martes, 30 de agosto de 2016

Sonrisas inocentes

Ella sonríe sosteniendo el folleto y mira hacia la cámara porque alguien del otro lado la está observando a través de un lente, lo que le llama poderosamente la atención. Pero no entiende mucho, más bien nada, de qué se trata o porque hay tantas personas en su barrio caminando por las calles, golpeando puertas, haciendo tomar conciencia a los vecinos de tanta  violencia que cada vez más, se hacen denuncias y para que no se hagan los sordos, ni los mudos, ni los ciegos, incluso estimulando a esas mujeres que posiblemente sufren violencia a que no callen.
Y como ella, muchas niñas participan de marchas. Algunas ya grandecitas entienden y saben lo que pasa. Desde hace años miles de mujeres –y cada vez más hombres– se manifiestan por las calles, algunas vestidas de negro, otras de blanco, con pancartas, campanas, carteles, en silencio, con palmas, voces en alto, mediante performance, de todas las formas posibles y en lugares diferentes, luchando contra la violencia machista que provoca la muerte de miles de mujeres en el mundo. Este año, son 15 las uruguayas asesinadas. Asusta (e indigna y revienta y preocupa) que dos, tres, cuatro (y hasta más) veces al mes, los colectivos feministas tengan que salir a la a las plazas y avenidas principales en memoria de esa sonrisa que ya no está. Y es una y otra y otra y otra. Mujeres, adolescentes y hasta niñas. Y otra. Y otra.

  
Movilización del Colectivo La Pitanga contra la violencia hacia la mujer en Villa García, Montevideo. Noviembre, 2014.

domingo, 28 de agosto de 2016

Minas de Abril

de Postales Orientales

  “Soy fruto de los cerros
    mi cuna fue de piedra
    y mi tumba será tambián sin dudas
    algún rincón soleado de la sierra
    Nací, crecí como el clavel del aire
    prendido entre las grietas
    de esas piedras pizarras de mi pago
    de aquel bravo y arisco Lavalleja.

Minas, Lavalleja. Abril, 2015.


    Minuano donde tú vayas
    no te canses de decir
    que si Dios baja a la tierra
    por el altar de la sierra
    baja en minas y en abril…”

  Santiago Chalar


lunes, 22 de agosto de 2016

Pokemoníacos

“El progreso tecnológico no se puede detener, 
pero no por ello se nos puede escapar de las manos, 
ni debemos darnos por vencidos negligentemente”.

Giovanni Sartori
(“Homo videns. La sociedad teledirigida". Taurus. 1998)

Plaza del Entrevero, Montevideo. Agosto, 2016.

Los pibes y no tan pibes, los chicos de 40, se empecinan en atrapar a Pokemon. Pasan horas “entreteniéndose” con el nuevo juego que se bajan con una simple aplicación en los nuevos y modernos celulares. Todo ahora funciona a través de aplicaciones. Hace unas semanas el bichito fue hasta el notición del día en los informativos de televisión, en las radios, en los diarios. Algunos padres, parece, hasta se ponen contentísimos porque gracias a Pokemon, pueden disfrutar a sus hijos en un parque, al aire libre, aunque el pequeño o bastante pelotudo  según la edad que tenga clave los ojos en la pantalla de su aparato y al papi no le dé ni la hora, ni lo mire, ni le hable y apenas lo sienta respirar. Eso es lo que algunos especialistas, confesaron y opinaron en el noticiero central –cuando le dedicaron más de 15 minutos a la noticia– que esta aplicación y el bichito de los años 90 que revivió y volvió a ser un boom, es “una gran revolución cultural”. Yo diría que es una revolución sí, porque ya hasta jugar los pibes y no tan pibes, los chicos de 40, dependen de los aparatos tecnológicos y el celular último modelo que permita cuánta aplicación entretenga, pero en cuanto a cultura, diría que estamos generando “una cultura de idiotas”, al decir de Umberto Eco.

sábado, 20 de agosto de 2016

Subite a mi moto

Local comercial en el centro de Montevideo. Agosto, 2016.

