jueves, 31 de marzo de 2016

Ventanal


“Se habla mucho de los ángulos de la cámara, 
pero los únicos ángulos valiosos son los de la geometría de la composición,
 no aquellos fabricados por el fotógrafo que dispara desde la tripa o ejecuta otras antiguallas por el estilo para procurarse efectos insólitos”.

Henri Cartier-Bresson

Sala Ernesto de los Campos, Intendencia de Montevideo. 
Noviembre, 2015.

sábado, 19 de marzo de 2016

Bendita tú eres entre todos

 “Es importante no sólo lo que se dice, sino cómo se escribe y cómo se presenta. La credibilidad de un diario pasa por las normas de redacción de las informaciones y su interés pasa también por el tipo de impacto visual elegido en sus normas de diseño”

Jaime Guillamet*

2004. El Frente Amplio ganaba las elecciones nacionales por primera vez en la historia uruguaya. La esperanza de cambios sociales crecía en la sociedad. En ese contexto, y con la percepción que había una demanda de lectura periodística insatisfecha, un potencial de personas que podría leer un diario distinto, que no compraba diarios por motivos de contenido y de precio, nace el pensamiento de crear un nuevo periódico. Un producto más para gente joven, con un estilo de comunicación distinto, de denunciación,  más parecido a lo cotidiano, a la manera en la que uno habla normalmente, desterrando todo ese idioma de medios, con una dosis importante de humo, me explicó Marcelo Pereira en 2011, en aquel entonces director, en una entrevista**.
 Y “yendo bastante contra la corriente porque ya en ese momento el diagnóstico era que los diarios estaban en crisis”. “El diario ha construido una identidad que se percibe como identidad de izquierda, medio retobada, medio independiente, un poco rara en algunas cosas, no muy ortodoxa, en otras cosas medias pintorescas…”, con una propuesta fotográfica más solvente.
la diaria nació de la idea de un grupo de fotógrafos. Entonces vino a cambiar la visión que se tenía del fotoperiodismo en Uruguay. Allí la fotografía es un lenguaje propio como cualquier  nota informativa, cualquier crónica. La fotografía allí, habla por sí sola y, muchas veces,  aporta información ausente en la nota periodística. La imagen es una estrategia más de comunicar, es su identidad.
El 20 de marzo  de 2006, hace una década, sale el primer número de la diaria: La fotografía de tapa muestra a dos presos de Santiago Vázquez estudiando, y el título “Las primeras letras de la Libertad”. 

Punta de Este, Maldonado. Enero, 2011.

* Conocer la prensa. Introducción a su uso en la escuela. Gustavo Gili, S.A. Barcelona, 1988.

** Entrevista que realicé para la monografía de la asignatura La Construcción del Fenómeno Comunicacional de la Facultad de Información y Comunicación. Debía analizar un medio de comunicación que sirviera como modelo para estudiar la construcción del fenómeno comunicacional en nuestro país.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Ella baila sola

Celebración de las Fallas Valencianas en las Bobedas.
Rambla Portuaria, Ciudad Vieja. Setiembre, 2010.

sábado, 12 de marzo de 2016

Guitarras negras

“…Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco...”

Alfredo Zitarrosa

 
Homenaje a Zitarrosa, anoche, en el Estadio Centenario. 

Entrada relacionada:
http://virginiatestigo.blogspot.com.uy/2015/03/al-pocho-duran.html

viernes, 11 de marzo de 2016

Ferias II

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Reconquista, Ciudad Vieja. Noviembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.


*Entrada relacionada:
http://www.virginiatestigo.blogspot.com.uy/2016/03/ferias-i.html

miércoles, 9 de marzo de 2016

El trabajo es sagrado

960 trabajadores se quedaron sin empleo. 20, 25, 30 años, toda una vida con la camiseta puesta y así, de la noche a la mañana, en agosto de 2015, Fripur cerró. 800 son mujeres, muchas jefas de hogar. Hace unas semanas, la canadiense Cooke Aquaculture compró, y quiere reactivar la pesca, y a los laburantes se les pichó, así, la posibilidad de autogestionar la empresa. Pero, en principio, la canadiense no tiene en sus planes reabrir la planta y contrataría sólo un mínima parte de los laburantes: 100. Ayer, decenas de ellos, mujeres y hombres, marcharon desde la planta de Fripur hasta la Torre Ejecutiva, reclamando trabajar. Sólo trabajar. 

