jueves, 1 de noviembre de 2018

Y vos, ¿quién sos?


Aunque tengas las raíces familiares, aunque tengas el documento de identidad del país, aunque hables el mismo idioma y entiendas los modismos y las formas del lenguaje, y más allá de las costumbres y las diferencias culturales, es eso. Convivir con una cultura diferente, donde siempre, a cada paso, en cada rincón y a cada instante, se te hace notar siempre –despectivamente o no– que sos otro. El otro: El extranjero, el retornado, el emigrante, el diferente, el desconocido, el extraño. Entonces no tenés cómo zafarle a esa sensación que adquiere un peso tremendo y toma formas, por momentos extrañas y, por eso, la vivís como jamás nunca antes. Se siente e incluso, a veces, pincha. Cada tanto es lo malo de este viaje (si pedís mucha información en un sitio te pueden llegar a maltratar porque para el del origen ya estás molestando), otras no tanto (decís “ta”, en vez de “vale” y tomás eso extraño que nadie entiende qué carajo es ni mucho menos cómo se prepara y para vos, en cambio, el mate es de lo más tuyo e idiosincrásico, de lo más uruguayo). Decí que al menos hoy las tecnologías te ayudan a no sentirte tan distante de lo propio, de lo tuyo y de los tuyos. Pero aunque no la veas, la etiqueta la llevas impresa. Sos “diferente”, sos “otro”. En el único lugar donde podés zafarle a ella es en los aeropuertos. Es que allí el paisaje más común es de miles de pies que van y vienen, rostros de todos colores y cuerpos de todos los tamaños que caminan desperdigados (muchas veces, ni si siquiera sin saber a dónde seguir viaje) y de todas las lenguas. Eso sí, trata de hablar inglés porque si no podés quedar afuera. Por esos las diversidades, a veces, son puro cuento.


Aeropuerto de Barajas, Madrid. España. Setiembre, 2018. 

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