8.38. Golpeo
las manos. Llego antes de lo indicado para darle tiempo al berrinche. El que le
da al pequeño cuando ve que su padre se pone la campera, la bufanda y el gorro
y se cuelga el bolso. La otra vez, el alarido se agudizó. Parecía que se
ahogaba en un solo grito y no hubo forma de explicarle que papá tenía que irse
a trabajar. Pero enseguida supe que el llanto no era un llanto. Sólo un
capricho. Es que el padre, aquella vez, no le había pasado llave al portón
cuando el peque ya sonreía y se zarandeaba y movía su cuerpo intentando algún
paso de baile, mimetizando a unos bichitos –desconocidos para mí– en unos de
los canales de la televisión por cable. Después que se está horas, días, tiempo
con un pequeño (cualquiera sea) uno le va descubriendo las mañas.
Por eso esta
vez llegué temprano para darles tiempo. A las mañas, y al padre para que
llegara en hora. Y como suele pasar cuando uno se apronta para la peor
pesadilla –como cuando salimos de paraguas para atajarnos de la tormenta y sale
el sol– nada sucede. Entré casi silenciosa con un sutil “buenas, buenas” para
no llamar la atención, para no darle pie al berrinche, para evitar el grito
histérico y el disimulo del llanto al ver mi rostro, para él ya super conocido
pero desinteresado a esa altura de la mañana aún entre sueños. Entonces entre
al baño a lavarme las manos, apenas sin mirarlo, para luego recibir las
indicaciones del padre, aunque su madre se había encargado de hacerlo por
mensaje de texto: Que tome esto, que dale aquello, de esto lo que quiera pero
hasta tal hora y que acá tiene un chiche nuevo y que cualquier cosa llamáme y
que si le da sueño o fiebre… Abrí la puerta. El peque estaba frente a mí. Me
miró, sonrió como planificando su próxima travesura (como Daniel el travieso) y
simulando el sueño. Corrió con los brazos abiertos con esa risita cómplice que
a uno le queda grabada en la memoria, soltó un Titi y se prendió de mis piernas como una
garrapata. El padre se calzó la campera, la bufanda y el gorro y se colgó el
bolso, abrió la puerta y la cerró, abrió el portón y lo cerró y me pasó las
llaves por la ventana. El peque ni se enteró.
Gerónimo. Junio, 2016.