jueves, 18 de diciembre de 2014

Confesión de amor

Están. Se ven. Por todos lados, en todas partes, por todo el Uruguay. Visten muchos jardines, parques. A simple vista no dicen mucho. En detalle, uno le encuentra delicadezas. Las hay blancas y azules, más bien violáceas. Flacas, largas, de flores pequeñas, sencillas, pero elegantes. Aunque parecen, quizás, poco románticas, es la “flor del amor”. Jamás lo hubiera imaginado. No es un invento mío. Agapanthus procede de las palabras griegas agape, que significa amor y anthos, flor. Entonces, mi memoria me trajo aquella fotografía en blanco  y negro: En un hermoso contraluz, varias Agapanthus blancas bordeaban un cantero de ladrillo y adornaban una esquina. A mi grandote esa imagen, cerca de su casa, la nuestra tiempito después, no sé por qué, le hizo pensar en mí, sin saber su significado. Casualidades, coincidencias, el destino, vaya uno a saber. Y como una declaración de amor, la registró y me la regaló, en esas vueltas que uno hace queriendo conquistar a su enamorada. Hoy, casi cinco años después, yo le obsequié éstas a color que encontré en un lugar impensado por el que anduvimos de pasada, por conocer nomás, y que siguen, por qué no, alimentando nuestro amor y recuerdan aquella imagen. Como alude su nombre, son eso: testigos del amor, el nuestro.  


La Coronilla, Rocha. Diciembre, 2014.

La Coronilla, Rocha. Diciembre, 2014.



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