sábado, 28 de abril de 2018

Otra vez la muerte

Ella, la muerte, deambula, nos irrumpe en una fecha y nos recuerda. Un ser amado, su imagen (con la que nos quedamos de nuestro muerto) y nos lleva a una canción, un poema, una palabra, un hecho, un instante, una fotografía, un libro, un aroma, una caricia, una mirada, algo, mientras sus cuerpos y sus huesos se van desintegrando en la tumba y las almas viajan hacia algún lugar. Y es que  “De nuevo está la muerte rondando… “, escribía Idea en su poema De nuevo

Yo iba en un bondi hacia algún lugar que no recuerdo, en ese trayecto en que se abandona la Ciudad Vieja y el ómnibus –que bien podía ser un 121 o un 116– dobló en la plaza independencia hasta San José  y  siguió. Era miércoles 28 de abril de 2009, y estaba gris, como de costumbre esta ciudad. Yo leía algo que mi memoria tampoco recuerda  –un libro, supongo– cuando la voz de un locutor de alguna radio me sacó de las letras para decirme que ella había muerto. Eso sí lo recuerdo.

Cementerio Central. Montevideo. 2015. 

jueves, 26 de abril de 2018

domingo, 22 de abril de 2018

miércoles, 18 de abril de 2018

Abriles


"Parado sobre Agraciada, con 19 de Abril a sus pies, 
uno no puede más que asomarse, en primera instancia, 
de las narices y por los ojos, a una dimensión aristocrática de Montevideo. 
Sobre 19 de Abril hay mucho dinero, claro, pero está asociado 
a un gusto cultivado por décadas, bien distinto 
del que produce esas casas de riqueza petulante, excesiva, 
la verdadera decadencia terraja de los ricos carrasquenses. 
Acá las casas también valen fortunas, pero se salvan un poco 
del enunciado que alienta toda lucha de clases, 
gracias a la convicción de su estilo, a su arte".

Apegé*


Calle 19 de Abril, Prado. Montevideo. Abril, 2018.



*Ciudad Ocre. "(No) es otro país". la diaria, pág.7; set., 2014. 

domingo, 15 de abril de 2018

El viaje más alocado


Veinte horas. Ni un minuto más, ni uno menos. Un bondi de Cutcsa, de los que circulaban por los ochenta (y antes también), con el número 2018 arriba a la izquierda, estaciona en la calle Buenos Aires, sobre el cordón de la explanada del Teatro Solís donde un flaco de camisa a cuadros, diez minutos antes, te pregunta el nombre y mira su lista de un papel blanco y chiquito. Es que ahí tenés que estar vos o el nombre de tu acompañante o el que hizo la reserva por teléfono para no quedar afuera. Los asientos son pocos. Menos de los que tiene el bondi en realidad, porque hay pasajeros que tienen su lugar asegurado, siempre. Entonces el señor de camisa a cuadros te da un papel más chiquito de color naranja a cambio de un par de billetes que le das–ahí es cuando viene la peor parte– que cinco minutos después, arriba del 2018, mostrás y canjeás por un boleto.




Un boleto que tiene el logo de Cutcsa en blanco y negro, cinco números, también en blanco y negro, el dibujito de un bondi debajo del todo y $24, aunque sabes que hoy con esa guita no vas a ningún lado. El boleto que el guarda, de camisa a rayas y el logo de Cutcsa a la altura del corazón, corta de una boletera larga y redonda, como las de antes, cuando son las veinte y cinco minutos y ya no hay asiento libre. El tipo, muy serio él, se para frente a todos prendido del barrote de arriba que brilla, aunque es viejísimo, y pega un grito con la voz como de un paisano que a los de adelante les hace llevarse las manos a las orejas o subir los hombros hasta el cuello y bajar la cabeza como gurí cagado o como cuando uno se agacha para que algo no le pegue o no le caiga encima. Ahí te das cuenta que el guarda es uno de los que te va hacer cagar de la risa, aunque él no se ríe ni por jodete. Les ves los dientes sólo cuando pasa de un lado a otro el escarbadiente que lleva pegado a los labios durante más de una hora. ¡Me apagan los aparatos!, grita con la mirada endemoniada y zarandeando la boletera. Porque si no, no hay tu tía, ni paseo. Ése que arranca en donde termina Buenos Aires, y enseguida, en la Torre Ejecutiva, dobla para seguir por San José hasta Ejido apenas una cuadra porque en el semáforo dobla de nuevo, esta vez a la derecha, para agarrar la avenida principal hasta una calle que a esa altura no sabes cuál es porque tenés que estar atento a lo que pasa arriba del bondi en ese diálogo que tienen los pasajeros –en el que de a poco (y a veces sin imaginarlo), te vas dando cuenta que muchos son truchos– y cada tanto incluso dos o tres hablan al mismo tiempo. Entonces si te perdés de una, le pifiás al hilo de los monólogos y la charla que te revela que, en verdad, son varias las historias, en la que se dan discusiones: entre el milico y el profe, la vieja y el guarda la coqueta veterana seducida por el guarda, que dos por tres descoloca a más de un pasajero cuando lo mira, le encaja una como sacada de una galera como una mago y lo hace reír a él, a la mina que tiene al lado, a la de atrás, a la del costado, a la de más atrás y al flaco que está en el fondo, contra la ventana. Entonces las carcajadas se dispersan en ese trayecto del que muchos no conocen recorrido.



