Te despertás con el piyama pegado
al cuerpo y el agua chorreando. El mediodía recién comienza. Sabes que el calor
va a llegar a más porque los pronósticos lo anuncian. Te vas sonámbula al baño
a meterte debajo de la ducha, fría, helada. Cuando empezás a despertarte y a
tomar conciencia de que es domingo, planificás esas horas libres que esperaste
la semana entera. Podes seguir
durmiendo, ahora con el ventilador de frente, hasta que el aire se re caliente
y el calor, otra vez, te despierte, a media tarde y de nuevo la ducha, pero
pasarte (y perderte) el día durmiendo no te convence. Podes sumergirte en esa
novela de ochocientas páginas que te atrapa y empezaste hace una par de
semanas, pero sabes que en la primera hoja o la segunda a más tardar –sino en
el primer párrafo– cerrarás los ojos y te desvanecerás. Es que apenas dormiste
cinco horas, y ahí le vas a dar chance al sueño. Pero no, mucho menos con ese
sol y las sensaciones agobiantes de más de treinta, pensás cuando el agua fría
te da en la espalda, y se te cruza por la mente que un buen zambullido en el
mar es una buena opción, sino la mejor para este día sin horarios, en el
instante que tu amiga, la que se siente bien uruguaya aunque es paraguaya, y
hace días no ves, te dice por mensaje que también tiene libre y ahora, justo
ahora, anda en la vuelta con la maya encima. Entonces, te resuelve ese asunto
al que venías dándole tuerca y te encajas la tuya de dos piezas, calentás el
agua para el mate de la tarde y le metes algo al estómago (lo que venga y
conserve la heladera), aunque sea para engañarlo, porque en cuestión de diez
minutos ella llegará para tomarse ese bondi que las deja en el destino donde la
ciudad parece otra, y atraviesan médanos para llegar a esa playa donde hay
menos gente, o al menos pareciera por la amplitud que presenta, y el mar, sin
duda es más potable, van diciendo en el viaje cuando las dos se pasan la mano,
ella por la frente, vos por la panza, por el agua que les chorrea (¡otra vez el
agua te chorrea!). Qué calor, maldicen al unísono a la altura en que el bondi
se llenó de cuerpos que también visten mayas y cargan con mochilas y sombrillas
y sillas reposeras como la tuya, que hace reír a la paraguaya-uruguaya porque
ni en pedo carga con una de esas, si la arena fina no le molesta y hasta la
prefiere, al contrario que a vos que te fastidia que se te pegue al cuerpo,
decis cuando caen en la cuenta que todos en ese bondi tienen el mismo destino,
en esa playa en la que descargaste la mochila, la reposera, la solera, el reloj
y los lentes para salir corriendo (como si alguien las siguiera) y darte el
zambullido que imaginaste en la ducha. ¡Al fin ese baño fresco!, te sale en voz
alta en el medio del mar llano y sin olas, tiempo antes de que la sensación
dejara de ser insoportable a pesar de la ausencia de una brisa en este día en
que la lluvia ni se asoma, aseguran ambas cuando las nubes van y vienen en el
cielo que ahora está amarillo y naranja y rojo, entre el mar y esos aires que
te adoran, sobre todo cuando es domingo. Y atardece.
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