Desde la semana pasada las radios anunciaban que desde este jueves hasta el sábado, el centro, el Cordón, Ciudad Vieja y la Unión tendrían  descuentos especiales (descuentan hasta lo que no tienen con tal de vender). La excusa: el Día del Niño. Siempre estuvo esta cosa de salir a comprar desesperadamente para regalar. Los días del padre, de la madre, los abuelos y, ahora, hasta los “tortolitos” en San Valentín el 14 de febrero (algo bien yanqui) se volvieron sumamente comerciales. ¡En algunas tiendas de ropa íntima, si compras prendas color negras o rojas tenes un 15 o 20 % de descuento por la Noche de la Nostalgia!
Pero antes, los padres compraban lo que podían, hoy se endeudan por el mejor autito para el nene o la muñeca rubia que habla y hace ojitos para la nena. Hace unos días alguien subió a Facebook algo fascinante que decía, como si fuera la voz de un niño: “No me traigas juguetes, mostrame cómo jugar con cualquier cosa”.
30 años atrás, nos divertíamos –sabíamos divertirnos con poca cosa– con la rayuela, la payana, la bolita, el manchado o recorrer el barrio de calles de piedritas en bicicleta e incluso atrapando bichitos de luz en noches veraniegas. Hoy todo funciona a través de aplicaciones. Es que ni los niños se salvan, en estos tiempos, de tener un celular y a veces sin darse cuenta, se les “aniquila” la infancia. Infancia eran las de antes. Como esa moto. 

jueves, 18 de agosto de 2016

Cuando canta el gallo rojo

“Cuando canta el gallo negro
es porque se acaba el día
si cantara el gallo rojo
otro gallo cantaría…”

Los Olimareños

 Barrio Los Pilares, Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Donde el diablo perdió el poncho

Un pueblo del norte argentino que sobrevivió a la explotación del quebracho

Fortín Olmos, comuna de Vera. Santa Fe, Argentina. Para llegar hay que pasar sí o sí por Reconquista, una ciudad de 100.000 habitantes ubicada a 325 km de Santa Fe hacia el norte, y a 78 km de Fortín Olmos (más al norte). Después de una hora y media de ruta y campo se llega en el Pulqui –el micro que transita las provincias del norte argentino hasta Paraguay– a este pueblo en el que viven poco más de 3000 habitantes.

Una estación de servicio con dos surtidores de combustible, el liceo, la escuela, la iglesia, la biblioteca, el centro Nueva Esperanza que atiende a niños y adolescentes con discapacidad, una verdulería que no le entran más de tres personas, casi como la comisaría y la alcaldía, la plaza inaugurada hace un año, cuatro almacenes donde los vecinos pueden comprar fiado, un par de locales comerciales, y más campo. La ruta provincial 40 “Arturo Paoli” divide a Fortín Olmos en dos. Al norte la clase social baja, al sur la media y alta. Pero allí no hay grandes diferencias. La pobreza abunda. Y el clima castiga. Cuando llueve cae agua durante una semana (o más) y el pueblo queda inundado y aislado. Cuando al sol le da por estancarse no hay animal que se salve de las sequías que arrasan con todo y duran años. Hay monjas que no conocieron lo verde de Olmos, dijo Silvana, una de las Hermanas del Sagrado Corazón (HSC). Carlos, un comerciante, narró: “En 2008 no pudimos vender las vacas por flacas, se cerró la exportación y perdimos miles de cabeza de ganado”. Olmos se abastece de la ganadería, pero a fines del siglo XIX cuando América recibió miles de emigrantes que escaparon de las guerras europeas, todo giró en torno a la explotación del quebracho. Hasta las malas relaciones que quedaron en el pueblo. Una historia, dicen algunos, que más vale ni tocar.

