martes, 2 de diciembre de 2014

Late que late I

Escolares impartieron lecciones para extinguir la violencia y lograr una sociedad en igualdad de derechos y oportunidades

Con los niños como protagonistas y un calor insoportable, el sábado 29 en la plaza N° 16 de Camino Maldonado, el colectivo La Pitanga y la Red No Violencia de Punta de Rieles, realizaron una actividad de sensibilización y difusión sobre la violencia de género y abuso sexual, en el marco del Día Internacional de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres.


Gabriela Carrier de La Pitanga entrega folletos a vecinos del barrio La Esperanza.

Un silencio atronador. La plaza colmada. “Bum, bum, bum, bum” disparaba un parlante. Los latidos del corazón de un bebé en la panza de su mamá. Y en eso, un grupo de 14 adultos y tres niñas suben al escenario. Debajo de una tela en constante movimiento, las pequeñas saltan. Una mujer se mueve de un lado a otro con cintas celestes y rosadas. La tela se abre y las pitanguitas –como las denominan– aparecen en escena con cintas de varios colores en sus manos. Una pareja heterosexual y una homosexual se encuentran, se abrazan, y mujeres juegan al fútbol. Así es la vida: Diversa. Por eso la idea de romper los estereotipos mediante la multiplicidad de colores. Luego, bajan del escenario. Y otra vez los latidos. Ahora, suenan distinto. Salen de un tambor y representan los de adultos. Todos se visten con chalecos blancos y caminan hacia los espectadores. Delante, llevan impreso un enorme corazón. Atrás, la consiga: “Siempre escucha tu corazón”. Se acercan a los vecinos sin sacarle los ojos de encima y una mano golpeándole el pecho, del lado izquierdo. Intentan generar una reacción en ellos. Se necesita de ella “para escucharse a sí mismo”, dijo la terapeuta corporal Mabel Santos, diseñadora de la performance. Y lo logran. La gran mayoría de los presentes mimetizan la acción. Incluso, algunos, no pueden evitar la emoción. Muchos ojos brillan. 
La frase surgió de niños y niñas de sextos años de las escuelas 342 y 227 del Km 16 y la 157 de Villa García, en los talleres “Me cuido, cuidame” que realizó La Pitanga, con el fin de que aprendan a detectar cualquier situación que genere peligro “desde la positiva”, explicó la asistente social y fundadora del colectivo, Claire Niset. “Entendemos que la forma de cuidarse es primero escuchándose y conectándose con su primera intuición”, agregó.
A través del juego, los niños, reflexionaron cómo cuidarse entre ellos en la escuela, en los espacios públicos, en las redes sociales y en la propia casa. Y la tenían clara. En el proceso supieron que no debían vender su cuerpo, tener relaciones sexuales sin preservativos, no entrar a casas de desconocidos ni darles su número de teléfono. Las niñas resaltaban que no podían quedar embarazadas. Los varones, algunos, decían: “Que no te llegue un tiro cuando vas a robar”. Enfatizaron, asimismo, el no dar datos personales ni escribir a personas desconocidas en facebook, ni subir fotos en ropa interior. Pero, la sorpresa fue la voz de niños que resaltaron la importancia de cuidarse de las violaciones y del maltrato de los padres. De estos talleres salieron a luz muchos casos de violencia doméstica, contó Alejandra Villano, directora de la Escuela N° 227. Y al desarrollar una teatralización cualquiera, personificaban a un padre que golpea a la madre, ésta cae al piso y el niño “salvador” llama a la policía. Otra representaba una boca de droga. Varios niños tirados en el piso hacían que fumaban hasta que uno se acercaba y les decía que eso no es bueno para la salud. “Después de todo esto sentimos que el lugar donde se sentían más protegidos era en la escuela”, expresó Niset.
La Pitanga, dijo Villano, es la ONG referente de la zona y la única que trabaja en violencia. Relató un caso de tres hermanos de 7, 9 y 11 años que les “afectó muchísimo”. El mayor, agobiado por tanta violencia y frente a una madre que hacía oídos sordos, le comunicó a la maestra la situación. Se dialogó con la mamá, aseguró la directora, y este año, “logramos que fuera a La Pitanga, tendiera los caminos y se diera cuenta de lo que estaba viviendo”. Los niños y su madre fueron trasladados a un refugio por unos meses. Actualmente viven en la casa de los abuelos maternos y reciben un seguimiento desde la ONG, aseguró Villano. Subrayó que desde la escuela se sienten “impotentes” porque “es difícil que la mamá haga la denuncia y logre hacer todo el proceso”. La causa: temor. Mientras, las miradas de los niños se entristecen. En la mayoría de los casos, la mujer que sufre violencia soporta la situación porque no tienen dónde vivir y cómo sobrevivir, ya que el hombre es el sostén de la familia, señalaron la directora y una policía comunitaria presente en la actividad. Ésta además, destacó que desde que se abrió la oficina de violencia doméstica en la Seccional 18, llegan muchas denuncias. A su entender, las mujeres están más abiertas, quizás, por la difusión que hay del tema. Incluso, y aunque contados con los dedos de una mano, aparecen hombres que denuncian violencia ejercida por la mujer. “A veces la gente se queja de que no hay recursos pero tampoco los busca”. Explicó que si bien la policía comunitaria se encarga de problemas vecinales, a veces el juez ordena que se hagan seguimientos de casos de violencia doméstica, y se los deriva a organizaciones que trabajan en la temática. 

