En 1963 Betty Friedan
revolucionó la cabeza de cientos o miles de mujeres que aceptaban, sumisas y
obedientes, la sociedad que se imponía hasta (y por ese) entonces. Esa en que
la mujer sólo se sentía realizada en su rol de esposa, madre y ama de casa. Con
La mística de la feminidad, Friedan despertó
sensaciones femeninas que se rebelaron contra todo ello y comprendieron que el
fracaso y los miedos y la angustia y la culpa y las desventajas no provenían de
sus propias ineptitudes sino de la misma socialización. Y que también tenían
derechos. Derecho a ser libre, a trabajar, a estar en igualdad con los hombres, a votar, a pensar,
a ser comprendida, a sentir, a decir, a
gritar, a hacer de su cuerpo lo que le dé la gana, a ser fuerte, reconocida
y valorada, no sólo como esposas, madres
y amas de casa, sino y sobre todo, como personas, como mujeres, como profesionales.
Entonces “se distorsionaron esos valores reales que las mujeres están ahora
asumiendo, con un renovado poder y entusiasmo, tanto en el ámbito privado del
hogar como en la sociedad en general. Y con ello están cambiando las
dimensiones política y personal del matrimonio, la familia y la sociedad que
comparten con los varones”. Y dijo
Friedan: “¿Quién sabe lo que las mujeres podrán llegar a ser cuando,
finalmente, sean libres de ellas mismas?”. Y entonces el espíritu femenino ya
es otro. Y en esa revolución estamos.
Marcha por el Día Internacional
de la Mujer.
Lugo, Galicia. España. Marzo, 2019.
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