viernes, 14 de abril de 2017

Aquellos días en Olmos

Amanece. Los gallos arrancan, tempranito. Los pájaros los siguen. Las monjas se encuentran en la capilla orando por todo el pueblo. Gloria prende las hornallas antes que aclare para encarar esas recetas que hacen chupar los dedos a decenas de sobrinos y niños que adopta. Los almacenes abren sus puertas. Luisa y la otra Gloria, la más joven, empiezan el mate dulce en el galpón inmenso donde varias máquinas descansan y algunos telares esperan a ser terminados. Armando se prepara para otro día de escuela igual que cientos de niños, pero con la ayuda de la Hermana Jimena. Para Armando la cosa no es tan sencilla. Los adolescentes se aprontan para el liceo. Caminan kilómetros para llegar los que no tienen caballos y vienen de parajes aledaños. Otros viajan a Reconquista. Los pibes con discapacidad, desayunan café con leche antes de meter las manos en la masa dulce que quedará redonda y chiquita entre dulce de leche y coco, en el centro Nuevo Esperanza. Esas recetas que en el futuro les ayudará a tener unos mangos. Alguna vecina cuelga las sábanas que fregó y enjuagó en la pileta. Los perros merodean entre el barro que dejó la lluvia y el vecindario esquiva. El cura va y viene entre pueblo y pueblo y prepara la misa del sábado. Los caballos relinchan en el campo. Las vacas mugen entre el sorgo que pasa las rodillas de cualquiera. Los mosquitos molestan. La lluvia amenaza. Víctor se acomoda en su taller para arreglar las bicicletas que no ve porque no tiene vista. Pero tiene clientela en pila. Kelly apronta el mate, también dulce, y empieza a mezclar los ingredientes para las tortas fritas que salen como pan caliente. El mate en Olmos es dulce. Las tortas fritas sagradas como la misa de los sábados. La Tere abre el kiosko que tiene delante de su rancho y cocina para sus hijos. Sarita, la otra Hermana, le lleva la comunión a alguna anciana que ya no puede moverse. El Tito se tambalea en el medio de la plaza –la única del pueblo– por tanto tinto en caja. En la sala de la biblioteca suenan cuerdas de guitarras de pibes que sueñan con un mejor porvenir. En la misma sala, horas después, la Hermana Aída desestructura cuerpos de decenas de mujeres que encuentran paz con tanta yoga cuando ya entro la noche y los almacenes cierran sus puertas. La misma paz que uno encuentra en ese pueblo. A un año, yo recuerdo. Y cómo volvería. 

Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario