Uno va caminando por un pasaje de pedregullo. Hacia
un lado piedras, hacia el otro también. Mientras los turistas se maravillan,
los lucenses la aprovechan para pasear al perro, para el ejercicio semanal, que
a veces es trote suave y otras es tan rápido que cuando te pasa cerca te hace
viento aunque no lo haya. Llegas a una curva pensando que ya está, que el
camino terminó, pero no. Seguís bordeando la muralla que rodea
el casco histórico de Lugo, que según dicen, fue fundada antes de Cristo, por
el año trece. Es que son dos los kilómetros que te dejan de lengua afuera entre escaleras
y diez puertas en arco igualitas, las mismitas de la construcción romana, como
las setenta y un torres, de las ochenta y cinco que eran originalmente. Por eso, un día
como hoy, 30 de noviembre, pero del 2000, fue declarada por la Unesco Patrimonio
de la Humanidad. Es que es la única muralla en el mundo que se conserva tal cual. Por
eso, caminar por arriba, por esos espacios que, a veces, alcanzan los siete
metros de altura (y lo hacen sentir a uno chiquito) es como sentir, dicen, el
poder de la Roma Imperial, cuando en esas te percatas que vas andado con la
ciudad enfrente a tus ojos, y debajo, debajo los comercios, las autovías, los coches,
los gallegos que van y vienen, más perros y hasta algún gato que se cruza y no sabes de dónde sale, todo a tus pies.
Lugo, Galicia. España. Noviembre, 2018.
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