiere lo que no conoce”, aseguró refiriéndose a la muerte.

Fue una mañana de enero. De 2006. Del otro lado del teléfono su hermano le dio la triste e inesperada noticia. Su padre se había quitado la vida. Tantas señales, maldijo Nora. Ni siquiera tomó pastillas para llamar la atención, simplemente tomó la decisión. Ahí le cayó la ficha. Y no paró de mortificarse por el inmenso sentimiento de culpa que le recuerda, una y otra vez, lo que pudo haber hecho para evitarlo. “Por qué  a mí” se preguntó ciento de veces antes de las ganas malditas de, también, quitarse la vida. Es que es inevitable, me confesó. Pero lo peor ya pasó, se convenció cuando la taza de café ya estaba vacía. Porque Último Recurso la rescató de esa mochila que durante años le peso kilos, miles de kilos. “Hay que hacerse tiempo para verse las caras, dejar los celulares y escucharse”, siguió con voz pausada y mirándome fijamente como una madre que aconseja a su hijo.

El viernes se celebró otro Día Nacional de Prevención contra el Suicidio. La escuché fuerte, resistente. Me llamó. Y la llamé con el pensamiento. Pensaba  reencontrarme en la actividad que se hacía ése día. Me era imposible estar ahí. Ella sabía de mi blog, no sé cómo, tampoco importa. Entonces me pidió dar a conocer su historia nuevamente. Es que Nora se empecina en trasmitirle a la sociedad que “hay que escuchar al otro porque si no la humanidad se va a la miércoles”. Me lo había dicho aquella tarde de 2013 con el índice en alto. Nora lo sabe. Lo sabe bien. Sabe que la vida tiene, también, momentos lindos. Esos que disfruta cuando baila tango, cuando escucha a Troilo y a D’ Arienzo o cuando al abrirse las puertas de su hogar, sus nietos corren hacia ella de brazos abiertos y le gritan: “‘¡Abuela, abuela!’”.


**la diaria. 17 de julio de 2015. Página 5.


domingo, 19 de julio de 2015

Venía un barco cargado

El trabajo es duro. Llevan horas allí, y aún les queda. Es media mañana. Ellas hablan del amor. Una está enamorada, dice que sueña con casarse. La otra retruca que con qué necesidad, “mirame a mí”. Ellos conversan poco, como todo hombre. A los niños (dos) les toca la tarea de repartir los peces en los cajones que trajo un camión  y que se llevará el intermediario, el que tiene las cámaras de frío. El que hace la guita. Los pescadores apenas ven unos vintenes. Pero mejor así. Con las barcas vacías  el invierno sería más cruel. Y el Santa Lucía es fiel testigo.

Río Santa Lucía, Santiago Vázquez. Montevideo, julio 2015.

Río Santa Lucía, Santiago Vázquez. Montevideo, julio 2015.

Río Santa Lucía, Santiago Vázquez. Montevideo, julio 2015.

jueves, 16 de julio de 2015

Viejo, querido viejo

Tu imagen reaparece. Hace tiempo que no te pienso, pero no vayas a creer que te olvidé. Jamás lo haría. Me fastidia recordarte siempre por esa maldita enfermedad. Mi memoria tiene que esforzarse para traerme tu retrato sano, de paso firme, voz lúcida y sonrisa espléndida como cuando me llevabas a las hamacas de alguna plaza, cuando mi pelo se ajustaba con dos colitas y usaba delantal rosado a cuadros.
Llegué temprano a la Zitarrosa para ver a un sexteto que homenajeó a Aníbal Trolio por sus cien años. Para matar el tiempo me tomé un liso en un boliche. Maldecí el momento en que giré la cabeza. Al final de la barra, contra la pared, vi a ese tipo comiendo con un temblor que le producía un aspecto desgraciado y le delataba un perverso parkinson. La mierda. Fue como verte a vos cuando te pinchabas con el tenedor al comer o te cortabas con la afeitadora.

