miércoles, 29 de junio de 2016

El abrazo

8.38. Golpeo las manos. Llego antes de lo indicado para darle tiempo al berrinche. El que le da al pequeño cuando ve que su padre se pone la campera, la bufanda y el gorro y se cuelga el bolso. La otra vez, el alarido se agudizó. Parecía que se ahogaba en un solo grito y no hubo forma de explicarle que papá tenía que irse a trabajar. Pero enseguida supe que el llanto no era un llanto. Sólo un capricho. Es que el padre, aquella vez, no le había pasado llave al portón cuando el peque ya sonreía y se zarandeaba y movía su cuerpo intentando algún paso de baile, mimetizando a unos bichitos –desconocidos para mí– en unos de los canales de la televisión por cable. Después que se está horas, días, tiempo con un pequeño (cualquiera sea) uno le va descubriendo las mañas.


Por eso esta vez llegué temprano para darles tiempo. A las mañas, y al padre para que llegara en hora. Y como suele pasar cuando uno se apronta para la peor pesadilla –como cuando salimos de paraguas para atajarnos de la tormenta y sale el sol– nada sucede. Entré casi silenciosa con un sutil “buenas, buenas” para no llamar la atención, para no darle pie al berrinche, para evitar el grito histérico y el disimulo del llanto al ver mi rostro, para él ya super conocido pero desinteresado a esa altura de la mañana aún entre sueños. Entonces entre al baño a lavarme las manos, apenas sin mirarlo, para luego recibir las indicaciones del padre, aunque su madre se había encargado de hacerlo por mensaje de texto: Que tome esto, que dale aquello, de esto lo que quiera pero hasta tal hora y que acá tiene un chiche nuevo y que cualquier cosa llamáme y que si le da sueño o fiebre… Abrí la puerta. El peque estaba frente a mí. Me miró, sonrió como planificando su próxima travesura (como Daniel el travieso) y simulando el sueño. Corrió con los brazos abiertos con esa risita cómplice que a uno le queda grabada en la memoria, soltó un Titi y se prendió de mis piernas como una garrapata. El padre se calzó la campera, la bufanda y el gorro y se colgó el bolso, abrió la puerta y la cerró, abrió el portón y lo cerró y me pasó las llaves por la ventana. El peque ni se enteró.  

Gerónimo. Junio, 2016.

lunes, 27 de junio de 2016

Un golpe sin fin

“Ordenes, botas, rejas.

Afuera la mañana continúa.
Adentro el gran amor
se mueve y alza todavía.

La esperanza es un niño ilegal, inocente,
reparte sus volantes, anda contra la sombra”.


Juan Gelman

20ª. Marcha del Silencio en Montevideo. Mayo, 2015.

Son (somos) miles quienes, año tras año, marchan pidiendo justicia. Gritando ¡Basta de impunidad! Hoy se cumplen 43 años del Golpe de Estado. Hoy siguen siendo miles los que hacen memoria, los que no bajan los brazos para saber la verdad. 

sábado, 25 de junio de 2016

Con amor, con arroz

Flo y Nacho en el Registro Civil, el jueves. Montevideo, 2016.

El amor en una firma


Flo y Nacho, ayer. Registro Civil, Montevideo.


