martes, 1 de septiembre de 2015

Malabares

Hace 14 años que Lucía se para frente a 30, 35, 40 niños y niñas –depende el año, depende la clase, depende la escuela– y les enseña. A escribir, a restar, a sumar, a multiplicar, a dividir, a leer. Cada tanto les da la espalda, sólo para trazar con tiza blanca lo que su voz explicó con palabras. Para que a aquellas palabras no se las lleve el viento y los pequeños de blanco y moña azul transcriban, lápiz en mano, en sus cuadernos (a veces a con una raya, a veces con dos) lo que el pizarrón muestra. Útiles que a la mayoría se los ofrece la propia escuela. Una de Villa García, en el algún kilómetro de la ruta 8. De contexto crítico. En esas que muchas veces debe dedicarle tiempo a los padres después del timbre de salida, y lidiar con ellos, hasta negociar, para que dos por tres los niños no falten por dedicarse a juntar basura en un carro, revolver los contenedores del barrio o las zonas aledañas, o reciclar o quedarse en la casa cuidando al hermano chico. Lucía lidia con esos niños que cada tanto se les escapa un lagrimón porque el papá le pegó a la mamá que dos por tres, también, se la agarra con la maestra y la golpea porque no le gustó la nota que le puso al hijo en el deber del día anterior.

La enseñanza la lleva en el alma. El amor por esos niños en el corazón.  La carga afectiva, la acompaña a su casa. Cómo olvidar u obviar ese problemón de tantos ojos, pequeños ojos, que al día siguiente la enfrentarán.
Hace unos años Lucía trabajaba en otra escuela. En una “normal”, quizás con menos problemas. Pero los tiempos no dieron. Las horas de traslado y las de fuera de las aulas (en su casa) de tareas de planificación y corrección y su familia le hicieron optar por una. La de Villa García. Eso castigó su bolsillo. Sus necesidades quedaron como un cuello con una soga. Aunque seguía luchando por su sueño: la casa propia. Así que debió buscar otra alternativa.
De lunes a viernes, Lucía va a la escuela. Da clases de matemática, lectura... Educa sobre valores, los que muchos de sus alumnos no conocen porque las familias tampoco saben de ello. Los fines de semana, Lucía también da clases. De acrobacia aérea, de arte circense. El que desarrolla en eventos y cumpleaños infantiles que la salvan a fin de mes.

Una vez, el sueño pareció llegar. Lucía quiso comprarse la casa. Pero  las circunstancias de su trabajo le pincharon el globo. Es que el préstamo que le daban por ser maestra en el Banco República y en el Banco Hipotecario, no le alcanzaba para comprar una casa “digna”. Todo eso me contó.
A Lucía la conocí un mediodía de julio de 2013. En los alrededores del Palacio Legislativo. Mientras miles de maestras reclamaban a gritos “salarios dignos” con pitos y pancartas, Lucía lo hacía en el medio de la Av. Libertador de espaldas al majestuoso edificio –de cámaras de senadores y diputados y salón de pasos perdidos donde muchachos de moñitas más pequeñas cobran platales por servir café– con clavas y pelotitas de colores y la cara pintada. Y la túnica. Su túnica tenía letras escritas como las que ella hace en el pizarrón cuando le enseña a sus alumnos. Decía en mayúscula imprenta y legible a más de una cuadra: “Salario docente, vergüenza nacional”.

Como un deja vu, dos años después, los salones vuelven a estar vacíos, los pizarrones (seguro) y las pancartas protestan por el 6% del PBI que parece cosa de mandinga, las fachadas de escuelas y liceos y facultades se adornan de más pancartas, las túnicas cuelgan de las rejas recordando que “la escuela es pública” y por tanto “de todos”; 18 de julio arde de tantos pies que la pisan y voces que la aturden clamando una mejor educación y sueldos decentes; los políticos cinchan las orejas con la esencialidad mientras parte de la sociedad se queja porque la educación es puro paro y hay gente que gana menos; los maestros y profesores discuten si aceptan o no las propuestas salariales y los niños… Los niños y adolescentes esperan a abrir los cuadernos y seguir aprendiendo, aunque algunos festejan que la lista de faltas esté inactiva. Y Lucía sigue malabareando entre el circo y la educación. Y su casa propia.  

Manifestación de maestros en el Palacio Legislativo. Agosto, 2015.


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