Es mediodía. Caminas por las
calles viejas porque estás en el barrio más viejo, pendiente de ese balde de
agua fría que muchos tiran desde los balcones para despedir el año y celebrar
el que comienza. Entonces cruzas de una vereda a la otra, zigzagueando, aunque te
pusiste chancletas y esa remerita que usas para limpiar, porque sabes que,
vayas por donde vayas, más de una gota o un chorro seguro te cae. Cruzas de
vereda de nuevo y hasta cambias de camino por ese nenito que está con la
manguera y no perdona ni a los perros. Y en esas te colgas hablando con tu
amiga de eso que todavía no sabías ni te esperabas y quedas helada
porque no podés creer que eso haya sucedido. Entonces caes en la cuenta del
tiempo porque jurabas que no hacía tanto que se veían. El asunto te da vuelta en la cabeza
mientras van caminando rumbo a la movida, ya por la peatonal que estaría más transitada
si no fuera domingo, en ese instante que te olvidaste de que era el último día
del año y de los baldes y el agua y la movida y las nubes grises y la lluvia
que amenaza y el calor, y plaf, un baldazo, de agua bien fría, te agarra de
sorpresa, a esa altura, más que el asunto que te dejó de cara, pero ahora te sale
una carcajada porque tu amiga pone el grito en el cielo con la puteada que le
sale de las entrañas. Cómo puede ser si veníamos pendientes, y vos no paras de
reírte porque ahí sí te acordás que es treinta y uno, y de la movida –aunque no
hay tanta gente– y la rubia bien fría que se van a tomar y qué carajo importa
ahora el asunto, pensás también cuando la electrónica te taladra la cabeza y
ves la Bartolomé Mitre rodeada de barras que los dueños de los boliches armaron
en la calle, y en las mesas pibas, pibes, jóvenes, veteranos y no tan veteranos,
uruguayos y extranjeros (la pinta los deschava) toman una tras otra cuando tu
amiga baila sola en el medio de la peatonal y dice que no, que no puede ser,
que todo el mundo tiene que bailar, entonces atraviesa una de las barras para
decirle al flaco que está enchufadísimo con los auriculares que ésa música no
papito y mira lo que son estás caripelas. El flaco la mira con cara de pocker y
vos jurás que tu amiga es capaz de levantar los más de veinte culos de las
sillas y hacerlos bailar. Y ella levanta los brazos y aplaude cuando dos
montevideanas con una energía tremenda agitan de la misma forma, y vamo’
arriba, vamooos grita tu amiga cuando el flaco ahora mueve la cabeza diciendo
que sí, que sí, y levanta el pulgar porque ahora son cuatro, diez, doce,
quince, veinte, veinticincos, treinta, y perdiste la cuenta porque en cuestión
de media hora la Bartolomé se llenó de gente, aunque no cómo otros años, insiste
tu amiga que no se pierde una, y sigue zarandeando la cabeza y todos levantan
los brazos, decenas de pibas se hacen selfies y muchos pibes sin remera se
prenden de los picos de sidra y cerveza cuando el olor a porro abraza a todos y
a todo en ese día en que uno descarga un año entero y celebra porque el que viene
sea una fiesta como esa misma que arde del calor de tantos cuerpos y plaf, ahora bendecís hasta el la sidra que te cae porque quedan apenas siete horas de este año. Otro.
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