jueves, 27 de julio de 2017

Cruzando la orilla con Mairal

La fila fue avanzando, caminé por los pasillos alfombrados y entré al buque. El salón grande, con todas esas butacas, tenía algo de cine. Encontré un lugar junto a la ventana, me senté y te mandé el mensaje. Miré por la ventana. Ya estaba aclarando. El espigón se perdía en una neblina amarilla.**

“Ya arriba del barco. Te amo”. Cuando veas el mensaje vas a pensar: Qué escueto. Lo sé. Pero te va a poner bien saber de mí. Y vas a sonreír. En el tumulto de gente que empuja desesperada por el mejor lugar o los cuatro asientos juntos para que la familia viaje junta, logré hacerme de uno contra la ventana. Intento dormir pero el malestar estomacal no me deja. Detesto viajar en estos barcos. En eso somos diferentes. Miro por la ventana de nuevo. Te pienso. Cómo disfrutarías esta vista.  Con la inmensidad del mar a tu disposición. Y la línea del horizonte apenas visible por la neblina. Siempre decís que el mar te trasmite algo. Algo especial. Entonces te recuerdo sentada en la rambla frente al mar. Respiras profundo, cerrás los ojos y dejas que la brisa te dé de lleno en la cara. Cómo gozas de eso. Daría lo que no tengo para que estuvieras en este barco, a mí lado. Apoyarías tu cabeza en mis piernas y seguro te dormirías arrollada como un feto. Y mis dedos se perderían entre tus rulos. Hubiera deseado que mandaras a la mierda a tu jefe. Lo sé, lo sé.  No da sólo con mi sueldo. No está fácil conseguir otro laburo. Pero hubiera preferido que conocieras a mis amigos, saborear las exquisiteces de Andrés. Es todo un chef. Se agarra de eso para conquistar a las minas.


Miro el reloj. En media hora piso suelo bonaersense. Caminaré por las avenidas anchas, me pondré fastidioso por los semáforos, el tránsito, los porteños. Evitaré los taxis y los micro –ya se me pegó el acento, qué patético–. Prefiero los subtes como vos. Pero odio Buenos Aires. En eso, también, somos diferentes. Me fumaré esa tediosa reunión de negocios con Amaral y sus socios que me obligaron a cruzar la orilla. Buscaré un regalo para Andrés. No sé qué. Iré al Ateneo en busca de ese libro que tanto querés y a Montevideo nunca llega. De noche te escribiré nuevamente. “Llegué a lo de Andrés. Todo bien. Te amo”. Que escueto vas  a pensar de nuevo. Pero te va a gustar y te robaré otra sonrisa. En ese momento vas a estar saliendo de la oficina. O entrando a casa. Te sentarás en el sillón para mimarte con la gata. Le vas a decir que en dos días volveré. Sólo faltan dos días. Para abrazarte y decirte frente a frente: “Te amo”. 

Buquebus.  Buenos Aires, Argentina. Noviembre, 2016.


**La uruguaya. Pedro Mairal. Bs. As., Argentina. Emecé Editores. 2016.

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