El
ómnibus nos dejó en la ruta. Todos son con números pero éste tenía una G y el
viaje terminaba en Ciudad Vieja, el barrio más viejo de Montevideo y donde
está el mar, me contó mamá. Nosotros nos bajamos en Colón. Es lindo Colón. Tiene
comercios y una plaza grande con juegos. Una de las veces que fuimos a visitar
a Ali, mi hermana, me hamaque tanto ahí que me dolió el cuello de mirar el
cielo. Ella tiene 22 años. Vive con mujeres de su edad y más grandes en un
edificio muy muy grande que se llama cárcel. Para llegar caminamos como un
kilometro. Por suerte no llovía ni hacía frío. Parecía verano. El cielo estaba
limpito, sin nubes y el sol me hacia cerrar los ojos sin mirarlo.
Eran
como las once. Había más niños. Algunos llegaban en taxi con sus mamás o sus
abuelas porque parecían más viejas. Yo anduve una sola vez en taxi. Muchos se
sentaban en el piso y jugaban con piedritas. Otros como yo esperaban en la cola
para entrar. Era muy larga. Llegaba hasta la calle. Mientras, miraba las
ventanas con esos fierros gruesos y negros y con globos de todos colores y
guirnaldas como en un cumpleaños. Las presas miraban para afuera y saludaban
con la mano. Así le llaman a las que viven en la cárcel. Entonces trataba de
ver a mi hermana. No la vi pero escuchaba cómo gritaban. Creo que de contentas
porque éramos muchos niños ese domingo. Nunca vamos los domingos. Sólo los viernes
y sábados. Ése fuimos porque era nuestro día, el del Niño. Yo ya estoy un poco
grande, tengo diez años, igual mamá me hace regalos cuando puede, cuando la
plata le alcanza. A veces no tiene.
A la entrada los hombres y mujeres de azul que se
llaman todos policías, nos hicieron pasar por un aparato. A algunas personas cuando
pasaban les sonaba el cinturón o el reloj, pero a nosotros no porque no tenemos
nada de eso. A mamá le sacaron la bolsa de galletitas, la abrieron y las pasaron
a otra bolsa transparente. Por suerte se la devolvieron porque era lo único que
le llevábamos a mi hermana. Yo tuve miedo que se la quedaran. A la cárcel no se
entra a sí no más como perico por su casa como dice mi tía. Yo ya estoy
acostumbrado pero una nena me contó que era la primera vez que iba. Estaba como
asustada. Lo que pasa que ese lugar no es muy lindo y hay olores muy fuertes
allí.
Después unos chicos de celeste que trabajan ahí y
son más buenos, nos regalaron golosinas. A los niños les pintaban las caras y a
los adultos también. Le decían feliz día porque todos tienen un niño adentro, decían.
Y que no perdieran el espíritu. No sé qué significa eso pero no pregunté ni me
pinté porque estaba loco por ver a Ali y todavía faltaba subir los escalones
que son muchos porque entre un piso y otro hay más de una escalera.
Y
por fin la vi. Me dio terrible abrazo. Le tuve que avisar que me dolía el cuerpo
de tanto que me apretaba. Ella estaba feliz de vernos a mí y mis hermanitos. Y
yo también. A veces no podemos visitarla porque mamá no tiene para el boleto y caminado
es muy lejos. Demoraríamos días en llegar. Ali vive en el tercer piso de la
cárcel porque se portó mal. Yo sé porque soy grande pero a mis hermanitos no
les puedo contar que ella robó. Igual es re buena. Ese día tenía unas líneas brillosas
arriba de los ojos y las pestañas más largas y bien negras. Me dijo que se
pintó para esperarnos. Estaba preciosa.
En
las mesas del salón las presas tomaban mate con sus familias y sus novios. Conversaban
de la mano y abrazados. Ali se sentó a upa de mamá y le daban a la lengua
mientras yo jugué con otros niños. Corríamos a las palomas que entraban al
salón. Después vinieron unos amigos de ella de una ONG o algo así y de la
iglesia. Ocho mujeres y tres hombres. La rubia flaca y alta, me pintó la cara
como un gato con un círculo rojo en la punta de la nariz y bigotes. Ahora sí
quería pintarme la cara. A otros nenes, uno de los señores les dibujaban un
corazón en un cachete y una flor en otro. También trajeron a caperucita roja y
el lobo. El cuento lo sé de memoria, pero este lobo era diferente. Usaba
vaqueros rotos con cadenas y en una mochila tenía una pelota y una careta de
papel igual a la cara de Luis Suárez porque decía que mordía como él y por eso
le tenían miedo. Yo no le tuve miedo, más bien me reí mucho. Luis es mi ídolo. El
lobo además tenía facebook y celular y con Caperucita sacaban a bailar a todos
los niños con la música que ponía una morochita. Eran re divertidos. Hasta nos
sacamos fotos con ellos. Caperucita pensó que el lobo la iba a lastimar, pero
era más bueno ese lobo. Y dijo que no había que culpar a las personas, que
teníamos que ser amigos. Por eso yo me hice amigo de Facundo que es más chico
que yo. Tiene 8 años y va a la cárcel a ver a su mamá. La mía por suerte vive
conmigo, en casa.
Gracias
a caperucita y el lobo nos divertimos pila. Se llaman María Jesús y Milagros,
me contó la rubia que me pintó. Después fueron a otros pisos donde había más
niños. Y ahí vinieron varios señores con tambores grandes. Todos bailaron. Todos,
las presas y las visitas. Y se hizo el mediodía y cada vez llegaba más gente.
Después
que comimos pizza y torta y tomamos coca cola y el sol ya no estaba tan fuerte,
nos fuimos. Mi hermana lloraba, pero mamá le dijo que íbamos a ir de nuevo. Ojala
mamá tenga plata para volver. Cuando salimos no nos revisaron, pero otra vez
tuvimos que caminar ese kilómetro para llegar a la ruta y tomar el ómnibus. Esta
vez sí vi a mi hermana saludándonos de la ventana hasta que se hizo chiquita. Y
tomamos de nuevo el G que ahora decía La Paz y me acordé de las palomas que
estaban en la cárcel porque la maestra nos enseñó que simbolizan la paz y la
libertad. Y en el ómnibus pensé que el regalo más lindo que tuve hoy fue ver a
mi hermana que le quedan tres meses para quedar en libertad.
Centro
de Rehabilitación Femenino, Cárcel de Mujeres. Colón, Montevideo. Agosto, 2014.
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