Los ojos del tipo se me cruzaron. Sentí dolor, rabia e impotencia cómo tantas veces al verte sentado en la silla azul de plástico, la única que aguantó tu cuerpo sin motricidad, los últimos cinco años. Salvo las horas en cama, pasabas en ella, frente al televisor, esperando tan sólo que los días pasaran, esperando, quizás, la muerte para no verte (y que no te viéramos) más así. Ahora necesito olvidarte en ese estado.
Con la mente en blanco y la mirada perdida en la alcohólica espuma, recordé aquel día en que increíblemente el sol resplandecía luego de tantos días de intensas lluvias, como si vos lo hubieras traído con tu alegría. La tarde empezaba. Mientras los oficinistas volvían a sus escritorios de la media hora, las chicas de los comercios mostraban su mejor sonrisa a los clientes, los enfermeros del Maciel fumaban para descargar penas y alguna vecina paseaba su perro, yo te esperaba frente a la parada del ómnibus, en el hall de mi edificio, ansiosa y cansada. Había madrugado para cocinarte algo sencillo y rico a tu paladar; si perdía mucho tiempo, te ibas enojar, por boludo nomás, por pensar que me robabas el tiempo. Te sorprendía con un menú, de esos que brillan por la ausencia en el recetario de la vieja. Bueno, convengamos que ella nunca salió de lo clásico. Y en eso salí a ella, pero esta vez, sabía que te ibas a chupar los dedos. 

Un 169 con destino a Instrucciones, un 125 al Cerro, un 60, un 79, un 180. Qué eternidad. Un 14 y un 121, ambos a Pocitos, otro 60 y vos nada. Hasta que por fin reconocí tus zapatos bajando de un 188 que tomaste en Tres Cruces, recién llegado de Maldonado. Cuando el ómnibus pasó, divisabas mi mano en alto. Nuestras miradas y sonrisas se encontraban. Cruzabas ágil como nunca y en un apretado y largo abrazo me decías que estabas contento de verme, y subíamos a mi apartamento. En el primer tiempo del partido de Nacional-Defensor te parabas del sillón con tremenda fuerza, gritabas el gol con la voz quebrada y con los ojos brillosos a punto de largar las lágrimas como cuando el Bolso salió campeón de la Libertadores en el ’88. Lo recuerdo bien, iba a cumplir 9 años. El fútbol era tu debilidad. 

Y en ese instante un muchacho de aspecto universitario, que tampoco pudo evitar mirar al tipo, se sentó a mi lado y me cortó la imagen en el mismo momento en que me despierto cuando ése sueño me persigue. Le pagué al mozo y mi vista volvió al veterano que apenas había llegado a la mitad del plato por el temblor insoportable. Me dio lástima. Y pensé en vos, inevitablemente. Y me fui a escuchar el espectáculo de tango que estoy segura, te hubiese encantado ver. Feliz cumpleaños, viejo.

miércoles, 15 de julio de 2015

Balconeando

Figuritas del barrio (I)

Ciudad Vieja, Montevideo. Mayo, 2014.
La cuadra despierta. La jornada empieza. El destino es Ciudad Vieja, pero también el comienzo del recorrido de las tantas líneas de ómnibus que, a las 08.00, pasan uno tras otro. No el que uno espera. Ése demora una ilusoria eternidad. Cosa de mandinga. El kiosko abre sus ventanas para calmar los vicios de los pasajeros (chicles, puchos, refrescos): laburantes que esperan en fila india el ómnibus que los llevara a las tediosas ochos horas ("...el trabajo es algo digno de odiar", canta Fernando Cabrera). La doña es testigo del constante movimiento. La plaza, frente a su balcón, acoge a obreros, mendigos y algunos vecinos que tranzan o hacen de las suyas. “Buen día”, saluda amablemente, exhalando el humo del primer cigarro en el balcón, pero seguro, no del día. Ni haciéndose el distraído se zafa de responderle.

Al mediodía, oficinistas van y vienen, enfermeros del Maciel hacen una media hora fugaz frente a ella y los vecinos pasean el perro. La doña, exhala a esa altura, su décimo quinto cigarro. Cuando el sol se esconde detrás de la playa de contenedores, la parada revive y a la vecina se le atraviesa el pensamiento de agrandar el kiosko, su mejor negocio hasta ahora.  Los enfermeros pegan la vuelta a la otra punta de la ciudad, los del barrio llegan. Y la vecina termina la segunda caja, al alpiste de toda la vecindad, fuma que te fuma.