Caminan de la mano. Ella le da vuelo a su vestido largo de tela hindú y a los flecos del saco color crema que van a tono con su sencillez. Él luce una camisa blanca con líneas finas celestes que combinan con el buzo y el pantalón que eligió para la ocasión y, también, marcan su simplicidad. Se miran, sonríen como dos perfectos enamorados. Algún nervio les toca las entrañas, les hacen cosquillas, les eriza la piel. Dicen que no, que no están nerviosos por ese trámite que dura unos minutos: estampar la firma en un papel. Y es posible, es un simple trámite. Declarar el amor ante los dos ojos que tienen delante y decenas detrás que los han acompañado en este viaje que lleva seis años, siete (un poco más, un poco menos los mismo da). Jurar delante de la jueza y sus padres y hermanos y primos y tíos y tantos amigos que se van a amar y respetar siempre, mientras dure la luna de miel en playas de mar transparente, en el encanto de la, ahora, convivencia que emprendieron hace un par de meses (en la lagaña en el ojo recién abierto al salir el sol, en el almuerzo negociado por si es pollo o carne o arroz o puré, la loza que se junta en la pileta, en la radio o el cantante que suena en la computadora o en el audio de parlante grande, en si poner el portarretrato y la lámpara y el baúl y el espejo acá o allá, en el color de la alfombra, en la caricia que cierto día no sale porque el trabajo o la familia son las preocupaciones de ese instante, en la cena que no salió para esperar al otro porque habían otros asuntos pendientes, el caño que se rompe, el enchufe que no anda, el auto sin batería, el cristal que estalla en el piso al resbalarse de algunas de esas manos de dedos flacos y largos, el fuego de la estufa a leña que afloja los inviernos, y el beso de cada día –como dice un amigo*, aceptar aquello de que en el amor también hay que trabajar cada día–), en cada encuentro de sus cuerpos en las sábanas blancas o estampadas, en los hijos que vendrán y los viajes y los próximos cumpleaños y reuniones familiares y copas y boliches, en la tristeza, la furia o el llanto que se nos cruza empecinadamente en la vida porque de eso también se trata, en la novela que uno lee mientras el otro se cuelga en la pantalla –la del celular, la del televisor o la computadora–, en cada abrazo y esa mirada que no necesita palabra porque todo lo dice, ese gesto, esa sonrisa y hasta los silencios que delatan tanta complicidad. La del amor. Ese amor. Y todo lo que vendrá en las historias, sus historias, la de esos dos perfectos enamorados. Ignacio y Florencia. Flo y Nacho, para los más allegados.  

martes, 21 de junio de 2016

Y se nos fue el otoño

“Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno…”


Pablo Neruda

Estación de tren, barrio Peñarol. Montevideo. Mayo, 2014.

domingo, 19 de junio de 2016

sábado, 18 de junio de 2016

Un corte y una quebrada

El Facal, Montevideo. Junio, 2016.

18 de Julio y Yí. Por ahí iba la marcha. La que desarrollaron decenas de adultos mayores el miércoles, en el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato a la Vejez. En la esquina, en el Bar Facal, una pareja bailaba tango. Irma se apoyó en la baranda y observó. Como Gardel. Pero ella apretando los labios. Abandonó la marcha por un instante. Es que el tango le puede. Por eso, tampoco titubeó en robarle a la bella dama el galán para bailar un tanguito, una milonga. 86 años tengo, me gritó con el índice cuando vio que apunté con la cámara, mientras el bailarín la hacía girar. 86 años, repitió. Después apuró el pazo para alcanzar la marcha que aún no había llegado a destino. Te espero el domingo en Joven Tango me dijo, en pleno discurso que una veterana como ella proclamaba por la protección de los derechos de los adultos mayores. Siempre bailé, siempre, levantó el índice devuelta mientras los ojos le brillaron. Es que el tango le puede.

jueves, 16 de junio de 2016

Viejos son los trapos

Un bastón, dos, tres. Pero había más personas que bastones. Y sonrisas, tapadas por bufandas. Y pancartas y carteles. Carteles que reclamaban respeto, comprensión, derecho al cuidado, a la igualdad, a la no discriminación, a la no violencia. Los carteles no emiten voz, pero si lo hicieran uno, el de color violeta, gritaría. “Compañía” exigía en una imprenta grande de pulso con cierto estremecimiento. Decenas de adultos mayores se manifestaron ayer, desde la plaza Cagancha hasta la explanada de la Intendencia, en el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato a la Vejez. Las cifras dicen, según varios medios de comunicación, que más de 150 adultos mayores denunciaron maltratos el año pasado. Y al parecer quienes más lo ejercen son los hijos. Aunque el objetivo de la marcha fue promover el buen trato que involucra a toda la comunidad. Toda, repetían marchando despacito y desafiando el frío.





miércoles, 15 de junio de 2016

El sábalo salvador

Kiyú, San José. Febrero, 2015.

Es un morochito, flaquito, de ojos claros y una amplia sonrisa en su rostro, de no más de 13 años. Nos ofrecía a todos los que acampábamos por una par de noches –para desenchufarnos, como decimos, de la cotidianeidad y la locura montevideana, tomarnos unas mini vacaciones, una escapadita un fin de semana para disfrutar de un asado al aire libre y un buen tinto en una noche de estrellas o a la luz de la luna llena, con el río casi a los pies– un sábalo, dos, tres, de más de dos kilos a 130 pesos, recién sacados del agua dulce. El gurí iba y venía. Su padre es pesquero. Ese día la suerte y el río estaban de su lado. Volvió con la barca llena antes que el sol cayera. El pibe hacía parte del laburo. Le tocaba las relaciones públicas, la venta. También tuvo suerte. 