La razón de la existencia
En 1905 los ingleses se establecieron en Vera, una zona sin industrias y sin fuentes estables de trabajo en aquel entonces, y crearon La Forestal, la primera productora de tanino a nivel mundial que desbastó los bosques con la explotación del quebracho colorado y del que se valió para abastecer sus negocios de puertos, ferrocarriles y fábricas. Desde la central de la fábrica en Gallareta, localidad ubicada al sur de Olmos a poco menos de 80 kilómetros, salía el tren hacia las fábricas (hoy convertidas en escuelas) de los diferentes parajes donde los hacheros, quienes cortaban el quebracho, se fueron instalando por el trabajo creciente.
La Forestal dividió al pueblo. Hay quienes aseguran que fue lo mejor que le pudo haber pasado. Es que “todo el mundo tenía trabajo”, argumentó Carlos. Y gracias a ella, hubo agua potable, luz eléctrica y vías de ferrocarril. Antes era como una selva, afirmó Ana, la profesora de música del pueblo. Sin embargo, el negocio inglés fue la explotación más barbarie que haya podido existir, tanto hacia la flora autóctona y al monte como a los trabajadores, opinaron la mayoría de los vecinos. Cuando llegaron los ingleses, el tronco del quebracho no se podía abrazar de tan grande que era. Ahora el poquísimo que hay tiene "un tronquito así", dibuja Ana un círculo pequeño con sus manos. Es que son árboles que tardan años en crecer.

A cambio del privilegio de la exención de impuestos, los capitalistas ingleses ofrecieron al Estado capacitar a jóvenes y hacerlos expertos para “desarrollar una industria nacional naciente”*. Un trabajo duro, de esclavos y en condiciones infrahumanas, aseguró Ana. Los hacheros trabajaban 16 horas por unos canjes de poco valor que debían gastar en negocios que pertenecían a la misma empresa, por lo que el dinero terminaba en los mismos bolsillos. Los obreros se conformaban con los indispensable para vivir. Ni siquiera heladera tenían, contó Ana. En el pueblo había poca gente, dijo Luisa, una trabajadora de la cooperativa de telares, unos de los pocos emprendimientos de la zona de ese entonces que la sigue remando. “Vivíamos como una comunidad cristina, nos juntábamos a comer y cada uno ponía lo que podía; la situación era crítica”.

Cuando el quebracho fue escaseando, todo empezó a decaer. En la década del 60 llegaron a Olmos los Hermanos de Jesús, una congregación religiosa inspirada en Charles de Foucauld, de línea izquierdista, dedicada al trabajo social y comprometida con los pobres. El sacerdote Arturo Paoli (1912-2015) fue un referente –de ahí el nombre de la ruta–. Entre otras cosas, organizó una cooperativa para ayudar a los trabajadores. Se palpaba que al terminarse el quebracho, los ingleses tomarían otros rumbos. Los “hermanitos” nos enseñaron mucho, relató Luisa. “Gracias a ellos conocimos los derechos que teníamos todos los trabajadores y nos dimos cuenta de lo que pasaba, porque éramos como dormidos”. Las mujeres empezaron a trabajar –antes se dedicaban sólo a la casa, los hijos y el marido– y los hacheros se sindicalizaron y finalmente, luego de enfrentamientos con la política y la economía local, lograron jornadas laborales de 8 horas y aumentos salariales.

Sin quebracho todo quedó entre "la pampa y la vía", aseguró Ana. Los ingleses descubrieron la mimosa, un árbol de África que también produce tanino y tarda menos años en crecer. Levantaron las vías, destruyeron todo y partieron en busca de nuevos negocios. La población de Olmos y los parajes quedó aislada y sin suficientes medios de subsistencia. A comienzos de la dictadura los “hermanitos” se exiliaron en otros países de Latinoamérica y Europa, y el contexto comunitario que habían sembrado comenzó a desarticularse. Años después llegaron las HSC quienes, de alguna manera, tomaron la posta y, siguiendo la línea de renovación de la Iglesia Católica propuesta en el Concilio Vaticano II por el papa Juan XXIII en 1959, rompieron con la tradicional imagen del trabajo religioso: “el asociar a las monjas exclusivamente con la catequesis y la capilla”, detalló la hermana Lourdes. Entrándole a la gente desde otros espacios e integrándose más a la sociedad, instalándose en el corazón de barrios periféricos, como en La Cortada (Reconquista), para estar más en contacto con la gente “porque no es lo mismo venir a trabajar que vivir en el lugar”, aclaró. Por eso, también, la opción de dejar de lado el hábito que marca una “diferencia”. “De esa forma no sentimos más parte de la comunidad”, explicó la hermana Jimena. En Reconquista, manifestó Lourdes, había una realidad muy demandante por situaciones complejas de abusos y violencia hacia niños, y poder brindarles diferentes espacios era fundamental”. En Olmos las HSC recorren los barrios, golpean puertas para ofrecer ayuda, proponen y dictan talleres acercando la cultura a los pobladores. Han ayudado a mucha gente, confirmó Luisa. “Sin ellas el pueblo no sería lo mismo”.