No es un cuento
Tan solo un instante bastó para que la vida de Valeria cambiara por completo. Trabajaba cuidando niños que vivían con el padre. Una noche, el hombre llegó borracho y la violó. Antes no quería salir ni a la puerta. Tenía mucho miedo. Ahora también, pero no tanto. A través de Virginia Sabaris, la médica de la policlínica donde vive, llegó a La Pitanga. Ahora no está sola y sienten más fuerza para enfrentar el mundo y ayudar a otras a no bajar los brazos y seguir luchando, contó.
El colectivo trabaja en la práctica “desde las vivencias”, interpelando al otro y generando un compromiso real de los vecinos, los primeros en conocer las situaciones de violencia. Por eso, señaló la asistente social,  “es fundamental que estén formados y tengan herramientas para acompañar ese proceso”. Porque si a la mujer que sufre violencia se la presiona para denunciar sin respetar sus tiempos, sus procesos, sus demandas, va a fracasar, aclaró. Es “un tejer las relaciones sociales”, en las que además, La Pitanga crece lentamente, pero con las raíces tan fuertes que, como el árbol que lleva su nombre, es imposible arrancarlo. 
Los martes en la Policlínica Don Bosco, el quipo del colectivo se reúne con toda aquella gente que quiere trabajar y comprometerse con la temática, escuchando propuestas y dándoles participación a los vecinos. Los jueves, en el Hogar Marista, los especialistas atienden a las mujeres que sufren situación de violencia y desean salir de ella.
Niset considera que si bien hay avances en el tema, “hay mucho por hacer aún”. Cree que no se le da la importancia que merece y que las políticas públicas al respecto son “muy pobres”. Se trabaja con la mujer que consulta, y qué pasa con las demás, cuestionó, con aquellas que no se animan a denunciar y esclarecer la situación.  

Por los barrios
De la ventana del ómnibus contratado sobresalían globos violetas. En el exterior, a ambos lados, afiches alertaban sobre la no violencia y el abuso sexual. 14.30. Se encendió el motor y un grupo de, al principio, 12 personas, salió a recorrer las zonas aledañas: 24 de Junio, La Esperanza, La Rinconada, 8 de Marzo y La Casona, simbolizando un hilo conductor que une a los vecinos.
En cada barrio, integrantes de La Pitanga y personas que se sumaron a la movida, divididos en grupos de dos y tres, golpeaban puertas de casas y almacenes para entregar folletos, dialogar con los vecinos y sensibilizar al respecto. Algunos ni sabían de qué se trataba. Otros sí. Todos escuchaban atentamente y hubo quienes confirmaron que la violencia “se da mucho” en esas zonas. Nelson y Flor de 24 de Junio narraron hechos de violencia en el barrio y en la escuela de sus hijas, quienes no sacaban la vista de los folletos y mostraban sonrisas tímidas. “Ayer mi hija fue a la escuela y tres compañeros le quisieron pegar” soltó indignada Flor, al tiempo que Nelson detalló los gritos de una mujer cuando su cartera le fue arrebata por un joven. “Sabes lo que pasa, dijo, te quedas con remordimiento porque si te metes pagas las consecuencias”. Entonces Cristina
les informó del trabajo y la presencia de la ONG.
En una casa precaria de La Esperanza, Gabriela y Susana, conversaban con una mujer y le entregaban afiches. Mientras ella escuchaba, la voz gruesa y firme de un hombre, salió detrás de la cortina que hacía de puerta: “Acá también hay violencia. No tenemos para comer”.
En La Rinconada, Javier, su esposa Yolanda y sus hijos Fabio, Franco y Facundo de 4, 8 y 15 años respectivamente, se unieron al grupo una vez que el ómnibus se detuvo allí. Y siguieron el recorrido, en el que se sumaba más gente, entregando además calcomanías con los números de servicio de orientación y apoyo de la Intendencia de Montevideo (0800 4141 o *4141 desde celular), que es de alcance nacional, gratuito, confidencial y anónimo y funciona de lunes a viernes de 8.00 a 24.00 y sábados y domingos de 8.00 a 20.00. Para acceder al servicio desde un teléfono público no se necesita ni monedas ni tarjeta.
Mientras Franco pegaba pegotines en las columnas y los portones o pasaba folletos debajo de las puertas cuando nadie contestaba, Javier expresaba que “es difícil abrir y cambiar la cabeza a la gente”, pero “no es imposible”. Y así lo manifestó un matrimonio de la zona, que bajo un árbol en la plaza N° 16, escapando del sol, fue testigo del evento. Roberto, enseguida percibió los latidos del corazón. Le removió épocas de tomografía después de un infarto, contó Hilda, su esposa, en las que ese sonido estaba presente. Sobre la actividad, ella, algo emocionada, indicó que servía para sensibilizar sobre la violencia que es “mucha”. “Todos deberíamos estar unidos, pero se ven caras y no corazones”.
Por eso los escolares al finalizar los talleres, mediante dibujos y tras una carta que se leyó al final de la performance, remarcaron sus derechos a asistir a la escuela, a los controles médicos, a un hogar digno, el derecho al amor. Recordaron que la violencia se manifiesta, entre otras cosas, mediante las burlas, la discriminación, el bullying, cuando un padre no tuvo un buen día y se desquita con su hijo. Y declararon, desde el corazón, haber aprendido a no lastimar, a cuidarse y pedir ayuda cuando es necesario, a no guardar secretos y, el deseo futuro de terminar los estudios, tener un trabajo agradable, una casa propia y una familia. En definitiva, ser felices, siendo escuchados, respetados y aceptados como son, sin ser juzgados en un país libre de violencia. Es que el corazón jamás miente.


Virginia Martínez Díaz

**Publicado en la diaria. 2 de diciembre, 2014. Pág. 8

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