Era, claramente, un eslabón (fundamental) de la cadena de la que su familia se valía para hacerse, quizás, del pan y la leche. En muchos lugares, niños y adolescentes que viven con sus padres en situaciones de extrema vulnerabilidad, ya sea en el campo o en la periferia de la ciudad, en el interior profundo, en los pueblos casi perdidos –recónditos olvidados y hasta desconocidos– donde existen pocos o escasísimos recursos u ofertas educativas, desarrollan tareas que en ocasiones es difícil, dificilísimo, delimitar como trabajo infantil. Muchas veces suele confundirse la labor que niños y adolescentes desarrollan en beneficio de su crecimiento y les genera experiencias enriquecedoras, y la que miles, víctimas de extremas condiciones de vulnerabilidad social, realizan con una gran carga de responsabilidad y obligación de alimentar a su familia.

Era una tarde calurosa de febrero. No eran días de aulas, deberes ni maestras, así que su derecho de estudiar y aprender no estaba siendo vulnerado. Pero me quedó la duda, por su apariencia y la de su familia (la casa sobre el río era muy precaria), si accedería a la educación durante el año.
168 millones de niños y adolescentes en el mundo se encuentran en situaciones de trabajo infantil, según la Organización Internacional del Trabajo, leo el lunes en el diario*. La cifra aumentó. En 2012, cuando investigué sobre el tema (para el examen de Periodismo) eran 165 millones. En ese entonces luego de varias charlas con los especialistas observaba que muchos niños sobreviven gracias a sus “clientes”. Es que la sensibilidad de buena parte de la población ejerce gran influencia al enfrentarse a una pequeña mano “pedigüeña” o a un rostro crédulo que ofrece un producto. Como el del morochito.

El sociólogo José Fernández opinó, en la entrevista que me cedió, que por entonces el trabajo afectaba a cerca de treinta mil familias en situación de exclusión, y que no ha adquirido la magnitud suficiente. De los 168 millones, 85 realizan trabajos peligrosos, sigo leyendo*. Las autoridades, dice más abajo*, hablan de la necesidad de potenciar la interrelación entre educación y trabajo y de la participación activa que deben tener las instituciones educativas, pero el tema casi que no figura en las agendas públicas. Más bien sale a la luz cada 13 de junio, Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Mientras los niños siguen despojados por ahí. Y andan.

*la diaria, lunes 13 de junio de 2016. Pág. 5.

**Entrada relacionada:

domingo, 12 de junio de 2016

de Postales Orientales

“Bajo las líneas que aquí yacen
Hay una criatura acostumbrada a combatir
contra el dolor, contra la muerte…”

Juan Gelman

Las Brujas, Canelones. Febrero, 2015.

viernes, 10 de junio de 2016

Con la sonrisa estampada

El abuelo no era de los que levantaba polvo de bailar en la pista. Más bien escuchaba la guitarra y el acordeón que largaban los sonidos del chamamé y se divertía gratis, con poca cosa, viendo los pasos de las veteranas y de quienes experimentábamos esos ritmos por primera vez en una pista de baile. Lo sacaron a bailar varias veces, pero no había caso. El tipo era tímido y, quizás, pata dura. Pero sonreía. Siempre sonreía. El Olmos todos andan con una sonrisa en el rostro. 

Fortín Olmos, Santa Fe. Argentina. Abril. 2016.

Entrada relacionada:

miércoles, 8 de junio de 2016

A Sofía

Historias simples: Fortín Olmos

Son poco más de las 17.00. Dalma, Milagros, Saira y Eliana salen de la escuela y van corriendo a la biblioteca. Es que empieza el taller de pintura y por nada del mundo quieren perdérselo. La biblioteca popular es el espacio cultural del pueblo. Y la única de Fortín Olmos. Un rincón casi perdido al norte de Santa Fe con cerca de 3.500 habitantes. Donde el diablo perdió el poncho, dicen. Un pueblo con mucha historia. Igual que su biblioteca que es atendida por Jimena, Sariita y Aída, las hermanas del Sagrado Corazón. Por eso los pobladores asocian que ése lugar es de las religiosas. Pero no es nuestra, me aclara Aída que vive en Olmos hace 4 años.

