Desde temprano la Plaza Independencia lucía de todos
colores. Y se fue haciendo una multitud con el paso de las agujas del reloj. Pasadas
las 19.30, 18 de Julio brilló de luces que reflejaban en las fachadas de los
edificios y comercios. Y la Marcha de la Diversidad, festejó, el viernes, 10 años de alegría para
educar mejor en un mundo diverso.
Decía Cartier Bresson: “La fotografía es una forma de gritar lo que sientes”. Y sí. Ella es huella de la realidad, ésa que captan mis ojos. A través de la imagen, y con mi sensibilidad mediante, intento expresar la vida cotidiana, sus momentos, sus personajes, sus gestos y el instante preciso e inolvidable, grabado en la memoria, por siempre.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
lunes, 28 de septiembre de 2015
Sin rastro
domingo, 27 de septiembre de 2015
Detrás del vallado
Nacional y El Tanque Sisley
empataron 1 a 1 en la séptima fecha del Torneo Apertura.
Ayer, en el Estadio Campeones
Olímpicos de Florida a poco de comenzar el partido.
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Ayer, en el Estadio Campeones
Olímpicos de Florida, durante el segundo tiempo.
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Hincha de Nacional fotografía a
los jugadores al finalizar el partido, ayer en el Estadio Campeones Olímpicos
de Florida.
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sábado, 26 de septiembre de 2015
Por un mundo diverso I
Ayer, y como todos los años, la
principal avenida de Montevideo se vio colmada por una multitud que celebró la
Marcha de la Diversidad. Esta vez, tras la consigna "10 años de alegría y rebeldía, ahora
eduquemos en diversidad".
viernes, 25 de septiembre de 2015
A pesar de los palos
Con cánticos de siempre miles
de estudiantes marcharon nuevamente, ayer, por la Av. 18 de Julio desde la
Universidad de la República hasta el Codicen, en repudio a los incidentes
ocurridos el martes en la sede del organismo que ocuparon y ante el proceder de
Eduardo Bonomi y Ernesto Murro, ministro del Interior y de Trabajo,
respectivamente, pidiendo la renuncia de ambos. Allí leyeron una proclama en la
que detallaron, entre otras cosas, las agresiones que recibieron por parte de
los policías. Esta vez, todo transcurrió con calma, sin palos.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Caribe sur
El
boleto está por las nubes. Como Fripur, muchas empresas cierran. Hay
más desempelo y más gente en seguro de paro. Más de 700.000
trabajadores ganan menos de 14.000 pesos, y encima, cientos de ellos
no pueden acceder a una vivienda digna. Esas, y otras tantas, son las
razones por la que la Coordinadora de Jubilados y Pensionistas y
otras organizaciones se movilizaron hoy, desde la Plaza Cagancha
hasta el Ministerio de Economía. Los planes del gobierno han
fracasado estrepitosamente, decía el afiche que entregaban a todo el
que estaba de paso. Y la yerba se ha convertido un artículo de lujo,
proclamaban algunos carteles.
Montevideo.
Plaza Cagancha, hoy.
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Montevideo.
Plaza Cagancha, hoy.
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miércoles, 23 de septiembre de 2015
Con otros lentes
A ellas se les entregaba un
papel de color celeste, a ellos uno rosado. Los adolescentes, de 3er. año,
escuchaban atentamente la consigna del ejercicio. La del taller “Ver mi barrio
con lentes de género” que hace varias semanas el Colectivo La Pitanga imparte
sobre violencia de género. Debían
ponerse en el lugar del otro y escribir sobre las actitudes en el espacio
público. Ese espacio donde los varones son los protagonistas. Diferentes
grafitis en plazas, paradas de ómnibus y hasta la propia institución educativa
dan cuenta de ello. La violencia no es un tema nuevo para ellos. Ni para el
barrio.
El proyecto fue presentado a
los Fondos Concursables del Mides. No tuvo los resultados que esperaba, pero La Pitanga se empeña en que
los alumnos reflexionen sobre construcción de género, patriarcado y
micromachismos para que puedan ver y rever su propio entorno desde otra
perspectiva, la del género. Haciendo hincapié en los roles, el uso del espacio
público, los estereotipos y mensajes y la violencia simbólica. Para entender
que femicidios son el resultado de una cultura patriarcal.
Alumnos de 3er. año del Liceo Nº 52 de Villa García, hoy.
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Salón de clase durante el Taller “Ver mi barrio con lentes de género”.
Liceo
Nº 52 de Villa García, hoy.
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Alumnos de 3er. año del Liceo Nº 52 de Villa García, hoy.
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martes, 22 de septiembre de 2015
El atraco
lunes, 21 de septiembre de 2015
Seré curioso
Montevideo, Ciudad Vieja, el
sábado.
