Ese rostro. Aquel otro. Miradas que se detienen y
viajan en el tiempo. Y vuelven a ese instante en que los ojos, cómplices de
tantos recuerdos, se cruzan nuevamente. Cuesta. No es fácil. Pasaron 40 años. Las voces gritan. La
algarabía es tremenda. Las lágrimas corren por cientos de mejillas. Las risas
inflan los cachetes. Los abrazos se funden. Son largos, fuertes, intensos. Caricias
que llegan. Besos que van y vienen, manos que se palpan, se aprietan. Se
descubren. Un reencuentro tan esperado como soñado. La sorpresa es mayor cuando
Laura, Adriana, Ana Luisa, La Chela, Belela, Lilián, Elizabeth, La Cachorra,
Graciela, Teresita, Alba, Susana, Lila y otras cientas, conocen a las personitas
que en aquel entonces aguardaban en la panza de alguna compañera –la de la presa
que compartía la misma celda, la del al lado, la de más allá o la de la que
salió antes– y cuando se percatan que aquel niño o aquella niña, de túnica y
moña, son ahora unos señores. Hombres y mujeres con la misma ideología y la idéntica
convicción de que aquel combate no fue en vano. Las nuevas generaciones que luchan
en este gobierno y lucharán en el próximo y todos los que vengan, para que se
haga justicia y la verdad venza a todos los hipócritas hijos de puta que se
empecinan en ocultar los hechos, esconder las acciones pachequistas y dejar
atrás aquel pasado oscuro. Como si no fuera necesario reconstruir el futuro. Como
si tampoco lo fuera aportar a la Historia. Cómo hacerlo sin la memoria. Esas memorias.
Y entre tanto algunas comentan la inexistencia de
una lista oficial con los nombres de las ex presas políticas que estuvieron allí,
en la ex cárcel militar de reclusión femenina N°1, y la nula referencia a la
misma. Como si las miles de torturas y violaciones que los militares ejercieron
se borraran del planeta. Otras se agrupan y entonan aquellos cánticos que
desafiaban a los milicos detrás de las rejas: “…Cantando lejos me consolaré,
cantando me iré, silbando me iré y andando lejos me consolaré…”. Sí. Es
imposible que la piel no se ponga de gallina. La de ellas, la de familiares, la
de las autoridades presentes, la de cualquiera. Ojos que brillan, lágrimas que
no paran de correr por las mejillas.
Así fue que las emociones inundaron la avenida Blvar. Artigas a la altura de Atanasio Sierra, en la mañana casi gris del
sábado, y el frente de la seccional 3ª. de Paso de los Toros, construida como
cárcel para alojar a presos “comunes”. El mismísimo lugar que trajo cuánto
recuerdo de aquel año de prisión, en algún caso. En otros poco más de uno, dos,
tres, cinco. Hasta catorce. Desde 1972 a 1985, 157 mujeres fueron “sometidas a
tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes, resistiendo a las
imposiciones de la dictadura” cívico militar que golpeó duro nuestro país. Así
lo plasma el texto de la placa de bronce escrito por las propias presas. Y el
Ministerio de Educación y Cultura (MEC) nada tuvo para objetar al respecto. Más
bien se enorgulleció, valoró el diputado del Frente Amplio e integrante de la
comisión de Derechos Humanos de Tacuarembó, Gustavo Guerrero.
La cárcel de Paso de los Toros se convierte así en
el primer lugar de reclusión (donde se ejerció la tortura física y psicológica) que el Estado reconoce, dando cumplimiento a la ley 18.596 de Reparación
Integral de victimas. Mucho queda por hacer, admitió el diputado. Por ejemplo,
reproducir esta experiencia de reconocimiento en otros lugares del
departamento, símbolos de resistencia, donde también se torturó a “mansalva”
como el Regimiento N°5 de Tacuarembó, donde paradójicamente hoy funciona el
Departamento de Cultura de la Intendencia, mencionó. Las ironías de la vida. Las
solicitudes al MEC están. Pero este es un “sueño cumplido” para estas mujeres que
saben de luchas incansables, y claman “No más terrorismo de estado” en la
última frase de la placa, en cada acto y en cada oportunidad que se les
presenta. ¡No más terrorismo de estado! Esas mujeres que supieron de rebeldía,
de humillaciones, de resistencia. De tener una identidad falsa: un simple
número sin nombre ni apellido. Sólo un número. Esas mujeres “fuertes, frágiles,
hermanas de dolor y ternura, todo en un solo cuerpo”. Combatientes que “vieron
morir compañeras, porque sí, porque [los milicos] las dejaban morir”. Así lo
expresó Lilián Díaz tan fuerte como pudo, en nombre de todas sus compañeras,
antes de mostrar la placa colocada en la pared a la derecha de la entrada de la
seccional, cubierta por la bandera uruguaya y después de entonar las estrofas
del Himno Nacional. Un merecido homenaje a ellas y a las ex presas políticas que
ya no están (recordadas siempre), que culminó con la visita a la cárcel. Un
intenso viaje a través del tiempo.
Ex
presas políticas se encuentran en Paso de los Toros, antes del acto protocolar.
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Comienzo
del acto protocolar: Himno Nacional.
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Luego
de descubrir la placa de reconocimiento en la cárcel donde las ex presas
políticas fueron torturadas.
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En
el patio de la cárcel esperando para entrar a visitar el edificio.
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