La biblioteca está ahí, siempre. Sobre la calle sin nombre –no hay cartel alguno– que cruza con la ruta y llega a la escuela. Sus puertas abren de lunes a sábado. La biblioteca es del pueblo, insiste Aída. Hacemos que la gente sea la protagonista de ella, sigue, y si algún día tuviéramos que irnos, las puertas deben continuar abiertas. Por eso también Norma, Marta y Olga, pobladoras de Olmos, forman parte de la comisión directiva (y la atienden también). La que tuvieron que formar para lograr, después de miles de papeleríos, la personería jurídica en 2006 para integrar la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares de la Nación (CONABIP). Una corriente social y cultural argentina, única en América Latina, que surgió en 1870 con el presidente de ese entonces, Domingo Faustino Sarmiento quien promulgó la Ley Nº 419, para fomentar la creación, el desarrollo y la difusión del libro y, por ende, de la cultura. Mediante diferentes mecanismos y herramientas CONABIP se esfuerza para que todas las comunidades accedan a la lectura. Por eso el Estado promueve recursos económicos y subsidia los gastos de cada biblioteca. Pero en el siglo XX, las bibliotecas populares fueron adquiriendo distintos matices de acuerdo al gobierno de turno. Es así que en la dictadura muchas, o la gran mayoría, fueron destruidas. Con el gobierno kirchnerista tomaron vida y llegaron incluso a pueblitos olvidados de Argentina como Olmos. Son como un bien de todos, dice Aída. Las bibliotecas son un bien de todos.

A fines de abril ella viajó a Buenos Aires a la 42ª. Feria del Libro en busca de nuevas novelas para niños y adultos y material diverso. Aunque a decir verdad, la lectura no es el fuerte del pueblo. Los que van a consultar libros son contados con los dedos de una mano, ocasionalmente dos. Pero se trata siempre de inculcar el hábito para que, de alguna manera, la gente se acerque. Como el taller de lectura organizado en conjunto con la escuela que generó una experiencia muy linda, recuerda la hermana, entre adultos mayores y niños. Una idea de Ana María, la profesora de música de la escuela, me entero después. Ana es una mujer muy creativa.  Se le ocurrió un encuentro entre abuelos y nietos a través de la lectura. Un día a la semana, durante todo el año, los abuelos le leían a sus nietos, a los compañeros de clase y a los niños de otras clases. Seguramente aquellos cuentos fueron mágicos para esos niños que por primera vez escucharon a sus abuelos contarles un cuento.

Ésa era, pues, la meta para las hermanas del Sagrado Corazón, Amalia y Eloisa (también  docente y psicopedagoga) que en 2004 hablaban de la biblioteca apenas como un sueño, como un proyecto que a Olmos le era indispensable. De ellas surgió la idea de crear una biblioteca. Y por eso su nombre: Sofía Barat, en honor a  quien fuera la fundadora de las hermanas del Sagrado Corazón.  Sofía Barata fue una gran luchadora por los derechos de las mujeres, especialmente del acceso a la educación, en una Francia desbastada por la revolución. Sofía nació en Francia y tuvo el privilegio de estudiar. En aquella época era todo un privilegio. En 1865, cuando murió, había fundado decenas de escuelas gratuitas para niñas pobres.

Las niñas que asisten a la biblioteca popular “Sofía Barat” también son pobres. Como la gran mayoría de las que viven en Fortín Olmos. En Olmos casi toda la población es pobre. Pero fueron muchas las mujeres que se han acercaron a la biblioteca en esos días. Los últimos de abril. Además del taller de pintura que imparte Patricia Ferrer los miércoles, niñas y niños aprenden ajedrez, y guitarra los sábados en la mañana. Los viernes en la tarde, la propia Aída se encarga de llevar adelante el taller de yoga para adultos que, según ella, ha acercado a mujeres que normalmente no venían a la biblioteca. Aída es especialista en masajes y técnicas para cuidar el cuerpo.