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Mientras la mayoría de los
vecinos y algún turista que andaba en la vuelta concentraban su atención en el
escenario de espectáculos en Ciudad Vieja
Florece, ubicado en el cruce de las peatonales Sarandí y Pérez Castellano,
el niño husmeaba del otro lado del vidrio en aquel local que vaya a saber uno
qué tendría.
domingo, 20 de septiembre de 2015
La Rural III
sábado, 19 de septiembre de 2015
Brilla y florece
Niños y niñas pintan. Dibujan y
juegan con plastilina. Otros, más grandecitos, aprenden ajedrez. Todo un
desafío. Un morenito con facha de candombero toca el tambor admirando a Eduardo
Mateo que sonríe a la cámara, a quien lo mire. Un coro de veteranos y no tan
veteranos entona “A brillar mi amor” de los Redonditos de Ricota ayudado por el
público. Y sale bien. La mayoría de ellos integran Espacio urbano, el primer
centro cultural para personas que viven en situación de calle. Se creó en 2010
por iniciativa del Ministerio de Desarrollo Social, aunque actualmente, al
parecer, es llevado adelante por el Ministerio de Educación y Cultura. Es que
promover la cultura es la herramienta fundamental de la que se vale este
espacio para la inclusión social. Los viejitos son aplaudidos. Y eso los hace
felices. Sus rostros lo delatan.
Es la tercera edición de
"Ciudad Vieja Florece", hoy, en la peatonal Sarandí desde Pérez Castellano a Zabala, un proyecto que surgió por un grupo de
vecinos de dicho barrio para que la
vecindad se vincule a la cultura, especialmente los más pequeños y los adultos
mayores, y marcar presencia en esos rincones abandonados
que piden a gritos una renovación y un tinte de color para ganarle a la
inseguridad y que el barrio siga floreciendo.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Balada de un bandoneón
Historias simples
Parte I
Parte I
El bandoneón sacaba chispas sobre las
piernas ensimismadas del veterano canoso de 71 años, de frente amplia y
fruncida y manos grandes. Y tímido, si se lo mira con un ojo. Pero las
interpretaciones a Troilo en la luz tenue eran como una estatua con sonido para
el ex vice y compañía. Cuánto me develaría ése fuelle si hablara. Ensayos,
boliches, escenarios… Milongas, tangos, valsecitos y por qué no chamarritas y rancheras.
Y la Lambada, supe ocho días después, pero no precisamente ése bandoneón.
Si pasan de clase les hago un regalo, les prometió
un día Adolfo a sus hijos. Adolfo era pistero en la Ancap en Paysandú. Allí
vivía la familia. Eran tiempos en los que se ganaba bien. Y los niños pasaron. Martín
a tercero y Anita a quinto. Pero Anita no pidió muñecas ni juguetes, Martín ni
una pelota ni una bicicleta. Ella quería visitar a sus tías en Montevideo, él
aprender a tocar el bandoneón.
–Por qué el bandoneón.
–Por qué el bandoneón, repite Martín. Piensa.
Ojea el techo del estudio, los floreros, las jarras de cerveza de cerámica, los
rostros sonrientes de amigos y familiares en los portarretratos que abundan y adornan
la biblioteca, mientras la luz rebota en sus lentes. Piensa. Chasquea los dedos.
“Mi madre, de joven, tocaba el acordeón y la guitarra”. Eran 16 en la familia,
todos músicos. De ahí tiene que venir la cosa, dice Martín.
Cuando aprendió a leer ya sabía, casi, de
pentagramas, claves de sol y notas musicales. Tito Lemes, le enseñaba con un fuelle que le llegaba, apenas, a la altura del
pecho. Entonces Martín ponía su pie derecho en un banquito de 20 centímetros, el
fuelle se apoyaba en la rodilla y sonaba como podía. A un año de ir a clases el
pibe cumplió su sueño. Un doble A alemán de segunda mano que su abuela Ángela le
regaló lavando ropa en la estancia de Paso de la Cruz en Young (Río Negro).
“La gente no se imagina cómo uno tiene que
hacer de niño porque no es que te pones el bandoneón y tocas. No, no –lo sigue
el índice derecho– no sabes nada”. Su sonrisa es grande como sus lentes.
Mirá, me dice. Abre el estuche negro y se
calza en las manos el bandoneón que no es el doble A. Ése ya es historia. Los
acordes de Elemental salen como cuando
Tito se lo enseñó. Un valcecito “bien fácil” que el maestro hizo para sus
alumnos. La habitación vibra luego con La Cumparsita, el primer tango que
aprendió. A Tito le debe mucho.
