miércoles, 24 de junio de 2015

En mi país, qué tristeza la pobreza

“…y el rencor. 
Dice mi padre que ya llegará 
Desde el fondo del tiempo otro tiempo 
Y me dice que el sol brillará 
Sobre un pueblo que él sueña…”

Alfredo Zitarrosa.

El campo viste de blanco. La niebla es perversa. Apenas deja ver lo que está a diez metros. La radio alerta de las bajas temperaturas. Excesivamente bajas. Parece de locos que el frío sea una de las principales noticias de los informativos y que genere alertas. Es que los uruguayos no estamos acostumbrados a temperaturas bajo cero. En el bondi se siente menos. Apenas entran un alfiler. Aún no son las 8.00. La jornada recién comienza. La rutina también.
El sueño me abandona tres paradas antes de mi destino. Siempre. Y allí mis ojos se topan con el muro de ladrillo que separa a los muertos de los vivos, el mismo basural, el mismo carro, el mismo perro que duerme sobre su dueño: Un indigente. El mismo de ayer y antes de ayer, de tres, cuatro, cinco días atrás. ¿Será un dejavú? No. Ambos, hoy, descansan con la cabeza hacia las miles de tumbas como esperando la muerte.


Cayó la noche. Sigue gélido. El frío sigue siendo noticia, ahora en los noticieros centrales. El Mercado Agrícola, con más de un siglo de vida, es testigo de muchas historias. Obreros, cuida coches, feriantes, mayoristas excluidos antes el renovado proyecto y minoristas que se adaptaron a la reconstrucción si se la mira con un ojo mercado de verduras, si se la mira con los dos un moderno shopping. Resucitó, fiel a sus fierros, después de un largo sueño, para darle vida (o más bien otro color) a ese barrio que fue reino de los Tumanes. De las puertas para adentro, la atención es personalizada y la temperatura supera los 20 grados. De las puertas para afuera, la calle y la pobreza se hacen frente y el frío no perdona. Martín García y Ramón del Valle Inclán. Otro indigente. Son cientos, miles. A simple vista, parece mayor, aunque es difícil calculare los años a esa pobre gente. Allí está. Parece intentar entrar en algún sueño, pero las baldosas duras y heladas tampoco perdonan. Ni un mísero cartón debajo de su cuerpo, tampoco un trapo encima. El tipo es invisible para quienes salen de compras y suben a sus autos con calefacción. También para Dios.


Av. Libertador y Uruguay. Junio, 2014.

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