Dios te salve María
La ruta Arturo Paoli tiene asfalto hace ocho años (junto con la calle del Hospital son las únicas asfaltadas). Trasladarse a Vera o Reconquista, las ciudades más cercanas donde muchos jóvenes estudian y trabajan, era casi imposible, sobre todo cuando llovía y era  puro barro. Hace 32 años, el pueblo no tenía un diseño de pueblo, era una cañada con “una casa por acá, otra por allá, otra más allá”, dijo Ana. Ahora las manzanas están diseñadas, “un adelanto bárbaro". Pero en los parajes todo quedó estancado. Las calles jamás supieron de pavimento y cuando llueve no hay camión ni auto ni bicicleta que entre. Apenas el sulky [carros con caballos] que no todos tienen. Los medios de subsistencia son escasísimos. Algunos parajes (70, Chirca, Charrúa) ni siquiera cuentan con escuela secundaria y a los adolescentes no les queda opción que separarse de la familia durante la semana y vivir en el albergue del liceo de Olmos.  Melany, Valentina y Sofía viven en el paraje 48 ubicado a 12 kilómetros del pueblo. Un lunes faltaron al secundario porque la entrada del paraje estaba intransitable y no tenían quién las llevara. Para no faltar al día siguiente salieron a pie las tres juntas a las 15.00, haciendo dedo, pero nadie las levantó. Es que son pocos los vehículos que transitan por la ruta 40. Llegaron a Olmos a las 18.30 casi oscureciendo.

Siete de los 11 hijos de Ramón armaron las valijas y partieron a Buenos Aires a estudiar y trabajar. Ramón, un obrero de 65 años, vive desde los 9 años en el Paraje 29 (a 18 km al este de Olmos). El trabajo apenas da para unos pocos, aseguró. Se crían chivos, terneros y algún chancho, pero “no da para nada”. “Igual nos arreglamo’ con poco", dijo. “Acá somos felices con poca cosa. Vivimos del carbón cuando las lluvias lo permiten y los camiones entran, sino no tenemos a quién venderle”. Según sus cálculos, hace un par de años vivían en el paraje unas 800 personas, pero hoy son 200 porque los jóvenes deben partir a una ciudad a ganarse la vida y buscar nuevos rumbos. En los parajes tampoco hay hospitales. Deben ir al de Olmos. Este pueblo perdido y olvidado para los argentinos de grandes ciudades, según Ana. El centro y el sur es una potencia, lamentó, todo fábricas. “Nosotros estamos al norte de Santa Fe, donde el diablo perdió el poncho”.

Las autoridades hace tiempo prometen una industria para el pueblo, "pero promesas, nada más". Plantar cultivos es casi imposible por lo bajo de la zona. Algunos vecinos son empleados públicos y son muy unos pocos los que pueden embarcarse con pequeños comercios (una farmacia, una papalería entre vestimenta e insumos de juguetería). Animales hay para tirar para arriba, indicó Carlos, pero como en todos los rincones del mundo, la repartija de la riqueza es desigual. Unos pocos tienen mucho y otros, la gran mayoría, nada. A varios los salvan los planes sociales que ofrece la comuna. Kelly recurre a la venta de tortas fritas para salvar la cena para sus nietos y 4 de los hijos que viven con ella (las familias en Olmos son numerosas). También para el viaje a Carlos Paz (Córdoba) con el que una de sus nietas y los compañeros de la escuela sueñan hacer en setiembre. Tres cuestan 10 pesos argentinos. Las tortas fritas en Olmos son como el pan de cada día. Sagradas como la siesta y la misa de los sábados. Aunque no llueva, aunque hayan 34 grados que no den tregua ni aire fresco, que dejen la ropa pegada al cuerpo, que hagan respirar profundo y resoplar.

