domingo, 16 de abril de 2017

El zapatito que no aprieta

Cumple de Titi. Maldonado. Noviembre, 2015. 

Antes de las 00.00 nos hacían poner la cabeza en la almohada y el cuerpo debajo de las sábanas. A esa altura no usábamos frazadas. Cada 5 de enero dejábamos los zapatitos a los pies de la estufa a leña –que en ese entonces era más un adorno o el estacionamiento de la pista de autos, o el recoveco de alguna de mis casitas de juguetes– para que en la madrugada los reyes dejaran los regalos. Yo elegía siempre los más lindos, los más nuevos si tenía algunos nuevos. Pero la ansiedad atrasaba el sueño. Tenía que contar más de mil elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araña, y como veían que resistían iban a buscar a otro elefante y a otro y otro… Entonces siempre me perdía de ver cuando Melchor, Gaspar y Baltasar llegaban y los camellos se tomaban el agua de los dos baldes, porque a esa hora ya me había resistido. Los mayores también dejaban sus zapatos, por las dudas, por si para ellos también había regalos. Y si encima justo caían en esas fechas los primos, se amontonaban zapatos como moscas entre la basura.

En Pascuas no se dejaban zapatitos para recibir el huevo artesanal de chocolate con merengue blanco y duro alrededor y de varios colores en el centro. Ese huevo que aparece en el mercado una vez al año porque se come sólo en esa fecha en que se celebra la Resurrección de Jesús para las familias católicas rabiosas como la de mi madre. Yo no entendía un pepino eso de la resurrección hasta que hice catecismo y me comí la ostia y hasta tomé del vino de un cura joven y de barba cuando cumplí 15. Pero encontrar el huevo en el jardín–el huevo del año– entre las hortensias, las margaritas, las rosas y alguna que otra piedra, generaba el mismo nerviosismo y la ansiedad que nos producía salir sin que lo descubrieran a uno y llegar antes a esa pared en que otro contaba hasta 20 o hasta 50, si éramos muchos, hacer la pica en la escondida en un cumpleaños. Ahora en los festejos se alquilan castillos inflables y camas elásticas redondas. Entones los niños pasan horas jugando a ver quién salta más alto, se pechan, dan vueltas carnero y hasta imaginan, a veces, con tocar el cielo. Y los zapatitos se amontonan.  

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