Las campanas anuncian el
entroido. Las docenas que cuelgan de diez, once, doce, cinturas masculinas,
pero también de niños y niñas. Alcanza con que esos cuerpos que visten trajes,
rojo y amarillo, y pañuelos de muchos colores en la espalda, se muevan apenas
para que las campanillas suenen al compás y al unísono. Son los volantes, el
personaje de ese entroido tradicional que reúne a los poquísimos pueblerinos
que habitan Santiago da Riba en Chantada, Lugo. Y por eso a cualquier que los
visita lo hacen sentir como en familia.
Al volante, lo escuda el peliqueiro o maragato. El personaje malvado y
peligroso por la vara que usa para defenderlo, y asusta de cerca con la máscara
de piel que esconce su rostro y a primera vista o de muy cerca impresiona como
un monstruo de ficción.
Después de saltar y correr y
girar y hacer resonar las campanas, los volantes salen del escenario, en fila y
rumbo al pueblo en busca de los otros. Los que se visten con ropajes diferentes
pero más comunes, y hasta en paños menores, según la teatralización que
satiriza el trabajo y el oficio de los chantadinos, el quehacer cotidiano, las
costumbres. Ahí es cuando se desparraman risas que se hacen carcajadas por la
broma, la burla que se adueña de todo carnaval y que Chantada cierra con la
fariña (harina) encima de todo cuerpo que no se aleja del escenario. Y es que
más allá de ese espacio, uno no tiene por donde salir corriendo. El terreno es
reducido, entonces no hay cómo zafar de la fariña. Y otra vez, el entroito
vomita risas.
Carnaval de Santiago da Riba, Chantada. Lugo, Galicia.
España. Marzo, 2019.
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