Hace 14 años que Lucía se para frente a 30, 35,
40 niños y niñas –depende el año, depende la clase, depende la escuela– y les
enseña. A escribir, a restar, a sumar, a multiplicar, a dividir, a leer. Cada
tanto les da la espalda, sólo para trazar con tiza blanca lo que su voz explicó
con palabras. Para que a aquellas palabras no se las lleve el viento y los
pequeños de blanco y moña azul transcriban, lápiz en mano, en sus cuadernos (a veces
a con una raya, a veces con dos) lo que el pizarrón muestra. Útiles que a la
mayoría se los ofrece la propia escuela. Una de Villa García, en el algún kilómetro
de la ruta 8. De contexto crítico. En esas que muchas veces debe dedicarle
tiempo a los padres después del timbre de salida, y lidiar con ellos, hasta
negociar, para que dos por tres los niños no falten por dedicarse a juntar
basura en un carro, revolver los contenedores del barrio o las zonas aledañas, o
reciclar o quedarse en la casa cuidando al hermano chico. Lucía lidia con esos
niños que cada tanto se les escapa un lagrimón porque el papá le pegó a la mamá
que dos por tres, también, se la agarra con la maestra y la golpea porque no le
gustó la nota que le puso al hijo en el deber del día anterior.
La enseñanza la lleva en el alma. El amor por
esos niños en el corazón. La carga
afectiva, la acompaña a su casa. Cómo olvidar u obviar ese problemón de tantos ojos,
pequeños ojos, que al día siguiente la enfrentarán.
Hace unos años Lucía trabajaba en otra escuela. En
una “normal”, quizás con menos problemas. Pero los tiempos no dieron. Las horas
de traslado y las de fuera de las aulas (en su casa) de tareas de planificación
y corrección y su familia le hicieron optar por una. La de Villa García. Eso
castigó su bolsillo. Sus necesidades quedaron como un cuello con una soga. Aunque
seguía luchando por su sueño: la casa propia. Así que debió buscar otra
alternativa.
De lunes a viernes, Lucía va a la escuela. Da
clases de matemática, lectura... Educa sobre valores, los que muchos de sus
alumnos no conocen porque las familias tampoco saben de ello. Los fines de semana,
Lucía también da clases. De acrobacia aérea, de arte circense. El que desarrolla
en eventos y cumpleaños infantiles que la salvan a fin de mes.
Una vez, el sueño pareció llegar. Lucía quiso
comprarse la casa. Pero las
circunstancias de su trabajo le pincharon el globo. Es que el préstamo que le
daban por ser maestra en el Banco República y en el Banco Hipotecario, no le
alcanzaba para comprar una casa “digna”. Todo eso me contó.
A Lucía la conocí un mediodía de julio de 2013.
En los alrededores del Palacio Legislativo. Mientras miles de maestras reclamaban
a gritos “salarios dignos” con pitos y pancartas, Lucía lo hacía en el medio de
la Av. Libertador de espaldas al majestuoso edificio –de cámaras de senadores y
diputados y salón de pasos perdidos donde muchachos de moñitas más pequeñas
cobran platales por servir café– con clavas y pelotitas de colores y la cara
pintada. Y la túnica. Su túnica tenía letras escritas como las que ella hace en
el pizarrón cuando le enseña a sus alumnos. Decía en mayúscula imprenta y legible
a más de una cuadra: “Salario docente, vergüenza nacional”.
Como un deja
vu, dos años después, los salones vuelven a estar vacíos, los pizarrones (seguro)
y las pancartas protestan por el 6% del PBI que parece cosa de mandinga, las
fachadas de escuelas y liceos y facultades se adornan de más pancartas, las
túnicas cuelgan de las rejas recordando que “la escuela es pública” y por tanto
“de todos”; 18 de julio arde de tantos pies que la pisan y voces que la aturden
clamando una mejor educación y sueldos decentes; los políticos cinchan las
orejas con la esencialidad mientras parte de la sociedad se queja porque la
educación es puro paro y hay gente que gana menos; los maestros y profesores
discuten si aceptan o no las propuestas salariales y los niños… Los niños y
adolescentes esperan a abrir los cuadernos y seguir aprendiendo, aunque algunos
festejan que la lista de faltas esté inactiva. Y Lucía sigue malabareando entre
el circo y la educación. Y su casa propia.
Manifestación de
maestros en el Palacio Legislativo. Agosto, 2015.
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