Cumple de Titi. Maldonado. Noviembre, 2015.
Antes de las 00.00 nos hacían
poner la cabeza en la almohada y el cuerpo debajo de las sábanas. A esa altura
no usábamos frazadas. Cada 5 de enero dejábamos los zapatitos a los pies de la
estufa a leña –que en ese entonces era más un adorno o el estacionamiento de la
pista de autos, o el recoveco de alguna de mis casitas de juguetes– para que en
la madrugada los reyes dejaran los regalos. Yo elegía siempre los más lindos,
los más nuevos si tenía algunos nuevos. Pero la ansiedad atrasaba el sueño. Tenía
que contar más de mil elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araña,
y como veían que resistían iban a buscar a otro elefante y a otro y otro…
Entonces siempre me perdía de ver cuando Melchor, Gaspar y Baltasar llegaban y
los camellos se tomaban el agua de los dos baldes, porque a esa hora ya me
había resistido. Los mayores también dejaban sus zapatos, por las dudas, por si
para ellos también había regalos. Y si encima justo caían en esas fechas los
primos, se amontonaban zapatos como moscas entre la basura.
En Pascuas no se dejaban zapatitos
para recibir el huevo artesanal de chocolate con merengue blanco y duro alrededor
y de varios colores en el centro. Ese huevo que aparece en el mercado una vez
al año porque se come sólo en esa fecha en que se celebra la Resurrección de
Jesús para las familias católicas rabiosas como la de mi madre. Yo no entendía
un pepino eso de la resurrección hasta que hice catecismo y me comí la ostia y
hasta tomé del vino de un cura joven y de barba cuando cumplí 15. Pero encontrar
el huevo en el jardín–el huevo del año– entre las hortensias, las margaritas, las rosas y alguna
que otra piedra, generaba el mismo nerviosismo y la ansiedad que nos producía salir
sin que lo descubrieran a uno y llegar antes a esa pared en que otro contaba
hasta 20 o hasta 50, si éramos muchos, hacer la pica en la escondida en un
cumpleaños. Ahora en los festejos se alquilan castillos inflables y camas
elásticas redondas. Entones los niños pasan horas jugando a ver quién salta más
alto, se pechan, dan vueltas carnero y hasta imaginan, a veces, con tocar el
cielo. Y los zapatitos se amontonan.
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