lunes, 28 de noviembre de 2016

Carlitos


Estación de subte Carlos Gardel. Buenos Aires, Argentina. 2016.


“Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
oigo la queja de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.

(…)
Mi buenos aires querido....
Cuando yo te vuelva a ver...
No habrá más penas ni olvido”.


Gardel

domingo, 27 de noviembre de 2016

de Postales Orientales

"Uno piensa que los días de un árbol son todos
iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un
día de un viejo árbol es un día del mundo".


Haroldo Conti


viernes, 25 de noviembre de 2016

La cita de los viernes

No se paga entrada alguna. Uno va, entra y consume lo que quiere. Y los escucha. Decenas de músicos se juntan cada viernes a tocar jazz. Jazz moderno, jazz de fusión, bossa y blues. El Hot Club de Montevideo nació en 1950 por el simple capricho y el interés de varios músicos de hacer lo que les apasiona. Y uno va, además, y conoce de estilos e historias del jazz estadounidense que algunos cuentan. El Rolo es especialista en contar historias, sobre las letras, las bandas, el origen del jazz. Y en el piano, la rompe. Lo descose. 

Rodolfo “Rolo” Suzac en el Hot Club. Kalima Boliche, Montevideo. noviembre, 2016.

domingo, 20 de noviembre de 2016

de Postales Orientales

Llenarme la boca de pájaros
para que los persiga por la pieza
a punto de encerrarlos
en la O del asombro.


Horacio Cavallo

Plaza Virgilio, Montevideo. Octubre, 214.

viernes, 18 de noviembre de 2016

La niña encantada

Hacen cola. Son ocho, nueve, 10, 12… Algunos son tan pequeñitos que no alcanzan a la altura de la cámara. Esa que, en realidad, es como un cajón de madera hecho, seguramente, por las manos del hombre, de no más de un metro sesenta y casi calvo, que se las ingenia para llevarse unos pesos a la casa y hacer divertir a los pibes. Se enchufan los auriculares para escuchar el espectáculo, una obra de teatro, dicen. Y todos quedan encantados de ese mundo que es pura fantasía y roba sonrisas y gestos de asombro y algarabía. 

Parque Jacksonville, Montevideo. Noviembre, 2016. 

miércoles, 16 de noviembre de 2016

De nuestra tierra III

Parque Jacksonville. Montevideo. Noviembre, 2016.

Edu Pitufo Lombardo. 

Público presente durante el espectáculo de Liliana Herrero y Pitu Lombardo, en el escenario Plaza.

Liliana Herrero.

martes, 15 de noviembre de 2016

De nuestra tierra II

Liliana Herrero y Edu Pitufo Lombardo 
en el VI Festival Música de la Tierra, el domingo. 
Parque Jacksonville. Montevideo, 2016.



lunes, 14 de noviembre de 2016

De nuestra tierra

Quedaban pocos minutos de la luz del sol cuando la plaza donde está ubicado el escenario principal, estaba repleto. 6.30. Ella salió a una de las galerías. Miraba aquel enjambre de gente, algunos mate y termo bajo el brazo, acomodándose en las sillas para verla y escucharla a ella arriba del escenario. Ella esperaba, paciente, a los hermanos Ibarburu –Nicolás y Martín­– que terminaran su espectáculo en el otro escenario para arrancar juntos. 19.00. Los aplausos del público no tardaron. Querían verla a ella. Al Pitufo Lombardo también. Pero sobre todo a ella. Entonces subió, saludó con el brazo extendido, se prendió del micrófono, agradeció a los presentes, a los organizadores, a los músicos que la acompañaron y al Pitufo, por esa “hermosísima amistad” que los une. Y la rompió. El VI Festival Música de la Tierra, en el Parque Jacksonville, dejó, en su último día, entre otros cantantes e intérpretes, a esta cantante de la vecina orilla. Una monstrua.

 Liliana Herrero, ayer, previo a comenzar su espectáculo en el VI Festival Música de la Tierra en el Parque Jacksonville. Montevideo, 2016.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Los que lo miran por TV

Afuera las mesas están casi llenas. Faltan 10 minutos para que la bola empiece a rodar en el césped del Estadio Centenario en la 11ª. fecha de las Eliminatorias. El mozo me acerca una mesa justo cuando cae la primera gota. Yo que vos me voy para adentro y agarro la mejor, me dice. Y me convence. No llego a estar sola ni dos minutos. El boliche se llena. Se levanta viento y los jugadores están por entrar en la cancha. Un veterano de ojos celestes, barba blanca y pelo gris me pregunta algo que de antemano no entiendo. Quiere asegurarse que el partido está a punto de empezar. Es brasilero y aliado nuestro. Los brasileros nos quieren a los uruguayos.

