domingo, 15 de mayo de 2016

De madre a hijo y viceversa

Los hijos son de la vida, no de uno, me dijo un día mi vieja. Mi madre. Sólo que me gusta decirle la vieja, mi vieja, me resulta más fraterno. Varias veces lo decía. Pero recuerdo aquella vez en que yo me tomaba los vientos en busca de otros caminos y me fui de mi casa, la suya, la de mi viejo también. Para ella no era fácil, le implicaba seguir en una ruta ya conocida por demás pero tediosa y bien empedrada y, sin embargo, ese día me lo repitió una y otra vez, quizás para que no me sintiera culpable por la otra parte del cuento que no viene al caso, y seguro porque ella de verdad quería que yo encontrara mi camino, mi libertad, que no perdiera mi independencia. Y así fue. Me fui sin abandonarla, claro está porque ella sabía que, a pesar de la distancia, tendría siempre mi apoyo. Y viceversa. Y viceversa.
La vieja, mi vieja, es de esas mujeres de fierro que no tituben jamás cuando uno llama o aparece de sopetón, sin sospecha, porque necesita un mimo, una caricia, un consejo, ese abrazo en que uno se siente como al lado de una estufa, y a salvo. Yo puteo, me caliento, rezongo porque ella tiene esa maldita costumbre de sacarme siempre, de ponerme los pelos de punta por ser tan insistente y llena huevo –que por qué no comes algo, que por qué no te abrigas, que por qué no hablas con fulanito y o haces tal cosa o tal otra como yo siguiera siendo una niña, su niña– me roba la poca paciencia que tengo y enseguida hiervo como el agua dentro de la caldera que chifla enloquecida en la hornalla de la cocina. Pero después, entre mates, anécdotas y gestos –pequeños gestos que son inmensos– uno se percata y recuerda que para la vieja uno, yo en este caso, jamás dejaré de ser niña, jamás dejaré de ser su hija. Y que el amor de una madre a una hija, un hijo, es incondicional. Y viceversa. Que la madre es el único ser en el mundo que jamás dice “no”. Por eso, es que a mí me gusta regalarle algo, una cartera, una buzo, una tetera, un libro, una flor, un mimo, cualquier cosa que a ella le haga bien, cualquier día del año porque ella conmigo está los 365 días de todos los año de su vida.

Montevideo. Julio, 2015. 

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