Pabla hace 15 meses que está sin empleo, relató mientras aprovechaba el sol que hacía una semana no salía, en el frente de su casa al final del pasaje del barrio Las Piedritas, donada por la Comuna de Fortín Olmos. Hasta agosto de 2013 vivió en una casa de barro, en Los Pilares, un barrio sin saneamiento. Sostuvo que en Olmos no hay trabajo para las mujeres que no son policías o maestras o tienen un kiosco. Y para los hombres, poca cosa. Daniel, su compañero, vive de "changas": cortar leña y hacer carbón (como Ramón) cuando el clima deja. Daniel es albañil pero en el pueblo no hay grandes obras. "Son trabajos chiquitos que no dan para nada", se lamentó su mujer que se queja porque la plata no da. Para nada. “Mis dos hijas (de 13 y 16 años) duermen juntas en un colchón finito, finito”, repitió juntando el pulgar y el índice derechos para imaginar el grosor de esa finitez que les produce un dolor de espalda "tremendo". "Pero si compro un colchón nos quedamos un mes sin comer". En Olmos aún hay casas de barro y el transporte es escaso. Los niños juegan a la bolita y los adultos bailan chamamé. La gente se acostumbró a vivir con poco pero es feliz. Es solidaria y servicial, le abre las puertas a cualquiera y lo reciben con una torta frita en la mano y el mate (bien dulce) en la otra como si lo conocieran de toda la vida, y con dos besos como los españoles. Por eso Ana está convencida que los extranjeros que conocen el pueblo se enamoran de él y quieren volver. Y tiene razón. Si Reconquista conquista, Olmos enamora.




* Fuente: La Forestal. La tragedia del quebracho colorado. Gori, Gastón. 1999. Ameghino Editora. Rosario, Argentina.

**Publicado en:



lunes, 15 de agosto de 2016

La familia Buela, Vuela...

y veráz.


Alcanza una mueca, un gesto, una mirada, una risita. Se conocen como su palma de la mano. Los conocí juntos. Y hace años que están juntos. Años. Uno los mira y los admira por tanta complicidad que tienen entre sí, por el amor que irradian. Y la felicidad con la que viven. Son el roto y el descocido, esa alma gemela que uno tiene por ahí y que cuando encuentra no suelta ni por jodete. Se identifica con ella. Y la ama como nada en el mundo. Y de ese amor, nació Mateo. El reflejo perfecto: la cara de ella, el cuerpo de él. Y el carácter de los dos. Los tres juntos, son dinamita. Y yo los adoro.



 Eloisa, Mateo y Gonzalo. Florida. Agosto, 2016.

viernes, 12 de agosto de 2016

Fin de curso

13 años le llevó a Noelia la carrera, entre miles de entregas y un año sabático recorriendo el mundo. Lo que hace que valga aún más la pena tanto sacrificio y alcancías rotas. Arquitectura es una de las carreras más costosas, dice María Rosa, su mamá, que ayer, entre otras madres, padres, hermanos, tíos y amigos, esperaron con los estudiantes casi tres horas que la puerta del salón 4 se abriera y los docentes dieran el veredicto final. Entre llantos y risas y gritos y abrazos decenas celebraron el recibimiento. Ahora ¡soy libre!, gritó Noelia apretando los labios y revoleando los ojos antes de tirarse en el estanque, el tradicional ritual por el que pasan los nuevos arquitectos, previo a la huevada.