A los 12 años Martín tenía un oído gigante,
como el de cualquier músico experto. Y ahí vinieron Garrón, El porteñito, Patotero, Si soy así, Garufa, Muñeca Brava, La
morocha… El repertorio que lleva impreso en un papel, amarillo de tanto
tiempo y doblado en cuatro. Son 64 canciones escritas con su imprenta mayúscula
que hacían mover a las doñas de campaña y a algún que otro veterano que se
acodaba en los boliches sanduceros, cuando llegaba a la casa con unos cuantos
billetes que dejaba “bien planchaditos”. En realidad, Martín no sabía cuánta
guita hacía. Sólo le importaba tocar el fuelle. Ése que la abuela le compró
lavando ropa en la estancia.
Si uno va a Paysandú y pregunta por Martín
Luna, seguro le dirán que ni idea, que es un perfecto desconocido. En su ciudad
natal Martín no es Martín. Es Lucero. Lucerito Luna. Un porfiado bandoneonista
con virtudes musicales asombrosas, pero sin voz ni voto para Adolfo. Mientras
Martín se formaba como mecánico tornero en la Escuela Técnica, Lucerito, con 13
años, se iba convirtiendo en un músico. “Venían los amigos de mi padre y le
decían que me iban a llevar a un cumpleaños”. Adolfo contestaba que “‘bueno
pero, cuídenlo y no lo dejen tomar’”. El destino era un cabaret. Ahí “miraba
todo”, dice con los ojos grandes y llenos de picardía. Golpea el puño derecho
sobre la palma izquierda para asegurar que allí entraban los que tenían “la
mosca”. Él hacía cualquier cosa por tocar el fuelle que la abuela le había
regalado lavando ropa. Eso Adolfo, siempre se lo recordaba.
Una de esas noches en que Lucerito ya era
conocido y tenía 16, un hombre de pelo engominado que él no conocía lo llamó
desde una mesa. “Sabe una cosa –le dijo–
yo tengo un bandoneonista muy bueno, pero se me va y ando buscando un muchacho
joven. Me gustaría hablar con su padre y llevarlo a tocar conmigo”. Al otro
día, en la galería Laurenzo, el Potrillo
César Zagnoli se lo dijo a Adolfo. Cómo olvidarlo. “Mire señor, al botija le
veo buenas condiciones. Si usted lo permite lo llevaría Montevideo, me haría
cargo de él y viviría en mi casa”. Adolfo fue tajante: “Le agradezco sus
conceptos señor, pero él está estudiando de mecánico tornero y por nada del
mundo deja los estudios”. El viejo no aceptaba berretines ni muecas, pero a
Martín se le fue toda la vergüenza y las lágrimas se le escaparon en ese
instante. Zagnoli le palmeó la espalda: “‘Botija, quédate tranquilo, vos vas a
triunfar’”. La anécdota no me la contó –le cuesta, lo emociona–. La leí en el
diario El Quinto día de Paysandú que
tituló la nota como El caso de César Zagnoli
y viste una porción de pared, al lado de la biblioteca, detrás de un vidrio.
Los ojos se le cierran, la frente se le
frunce y la cabeza se mueve a ambos lados. Es que fue un "dolor inmenso, inmenso”.
“Sentí que se me iba todo” suelta cuando las cuerdas de El Cuarteto Ricacosa empiezan a sonar en la computadora con el
bandoneón de Martín como invitado. “Si hubiera tocado con Zagnoli, tal vez hubiera
agarrado pa’ cualquiera”, sigue Martín convenciéndose de que su padre hizo lo
correcto. Le tiene un tremendo respeto. Además, “no tendría la familia que
tengo y la jubilación y las 24 horas del
día para ir a donde quiera y agarrar el fuelle a la hora que sea”.
–Y qué fue
de la vida del Doble A –intento averiguar.
– Ah…
qué preguntona que sos– me retruca Martín, mirando el fuelle que (recién) ahora
reposa sobre la cama.
Silencio.
– Esa
te la cuento otro día.
Martín en su apartamento de Villa Española. Junio,
2015.
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miércoles, 16 de septiembre de 2015
martes, 15 de septiembre de 2015
La Rural I
lunes, 14 de septiembre de 2015
Mendigos y señores
El joven entrajetado de clase
social ostentosa para esa pobre moribunda que vive en la calle buscando algún
recoveco con techo para evitar la lluvia como la de ese día. Una imagen que nos
asalta constantemente, a cualquier hora, en cualquier lugar. Es el mundo al
revés: los pobres son cada vez más pobres, los ricos cada vez más ricos.
Mientras el pueblo lucha, el sistema hace y deshace a su gusto.
Esquina de Mercedes y Gaboto,
Montevideo. Setiembre, 2015.
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domingo, 13 de septiembre de 2015
Ojos que ven, corazón que siente
viernes, 11 de septiembre de 2015
Sin consuelo
Tata
Dios está enojado, decía el abuelo cuando llovía con rabia como si
un ángel descargara de golpe cientos de lágrimas acumuladas. Como
si el viejo hubiera enviado, ése día, desde el cielo aquel diluvio
por la emoción de ver a su padre y su hija juntos. A simple vista el
viejo era un frízer, pero las pequeñeces más estúpidas lo hacían
moquear fácilmente.
