Amanece. Los gallos arrancan, tempranito.
Los pájaros los siguen. Las monjas se encuentran en la capilla orando por todo
el pueblo. Gloria prende las hornallas antes que aclare para encarar esas
recetas que hacen chupar los dedos a decenas de sobrinos y niños que adopta. Los almacenes abren sus puertas. Luisa y la
otra Gloria, la más joven, empiezan el mate dulce en el galpón inmenso donde
varias máquinas descansan y algunos telares esperan a ser terminados. Armando
se prepara para otro día de escuela igual que cientos de niños, pero con la
ayuda de la Hermana Jimena. Para Armando la cosa no es tan sencilla. Los adolescentes
se aprontan para el liceo. Caminan kilómetros para llegar los que no tienen
caballos y vienen de parajes aledaños. Otros viajan a Reconquista. Los pibes
con discapacidad, desayunan café con leche antes de meter las manos en la masa
dulce que quedará redonda y chiquita entre dulce de leche y coco, en el centro
Nuevo Esperanza. Esas recetas que en el futuro les ayudará a tener unos mangos. Alguna vecina cuelga las sábanas que fregó y enjuagó en la pileta. Los
perros merodean entre el barro que dejó la lluvia y el vecindario esquiva. El
cura va y viene entre pueblo y pueblo y prepara la misa del sábado. Los
caballos relinchan en el campo. Las vacas mugen entre el sorgo que pasa las
rodillas de cualquiera. Los mosquitos molestan. La lluvia amenaza. Víctor se
acomoda en su taller para arreglar las bicicletas que no ve porque no tiene
vista. Pero tiene clientela en pila. Kelly apronta el mate, también dulce, y
empieza a mezclar los ingredientes para las tortas fritas que salen como pan
caliente. El mate en Olmos es dulce. Las tortas fritas sagradas como la misa de
los sábados. La Tere abre el kiosko que tiene delante de su rancho y cocina
para sus hijos. Sarita, la otra Hermana, le lleva la comunión a alguna anciana que ya no puede moverse. El Tito se tambalea en el medio de la plaza –la única
del pueblo– por tanto tinto en caja. En la sala de la biblioteca suenan cuerdas
de guitarras de pibes que sueñan con un mejor porvenir. En la misma sala, horas
después, la Hermana Aída desestructura cuerpos de decenas de mujeres que
encuentran paz con tanta yoga cuando ya
entro la noche y los almacenes cierran sus puertas. La misma paz que uno encuentra en ese pueblo. A un año, yo recuerdo. Y cómo volvería.
Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.
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