Los maniquíes se desvisten y se plantan
en las vidrieras, en primer primerísimo plano, para que los carteles en rojo –bien
rojos– y números grandes con el 20, 30 y 40
por ciento de descuento, más que el iva, llamen la atención de la
distraída, de la que sale del trabajo luego de una jornada extensa, de la que consume poco, justo o lo
necesario, de la que le gusta entrar y revolver y hasta de algún hombre
curioso. Pero entonces uno no sabe si se frena, para y observa porque el cartel
es como una luz que se enciende en las calles cuando empieza a caer la noche o por esos
cuerpos blancos, casi perfectos, inmóviles y atónitos que se agrupan en poses como
si dijeran pasen y vean, consuma que hoy todo sale menos.
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