La
tarde se hizo noche. San Martín 894 –le dije al tachero. A unos
metros del Yí, donde las calles son de pedregullo, los duraznenses
más pobres le ruegan a Dios, todos los años, zafar de las
inundaciones. Mi abuelo era uno de esos. A través del vidrio
reconocí el almacén de Pocho, la peluquería de Berta, el sauce
llorón de la esquina. Diez años atrás había llevado al viejo
cuando apenas podía con el bastón, poco antes de usar pañales y
ser un inútil para bañarse, afeitarse y comer por el temblor
insoportable que lo acompañó desde mi infancia. Tenía sólo unos
meses cuando la hoja del hacha se le enredó en la cuerda de la ropa
y le fue a dar en la nuca y lo dejo inconsciente.
“Mi
nietita”, repitió Arsenio acariciándome el pelo con una mano. Con
la otra sostenía el bastón. Estaba ansioso, alegre y vestido para
la ocasión: casi entrajetado. “Mi nietita”, soltó de nuevo
separándome de su cuerpo y mirándome a los ojos como buscando
alguna huella del viejo y convenciéndose de mi presencia. Me
envolvió en un abrazo, de esos que le sacan el frío a uno.
–¿Cómo
era el viejo en la escuela? – le pregunté a la mañana siguiente
entre amargos y las voces de Clarín que salían de la Spika envuelta
en cuero. Yo deseaba escuchar historias del viejo, el de paso firme y
voz lúcida, cuando fue camionero, su primera novia, los Boy Scouts
donde conoció a la vieja y la primera cita con ella. Necesitaba
saber más de aquel cuarentón flaco de sonrisa espléndida, que
alcancé a ver apenas un par de veces, y el bigote que yo misma le
saqué cuando contener la baba y tragar fue una pesadilla.
El
abuelo me hacía creer que a mis palabras se las llevaba el viento y
me contaba del nuevo consultorio de Alicia, de su sobrino Julio, y
Carlitos y Gloria.
–Carlitos,
ahora es zapatero, pero antes trabajaba con el viejo en el campo–
le retrucaba.
–Sabes
mijita, Nucha (la mujer de al lado, la que le limpia) ahora también
me hace las viandas– me decía con una falsa contentura.
Claro
que su alimentación, la salud y todas esas cosas me importaban pero
no había caso. Hablar del viejo era como mencionar al Diablo. El
abuelo se emperraba en relatos, para mí, indiferentes. Que Martita,
la almacenera, y su nena Paula que empieza la escuela, continuaba
apagando la Clarín. Desde el 27 de diciembre, sólo escuchaba las
noticias. Tampoco leía ni miraba televisión. Pensé que se le había
roto, pero no. Aquella tarde de otoño, la tercera de mi estadía, lo
vi sentado al fondo de la casa, entre el pasto alto y plantas ya sin
vida, con la mirada perdida en el vacío. Entonces comprendí que el
abuelo no mencionaba al viejo por tanta tristeza, tanto llanto
acumulado que lo ahogaba y, sin embargo, soportaba ante mi presencia.
Ver al viejo con ese Parkinson de mierda entre pañales y sondas,
hacía sufrir a cualquiera, pero cómo explicarle al anciano de 86
años que la vida, Dios, el destino o quién coño fuera, lo habían
querido así, que la muerte había encontrado a su hijo antes que a
él. No había consuelo.
Al
quinto día tuve que volver a mi rutina. Supe que al abuelo le
quedaba poco. 9
de setiembre. Seis de la tarde. Llovía copiosamente. Rin, rin.
Del otro lado, la voz quebrada de mamá. Esta vez, para avisarme que
el corazón del abuelo había dejado de latir. Y le agradecí a Dios
porque para él ya no tenía sentido vivir.
Abuelo
Arsenio, Durazno. Marzo, 2009.
**Entrada relacionada:
http://virginiatestigo.blogspot.com.uy/2014/09/arsenio.html
http://virginiatestigo.blogspot.com.uy/2014/09/arsenio.html
jueves, 10 de septiembre de 2015
Marchan, y no se detienen
Se largó el chaparrón. Justo
cuando empezaron los cánticos y los primeros pasos detrás de la gran pancarta
que dirigía la manifestación. Una vez más, demostrándole al gobierno que los
brazos no se bajan así nomás y, esta vez, llevándole la contra al tiempo, a esa
lluvia que empapaba, cientos de estudiantes y docentes marcharon por la avenida
principal contra el 6% del PBI que nunca llega.
Marcha de estudiantes y docentes, ayer, por la Av.
18 de Julio.
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