lunes, 21 de mayo de 2018

El silencio y la injusticia



Nombres, nombres, nombres y más nombres suenan en el parlante por una voz masculina y otra femenina que se intercalan, y se ven en la pantalla grande de Dieciocho y Ejido con sus rostros. Y es como si no terminaran nunca, cuando miles y miles de pies avanzan, lento, por la avenida hacia la estatua de la Libertad, mientras los desaparecidos siguen quién sabe dónde y los familiares comidos por la incertidumbre. Son cientos, entre las promesas de un gobierno que ha hecho poco, poquísimo, o más bien nada. Y el silencio es el más grande que se pueda imaginar –como la marcha misma que cada año forma una multitud de cuadras y cuadras (uno siente por momentos que todo Montevideo está allí, aunque no)–. Hasta que se entonan las estrofas del himno y varias pieles se ponen de gallina y muchas lágrimas corren por más de una mejilla. Luego los aplausos que, como los nombres, parecen no terminar. Porque después del primer aplauso, vienen esos que reclaman y gritan –aunque no tienen voz– y piden justicia.  




23a. Marcha del Silencio. Montevideo, 2018.


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