Trabajadores de Fripur frente a la Torre Ejecutiva, ayer.

martes, 8 de marzo de 2016

Mujercita

en el Día Internacional de la Mujer

La vi. Nos mirábamos una a la otra a través del visor. Y fue como verme. Retroceder en el tiempo. Aunque nunca tuve una cámara de esas, a su edad. No existían. Esos chiches no existían. 

Barrio Sur, Montevideo. Enero, 2016.

En mi niñez jugaba a las muñecas, a las maestras, a desfilar por una pasarela imaginaria, a maquillarme. Casi siempre de color rosa. Y debía usar polleras, caminar de tacos, usar cartera y, a lo sumo andar en monopatín y, años después, en bicicleta. A los 7 me di el primer porrazo en una graciela verde, verde cotorra, contra pedal. Por eso me costó tanto.

Y en realidad, todos esos juegos, que compartía con mis amigas, no me gustaban. El secador de pelo rosado de juguete no lo usaba para secarle el cabello a las barbies. Es que no tenía muchas. Casi ninguna. Odiaba las muñecas. El secador de pelo rosado era mi arma cuando imitaba a Diana, la morocha de V Invasión Extraterrestre, aunque me daba asquito imaginarme que, al igual que ella, debía comer ratones. Pero era fascinante sentirme una super estrella, aquellas tardecitas de verano, en esa ficción  que nos hacían, a mis hermanos y los vecinitos de enfrente, perdernos en un mundo mágico.  El futbolito, el metegol, patear la pelota y ser arquero o en el campito, eran mis juegos preferidos. Pero no, eso es cosa de machos, me decía el viejo. Cada tanto me comía un rezongo porque si seguía así no iba conseguir novio cuando fuera grande, me metía en la cabeza. Debía lavar platos y aprender a cocinar y planchar y hacer mandados y regar las plantas y lavar la ropa. Como mamá. Siempre como mamá. Porque después sería una mujer –una mujer hecha y derecha decían– y de esa forma me enfrentaría al mundo, me defendería, y así podría casarme, tener uno, dos, tres hijos, una hermosa familia.  Pero nunca nadie se preguntó, y me preguntó, si en verdad yo quería eso. Nunca. Y después, la clásica, pero cómo, tenés 30 (o más) y no tenés hijos. Cómo. Pero estás loca, qué esperas.

Y un día decidí ser fotógrafa. La desilusión. Eso es cosa de machos, sentí otra vez del viejo. Él soñaba con verme en una pista, descalza, de puntas de pie, dominando las cintas, rodando por el aire, con un cuerpo casi perfecto, bien femenino –a su entender– entre tribunas repletas de gente admirándome y aplaudiéndome. Vos tenés que ser como Nadia Comăneci, me decía el viejo. Y a mí la gimnasia me gustaba, de verdad me gustaba, pero no para tanto. Y siempre el mismo cantar: Rosadito para ellas, celestito para ellos. Y no había tu tía. Si te torcías, cómo evitar las miradas juzgadoras. Imposible. Quién no miró de reojo alguna vez. Y juzgó.