Y de pronto el bondi se detiene para levantar a otro pasajero, que tampoco es pasajero, te cae la ficha después. Y es que todo ahí arriba es como una cajita de sorpresas, independientemente de que te guste o no la sorpresa. Y cuando ya pasaron quince minutos, intentas calcular, miras para afuera de nuevo y te percatás que dejaste el centro, cruzaste el Cordón y ya estás en Palermo, sin saber si quiera si cruzaste alguna parte del Barrio Sur, y ya van por Gonzalo Ramírez a la altura de las facultades de economía y comunicación, que ahora están frente por frente, cuando del fondo aparece un veterano que estaba escondido y bien calladito y suelta un vozarrón caminando por el pasillo del bondi como un borracho. Se para frente a todos y de espaldas al chofer que no pincha ni corta, dice otra de esas estupideces que les hace soltar la risa otra vez, a más de uno, aunque a vos no te duele la panza de tanto reírte, al menos por ahora, como a la rubia de pelo largo que pasa los cuarenta y está con el marido. En esas miras para todos lados porque hace media hora que estás arriba del 2018, aunque suena a destartalado el armatoste, y ya no sabes quién es quién. Sólo que vos sí sos un espectador y pasajero al fin.  Pero la cosa no termina ahí. Es que cuando llegás a esa cuadra que es empinada, Pablo de María corroboras después, el bondi se detiene. Y vos que no entendés nada o de repente se te cruza por la mente que ahí es el destino, ese señor de camisa a rayas y el logo de Cutcsa a la altura del corazón, muy serio él, te dice, ahora ya sin la boletera en la mano, que el coche, viejo y añoso tiene que hacer una parada y te obliga a bajar para que te des de lleno con una casona chiquita que de afuera parece muy coqueta, pero cuando vas entrando no sabes si reírte o llorar, por ese pasillo finito y las luces de todos colores y fotos de minas como las que posan en los almanaques de los talleres de miles de mecánicos, con una vestimenta muy sutil. Y cuando avanzas unos pocos pasos hacia adelante te enterás que estás en la Boca del Lobo, y ahí sí no sabes si seguir o salir rajando, porque el escenario es otro. Ése en donde un morocho de pantalones blancos y saco azul largo y brilloso al estilo Ricky Maravilla, de sombrero negro, lentes oscuros y un anillo de piedra grande en el mismo anular con el que agarra el micrófono, canta una cumbia que te tienta a rajar pero no podés porque ahí ningún nadie, absolutamente nadie, se salva de zarandear la cadera. Es que si no te agarra el guarda para bailar, lo hace el viejo borracho o el militar, o incluso, la veterana más veterana del bondi que hasta se termina desmayando de tantas historias de amor y desamor, y desencuentros y engaños y miles de disparates que se van desarrollando entre diálogos y discusiones y monólogos y peleas que te hacen largar la carcajada de nuevo, ahora sí, agarrándote la panza porque no podés creer que vos estás ahí viendo todo aquello tan ilusorio y tan real al mismo tiempo, y por momentos hasta violento. Entonces no sabes si sorprenderte, si bailar, si llorar o mearte de la risa en esa obra de teatro sobre ruedas que va por su temporada veintisiete y fue declarada de "interés turístico" por el Ministerio de Turismo y Deporte. La mismísima que vos hacía meses, o mejor años, sacas la cuenta, querías ver y dieron por llamar Barro Negro.



viernes, 13 de abril de 2018

jueves, 12 de abril de 2018

miércoles, 11 de abril de 2018

miércoles, 4 de abril de 2018

lunes, 2 de abril de 2018

Otra vez la muerte


Un día fue Mili. Otro María Esther. Otro Nelly.
 la muerte se sigue llevando mujeres por tanta violencia de género.

Av. 18 de Julio. Montevideo. 8 de Marzo, 2018.