–Entonces la gente del pueblo va tomando el espacio de la biblioteca como propio– le digo a Aída, mientras cocinamos juntas el almuerzo del lunes. Aída se ríe. Es que en realidad, me dice, la gente nunca se acostumbró a eso. Sigue pensando que ese espacio es nuestro, de las hermanas. Pero Sofía Barat, la biblioteca, no deja de ser una referencia en el pueblo. Y la fundadora de las hermanas, también. Porque Olmos, dicen muchos, sin ellas no sería lo mismo.








lunes, 6 de junio de 2016

En 3 D

Una mujer toca el violín. Otra el violonechelo. Muchos niños, niñas y adultos escuchan, observan. Un francecito está compenetrado en el libro que acaba de descubrir. Ése que le muestra el mundo de los dinosaurios en otra dimensión. Como si fueran reales. Parecen de verdad, le dice a su madre que le contesta algo que no entiendo y sonríe sólo de verlo sentado en el piso con muecas de incredibilidad.
En un panel, a la entrada del hall de la Intendencia, papelitos de varios colores, le dan voz a los niños. Decenas de puños infantiles completan –en letras imprentas, casi todas mayúsculas– la frase: “Un libro es…”. Los niños hablan, se expresan. Melina dice que un libro es la vida de una persona. Cami expresa que es un sueño hecho realidad –como el libro 3D que hipnotizó al francecito, se me ocurre–. Entre corazones y caritas, alguien sin nombre, escribe una definición más clásica: “El libro es una manera de expresarnos con palabras e ilustraciones”, “una gran fuente de conocimiento”, dice otro, “un pasaje de imaginación”. Es increíble, pienso, saber qué significa para los niños un libro en estos tiempos en que todo, absolutamente casi todo, funciona por internet.  Otros (y otras) sin firma dicen que un libro es “lo mejor para un niño”. Alguien da a conocer que un libro es un mundo nuevo ante sus ojos. Es increíble, pienso.

Otro expresa que un libro es un placer. Los libros te dan colores, escribe una niña, calculo por la caligrafía; expresa tus ideas, se estampa en un papel naranja. Es increíble, pienso. Un varón (esa letra es de un varón) dice que un libro es una televisión dentro de su cerebro. Río. Mis ojos se pierden entre tantos papelitos (para leerlos todos hay que disponer de al menos media hora). Y sigo. Más abajo en el panel largo y vertical, leo algunas definiciones que me parten la cabeza: “Un libro es vida, nos enseña a vivir, es un compañero”. Un libro, dice un niño(a) “es volar sin alas”, dice una adolescente (esa letra es de una adolescente). Un libro “es un viaje emocionante, un amigo, es una aventura y un beso. Un beso, repito para mis adentros y quedo estampada en ese papelito rosado.  Otro, de color verde, deja en un trazo negro  la frase “un libro te da libertad”. ¿Increíble, no? Los niños son increíbles.  


16ª. Feria del Libro Infantil y Juvenil en la Intendencia de Montevideo. Mayo, 2016.

sábado, 4 de junio de 2016

Basta de demencias

Marcha contra la Violencia, Montevideo. Noviembre, 2015.

Dementes. Hombres dementes que matan a las mujeres porque considerarlas propias, suyas. “Sus mujeres”. Como si la mujer no fuera un ser humano independiente, con derechos (miles de derechos), con corazón, con sentimientos, con sensaciones, con libertades, con valores, con voz propia. Y así nomás, de una, deciden deshacerse de ese cuerpo, el de ella –a mano armada, ahorcadas, prendidas fuego– porque si no es de él, no es de nadie. 12 mujeres fueron asesinadas en lo que va del año. Y las marchas siguen reclamado a gritos acabar con tanta violencia, acabar con tanta muerte. Las movilizaciones siguen gritando que la mujer no es de la vida de un hombre, sino de la suya propia. Las movilizaciones siguen reclamándole al gobierno soluciones reales. Las movilizaciones exigen una sociedad sin dementes, una sociedad sin mezquindad. Y muchas campanas siguen sonando. 

viernes, 3 de junio de 2016

Pago en cuotas

Camilo quiere un libro. Ése libro. Un comic de tapa dura que muestra a Rubius Virtual Hero. Uno de los héroes del fenómeno youtuber –el mundo de videosjuegos– que lleva a los niños a explorar nuevos mundos, a combatir contra criaturas hostiles, superar pruebas imposibles y transitar en una dimensión virtual. Sus bochones  color café se agrandan cuando Emilio, su padre (o su abuelo), se acerca al mostrador y saca la billetera del bolsillo de su pantalón. Camilo apoya sus manos en el borde y sonríe. Espera ansioso que la chica le entregue el libro envuelto en una bolsa. Aunque lo primero que hará Camilo es desquitar esa bolsa blanca para llevar a Rubius Virtual Hero en la mano, orgulloso.