Romper con los estereotipos construidos por la sociedad es la consiga, este año, en el Mes de la Mujer, para que la sociedad siga cambiando, sin dedos índices que señalen. Para que haya muchas más fotógrafas, conductoras de ómnibus, guardas, mujeres en el parlamento, hasta presidentas de la nación como en países vecinos, periodistas de deporte y árbitras de fútbol, mujeres que se dedican  a la construcción… Y hombres maestros, peluqueros, cocineros, enfermeros y papás que crían a sus hijos mientras las mamás trabajan para traer los mangos al hogar. Un clic social. Como el que hace la cámara de color celeste, de esa mujercita, cuando le pide a sus retratados que sonrían al grito de whisky. 

jueves, 3 de marzo de 2016

Ferias I

Nos calzamos los lentes para zafarle al sol, el celular por si a alguien se le ocurre llamar (pensar que no hace muchos años salíamos dejando una cartita o una esquela sobre la mesa y hasta que no volviéramos nos manteníamos incomunicados), y cazamos el carrito con dos ruedas –una salvación para la espalda de las veteranas– o la chismosa. La de mango fuerte a rayas azul o rojo. Caminamos hacia la feria, generalmente la del barrio. Todos los barrios tienen una. Los martes y viernes la de Ciudad Vieja en la calle Reconquista, los sábados en Palermo en la calle Salto y la de Villa Biarritz en Punta Carretas, los domingos las del Parque Rodó y Tristán Narvaja, y así cada una es un mundo. Cada feria tiene sus particularidades. Algunas se destacan más por las cacharpas y los cachivaches que se extienden en cuadras y cuadras. Casi interminablemente. Otras por tanta ropa que seduce, especialmente, a las damas. 

Nos calentamos y puteamos porque los precios se disparan aunque los feriantes –laburantes desde antes que asoma el sol– nos quieren convencer con la calidad de ése tomate para ensalada, la naranja jugosa o la manzana dulce. Buscamos el bollón de café más barato que en cualquier supermercado, el jabón de 3 kilos para el lavarropas y de paso nos surtimos con algún producto para el baño, la ducha o renovamos la casa con alguna plantita o el artefacto-adorno inútil pero coqueto que los puesteros de cambalache quieren sacarse de encima para rescatar la moneda para el almuerzo.
Aprovechamos a comer sano con algún filete de merluza o por qué una corvina al horno. Ojeamos lo que sabemos que no nos interesa. Es que la feria es también el paseo del fin de semana donde miles de miradas se cruzan y, seguro, nos encontramos con el vecino de otro barrio que ahora se mudó, como nosotros, y el amigo que no vemos hace meses, siglos, entonces, sale un abrazo (y los recuerdos de aquellos años) en el medio de la calle que esquiva a la pareja que pasa con el nene en el cochecito o a al veterano que lucha con el bastón. Y después de unas horas, salimos surtidos para la semana. Hasta el viernes o sábado siguiente o el otro, o el otro, porque ahora los bolsillos piden cautela, aunque el paseo por la feria nunca falta.


Feria de la calle Reconquista, Ciudad Vieja. Noviembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.

Feria de la calle Salto, Palermo. Setiembre, 2015.



** Fotoreportaje en:

martes, 1 de marzo de 2016

Y la fama es puro cuento

de Historia simple
“…y la fama es puro cuento,
andando mal y sin vento
todo, todo se acabó.
Hoy sólo queda el recuerdo
de pasadas alegrías..”


Los tacos no se sienten. Es que los tambores hacen vibrar: el asfalto, las paredes, a las bailarinas de las comparsas, al público que aplaude, chifla, alienta y grita desde las veredas, y a ella: Stephanía Curbelo Mirza. A ésa que primero fue niño y nació en Nicaragua y participó en la guerrilla, en un batallón y fue adoptado por una pareja uruguaya, cuenta ahora, ella misma enfrentándose a la cámara, mirándose a través de la pantalla, retratándose, revolviendo su pasado, su infancia, su adolescencia. Ese “hombre nuevo”  que conocimos por el director, de estas tierras, Aldo Garay.