“Maravilloso, emocionante, conmovedor”, no deja de adjetivar Alberto Sonsol por la 890. Donde haya un uruguayo, seguro hay emoción, continúa más exaltado que muchos que lo escuchan. Pero contagia. ¡Marchen dos Patricia!, le grita uno de los mozos al que está detrás de la barra cuando el juez pita y la pelota gira. El mozo aplaude. ¡Vamo’ Uruguay, vamo!, le sale de las entrañas. Eduardo Mateo sonríe desde el fondo en un inmenso cuadro, pintado a mano, que ocupa media pared. Y las gotas amagan en caer más fuerte. Lo olores se entremezclan: el aire a lluvia, las pizzas a punto en el horno y el aceite hirviendo para esas milanesas de carne y las papas fritas que esperan más de uno. El calor del horno es potente. De a ratos una brisa corre y el viento, tímidamente, empieza a hacer lo suyo.

El Estadio está repleto, cuentan los comentaristas y la televisión lo muestra y al boliche le quedan sólo dos mesas vacías. Los jugadores se acomodan, sortean el arco y rezan para sus adentros para que Dios y la suerte no los abandone. El brasilero se ríe. El yanqui también. A mí se me eriza la piel y me tomo el primer trago helado de mi Pato. La adrenalina es contagiosa y la esperanza de ganar crece. Una amiga me avisa por whatsap que intenta conectar el partido por internet y que en la rambla de Pocitos ya llueve. En Ciudad Vieja el agua es puro cuento. Levanto la jarra y brindo sola. Por Uruguay.

El Matador la roba, apenas empieza y el mozo entra el pizarrón, que recuerda las promociones, porque la lluvia sigue amagando. Una pareja entra y se acomoda y los platos se entreveran y el kétchup chorrea esa carne roja que ya fue partida por el yanqui, y al boliche, ahora, tampoco le entra un alfiler. En apenas unos minutos dos jugadas instantáneas. No marcamos como debemos, comenta Martín Charquero, y en el fondo cinco pibes abren las cervezas. Full contra Ronal. Caen unos gringos y el boliche no da abasto. Y los mozos también.

La doña del barrio que es pura arruga se levanta, se mueve, mira a un lado y otro y lo saca de quicio al tipo que está detrás que se muerde la lengua para decirle ‘señora quédese quietita, el partido ya empezó’. El rubio del fondo, uno de los cinco pibes que fueron en barra, suspira, menea la cabeza. La arrugada estorba, el mozo va y viene con las manos hasta las manos y en la cancha Uruguay mete huevo.

El calor es potente y salen pizzas y fainas y más fritas. Y córner. Pura adrenalina. 12 minutos. Llega el Seba Coates que la mete de cabeza y ¡Goooll! La garganta de Sonsol explota y la barra de pibes del fondo también. Esa pelota, esa pelota, me dice el brasilero que mueve las manos, levanta los brazos y me dice algo que no entiendo porque Alberto me taladra los oídos, y al veterano de barba blanca le hago que sí con la cabeza como los locos y la moza se cruza con dos jarras congeladas y dos Patos más para alguien que acaba de llegar y uno de la barra quiere abrir otra antes de terminar la primera rubia. 

El yanqui registra ese momento para el recuerdo y El Matador de dientes filosos putea, hace gestos en el medio de la cancha. La barra del fondo está hipnotizada frente a la pantalla. Uruguay juega más decidido que Ecuador, opina ahora Charquero. La veterana, pura arruga, muestra los dientes que le faltan porque algo le causa gracia y señala el televisor, algo le dice a la morena, también del barrio, que me había dicho ‘saca fotos, saca fotos’. La hinchada del Estadio grita. En la Olímpica, parece, no entra más nadie. Ecuador no está cómodo ni ha podido hacer el juego que vino a hacer, dice el comentarista, y Suárez sigue siendo un peligro y le hace agarrarse la cabeza a medio boliche. Y buen arranque de Coates que sale y se la pasa a Suárez que va por la izquierda y la doña queda como congelada con la mandíbula abierta a más no poder, el mozo revolea los ojos y quiere cortarle el tubo al pelotudo que del otro lado pide muzzarella y fainá y cerveza, calculo, y por favor que el delivery se apure.