Emilio entrega a la piba su tarjeta de crédito, preguntando si puede pagarlo en dos cuotas. Pero no es posible. Debe superar los 500 pesos. Le faltan apenas 86 para llegar al monto. Los bochones de Camilo se vuelven chiquitos. Su cara ahora es de desolación. Emilio negocia. No es mucho, dice, pero para lo que uno gana. La chica lo siente –le da pena porque sabe que Emilio es un laburante, un pobre laburante con un sueldo casi miserable. Seguro sacrifica un algo para que su hijo (o nieto) tenga ese libro, piensa–. No puede hacer nada, más que repetirle que para las dos cuotas debe superar los 500 pesos. Camilo no entiende mucho pero sonríe de nuevo. Es que, ahora, Emilio le da la opción de elegir otro libro. El niño pega la vuelta y mira los estantes sin titubear. Su mano se prende de Salseo gamer, otro youtuber. Los youtuber han sido todo un éxito.

Pero los dos libros suman más de lo que Emilio piensa gastar, y puede. Entonces pide tres cuotas. La piba lo siente de nuevo, para eso debe superar los 800 pesos. Ella quisiera tener la guita para dársela al hombre y ayudarlo con esos libros. Tampoco tiene la autoridad de hacer la excepción y facultarle a su cliente el pago. Emilio ya resignado accede a las dos cuotas, faltándole ahora 100 pesos para las tres, mientras ella se muerde los labios de impotencia por la perversidad del sistema que seduce (y presiona) a los pobres laburantes a consumir más de la cuenta. Ella busca la mirada de su superior. Le hace señas. Se acerca. La piba le explica el caso enfatizando que no da para perder la venta y lo convence y la autorizan a realizar los tres pagos después de pasar la banda magnética aunque Emilio no llegue con el monto. Ella sonríe. Emilio también, pero no más que  Camilo. 

16ª. Feria del Libro Infantil y Juvenil en la Intendencia de Montevideo. Mayo, 2016.

16ª. Feria del Libro Infantil y Juvenil en la Intendencia de 
Montevideo. Mayo, 2016.

miércoles, 1 de junio de 2016

Tres colores, una pasión

Blanco, rojo y azul. La piel se me puso de gallina. La emoción contagiaba. Miles de personas acariciaban cualquiera de los tres colores. Los tres. La inmensa tela flameaba tapando toda todas las tribunas del Estadio Centenario. Cientos de celulares salieron de los bolsillos para registrar ese momento. Un momento glorioso en un partido amistoso con Real Atlético Madrid que ni siquiera tenía la adrenalina del Campeonato Uruguayo o la Copa Libertadores o cualquier otra copa. Aquello, que al principio no sabía cómo describir, cómo llamarlo, era... Qué se yo… Mágico. Entonces comprendí que tenía frente a mis ojos el comienzo de lo que en ese instante fue una idea. Una simple idea que con los meses fue tomando color como los de la bandera y el escudo que miles de sus hinchas llevan tatuado en el pecho, en el brazo, en la espalda y a la izquierda de la camiseta, en el termo y el mate, en el paraguas, en el adhesivo que adorna la ventanilla del auto– y se convirtió en un proyecto. Un fotoreportaje sobre una historia. La de miles de hinchas que acompañan a su cuadro al césped que sea, a los 11 jugadores que dejan allí el alma, le vaya pésimo o de maravillas, puntero o último en la tabla de posiciones del torneo. Es que no hay con qué darle. La pasión y el fanatismo no tienen barreras ni fronteras. Es puro sentimiento.

 Nacional Real vs Atlético Madrid. Estadio Centenario, Montevideo. Agosto, 2013.

“Tres colores, una pasión” se exhibió en la sala Ángel Tejera de la Casa de la Cultura de Maldonado desde el 14 de mayo hasta ayer. Para mi mí todo un logro. Sueño cumplido. Aunque la idea es que siga recorriendo el país. Para Ojalá, así sea. Tricolor, tricolor.


Entradas relacionadas (que forman parte de la muestra fotográfica):