Melina* se sube a un tacho, que
en algún momento tuvo diez litros de pintura, para llegar al royal y la harina
en el placard que tiene dos puertas y no es muy grande. Pero está a una altura
que no llega con los brazos estirados ni en puntitas de pie. Patricia* también
tiene que subirse al tacho. Y usa un cucharón negro de plástico para alcanzar el
paquete de dos rollos de papel, aún sin abrir, que está encima del armario. Las
dos llevan un delantal que cubre la parte delantera de sus cuerpos y sobrepasa sus
rodillas. Una de ellas revuelve dos ollas: la del relleno de carne picada y la de
leche con harina que será salsa blanca para esos canelones que van llenando una
asadera de buen tamaño y son el menú de ese día, uno de febrero no tan caluroso.
Tienen buena pinta. La otra tiene las manos en la masa. La que estira en una
asadera, también de buen tamaño, para hacer la base de una tarta de verdura. El
menú varía
En una de las paredes un papel
arrancado de una cuadernola, pegado con cinta marrón de embalaje, despliega una
lista con precios escrita por alguno de esos puños. Una letra imprenta,
prolija, azul. Milanesas con guarnición, milanesas en uno y dos panes,
zapallitos, tortillas, hamburguesa común y completa, tartas, pastas, pastel de carne,
empanadas, pizzas. Hay para todos los gustos. De postre: Ensalada de fruta,
flan y gelatina.
En ese mismo espacio hace unos
cinco meses, iban a parar las reclusas que se mandaban un moco, una grosa. Era
el calabozo del castigo. Ese lugar que en ese entonces no le entraba ni una
rendija de luz, ahora, le entra una cocina, un frezzer, una heladera y una
mesada, una mesa chica donde se envuelve la comida, otra en la que se apoya una
cortadora de fiambre, y por la ventana, por donde las reclusas atienden a todo
aquel que se acerca y compra, entra el sol de la mañana y el de la tarde.
Fueron cuatro las presas que un
día, pensando cómo zafar de estar entre rejas y saldar las penas y tener la
cabeza ocupada y no tener al milico (o la milica) entre ceja y ceja,
presentaron el proyecto de crear una rotisería. Era el negocio perfecto. La
comida es indispensable. Quién no gasta en comida, dice la del tatuaje en el
hombro. Y si no se vende, se come. Además, estando ahí se hace algo productivo –valora
la que tiene la mitad de la cabeza rapada– que les servirá como herramienta
cuando recuperen la libertad. Eso que sueñan siempre. Todos los días. Desde que
se levantan hasta que se acuestan. Cuando no se les vienen las maldades encima.
Es que vivís pensando en eso, dice la morocha de pelo largo y cuerpo grande,
cuando estas encerrado en cuatro paredes y no tenés posibilidades de estudiar
ni trabajar. Cuando te levantas y lo único que ves al mirar para adelante son
barrotes de hierro, rejas. Ahora la rutina es otra. Es más llevadera. Cocinar
es otra cosa, les cambia las costumbres. Y las hace sonreír.
Peor no fue fácil. Tuvieron que
cargar pilas y cambiar hábitos. Había
que transformar el calabozo en un espacio habitable para pasar varias horas,
trabajar, cocinar. Revocar, picar paredes, pintar, instalar una mesada, una
pileta y un extractor. Conseguir materiales y donaciones, comprar mercadería y tratar
con proveedores. Negociar. Todo en treinta días. Lograron la habilitación de un
proyecto que jamás había sido viable en esa Cárcel de Mujeres, la N°5, en la
calle Cno. Carlos A. López. La que está a un kilómetro –un poco más, un poco
menos– de la principal avenida de Colón, donde tiene parada el G con destino a
La Paz. Las puertas de la “Roti” se abrieron a mediados del pasado diciembre.
En ese entonces y en febrero de este año, les estaba yendo bien. Pero ninguna
de ellas piensa bajar los brazos y quedarse en esa. La idea es que Roticrazy se expanda y llegue a otra
parte del edificio donde están las
madres con los hijos, las reclusas de la ex cárcel El Molino. Después, pasarle
la posta a otras presas, cuando ellas ya estén instaladas en la Roticrazy de cada barrio, los suyos. En
libertad.
*Nombres ficticios.
Centro de Rehabilitación Femenino N°5, Cárcel de Mujeres. Colón. Febrero, 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario