La
fila fue avanzando, caminé por los pasillos alfombrados y entré al buque. El
salón grande, con todas esas butacas, tenía algo de cine. Encontré un lugar
junto a la ventana, me senté y te mandé el mensaje. Miré
por la ventana. Ya estaba aclarando. El espigón se perdía en una neblina
amarilla.**
“Ya arriba del barco. Te amo”. Cuando
veas el mensaje vas a pensar: Qué escueto. Lo sé. Pero te va a poner bien saber
de mí. Y vas a sonreír. En el tumulto de gente que empuja desesperada por el
mejor lugar o los cuatro asientos juntos para que la familia viaje junta, logré
hacerme de uno contra la ventana. Intento dormir pero el malestar estomacal no
me deja. Detesto viajar en estos barcos. En eso somos diferentes. Miro por la
ventana de nuevo. Te pienso. Cómo disfrutarías esta vista. Con la inmensidad del mar a tu disposición. Y
la línea del horizonte apenas visible por la neblina. Siempre decís que el mar
te trasmite algo. Algo especial. Entonces te recuerdo sentada en la rambla
frente al mar. Respiras profundo, cerrás los ojos y dejas que la brisa te dé de
lleno en la cara. Cómo gozas de eso. Daría lo que no tengo para que estuvieras en
este barco, a mí lado. Apoyarías tu cabeza en mis piernas y seguro te dormirías
arrollada como un feto. Y mis dedos se perderían entre tus rulos. Hubiera
deseado que mandaras a la mierda a tu jefe. Lo sé, lo sé. No da sólo con mi sueldo. No está fácil
conseguir otro laburo. Pero hubiera preferido que conocieras a mis amigos,
saborear las exquisiteces de Andrés. Es todo un chef. Se agarra de eso para
conquistar a las minas.
Miro el reloj. En media hora
piso suelo bonaersense. Caminaré por las avenidas anchas, me pondré fastidioso
por los semáforos, el tránsito, los porteños. Evitaré los taxis y los micro –ya
se me pegó el acento, qué patético–. Prefiero los subtes como vos. Pero odio
Buenos Aires. En eso, también, somos diferentes. Me fumaré esa tediosa reunión
de negocios con Amaral y sus socios que me obligaron a cruzar la orilla.
Buscaré un regalo para Andrés. No sé qué. Iré al Ateneo en busca de ese libro
que tanto querés y a Montevideo nunca llega. De noche te escribiré nuevamente.
“Llegué a lo de Andrés. Todo bien. Te amo”. Que escueto vas a pensar de nuevo. Pero te va a gustar y te
robaré otra sonrisa. En ese momento vas a estar saliendo de la oficina. O
entrando a casa. Te sentarás en el sillón para mimarte con la gata. Le vas a
decir que en dos días volveré. Sólo faltan dos días. Para abrazarte y decirte frente
a frente: “Te amo”.
Buquebus. Buenos Aires, Argentina. Noviembre, 2016.
**La uruguaya. Pedro Mairal. Bs. As., Argentina. Emecé
Editores. 2016.
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