Performance La caída de las campanas, anoche en la
explanada de la Intendencia.
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Dos niñas
y un niño observan. Tic tan, tic tan, tic tan. Ellas están de frente a la ancha
avenida, de espaldas al palacio municipal -como le dicen- donde de lunes a
viernes empleados públicos (algunos ñoquis), burócratas, autoridades
departamentales entran y salen e intentan, entre otras cosas, resolver problemas
de basura, seguridad, tránsito. Y toman café. Ellas, ayer, eligieron ese espacio.
El sol ya
cayó. Ahora lo hacen ellas. Y se levantan. Las campanas suenan una y otra vez.
A veces con rabia. Se siente. Por eso algunas están remendadas. Y con ellas
vuelven a caer. Las miradas se hipnotizan en el badajo (o péndulo) que no para
de darse contra la copa de metal. Y nuevamente se levantan. La gente pregunta
qué es, por qué lo hacen. Los niños se acuestan en el piso. Mimetizan la
acción. A cualquiera le dan ganas. La energía es fuerte. Tanto que pasa
el cemento y es como si se moviera. Así lo sintió un joven espectador desde los
escalones, a unos pocos metros. Y todo porque el año comenzó con más
femicidios. Entonces las campanas se hacen presentes. Y siguen sonando. Tic
tan, tic tan, tic tan...
Ojala esto
se termine pronto, pensó en voz alta una de ellas entre ese abrazo que se dan y
les afloja el cuerpo.
Performance La caída de las campanas, anoche en la explanada de la Intendencia.
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