Uno está ahí, en calma. Espera.
Que algo cinche la caña, que el pez se endulce con la carnada, que pique el
anzuelo. Y en esa espera algunos desesperan, pero otros, la gran mayoría, se
sumergen en una especie de espiritualidad donde la paciencia lo es todo, y la
soledad resulta generosa. Y en esas las gaviotas cantan, el mar agita, a veces,
o el río acompaña. Y la brisa, el aire, el sol en la finísima línea del horizonte.
Todo
se conjuga en la serenidad más serena.
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