El fuego del horno arde contra la pared y hace transpirar al pizzero que tampoco saca los ojos del televisor. Y que no se quemen las pizzas, por favor. El papel del menú sobre mi mesa vuela por la brisa que otra vez trae el viento que ahora es más fuerte y nos hace poner el saquito a más de una. Muslera se defiende con los puños y la bola queda entre sus brazos. Suárez protesta de nuevo porque los ecuatorianos no lo dejan en paz y el pibe de la barra del fondo que tiene la camiseta de Peñarol se muerde los labios. El flaco de al lado putea y el nene de no más de 2 años que le cincha la camiseta al padre y lo mira desde abajo, llorisquea del susto (o porque nadie le da bola). Llega Rolan y queda ahí nomás y lo de Suárez es de no creer, dice Sonsol que lo deja sin palabras y a la barra del fondo largar un !Ahhhh! en coro. Hay una sensación de que todo lo que hace lo hace perfecto, se mete ahora Charquero, y el Estadio grita porque le roban la pelota a nuestro goleador que muerde cuando lo buscan, pero el periodista deportivo refuta que el ecuatoriano se la sacó bien, que no hubo falta, pero en el bar alguien se acuerda de la madre que lo parió y hasta la concha de la madre del ecuatoriano. Suárez es un demonio y el yanqui, que no dejó ni el pan rallado de la milanesa, se ríe y ni se toca. Le dice algo a su mujer que no llego a entender por el barullo y por Sonsol, pero también, su inglés es imposible para mí castellano.

Pumba, revienta Uruguay. A Suárez le falta alguien para dialogar en el pase justo, comenta Charquero. Muchos extrañan a Cavani. El mozo no aguanta más y se clava una muzzarella, la flaca del barrio se muerde las uñas y la morena tampoco saca los ojos de la pantalla. Torres García observa con rostro apenado desde otro cuadro más grande que el de Mateo. Ecuador busca el empate pero con Muslera en el arco para los negros de camiseta amarilla es como sacarse la lotería. Uruguay sigue dominando y el mozo se atraviesa medio boliche con dos platos de fritas. ¡Marchen las fritas! El partido es celeste, Uruguay presiona. Rolan no está preciso ni fino en los pases y Ecuador, para nuestra suerte, no defiende bien, aunque nosotros tampoco hemos tenido muchas chances de gol. Amarilla para Fidel Martínez porque le entra duro al Matador, y ¡vamos pibes que se puede!, gritan del fondo, y el horno no da abasto y salen más pizzas. Y Paraguay le gana a Perú 1 a 0 en los 43 minutos de Uruguay-Ecuador y un ¡Nooooo! deja casi muerto el bar porque Felipe Caicedo nos clavó la bola en el arco en el minuto 44. Golazo. Silencio.

La flaca me mira con consuelo, el brasilero de ojos lindos menea la cabeza y el mozo tiene la puteada en el alma pero la aguanta. La aguanta solo por un ratito. Es que enseguida, enseguidita, se convierte en un suspiro y los nervios se aplacan y los gritos renacen y el niño vuelve a llorar y el yanqui hace la foto de la barra del fondo con los brazos abiertos y se la muestra a la mujer y la boca con la “o” que se estanca unos segundos porque todos gritan el segundo que mete Diego Roland que no estaba siendo preciso. El Estadio aplaude, el boliche también y los jugadores se van al vestuario y ¡vamo’ uruguay, vamo! que el partido es nuestro y medio boliche aprovecha a tomar aire y fumar un pucho para calmar los nervios, y yo le escribo a mi amiga "cómo está esto por Dios".

***

Brasil hace un gol y el segundo tiempo de Uruguay se pone tenso. A Suárez, otra vez, no lo dejan avanzar. El juez se calienta pero no saca tarjeta. En la mesa de los yanquis ahora una pareja uruguaya se clava una napolitana completa en unos platos que no pueden más. El brasilero y la doña pura arruga se hicieron amigos y, ahora, conversan en la misma mesa. A mí me entran las ganas del pichi y me queda media rubia, pero ni en pedo voy al baño porque si me levanto seguro Suárez la mete y me la pierdo. Mi amiga me escribe de nuevo, dice que La Pasiva de Pocitos está hasta las manos y se ríe: Sos como los viejos que escuchan la radio mientras mira la televisión me manda por whatsap, pero ella también se prende de alguna radio porque ahora no tiene donde verlo. Y la imagen del Maestro Tabárez es un poema, y full para el Cacha que trancó lo que pudo haber sido gol. Ecuador busca el empate como sea y presiona más. Uruguay los revienta y el partido está más parejo y ¡vamo’ uruguay, vamo’ descarga el de Peñarol que no suelta la jarra ni por jodete y el boliche está paralizado y la muzzarella es puro aceite pero se deja comer. Ecuador llega más al arco. Muslera no se rinde.

Como está esto por Dios, me sale ahora de adentro en voz alta para aliviar el grito que no descargo y un remate del mordedor que se fue por arriba a la izquierda paralizó al boliche entero. La doña no puede creerlo y se lleva las manos a la cara y yo aprieto las piernas para aguantar el pichi que ahora se agudiza por el frío que entra y de atrás un veterano golpea la mesa y me hace saltar con un ¡arriba uruguaaaaaay! Ecuador la lucha y quiere el empate y la celeste la pelea hasta la muerte y los corazones laten y más de uno quiere que esto se termine ya. El boliche se llena de pelotudos que pasan, entran y se paran frente a la tele que seguro recién se percatan del partido. Se amontonan en la puerta estirando el cuello cuando mi amiga recién tomó el bondi, y el 15 de Ecuador se liga una amarilla y, ahora, los negros de camiseta amarilla juegan mejor y meten huevo.

Dale, dale, le grita la doña a Coates y las arrugas de ese rostro que tiene más historia que el del Maestro, le resaltan.  Mi amiga me avisa que hay otro corner de Ecuador y me río porque le recuerdo que yo sí tengo una pantalla enfrente y me manda otro mensaje: “muy poco fútbol esta noche”, escribe y me hace largar la carcajada y la puta madre que se me escapa el pichi, y le contesto que se parece a Charquero. Y Brasil metió el segundo y a Argentina lo está dejando chatito y que cada uno atienda su juego, dice Sonsol, cuando ya vamos en los casi 30 minutos del segundo tiempo. Los pibes en la cancha dejan todo, los del boliche se aprietan los dientes y yo las piernas. A mi botella le queda un cuarto y sigo aguantando el pichi. Suárez la gana, el Mono Pereira arranca una carrera pero lo frenan, el mozo no lo cree y revolea la cabeza, la moza va y viene con envases vacíos y más Patricias.

La morena me mira, pendiente más de mis fotos que del partido, la doña y el brasilero están de cháchara y el morenito que ligó una muzzarella, también me mira de reojo. Algo me va a pedir. Uruguay aguanta, ahora a duras penas, el 2 a 1 como yo el pichi y vamos que queda menos. Quedan 15. Sólo 15 pero una eternidad. Mi amiga se caga de risa del otro lado y me insiste en que vaya al baño, pero no porque seguro Suárez la mete y me la pierdo, le copio el mismo mensaje. Seguro la mete y me la pierdo. Y atravesar el boliche hasta el fondo sería una odisea. Y Muslera nos salva de nuevo, y el morenito está chocho con esa muzzarella, pero algo me va a pedir. Perú le empata a Paraguay y la arrugada y el brasilero siguen dándole a la lengua y en el Estadio la gente chilla por el full que le hacen, ahora, a Stuani y en varios puntos del país renacen las puteadas.

Peligro. Escapó, giró, Vecino la pasó y Suárez que la agarra y no la suelta y en el boliche más de uno se come las uñas y otro corner para Ecuador y el peligro aumenta. Y a Sosnol no le da la garganta, la saca el Cacha y el mozo, otra vez, se agarra la cabeza, el Estadio entero protesta y yo me aguanto el pichi. Uruguay se defiende con esa garra charrúa y Novoa la pone otra vez en peligro y la puta madre que los parió y los jugadores se chocan y de nuevo full. Y otra vez las arrugas de la doña que es como si quisieran salirse de su rostro y los pibes del fondo ya se prenden del pico de la botella y Mateo sonríe desde el cuadro. Y esto está cada vez más peleado y los minutos pareciera que no pasan nunca y sigo aguantando el pichi y la adrenalina del boliche explota y la garganta de Sonsol pide basta.

 Y el Mono que ahora la pierde, y la rey de la mierda se le escapa al veterano y la flaca del barrio se está quedando sin dedos y mi amiga me escribe que ya le queda menos para llegar. Y al partido le quedan 4 minutos, más los de descuentos, y el Mono otra vez que la pierde, y vamos Mono, vamo, grita el veterano y el de la camiseta de Peñarol que se prende del pico de vuelta y el nene que ya no llora pero pide que alguien le dé bola, y Uruguay lucha y lucha y patea y marca y los pibes dejan hasta lo que no tienen en la cancha y los ecuatorianos que la pelean. Godín que la saca y Muslera se cae y por Dios. El mozo pregunta si hay más fainá, y alguien desde adentro le responde que sí cuando yo me tomo el último trago, ya caliente, de mi rubia. El morenito me fija la vista, me pide una coca cola (sabía que algo me iba a pedir) y quedo paraliza porque el Estadio explota aplaude y el boliche también. El juez pita por fin. ¡Uruguay nomás!, sueltan en coro los del fondo. La doña y la flaca festejan de brazos levantados  y se abrazan, la morena busca mi mirada y mi cámara, el brasilero sonríe. Uruguay llegó a los 23 puntos, mi amiga por fin a su casa y Eduardo Mateo sigue sonriendo. Y yo corro, ahora sí, a soltar el pichi. ¡Uruguay nomá!

Boliche en Ciudad Vieja, ayer, durante el partido de Uruguay-Ecuador. Montevideo, 2016. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Diseño de interiores

“Necesito renovar mi interior
dibujarse es vivir, el presente es un proyecto anterior
se agoto por aquí, necesito desarmar el taller
aprenderse es vivir, raspar el empapelado de ayer
no dejarse dormir…
Necesito refrescar el renglón, remojarse es vivir
darme fe, tener determinación, detenerse es morir…”.

Fernando Cabrera

Los dedos de sus manos son largos y finos. Su piel es suave. Suave como las lanas que mira, analiza, toca, selecciona, elige y se le enredan entre los dedos cuando la terminan de convencer y se convierten en una muestra. Ésa que primero fue apenas una idea y después se le metió entre ceja y ceja y, finalmente, concretó en un modelo. Un mantel, una manta, un centro de mesa, un amplio chal que cubre la espalda de cualquier mujer, una alfombra, un individual para que el plato caliente no toque la madera de la mesa, un cubre cama, un sweater, una bufanda… Y la lista sigue. Es larga. Es que Estefanía –Piru para la familia y los más queridos–  es muy inquieta. No para nunca. Su cabeza no para.
Economía, diseño, comunicación… Como muchas pibas cuando llegan a 5to. de bachillerato, no sabía para dónde agarrar. Los números siempre le atraparon. Los heredó de sangre: una hermana economista, una tía contadora. Pero la creatividad le nace de adentro, la lleva en el alma. Y contra eso no se puede. Si de algo le sirvió cursar un par de años la Facultad de Economía, fue para descubrir que ése no era su camino. Piru crea,  inventa, sueña. Sueña mucho.

Tengo la confianza para llamarla por ese sobrenombre que se fue achicando (primero fue Pirulita) con el que la bautizó Pepi, su abuelo materno mi tío cuando ni siquiera daba sus primeros pasos. Fui casi testigo de sus primeras palabras. La vi crecer, pasar de la infancia a la adolescencia. La vi transformarse en una mujer. Una mujer que ahora, dice con su sonrisa espontánea, está en busca de su propio camino, reencontrándose consigo. Diseñando su interior. Y en esos sueños la inspiran todo lo que ve, que no es poca cosa, y se palpitan más, acierta. Pero no fue fácil tomar la decisión, piensa en voz alta, arriesgarse, dejar de lado cuánto miedo aparece cuando la cuerda cincha fuerte para el lado de la meta tan anhelada, tan soñada y a la vez temida, de la independencia que no se ata a un salario nominal que paga un patrón o dueño de cualquier empresa, a marcar una tarjeta en un reloj con su nombre o el número de empleado que le toque o sencillamente dejar la huella de su pulgar, y se sujeta a órdenes que gusten o no deben cumplirse agachando la cabeza.

– Me daba miedo porque no tengo mano fácil para el dibujo ni tampoco hice bachillerato artístico– vuelve a soltar con la misma sonrisa espontánea pero ahora sutil, entre las palabras que quiero sacarle, y cuesta. Los cachetes se le ponen colorados como el tomate que acaba de comer. Pero a la hora de imaginarse en qué se veía, en su futuro, eso pasaba a un segundo plano. La práctica lo arreglaría. Entonces llegó el día en que no titubeó porque ya no existían dudas. La prueba de ingreso en el Centro de Diseño Industrial –ahora Escuela Universitaria Centro de Diseño– le llevó un mes. 30 días que le fascinaron y en los que se terminó de convencer.
Cuatro años más tarde, una noche de otoño un tanto fría, le aplastaron decenas de huevos en su pelo lacio y castaño oscuro y harina y yerba y polenta y engrudos que olían feo. A podrido. Ese día, para ella inolvidable –el 13 de mayo de 2014– no tanto por los huevos y la harina y la yerba y la polenta y los engrudos, Piru se recibía de Diseñadora Industrial. Y era como de no creer. La nena, la más chica de la familia que dudaba entre los números y las letras y el arte, creció e iba abriendo su camino con el telar. Un telar transportable, chico, plegable y en madera fue el producto que eligió para la tesis que le llevó días, semanas, meses, por ese tozudo y empecinado interés por una de las materias primas de excelencia que tiene Uruguay. 

Junto a su amiga Sofía (con quien realizó la tesis), emprendieron una investigación de la lana, los distintos productos para su uso y las técnicas tradicionales, que las fue  llevando al desarrollo de un telar que en nuestro país se ven pocos, asegura, y tiene un máximo de tejido de 30 cm de tafetán [un tipo de elaboración para trabajar el tejido, fuerte y resistente]. La lana es un material noble, ecológico, sustentable, biodegradable, “calentito” y de larga duración. Razones suficientes para que se inclinaran por ahí. En el medio de la investigación observaron que el 90% de la lana en nuestro país se usa para exportación y sólo un 10% para uso local. Entonces, argumenta Piru mientras mis ojos intentan seguir los movimientos de sus dedos largos y finos en el aire, “tenemos un material de excelencia y no lo explotamos”. Y encima “vivimos en una sociedad en que todo se consume y se tira”. Sus ojos color miel se agrandan como para  refutar su argumento. Todo se consume y se tira, repite casi indignada.  La lana, en cambio, se puede reciclar, los tejidos se pueden desarmar y volver a hacer, valora y convence a cualquiera que la escuche.

Con los pies puestos en la tierra, la tesis salvada, miles de ideas en la cabeza y el producto entre manos, a Piru le faltaba sólo concretar los diseños y darle forma a su proyecto. Un proyecto al que, además, había que encontrarle un nombre, identificarlo con una imagen, una marca, que no sólo la identificara a ella, sino que reflejara las propiedades del producto. Y buscó y buscó. Armó una lista en la que se desplegaron cientos de nombres de plantas, países, y cuánto se le ocurrió. Los combinó, los consultó, pidió opiniones. Es que Piru es de esas pibas que no se conforma con lo primero que sale. Es perfeccionista y estricta para consigo. Algo positivo para algunas cosas, reconoce, pero para otras, quizás, le  hace  perder tiempo en los procesos y la elaboración para llegar a un resultado final, piensa en voz alta con los ojos calvados en la mesa, primero, en algún punto del aire después. Y fue como armar un puzzle de 1200 piezas. Las letras quedaron unidas y la palabra le sonó. Y le copó. Jardana. “Todos simpatizaron con el nombre, y yo también”. Se ríe. La sonrisa de Piru es más grande que su rostro. Y Jardana eso que tanto soñó.
Pero la cosa no terminó ahí. Tenía que encontrar una tipografía y un símbolo que visualmente “pegara”, que se viera. Compró telas de todos los tamaños y colores y agujas y experimentó un montón de cosas para saber por dónde quería ir. Y piró.

– En esa búsqueda mamá y papá me trajeron unos sellos de madera de la India para estampar telas. Y era como darle una estampa. Y empecé a buscar tipografías más artesanales. Quería que el nombre se viera claramente.

Entonces el sello quedó bien artesanal como los propios productos que ella diseña en ese proceso que fue puramente personal. Eso es Jardana: una transición en el que Piru se planteó poder desarrollar su pasión. Sacar a la luz lo que lleva adentro, lo que es. Y ahora lo mira, le cae la ficha, y piensa en todas las situaciones y desafíos que atravesó –desde bajar a tierra las ideas, diseñarlas, conseguir el material, contactarse con gente, trasladarse a cientos de lugares, conocer– para llegar a los resultados que están a la vista. Y le llena el alma. Y los ojos le brillan cuando lo dice: “Lo que más me llena es ver lo que se logra, ver el producto terminado, y sobre todo, el proceso que lleva hacer ese producto”.

Piru hace enfásis en ese punto, en ese viaje en el que no estuvo ni está sola. Es que las mantas, los manteles, los centros de mesa, los ponchos, tienen miles de historias, tienen tensiones. Historias y tensiones de 10 mujeres artesanas, maragatas y floridenses, que tejen casi como respiran, que aceptaron su emprendimiento, le siguieron  la cabeza y se colgaron casi o, incluso, más que ella después que Piru googleó y googleó, levantó el tubo de línea, apoyó el índice derecho en los números de la pantalla táctil de su Samsung para hablar con alguien de un Municipio en algún departamento, incluso al Correo y preguntaba si conocían a alguien que tejiera, y en esas se colgaba charlando y le decían ‘mira no conozco a nadie, pero sé que fulanita sí’, entonces le pasaban un número y otro y otro. Y eso también le fascinó. El trato con la gente del interior, la amabilidad que los caracteriza, dice. Y así fue dando con un montón de tejedoras, por las que también tuvo que optar –otro desafío, dice– y  con las que hizo una especie de gran ovillo para emprender cuanto producto tenía en mente.

Piru se detiene de nuevo en ese detalle de que en este viaje, en el que al principio se sintió como en el medio de una nube, no está sola. Y ahí la detengo para que especifique cómo es eso de sentirse en el medio de una nube.
– Es que yo salí sin nada. Tenía que buscar fábricas que acá en Uruguay es muy complicado porque con la crisis de 2002 cerraron pila y, además, conseguir un buen precio, la confianza que depositas en las tejedoras. Es un proceso un poco riesgoso, en el que tuve varias reuniones para que ellas me mostraran sus productos, cuánto tiempo les llevaba trabajarlo y contaran sus experiencias como tejedoras.

No es moco de pavo. Había que coordinar intereses, inquietudes de ambos lados, costumbres de trabajar un material y con ciertas herramientas. Y en ese trabajo Piru se encontró con una calidez en el trato que por eso se detiene en detallarlo. Y lo repite. Como un punto de lana que ella misma empieza y las demás la siguen. Ella propone, pero “ellas son las que las tejen”, recalca. Entonces “es ver juntas las técnicas, ver juntas si conviene hacer una cosa u otra”. Y es eso lo que a Piru la enriquece “pila”. Piru se empecina en dejar claro que más allá de que Jardana es un reflejo de lo que ella es, es el proceso del trabajo de todas las que se embarcaron en ese emprendimiento, es el reflejo de la personalidad de las manos de esas mujeres que están detrás, meta aguja y lana.

En ese proceso, como en todos, surgen las imperfecciones, los desafíos que llevan a miles de aprendizajes en donde “hay momentos que se teje con una tensión, después con otra, que es propio del estado de un persona, y a veces  de repente estás tejiendo y te queda mal un punto”. “Es entender que eso es parte de ese producto, de su proceso de elaboración”, sigue. Y si la manta, por ejemplo, “quedó como ‘trancada’ y no está bien terminada se desarma, porque ese punto mal hecho es parte del proceso de elaboración y es parte de cómo somos nosotros”. A eso se refiere Piru cuando habla de la perfección y la imperfección, “de asumir que cada ser humano tiene sus defectos”. Y ese trabajo, para nada rutinario y entre lana y lana, Piru y las tejedoras prueban todo el tiempo. Discuten, opinan, intercambian ideas. Porque si bien ella es la que diseña, también suplica, exige que ellas le tiren ideas. Piru no se queda quieta, le gusta aprender todo el tiempo, especialmente de quienes llevan años en un viaje que ella viene soñando hace tiempo. Las tejedoras son quienes hacen el trabajo, dice Piru de nuevo. Esas mujeres a las que no les conozco el rostro pero sí su trabajo. Y me quedan rondando en la cabeza. Esa es otra historia.

Piru se prueba uno de los sweater diseñados por ella.

Cubre cama y cubre sofá.

Jardana:
https://www.facebook.com/JardanaUruguay/




viernes, 4 de noviembre de 2016

Aquello que él no pensaba que fuera a ocurrir

Un disparate. Así consideró Leonardo Padura, el reconocimiento que lo declaró como Ciudadano Ilustre. “Jamás pensé que iba a estar sentado acá y mucho menos que iba a recibir semejante reconocimiento”, confesó. “Uno no escribe para ganar estos premios, sino para ser mejor escritor, pero quiero que sepan que éste es uno de los premios más importantes que he recibido y recibiré”.
Agradeció a las autoridades, ya todos los presentes, pero principalmente a quienes lo pararon en el hall del edificio, a la entrada, para hacerle saber que eran sus lectores. Es que sin ellos “esto no sería posible”. Tampoco pensó que se iba a quedar casi trancado en el ascensor de la Intendencia, rodeado de siete mujeres, dos de ellas con llos libros de él en mano, al subir al segundo piso del palacio, a la Sala de los Acuerdos, donde el intendente Daniel Martínez le entregó la medalla, previo a firmar autógrafos en decenas de sus libros que han sido traducido a 22 idiomas: Adiós, Hemingway, Aquello estaba deseando ocurrir, La cola de la serpiente, Pasado perfecto.

Aterrizó en Montevideo, esta ciudad que tanto se asemeja a Cuba, dijo, donde anoche [por el miércoles], en un boliche, los uruguayos se preguntaban por qué en la televisión había un partido de beisbol y no de fútbol. Es que Leonardo lo había pedido. El escritor cubano, que nació en 1955 en Mantilla, un barrio periférico de Cuba, recalcó, dará una charla hoy en la Biblioteca Nacional. Leer a Padura es pasear por las calles de ese país latinoamericano tan conquistador, algo que cualquier lector puede imaginarse de antemano, pero para él nada de aquello había pensado que iba a ocurrir.

Leonardo Padura, ayer, en la Intendencia de Montevideo. 


jueves, 3 de noviembre de 2016

Por todos nuestros muertos


“…Ahora la veo y pienso
que no hay nada que salvar,
no hay nada, no hay nada…”

Eduardo Darnauchans

El silencio sería perturbador si no fuera por el viento que no da tregua y el canto de los pájaros. Está gris. Bien gris. Un gato negro de ojos verdes y grandes, descansa en el sillón de entrada y observa atentamente a todo el que entra y atraviesa la puerta del Cementerio Central donde descansan los muertos. China, la de la televisión y el teatro, Mario, el que nos dejó poemas, cuentos y novelas, Jorge, el que murió hace apenas unos días y resultó, según unos pocos, uno de los mejores presidentes que tuvo el país, el Coronel, el agente, los alumnos, Fernando, Pilar, José, Javier, Arsenio, Beatriz, Casimiro, Mirta, Merceditas y millones de nombres, estampados en las tumbas, conocidos sólo para sus familias. Y miles de familias que también tienen sus tumbas: Tort, De Márquez, Sánchez y Sánches, García, Dolores. Dolores. Todos esos muertos. Miles de muertos. Millones de muertos.