Los tacos, ahora, se sienten. Viste unas botas de cuero marrón claro, casi beige. Una minifalda negra que contrasta perfectamente con la camisa de un blanco impecable que deja ver su ombligo. Su cabello es largo, rubio. Lo mueve para atrás y para adelante con coquetería, con femineidad. Se peina, se mira al espejo. Se maquilla. Se vuelve a mirar. Sus uñas son cortas, algo sucias y lucen un rojo que ya le queda poca vida. Se mira en una foto. Se parece a Julia Roberts, dice (aquella Roberts del 2000, me recuerda y se me ocurre, madre soltera con tres hijos, divorciada dos veces, sin estudio ni empleo de Erin Brockovich), o a una secretaria ejecutiva cuando el documental la muestra, en otra fotografía, de trajecito verde. Verde agua.
Después camina por el medio de la calle, como desafiante, por una feria. Y en otra calle, otra escena, se levanta de la silla blanca para saludar a uno de sus clientes con un “buenas tardes”, dirigir la salida de esas cuatro gomas –que sabe nunca tendrá–, hacer señas, estirar la mano y agradecer por esas monedas que apenas le dan para la pensión y el pan de cada día. Esas monedas con las que, de vincha blanca, labios bien rojos y un chaleco anaranjado que lleva estampado el logo del BSE [Banco de Seguros del Estado], se gana la vida como cuida coches en Barrio Sur.

En ese barrio, en esas calles que, seguro, conoce de memoria y donde es recontra conocida (ahí vive), anduvo al compás del chico, el piano y el repique cuando sonaron  celebrando las llamadas de San Baltasar. Caminaba como en una pasarela de alfombra roja –de minifalda de jeans, una camisa blanca (otra), gorro de visera rosado y una carterita negra simulando ser de cuero que le atravesaba el cuerpo al medio– y saludaba como una reina a sus vecinos que ovacionaban su presencia, su taconeo, su rebolear de caderas y aquel sorpresivo tropezón que intentó disimular como si nada hubiera pasado y, sin embargo, terminó con las nalgas apoyadas en el pavimento recalcitrante y las piernas cruzadas a lo indio, sin que nada de lo que llevaba debajo de la minifalda se le notara. Se acomodó como en cámara lenta para mandar las sandalias negras al diablo. Se inclinó como una diosa y siguió descalza desafiando el hormigón ardiente. Sacó a bailar a uno, zarandeó con otro, se levantó la camisa, se tocó la pansa plana, insinuó, coqueteó, posó para las cámaras de decenas de fotógrafos con una sonrisa espléndida como orgullosa de sí misma, y siguió. Siguió. Siguió para volver, al otro día, a la rutina de siempre. En las mismas calles, en el mismo barrio.

Durazno y Zelmar Michelini. Por allí andaba mi amigo una mañana. La vio, le pareció. Aquel rostro era igual al de la pantalla. Solo que ahora que estaba en el piso, tirada, con apenas una frazada. Desafiaba el sol, el tiempo. El hambre, quizás.
–Vos sos la de la película–le preguntó mi amigo, sin titubear.
Ella cerró los ojos, movió la cabeza para atrás y para adelante y con un gesto de resignación soltó un “sí” casi silencioso. Entonces, a mi amigo se le vinieron a la mente aquellas imágenes, que había visto no hacía mucho, de la rubia de pensión que voló a Nicaragua a recuperar su pasado, sus vínculos, su familia, las tierras donde fue niño, joven, hermano, hijo, amigo, vecino, y recordó que había leído en algún sitio, algún diario, algún portal –no importa– que aquel documental había sido premiado en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Alemania) en febrero de 2015 como mejor largometraje homosexual y que, también, fue la mejor película en el Festival Internacional de Cine LGBTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales, queers) de Buenos Aires (Argentina). Y, sin embargo, ella seguía allí, en Barrio Sur –pensó mi amigo– peleando por la vida, rescatando unos vintenes y ahora, quizás, sin pensión, en el mismo asfalto donde la encontró el director que le hizo fama. A mi amigo le gustó la película, solo que ahora le revienta escuchar la propaganda, la promoción en diferentes radios, en la televisión, en el cine. Le revienta ver cómo mucha gente hace guita a sabiendas de un pobre tipo, que a pesar que sueña con una vida mejor, vive en condiciones pésimas, miserables, con una fama que es puro cuento.

Stephanía Curbelo Mirza en las Llamadas de San Baltasar. Barrio Sur, Montevideo. 
Enero, 2016.