martes, 19 de abril de 2016

La Gloria


Historias simples: Fortín Olmos

Suena cumbia a toda jareta. Se escucha desde casi la entrada del pueblo. Es el grupo santafecino Los Palmeras que tiene como 30 años, me cuentan después.  La casa está sobre la ruta, a unos metros de la primera parada del Pulqui, el micro que viene de Reconquista. No tiene número ni nombre. En Fortín Olmos las casas no llevan nada. Es simplemente la casa de Gloria, la curandera del pueblo. Gloria es la que cura a la gente cuando no hay remedio ni enfermera que dé con la tecla. Ella se las ingenia para salvar los males. Abre los brazos para recibir a quien quiera celebrar con ella su cumpleaños. Aunque no sea del pueblo. Hay que tener brazos largos para abrazarla. Su espalda es ancha. Uno se siente chiquito entre sus brazos.

En el patio al aire libre hay un gran banquete como para 50 personas: Empanadas, pizza con muzzarella, fainá, milanesas en picadillos… Algunas exquisiteces hechas por las propias manos de Gloria, otras por los visitantes. Cada uno lleva su “canasta” como en Uruguay que las fiestas se hacen lluvia. Todo repartido en tres largas mesas vestidas con manteles verdes que fueron usados en otras fiestas, y flores de papel y tela hechas por alguna mano experta artesana que hacen de centros de mesa
.
–Vení, vení– me dice Gloria con un par de platos en la mano que va a colocar en algunas de las mesas. Sentáte, sentáte –insiste– vení a comer que se acaba, y después conversas.
Es que Juli quiere saber quién soy, de dónde vengo, por qué estoy en Olmos. Mi facha resalta a la vista, sobre todo por la cámara de fotos que siempre me cuelga del cuello. Soy la extranjera del pueblo. Me confiesa que Jime, mi prima, es muy querida. Y lo sé. De verdad que lo sé. Jime se hace querer por cualquiera. Y acá en el pueblo la gente es buena, dice Juli. También lo sé. Se percibe a la vista de cualquiera. Los habitantes de ciudad somos más grises si se quiere. 

– ¡Viky!– me llama Kelly. Mirá, dice guiñándome un ojo y con una sonrisa. Me muestra un Mar de Arenas, un tinto en caja. Kelly ya me conoce, sabe que me gusta el vino. Pero hoy paso, le digo devolviéndole una mirada cómplice. Es que los 33, 34 o quizás 35 grados me piden algo fresco. No corre aire y todo es húmedo, y el vaquero me hace transpirar. Pero es mejor morirse de calor que ser comida por los mosquitos. Los bichitos no dan tregua, no hay repelente que pueda con ellos.  

Gloria en cambio lucha con el sudor. En el hombro, lleva un trapo que dice ser un repasador, pero cuando se percata que es una remera muy pequeñita –la de Tiago– larga la carcajada. Le chorrea el agua por la piel, mientras ríe y le da a la charla de mesa en mesa como una quinceañera. Gloria es mujer de mucha historia. 61 años tiene para contar. Es de esas mujeres que sabe lo que es luchar en la vida. Gloria es generosa, es otra de las personas queridas en el pueblo. Quizás por eso no para de sonarle el celular. La llaman los hermanos de Buenos Aires. Su familia es grande. Todas las familias en Olmos son grandes. ¡Pero mirá la Gloria cómo está, si se parece a La Cristina hablando por teléfono!, bromea Silvana, una de las hermanas del Sagrado Corazón. En Olmos muchos mencionan a Cristina, la ex presidenta.


La tormenta sigue amenazante. Pero no importa, está todo calculado. En lo de Gloria hay un porche o galería, como le dicen, bajo techo. Víctor se apronta. Y Silvana también. Le ponen ritmo a la fiesta. Él con el acordeón y ella con la guitarra.  Mirella los acompaña con su voz. Canta como los dioses. Suenan chamamés y la pista improvisada de tierra se llena. Me sacan a bailar pero yo de chamamé no entiendo. No importa, me dice Kelly, hay chamamés que son fáciles porque se bailan como la cumbia, es un chamamés cumbiado. Ella da por sentado que yo sé de cumbia. De chamamés tampoco sé, pero me da la impresión que me está encajando cualquiera. Hago el esfuerzo igual, bailo esa música que no es ni ahí de mi santa devoción, me divierto y hasta soy el payaso de la fiesta –junto con Janet, la hermana inglesa– no sé si por ser extranjeras o bailar a los saltos. Ahí no importa bailar bien. Lo importante es divertirse, pasarla de maravillas. Y de veras que se la pasa maravillosamente bien. Uno se siente entre amigos. Amigos de siempre, de toda la vida. Cerca de las 15.00, el acordeón y la guitarra hacen sonar los acordes del feliz cumpleaños. Gloria es muy aplaudida cuando sopla el número 6 blanco de parafina y el volcán azul que todos los niños soplan y resoplan. En esas un chaparrón como si la lluvia no quisiera quedar afuera de la fiesta. En Olmos todos son fiesteros.  

Gloria.

Víctor y Mirella.


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