Rambla Francia, Ciudad Vieja. Montevideo.
Julio, 2010.
Decía Cartier Bresson: “La fotografía es una forma de gritar lo que sientes”. Y sí. Ella es huella de la realidad, ésa que captan mis ojos. A través de la imagen, y con mi sensibilidad mediante, intento expresar la vida cotidiana, sus momentos, sus personajes, sus gestos y el instante preciso e inolvidable, grabado en la memoria, por siempre.
domingo, 30 de julio de 2017
jueves, 27 de julio de 2017
Cruzando la orilla con Mairal
La
fila fue avanzando, caminé por los pasillos alfombrados y entré al buque. El
salón grande, con todas esas butacas, tenía algo de cine. Encontré un lugar
junto a la ventana, me senté y te mandé el mensaje. Miré
por la ventana. Ya estaba aclarando. El espigón se perdía en una neblina
amarilla.**
“Ya arriba del barco. Te amo”. Cuando
veas el mensaje vas a pensar: Qué escueto. Lo sé. Pero te va a poner bien saber
de mí. Y vas a sonreír. En el tumulto de gente que empuja desesperada por el
mejor lugar o los cuatro asientos juntos para que la familia viaje junta, logré
hacerme de uno contra la ventana. Intento dormir pero el malestar estomacal no
me deja. Detesto viajar en estos barcos. En eso somos diferentes. Miro por la
ventana de nuevo. Te pienso. Cómo disfrutarías esta vista. Con la inmensidad del mar a tu disposición. Y
la línea del horizonte apenas visible por la neblina. Siempre decís que el mar
te trasmite algo. Algo especial. Entonces te recuerdo sentada en la rambla
frente al mar. Respiras profundo, cerrás los ojos y dejas que la brisa te dé de
lleno en la cara. Cómo gozas de eso. Daría lo que no tengo para que estuvieras en
este barco, a mí lado. Apoyarías tu cabeza en mis piernas y seguro te dormirías
arrollada como un feto. Y mis dedos se perderían entre tus rulos. Hubiera
deseado que mandaras a la mierda a tu jefe. Lo sé, lo sé. No da sólo con mi sueldo. No está fácil
conseguir otro laburo. Pero hubiera preferido que conocieras a mis amigos,
saborear las exquisiteces de Andrés. Es todo un chef. Se agarra de eso para
conquistar a las minas.
Miro el reloj. En media hora
piso suelo bonaersense. Caminaré por las avenidas anchas, me pondré fastidioso
por los semáforos, el tránsito, los porteños. Evitaré los taxis y los micro –ya
se me pegó el acento, qué patético–. Prefiero los subtes como vos. Pero odio
Buenos Aires. En eso, también, somos diferentes. Me fumaré esa tediosa reunión
de negocios con Amaral y sus socios que me obligaron a cruzar la orilla.
Buscaré un regalo para Andrés. No sé qué. Iré al Ateneo en busca de ese libro
que tanto querés y a Montevideo nunca llega. De noche te escribiré nuevamente.
“Llegué a lo de Andrés. Todo bien. Te amo”. Que escueto vas a pensar de nuevo. Pero te va a gustar y te
robaré otra sonrisa. En ese momento vas a estar saliendo de la oficina. O
entrando a casa. Te sentarás en el sillón para mimarte con la gata. Le vas a
decir que en dos días volveré. Sólo faltan dos días. Para abrazarte y decirte frente
a frente: “Te amo”.
Buquebus. Buenos Aires, Argentina. Noviembre, 2016.
**La uruguaya. Pedro Mairal. Bs. As., Argentina. Emecé
Editores. 2016.
martes, 25 de julio de 2017
Los buenos aires
Las callecitas de Buenos Aires tienen un…
qué se yo...
La Boca. Buenos Aires, Argentina. Noviembre, 2016
domingo, 23 de julio de 2017
Cayó la noche
“…Todo
respira, vive, fluye:
la luz
en su temblor,
el ojo
en el espacio,
el
corazón en su latido,
la
noche en su infinito…”
Octavio Paz
Octavio Paz
Balcones,
Centro. Montevideo. Marzo, 2017.
sábado, 22 de julio de 2017
jueves, 20 de julio de 2017
Y viceversa
“…tengo
urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte…
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa”.
M.Benedetti
Ella, la de pelo más lacio y
ojos claros y a la que no se le asoma ni un rulo, la mira a la que sí es puro
rulo. Se ríe. La de rulos y unos años más, sabe por qué. Ninguna dice nada. Alcanza
la mirada o un gesto para saber lo que a una se le cruza por la cabeza a la
otra. Y viceversa. Ríen, lloran, se abrazan, sueltan carcajadas y puteadas. Pero basta un apretón de manos, una palmadita
por el pelo, una caricia por la espalda de una, para que la otra junte un
poquito de fuerzas y siga adelante, y viceversa. Basta un ‘cómo estás’ o ‘cómo
te fue en el médico, o cómo están las niñas’ (si es que era día de visita al
especialista) para saber que la otra está ahí, del otro lado del tubo, aunque
no pueda salir corriendo y tomarse un taxi y aterrizar en la otra punta, donde
esté o donde sea. Aunque miles de veces lo han hecho, una por la otra, y
viceversa. Y avisáme cuando llegues y abrigáte que hace frío le dice una a la otra, y viceversa, como una madre a hija, y viceversa. Y es que a veces con tan solo escuchar la voz alcanza. Alcanza para unos minutos de mate, la visita de médico (no la del especialista sino la que
abre la puerta y se sienta con el culo en el borde del sillón y dice unas
palabras y se dan un abrazo, corto, y ya está porque el tiempo no da y las
niñas esperan y será para la próxima), la peli en el cine para ver al chico bonito y salir a tomar aire, el brindis porque la vida las cruzó y
fue de lo mejor. Y chin chin suenan
las copas con ese tinto que por fin pudieron tomar porque mirá que hace tiempo
están por juntarse, pero las veinticuatro horas del día son cortísimas y el
trabajo y el marido y la casa y las niñas y los chiquillos de la otra, y la
gimnasia y el yoga que, ahora, hacen juntas para verse aunque sea un poquito y
robarle al tiempo una vez a la semana. Para compartir lo que son, lo que se
bancan y lo que no, lo que poco o algo que tienen en común, y sin embargo. Son cómplices,
amigas, casi como hermanas. Una caricia para alma. Se quieren (soy testigo). Mis amigas. Y viceversa.
Ciudad Vieja, Montevideo. Octubre,
2016.
miércoles, 19 de julio de 2017
Uruguayismo II
Plaza de los Mártirez de Chicago Montevideo. 1 de mayo.
Entradas relacionadas:
http://virginiatestigo.blogspot.com.uy/2017/05/uruguayismo.html
http://virginiatestigo.blogspot.com.uy/2017/03/no-se-fijan-avisos-se-hacen-tortas-de.html
domingo, 16 de julio de 2017
viernes, 14 de julio de 2017
miércoles, 12 de julio de 2017
Tierra de nadie
Al sur campo, al norte más
campo. Al este campo, al oeste más de lo mismo. La ruta salva, sólo un poco, la
monotonía, la quietud, lo chato, el silencio, lo verde. Aunque las tonalidades
van cambiando según el cultivo de la tierra, según la cría del ganado, según le
dé la gana a Dios y al tiempo. Porque si a la lluvia le da por emperrarse y
estancarse como lo hizo en abril del año anterior, todo es gris y opaco. Salvo
cuando el sol aparece, tímidamente, y algún contraluz avispa las almas.
La ruta lisa y llana, y no muy
ancha, es como un desierto. De vez en cuando un pájaro, la atraviesa, cada
tanto un perro, alguna que otra vez un caballo. Un ave muerta como el misionero que lleva su nombre: Arturo
di Paoli –un sacerdote muy cuestionado y perseguido en la dictadura militar por
defender a los pobres y obreros, esclavos de los ingleses que llegaron al
pueblo para explotar el quebracho–. Autos y camiones, transitan poquísimos. Los
que van con carga rumbo al Chaco y algún que otro. Ómnibus, solamente el Pulqui
y cuatro veces en el día. Un ida y vuelta, los sábados. Los domingos, descansa.
Así que no hay cómo ir de un pueblo a otro si no hay auto ni tractor ni caballo
ni pulcky [carro con caballo]. Y la mayoría no tienen. Sólo las piernas salvan algún
alimento que hay que ir a buscar al almacén más cercano, a diez kilómetros. O
el pulgar paralelo a la sonrisa que algunos tampoco tienen, si alguien lo
levanta, si tiene suerte. No es mucha la gente que sonríe.
Desde la mismísima ruta
asfaltada hace menos de diez años, hasta la entrada del veintinueve, hay unos
trescientos metros. Allí el Pulqui entra, todavía. Pero no a otros rincones ocultos como éste. Aunque esos otros,
al menos, tienen nombre: Cerrito, Charrúa, Santa Lucía. Al veintinueve no se lo
llama pueblo. Ni siquiera. Apenas un paraje sin nombre. Esos dos números que
supieron ser la referencia de la cantidad de kilómetros que el tren recorría
desde Gallareta, un pueblo al norte del departamento de Vera, en el norte de
Santa Fe, una de las provincias norteñas de Argentina. Como la pobreza, todo al
norte.
En Gallareta, la central de La
Forestal, la única fábrica que existía ya antes de los cincuenta, echaba humo
después de que los empresarios ingleses, dieran la orden de dejar los árboles a
la miseria para aprovecharse del quebracho y el tanino, hacer madera y adueñarse
de otras tierras y más palos verdes, pero no los de la madre naturaleza, sino
los de la bolsa financiera. A hachazos nomás. De eso sobrevivió este pueblo que
no es pueblo, ni tiene referencia ya, ni dueño, ni identificación, ni cédula,
como quizás algunos de los que lo habitan. Sobre todo los más pequeños. Aunque los
pobladores no son muchos. Sumarán unos doscientos, con suerte. Veteranos resignados
a las fuentes de subsistencia, madres jóvenes que no tienen más que ocuparse de
la casa y los niños porque ahí no hay más que hacer, y abuelas que tienen hasta
bisnietos antes de ser dominadas por las canas y las arrugas. Las familias son
un batallón que sobreviven como Dios manda. Los jóvenes parten –muchas veces a
pie–al liceo más cercano en Fortín Olmos, dieciocho kilómetros, o sesenta más
al sur, en Reconquista, donde el abanico de opciones para los pibes es más
amplio; a Rosario en el mejor de los casos, o a la gran capital Buenos Aires ya
de milagro, cuando el agro viene de bonanza y al tiempo no le da por castigar y
las familias ahorran lo poquísimo que hacen para que sus hijos puedan zafar de
esta tierra de nadie, ya sin vida. Algunos –seguramente la mayoría– conocen la
capital del país, sólo de nombre.
Cuando las lluvias abundan, no
hay camión ni pies que entren. Es puro charco y barro. Y las lluvias castigas
siempre. En el veintinueve las calles no son calles. Son, pasajes sin nombre.
Uno camina sin saber por dónde. Tampoco conocen el pavimento. Y de seguro no
los harán porque ni siquiera Fortín Olmos, el pueblo al que pertenece
municipalmente, tiene fecha de fundación que aparezca en las páginas de
Ministerio de la Nación del gobierno argentino, ni existencia en los mapas. Un
pueblo fantasma.
Las casas son ranchos de chapas
y adobe. Algunas carecen de ladrillos y revoque porque no hay con qué. Terminar
una casa no es moco de pavo, dice una doña que espera la misa en la capilla de techo
de dos aguas de pared blanca que pide un pincel de repaso. Allí se refugian muchos
de los habitantes, los sábados, antes que el sol se oculte en el horizonte, cuando
llega el cura y alguna monja a dar la ostia y una palabra de esperanza –la de
Dios–, a reavivar la rutina cuando el tiempo, también, lo permite. Todo depende
de la lluvia. Porque ni el cura entra cuando abunda el agua. Entonces todos
rezan para que el cielo no desate un diluvio y deje inundado lo poco que se
tiene, que el carbón abunde y sean muchos los camioneros que vienen de otras
tierras, a comprarlo; que los mosquitos, como la pobreza, den tregua.