Fotos: Egresados de Facultad de Arquitectura. Montevideo. Agosto, 2016.

jueves, 11 de agosto de 2016

martes, 9 de agosto de 2016

Martes

Abre los ojos. Más temprano que otros y más tarde que otros otros. Le cuesta. Últimamente le resulta arduo abrir los ojos cada mañana. En las noches le es casi imposible cerrarlos o más bien entrar en el sueño por tanto pensamiento que se le atraviesa, como a Juana la Loca, piensa al recordar la de la ficción que podría ser real por esa infancia de mierda y puro abuso de su padre. Cuántas Juanas habrá, medita. Piensa otra vez en ese día: la de la ficción en aquel que la marcó, la del cuento en este martes. Otro martes en el que debería hacer tanto y por eso amaga a levantarse, pelea con esa luz del día gris (como la ciudad) que entra por los espacios minúsculos de la persiana. Tiene que hacer pichi, cepillarse los dientes, lavarse la cara, tendría que desayunar, tiene que hacer mucho pero no quiere nada. Nada.

Se decide después que la aguja del reloj dio tres vueltas. Sale. Camina sin saber mucho a dónde primero, después a tomar un ómnibus que la dejará en la otra punta de la ciudad a ver a esa mujer que la espera hace meses, mientras el cuida-coches también espera (y seguirá esperando hasta que no quede auto en la cuadra) los vintenes de los de saco y corbata que habitan más al sur y al este que la mujer que la recibe a ella con un café. Y ese viaje es un viaje que no quiere, piensa con la mejilla pegada al vidrio sucio que algún día recibió una piedra, se le ocurre mientras ve a ese pobre tipo en la calle San José, sin frazada ni bolsillos ni moneda que los llene, ni dolores ni angustia ya por esa vida de calle, de hambre. Un tipo pobre de alma como la de ella o la de esa mujer de cabello teñido que mira la nada o la plaza o el bar a través de los lentes, o la esquina por la que pasa el bondi que maneja el chofer que ya laburó la mitad de las horas, quién sabe, de ese recorrido que hace de memoria hace años, también quién sabe, igual que Nacho que ahora sube con su bandoneón a intercambiar Adiós Nonino por una moneda, un billete de 20 con mucha suerte o la ignorancia en el peor pero más común de los casos, o una sonrisa o un aplauso o el agradecimiento que hace la hermosa y ( por demás) amable joven por esa canción y que poco le importan hoy a Nacho que va de parada en parada, porque la plaza está quieta y esta noche de martes no hay boliche, cruzando las caras largas de otros tantos, que esperan otro bondi, porque el trabajo los agobia o la desilusión o el engaño los perturba y los hijos son una lucha y las vacaciones están lejos.

Como el tipo que pasea al perro y la veterana que quedó atrás, muchas cuadras más atrás, haciendo el surtido en el supermercado que fue asaltado cuando tenía otro nombre, se acuerda ella cuando Darnauchans le susurra en el odio: “Andarás por algún lado dándole sentido al aire y a las cosas”, cuando ve a otro pobre tipo (¡otro!) durmiendo en una vereda de más al sur, a unos metros de lujosas casas y las torres Wall Trade Center (cuánta inequidad), enrollado en un cartón para zafarle un poco –apenas un poco– al frío, mientras un barbudo también duerme pero con media mejilla pegado al vidrio, como ella antes, quizás por el madrugón que no lo dejó terminar el sueño que lleva ahora y es parte de la vida. La de él, no la de ella que se pregunta como otros tantos el sentido de la vida, si es que tiene sentido esta vida, que a otros hace sonreír por ese examen que una rubia seguro salvó, por esa máquina cero kilómetro que un morocho maneja feliz, por ese “sí” que una novia vestida de blanco dará casi dentro de un año en un altar, o las palabras esperanzadoras de una llamada que una castaña esperaba y, a otra sin embargo, les hizo llorar, gritar y dar cuanto objeto encontró contra la pared y el mueble de su apartamento, por tanta bronca por el no entendimiento y las malas relaciones con su novio que dio un portazo (y el vecino escuchó), la misma actitud que se le viene encima a la mina que ahora está sentada en un sillón vomitándole algún terapeuta el porqué de esa misma reacción –el portazo– que cierto día se le escapó, también de rabia, angustia y dolor, y las ganas de mandar todo a la mierda y cambiar de página o mejor terminar el libro o más bien empezar otro. Empezar de nuevo como la flor que nace en algún jardín o algún parque o por qué no una florería donde alguien la comprará para una madre, una esposa, una amante que cumple años, mientras otros y otras buscan a ese padre que no sabían que tenían hasta que la vida o el destino les demostró que no era el verdadero, el que pensaban, el que cambiaba pañales y contaba el cuento y hasta pegaba.

