“…y
el rencor.
Dice mi padre que ya llegará
Desde el fondo del tiempo otro tiempo
Y me dice que el sol brillará
Sobre un pueblo que él sueña…”
Dice mi padre que ya llegará
Desde el fondo del tiempo otro tiempo
Y me dice que el sol brillará
Sobre un pueblo que él sueña…”
Alfredo Zitarrosa.
El campo viste de blanco. La niebla es perversa. Apenas
deja ver lo que está a diez metros. La radio alerta de las bajas temperaturas.
Excesivamente bajas. Parece de locos que el frío sea una de las principales
noticias de los informativos y que genere alertas. Es que los uruguayos no
estamos acostumbrados a temperaturas bajo cero. En el bondi se siente menos.
Apenas entran un alfiler. Aún no son las 8.00. La jornada recién comienza.
La rutina también.
El sueño me abandona tres paradas antes de mi
destino. Siempre. Y allí mis ojos se topan con el muro de ladrillo que separa a
los muertos de los vivos, el mismo basural, el mismo carro, el mismo perro que
duerme sobre su dueño: Un indigente. El mismo de ayer y antes de ayer, de tres,
cuatro, cinco días atrás. ¿Será un dejavú?
No. Ambos, hoy, descansan con la cabeza hacia las miles de tumbas como
esperando la muerte.
Cayó
la noche. Sigue gélido. El frío sigue siendo noticia, ahora en los noticieros
centrales. El Mercado Agrícola, con más de un siglo de vida, es testigo de
muchas historias. Obreros, cuida coches, feriantes, mayoristas excluidos antes
el renovado proyecto y minoristas que se adaptaron a la reconstrucción si se la
mira con un ojo mercado de verduras, si se la mira con los dos un moderno shopping.
Resucitó, fiel a sus fierros, después de un largo sueño, para darle vida (o más
bien otro color) a ese barrio que fue reino de los Tumanes. De las puertas para
adentro, la atención es personalizada y la temperatura supera los 20 grados. De
las puertas para afuera, la calle y la pobreza se hacen frente y el frío no
perdona. Martín García y Ramón del Valle Inclán. Otro indigente. Son cientos,
miles. A simple vista, parece mayor, aunque es difícil calculare los años a esa
pobre gente. Allí está. Parece intentar entrar en algún sueño, pero las
baldosas duras y heladas tampoco perdonan. Ni un mísero cartón debajo de su
cuerpo, tampoco un trapo encima. El tipo es invisible para quienes salen de
compras y suben a sus autos con calefacción. También para Dios.
Av.
Libertador y Uruguay. Junio, 2014.
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