A la derecha de la entrada, dos
casas como las de una película de cowboy de Hollywood, de esas que tenían vida
cuando el ferrocarril avivaba las vías, hacen más pintoresco a este pueblo que
no es pueblo y lo habitan también cabras y chanchos y perros y caballos y
gallinas y vacas y hormigas que hacen sus caminos al costado de los hornos de
barro. Gracias al carbón los pobladores sobreviven. Cuando la lluvia también
quiere. Pero no da para mucho, dice Ramón Torres, prendido del alambre que hace
de portón delante de su casa que tiene una patio lleno de fierros oxidados.
Ramón tiene más canas que años. Desde los nueve vive en el paraje veintinueve. Tiene
once hijos, siete son mujeres. Según sus cálculos, hace unos años eran cerca de
ochocientos los que vivían en ese recóndito que de unas pocas manzanas, pero
los gurises se tienen que ir la ciudad a estudiar, a trabajar, a ganarse la
vida, a buscar nuevos rumbos. Como sus hijas. Ramón cría chivos, terneros y algún
chancho, pero no da para nada. Igual en el veintinueve “nos arreglamo’ con poco”,
dice el hombre de sonrisa tímida que abre las puertas de su casa hasta al más
desconocido. Allí todos invitan puertas adentro. Allí la ternura abunda a pesar
de lo árido del paisaje. Allí la pobreza –digna como la humildad– inunda como
las aguas cuando vienen en abundancia. “Acá
somos felices con poca cosa”, insiste Ramón con la mismísima mueca de fatiga
que los árboles y la resignación de quien sabe, porque no le quedó más opción,
que acostumbrarse a vivir con lo mínimo. Hasta los santos de la capilla tienen un
gesto de cansancio que se olvida por un instante cuando uno estira el pescuezo,
en las noches de cielo limpio, asegura Ramón, y todo está estrellado. Cuando la
lluvia perdona y a Dios se le antoja. Y, a la mañana siguiente, los gallos
cantan.
Paraje 29, Fortín Olmos, Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.
*Entradas relacionadas:
lunes, 10 de julio de 2017
En un gesto de cansancio
“El
cielo triste y caliente, indolente, bajo, claro,
en un
gesto de cansancio, pesado, oblicuo, tendido,
como otra
conciencia sobre la del hombre fatigado,
el cielo
bajo y caliente, el cielo indolente, digno,
pesando
sobre los árboles y su temblor detenido
y sus
pájaros sellados, los árboles en suspenso,
quietos
, el cielo bajo y pesado, el viento dormido,
el
viento dormido, el cielo bajo y pesado y quieto.
El
silencio estaba inmóvil apoyándose en las hojas
para no
turbar la calma magnífica de las cosas.
Cuando,
de pronto, increíble, insólito, apenas, cálido,
casi imperceptible,
leve, desde el fondo de la tarde,
un
suave soplo ligero se desvaneció, y cuando,
las
hojas se estremecieron como si fueran de carne”.
Idea
Vilariño
Peaje
29, Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.
sábado, 8 de julio de 2017
jueves, 6 de julio de 2017
martes, 4 de julio de 2017
domingo, 2 de julio de 2017
La tarde
“Sola
Sola bajo
el agua que cae y que cae,
Los
ruidos se agrisan, termina la tarde,
y
siento que añoro o deseo algo,
quizás
una lágrima que rueda y que cae.
Rambla Carrasco. Montevideo. Abril, 2009.
Sola
Sola bajo
el agua que cae y que cae,
sola frente
a todo lo gris de la tarde
pensando
que añoro o deseo algo,
quizás
una lágrima color de la tarde…”
Idea Vilariño
Suscribirse a:
Entradas (Atom)