Y a esta altura, ya de vuelta, casi de noche –después que la mujer le sonrió y le ofreció más café y medialunas y le cambió de tema tantas veces– ella escucha a Piazzola y se acuerda de Nacho, y piensa en qué bondi estará ahora si es que está en un bondi. En el que ahora va ella, dos adolescentes se reencuentran, se abrazan, se pasan los números de celular (porque ya casi no se dice teléfono) y conversan, mientras el canoso gesticula y se queja porque la calle principal está cortada por culpa de miles de estudiantes que reclaman –a gritos, con pancartas y aplausos y cánticos– menos recortes para una mejor educación, la que hace meses o más bien años no anda bien por programas añejos para este siglo y por tantas medidas equivocadas de jerarcas y autoridades o dementes que creen tener la razón y hacen que nada, últimamente ande bien en este país, piensa ella y seguro el bigotudo que mira por la ventanilla tumbando la cabeza cuando el canoso por fin baja tomado a su esposa por la espalda para no caer ni tropezar de esos escalones que también hacen que el acceso a los ómnibus ande mal y puteear a unos cuántos ancianos y jovatos que apenas puedan caminar en este viaje que es la vida. La vida es un viaje, se le ocurre a ella ahora entre tantas idas y venidas en que todo es muy macro como las publicidades que abundan y ensucian la ciudad y el poder de unos pocos y la pobreza de la mayoría, o tan micro como los bichitos de luz (recuerda los que juntaba de niña) o esos tres niños y esa niña de menos de 10 años al frío de la noche que juegan a la pelota en una cancha improvisada y cercada por varias balizas atadas con una cinta larga (al mismo ritmo en el que todo transcurre en otras ciudades y campos y pueblos y hogares), y cuántos niños no tendrán canchita, la asombra un pensamiento llegando casi a su destino y al cruzarse con ese perro sin raza pero con manta que le cubre el cuerpo, la manta que ni siquiera tenía el pobre tipo de la calle San José ni el de la vereda cerca de las torres Wall Trade Center, y qué injusticia, se dice volteando la cabeza hacia la esquina de esa cuadra por la que ahora no hay bondi ni auto ni camiones que transiten por esos arreglos de hace meses que durarán también varios meses porque todo en este país es lento y anda pésimo, piensa de nuevo, ya subiendo la escalera del edificio y aprontando la llave de su apartamento al que entrará para ir al baño, tomar el tercer café, leer quizás o mirar televisión, mientras otras y otros piensan en la cena y la vianda del hijo para el día siguiente y comentarán las noticias del noticiero y esa marcha que ella se cruzó en el centro y verán las olimpíadas mientras un morocho, seguro, llegará de su trabajo derecho a prender la computadora y mirar una serie yanqui o escuchar a Fito de YouTube, y ella calentará el agua para la bolsa  de goma que noche a noche le caliente los pies en este duro (por dónde se lo mire) invierno. Y bajará más la persiana para que, al día siguiente, la luz entre menos o nada directamente, por los minúsculos espacios de la maldita persiana y no se fastidie por eso, y apagará la luz con la voz del Darno en la cabeza pensando si le puede dar sentido al aire y a las cosas y la imagen de aquellos tipos durmiendo en la calle. Y apagará la luz. Ella apagará la luz cuando ya casi sea miércoles. 

Centro de Montevideo, hoy. 

viernes, 5 de agosto de 2016

Para qué

 "Para qué los jazmines
y para qué la vida.
Para nada.


¿Y las claras estrellas
y las hojas caídas
y los libros azules
y las cuerdas del arpa
y los brazos en alto
y las manos transidas
y los gritos del cuerpo
y los gritos del alma?
Ah, no sé, ya no sé".

Idea Vilariño

lunes, 1 de agosto de 2016

Jazz Tour

Alphonso Johnson, el jueves, en el Teatro Solís. Ciclo Jazz Tour. Montevideo.