Algunas flores reviven en este Día de los Difuntos. Los muertos también tienen su día, aunque no se enteren. O sí, porque antes de morirnos, todos sabemos que el 2 de noviembre, seguro, alguien nos llevará flores. O no. Porque son muchos los que no pisan un cementerio ni por jodete. Para qué revivir esa muerte, ese dolor, esa ausencia, aquel velorio, aquella sepultura y tanto llanto y abrazo de consuelo. La muerte lisa y llana. Y en eso pienso cuando me cruzo con un gato amarillo que husmea y mea entre las tumbas y me topo contra la de Benedetti  que en su homenaje dice que hay “defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas…”, y los visitantes son pocos, poquísimos, en ese inmenso terreno lleno de cruces, cipreses, panteones de todo tipo, color y forma, placas, ángeles, Jesucristos, macetas de mármol, palomas y gatos, rosas y claveles de todos los colores, flores artificiales, muertas como sus muertos, flores naturales que simbolizan la vida pero el tiempo las marchita y las deja casi muertas como sus muertos. Tela arañas que dan cuenta del tiempo en que en esos huesos están deshuesados, desintegrados, sin vida hace quién sabe cuántos años. Los años que ayudan a quienes quedan en vida, a olvidar –aunque sea un poco– el dolor de esa ausencia, de ese muerto al que se le rinde homenaje cuando viene a la memoria y el recuerdo revive. Y miles de tumbas que hacen diferencia de clases entre los muertos. “…Los Epson, los Moore o los Hughes pueden tener las tumbas más costosas o estar enterrados en un pedazo modesto de tierra, lo mismo para los Rodríguez, los Pérez o los Fernández. Eso habla de buen acierto social post mortem: en este país ha importado el apellido, es claro, pero finalmente será la plata la que te dará la mejor tumba… y eso nos recuerda que la muerte también es un negocio: “Administración, información, ventas”, decía Apegé*. La muerte es un negocio. Un negocio. Y que importa la tumba si el muerto está muerto. Qué importa. Que importa la flor si el muerto no la ve, no la toca, no la siente, no la olfatea. Que importa. Al salir me cruzo con una placa: Familia Paz. Las flores rojas reviven esa tumba como el canto de los pájaros. Lo único vivo allí. Y esas tumbas que por más mármol que contengan en algún momento nos esperan. A todos, aunque no se esté preparado para ello. Nadie se salva de esa. Nadie. Y es que “después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, escribió Mario en algún momento. Y todos nos quedamos con esas almas que ya no están. O están en el cielo, en algún lugar. O en otra alma, que ya no se puede salvar. 


Cementerio Central, ayer, en el Día de los Difuntos. Montevideo, 2016.
Cementerio Central, ayer, en el Día de los Difuntos. Montevideo, 2016.











miércoles, 2 de noviembre de 2016

Contra los brujos que tienen el poder

Las vitrinas de muchos comercios lucían calaveras y arañas y máscaras, y las bolsas con caramelos para regalarle a los niños que salen con sus calabazas, ya estaban prontas. Era Halloween, la ahora, popular fiesta yanqui, que muchos uruguayos adoptaron y en la que los supermercados facturan como locos, mientras miles de empleados cobran un poco más de lo que sale alquilar un monoambiente o con suerte un apartamento con un dormitorio, que al sumarle los servicios básicos que cualquier persona necesita para vivir: luz, agua, teléfono, transporte, nos pasamos de la raya y esos salarios ya quedan cortos, cortísimos y ahorcan hasta quien  no tiene ni siquiera un hijo. Y eso siempre fue así. Desde hace años los empleados de supermercados, integrantes de FUECYS [Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios], vienen luchando contra sueldos miserables. El lunes, bajo la consigna “No queremos golosinas, queremos salarios dignos”, se manifestaron decenas, cientos de empleados frente a la Dirección Nacional de Trabajo, y en grandes centros comerciales, los shopping, que tienen una (o más, en algunos casos) gran cadena de supermercados. Los clientes que paseaban por Montevideo Shopping el lunes, se toparon con una situación atípica: en la puerta de acceso a Tienda Inglesa, decenas de empleados hicieron su propio ruido para no seguir cagándose de hambre mientras los dueños y jefes con autoridad sigan haciendo millonarios.