viernes, 5 de octubre de 2018

Los luguenses "de patrón"

En la rotonda donde hay una fuente de agua que nunca larga chorros y donde intersectan las avenidas Madrid, Ramón Ferreiro y las calles Laxeiro, San Roque y Erín, un cartel con forma de arco y luces de varios colores da la bienvenida a la Fiesta de San Froilán. Desde ahí hacia la parte histórica de la ciudad, donde está la muralla romana, la Praza Mayor, la catedral y cientos de bares y boliches (con el mismo estilo colonial y barroco que Santiago, la capital de Galicia, por calles angostísimas por las que vas caminando y por momentos no sabes a dónde te lleva o a dónde vas a salir), y hacia los lados laterales, todo es una fiesta.

En la avenida Rodríguez Morelo, por las tres cuadras que te llevan al Parque Rosalía de Castro, de un lado habitantes y emigrantes sacan partido de la fiesta para vender desde churros, garrapiñada, ropa, llaveros, adornos, lámparas, inciensos, accesorios para celulares, artesanías –como la Feria del Parque Rodó o la de Villa Biarritz– a precios, en su mayoría, que se prestan a cualquier bolsillo. Del otro lado, muchos intentan seducir a los visitantes y ciudadanos a llevarse un premio con la lotería. Pagás un euro y tiras a embocar la flecha en el medio del círculo o la pelota en la boca grande de algún Minions. Si la metes o estás bien de puntería, te llevas un premio que puede ser un juguete para tu hijo o algo útil para el hogar. En esas los niños se divierten con varios desafíos para llevarse más de un macaco a un peluche.  O en los autitos que chocan, o girando en una caselita con caballos, o dando vueltas en una moto que persigue a otra y a otra, o en la pista de autos que es un ocho encima de otro ocho y hace que a uno se le pierde la vista cuando quiere seguir la ruta.

Muchos afrodescendientes emigrantes –tintos re tintos– que hablan en un español dificultoso, aprovechan la volada para sacar unos euros con monos de peluches, medias que venden de a tres pares, artesanías en madera o lo que puedan. Y feriantes gallegos de otras ciudades sacan provecho también del san patrono para vender sus productos. María Carmen viaja desde Ourense, esa ciudad situada al sureste de Galicia que es atravesada por el Río Miño (el mismo que bordea a Lugo), el más largo de Galicia.

Se coloca en un estand para exhibir el proyecto de licores artesanales que emprendió con su socia hace diez años, al principio como un hobby, para el disfrute en las reuniones familiares y amigo, pero ahora ya para un público generoso que lleva diez años comprando. Ya diez años, se percata, y es pura sonrisa. Es que luego de participar en la competencia de licores caseros que se celebra cada año en el Festival de Historia de Ribadavia (en Ourense), donde ganaron varios premios, los licores están obligados, a esa altura, a producirse en buenas cantidades y llegar a cuantos paladares se animaran a desafiarlos. Ellas recopilan recetas populares, de mucha tradición, como el licor de café y el de hierbas, y otras menos conocidas y más originales (y hasta innovadoras) como el licor de hoja de higuera, de canela, de cilantro o la crema de ajo. Con un proceso puramente artesanal e ingredientes naturales, lograron un resultado que, según la degustación de amigos y familiares, podría tener un alto grado de aceptación en el mercado.

Y mientras muchos luguenses van de bar en bar, de copas o de cañas, que en realidad, no es la caña uruguaya sino el chop de cerveza, los de sombrero y mocasín ellos, de vestido y taco ellas, en su mayoría, almuerzan en cualquiera de los paquetes restaurant siguiendo la tradición de comer ese pulpo, que duele entre diez y doce euros la porción de unos 250 gramos. Cuatro veces más caro que el en el San Froilán de 2017, según La Voz de Galicia. Pero al pulpo hay con qué darle como sea, dicen algunos cuando Carmen (no la de los licores), la de la pulpería Manolo de Marce, sobre la Praza da Soidade, da un paso atrás para evitar que el gigante de muchos brazos y movimientos cuando lo saca del agua hirviendo, no la ensucie. Lo de Marce explota de encaprichados por un pulpos y mariscos, cuando en un rincón de esas calles de piedra donde el que no conoce se pierde fácilmente, un mexicano, un chileno y un montevideano toman cañas y tintos sobre un barril. El flaco, el más flaco que tiene acento montevideano, es artesano y también viajó para sacarle el jugo al santo, patrono de esta ciudad tan pequeña donde dos montevideanos se cruzan y se mezclan con los porteños, los chilenos, los mexicanos, los japoneses, los ingleses y los daneses. Y los gallegos con todos juntos. Entonces la multiculturalidad fluye en esas que los jóvenes se preparan para una noche musical (todos los días hay espectáculos gratis), las iglesias no dan abasto de turistas, Lugo explota (esto recién comienza) en las fiestas del otoño más famosas de Galicia, y San Froilán agradece. Y la fuente suelta, ahora sí, chorros bien fuertes.


Pulpería Manolo de Marce, sobre la Praza da Soidade, en pleno centro 
histórico de Lugo, Galicia en la Fiesta de San Froilán. 
España. Octubre, 2018.



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