domingo, 12 de julio de 2015

Un padre, un hijo, recuerdos

Él era Jonhy.  En aquellos años en que ellas eran Yessica, Yanina y Yolanda. En que salían las tres a bolichear casi que en pijama porque de la nada y de repente, acostadas sin poder dormir y muertas de risa, les venían las ganas de una birra, en tiempos en que Yesica y Yolanda estudiaban juntas y pedaleaban hasta la periferia y por arriba del Viaducto porque las muy del interior no se habían percatado que por debajo corría Agraciada cuando iban a las, antes, malditas prácticas de Trabajo Social que tenían su recompensa. Jonhy las esperaba con guisos polentosos o Yanina, otras veces, con la estufa, la torta dulce y el mate si volvían de tardecita. Hasta que llegó el niño y todo fue distinto. La familia se agrandó y Johny y Yolanda vivieron para Mateo y por Mateo. Y Yessica hizo su historia, ahora también, enamorada de su Geromito y Yanina la suya aunque sin hijos pero con su gigante. Y dos por tres, cuando los tiempos los dejan, se juntan y ríen a carcajadas y evocan esas anécdotas y otros tantos recuerdos. Y en esas Yanina registra la imagen que resume el amor de un padre a su hijo. Que está, que pasea, que enseña, que se desvive. Porque las madres no son las únicas que se enamoran de sus hijos. Los padres, también. 

Mateo y Gonzalo. Explanada de la Escollera Sarandí. Rambla de Ciudad Vieja. Diciembre, 2014.

viernes, 10 de julio de 2015

Jogos

Gritos y risas por doquier. Se entremezclan. Hasta el gusano loco sonríe. La rueda gigante gira, gira y gira. Desde arriba se ve el sol esconderse detrás de los edificios, todo es pequeñito menos lo infinito del mar. Todo una maravilla para los más chiquitos. Las calesitas giran una y otra vez, los autitos chocadores se sacan chispas. La felicidad brota en en ese mundo mágico aunque mecánico. Es el Parque de Rodó que revive los fines de semana y en vacaciones.
 
Parque Rodó. Abril, 2010.







miércoles, 8 de julio de 2015

Un chin chin

La idea: Estar, aplaudir y tomar una, dos, tres como lo hubiera hecho él. Con un whisky, una cerveza o mejor un gin  tonic con limón, la bebida más exquisita a su paladar. Es que ayer Marcelo Jelen cumpliría 51 años si a su corazón no le hubiera dado por dejar de funcionar el 24 de julio de 2014.
Marcelo fue periodista, de esos que no tenía empacho por decir lo que pensaba. De hecho criticó su profesión. El periodismo, decía, es, “apenas —y nada menos que— periodismo. Ningún periodista puede contar-las-cosas-tal-como-pasan. Eso es imposible. A lo sumo, puede contarlas tal como se ve que pasan. Se aproxima, pero siempre quedará lejos”. Porque todo "se puede decir en cientos de formas diferentes”. Y sí. Los medios de comunicación, o mejor dicho quienes los manejan, seleccionan qué contar, cómo contarlo y qué información omitir. Muestran su realidad. Por eso, Marcelo porfiaba con que los periodistas han hecho un oficio de traficar con la realidad. Todo “depende del oculista que recete los cristales”, decía en su libro “Traficantes de la realidad”. Sus columnas de la diaria hacían reflexionar y cuestionaban todo. El sistema, lo políticamente correcto, lo bien visto por la gran mayoría de la sociedad. Podían gustar mucho o directamente, nada. Yo era de esas que siempre esperaba su columna.
Y ayer algunos de sus amigos, compañeros y colegas, brindaron por él, lo recordaron. Y lo vieron nuevamente en la imagen que Iván [Franco] captó el 16 de octubre de 2010 en el Pilsen Rock realizado por primera vez en la Rural del Prado. Y allí quedó la fotografía, en el Bar Girasoles, como para que cuando sus amigos vayan no olviden tomarse una por él. Y hacer chin chin.

 Bar Girasoles, julio 2015. Foto de M.Jelen (cuadro): Iván Franco.



lunes, 6 de julio de 2015

Un ícono

El Frigorífico Anglo de Fray Bentos fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Y los fraybentinos festejan.

Enero, 2014.

Enero, 2014.

Enero, 2014.


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miércoles, 1 de julio de 2015

Nacho, dónde estás

Está serio. Nacho nos mira muchas veces. Muchas. Es que son cientos las fotos que lo muestran. La llevan en alto padres, amigos, familiares, compañeros y conocidos que continúan buscándolo incansablemente. En las calles, los barrios, en las plazas, en los ómnibus, en cada esquina, en cada rincón del país. Hoy, hace 158 días que nada se sabe de él. Las teorías son muchas, como todo, pero en concreto no hay nada, me aseguró Natalia, su hermana. La familia ha recibido muchas llamadas que trasladan a la policía, me contó también. Pero las investigaciones están stand bay. “Es trabajo de oficina”, soltó Natalia indignada.  Por eso las palmas no dejaron de sonaron desde la Plaza Cagancha hacia la plaza de los Bomberos, por la Av. 18 de Julio. Y al unísono las voces gritaban: “Todos somos Nacho”. Una y otra vez.