Rambla.
Montevideo. Mayo, 2017.
Sensación térmica, quince. Una
tarde mansa comparada a la de hace unos días, tres o cuatro, en que los primeros fríos nos castigaron de una. Los primeros fríos son los peores, dicen. Un sol
tímido pero sol al fin. Abandono la cama para arrancar el día. Abandono el
hogar –sólo por un rato– para aprovechar el aire, no tan húmedo como estos
días. La rambla. Esos aires, esa brisa. El mar. Respiro hondo para cargar
energías, de las buenas. Me despojo de algunos pensamientos. Miro el horizonte.
Suelto. Suelto lo que tengo que soltar. Esos aires. El mar. Pero siempre hay
algún Diablito que se cruza en el camino. Imágenes con las uno quisiera no toparse.
Que no se pueden evitar. Que acalambran. Que parten la cabeza como los
pensamientos. Y el alma. Entonces ellos van y vienen y vuelven a bombardearme y
lo que había soltado sigue por ahí, revoloteando. La sensación térmica aumenta.
Eso sí es bueno. Pienso en la suerte que tengo de tener una bolsa con agua
caliente en mis pies todas las noches y mañanas, al acostarme, mientras Charly me
canta “… ¿Por qué me tratas tan bien, me
tratas tan mal? ¿Sabés que no aprendí a vivir?...”, y veo a ese tipo ahí. La
vida trata bien a muchos, mal a otros. Castiga. Algunos sobreviven como pueden, si es que pueden, con
sensaciones térmicas que en la noches rondan entre los tres y cinco grados, con
necesidades insatisfechas, con emociones que se cruzan como las imágenes, a tantos miles. Y esto recién comienza. El invierno. Y qué suerte la de tener una simple
bolsa. La de agua caliente. Y un techo. La vida. Un trompo. Ahora la negrura y
una lluvia que no tardará en dejar la tarde gris y desatar el agua desde el
cielo, que alguien, seguramente, en algún lugar del planeta, desea. Y Charly
sigue:
“…A
veces estoy tan bien,
estoy
tan down.
Calambres
en el alma.
Cada
cual tiene un trip en el bocho
difícil
que lleguemos a ponernos
de
acuerdo...”
Calambres
en el alma.
En
el alma.
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