sábado, 29 de abril de 2017

No están crazy

Melina* se sube a un tacho, que en algún momento tuvo diez litros de pintura, para llegar al royal y la harina en el placard que tiene dos puertas y no es muy grande. Pero está a una altura que no llega con los brazos estirados ni en puntitas de pie. Patricia* también tiene que subirse al tacho. Y usa un cucharón negro de plástico para alcanzar el paquete de dos rollos de papel, aún sin abrir, que está encima del armario. Las dos llevan un delantal que cubre la parte delantera de sus cuerpos y sobrepasa sus rodillas. Una de ellas revuelve dos ollas: la del relleno de carne picada y la de leche con harina que será salsa blanca para esos canelones que van llenando una asadera de buen tamaño y son el menú de ese día, uno de febrero no tan caluroso. Tienen buena pinta. La otra tiene las manos en la masa. La que estira en una asadera, también de buen tamaño, para hacer la base de una tarta de verdura. El menú varía

En una de las paredes un papel arrancado de una cuadernola, pegado con cinta marrón de embalaje, despliega una lista con precios escrita por alguno de esos puños. Una letra imprenta, prolija, azul. Milanesas con guarnición, milanesas en uno y dos panes, zapallitos, tortillas, hamburguesa común y completa, tartas, pastas, pastel de carne, empanadas, pizzas. Hay para todos los gustos. De postre: Ensalada de fruta, flan y gelatina.

En ese mismo espacio hace unos cinco meses, iban a parar las reclusas que se mandaban un moco, una grosa. Era el calabozo del castigo. Ese lugar que en ese entonces no le entraba ni una rendija de luz, ahora, le entra una cocina, un frezzer, una heladera y una mesada, una mesa chica donde se envuelve la comida, otra en la que se apoya una cortadora de fiambre, y por la ventana, por donde las reclusas atienden a todo aquel que se acerca y compra, entra el sol de la mañana y el de la tarde.

Fueron cuatro las presas que un día, pensando cómo zafar de estar entre rejas y saldar las penas y tener la cabeza ocupada y no tener al milico (o la milica) entre ceja y ceja, presentaron el proyecto de crear una rotisería. Era el negocio perfecto. La comida es indispensable. Quién no gasta en comida, dice la del tatuaje en el hombro. Y si no se vende, se come. Además, estando ahí se hace algo productivo –valora la que tiene la mitad de la cabeza rapada– que les servirá como herramienta cuando recuperen la libertad. Eso que sueñan siempre. Todos los días. Desde que se levantan hasta que se acuestan. Cuando no se les vienen las maldades encima. Es que vivís pensando en eso, dice la morocha de pelo largo y cuerpo grande, cuando estas encerrado en cuatro paredes y no tenés posibilidades de estudiar ni trabajar. Cuando te levantas y lo único que ves al mirar para adelante son barrotes de hierro, rejas. Ahora la rutina es otra. Es más llevadera. Cocinar es otra cosa, les cambia las costumbres. Y las hace sonreír.  

Peor no fue fácil. Tuvieron que cargar pilas y cambiar hábitos.  Había que transformar el calabozo en un espacio habitable para pasar varias horas, trabajar, cocinar. Revocar, picar paredes, pintar, instalar una mesada, una pileta y un extractor. Conseguir materiales y donaciones, comprar mercadería y tratar con proveedores. Negociar. Todo en treinta días. Lograron la habilitación de un proyecto que jamás había sido viable en esa Cárcel de Mujeres, la N°5, en la calle Cno. Carlos A. López. La que está a un kilómetro –un poco más, un poco menos– de la principal avenida de Colón, donde tiene parada el G con destino a La Paz. Las puertas de la “Roti” se abrieron a mediados del pasado diciembre. En ese entonces y en febrero de este año, les estaba yendo bien. Pero ninguna de ellas piensa bajar los brazos y quedarse en esa. La idea es que Roticrazy se expanda y llegue a otra parte del edificio donde están las madres con los hijos, las reclusas de la ex cárcel El Molino. Después, pasarle la posta a otras presas, cuando ellas ya estén instaladas en la Roticrazy de cada barrio, los suyos. En libertad.

*Nombres ficticios.


 Centro de Rehabilitación Femenino N°5, Cárcel de Mujeres. Colón. Febrero, 2017. 

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