El mar me lleva. Cruzo el Río
de la Plata. Hace poco más de tres años que no piso suelo bonaerense, esta
ciudad tan gris como la nuestra. Debo llegar a Retiro pero la terminal del
barco está a casi cuatro kilómetros. No da para patear, el bolso pesa como yo o
más, quizás. Corro un micro –como dicen los porteños– que en su cartel anuncia
mi destino con letras grandes y rojas y el número 20. Quedo de lengua afuera,
pero el tipo se hace el sota, más bien el pelotudo, aprieta el acelerador y
sigue. Sé que me vio. Hasta en eso Buenos Aires es tan gris como Montevideo. Lo
maldigo, pero no logra sacarme de mis cabales. Me tengo terminantemente
prohibido gastar energías por estos laburantes
que se quejan y, sin embargo, no quieren laburar. Opto por un taxi. No tengo
muchas más opciones. El transito está denso, los bocinazos aturden, la gente en
las veredas, las plazas, las cebras, va y viene. Todo un caos. Algunos se
quejan de que el boleto del micro subió, el del subte también y los alimentos
no quedan atrás. Esta ciudad tan gris como la nuestra ya no es redituable para
vivir ni pasear. Una lata de refresco la
cobran el doble que en la vecina orilla, la mía. Pero un mes antes de que Cristina
dejara el gobierno tomaron a mil empleados en el Estado, me dice el tachero, y
esa guita la pagamos todos, sigue, mientras cientos de personas se concentran
en distintos puntos de la ciudad para manifestar su apoyo a la ex presidenta.
Los subtes están hasta las
manos, los autos, los camiones, los taxis, los micro, todo está hasta las
manos. La peatonal Florida está hasta las manos: “Cambio, cambio”, gritan
hombres y mujeres que intentan negociar con la guita; la avenida Corrientes
también está hasta las manos y la 9 de Julio ni que hablar. Todo está hasta las
manos en esta ciudad que a pesar de ser tan gris como la nuestra, me conquista.
Peatonal Florida. Buenos Aires,
Argentina. Abril, 2016.
Peatonal Florida. Buenos Aires,
Argentina. Abril, 2016.
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