“Yo
te sigo”, me dijo la mujer cuando asentí, ya en la puerta del 169, que iba a
Maroñas. El chofer había sido muy escueto en las explicaciones cuando ella
preguntó cómo llegar. Desde que la vi contra la ventanilla de piernas cruzadas,
piel delicada, vestido negro y discreto (igual que el maquillaje) que le
llegaba a la mitad de la espalda como la cola recogida cuidadosamente, la perla
en su índice derecho y los tacones negros que le dejaban los pies al
descubierto, supe que era una de las que apostaba. Ni bien pisó la vereda, sacó
de su cartera de cuero que apretaba contra el cuerpo, un pequeño objeto. Un “gas
pimienta”, me dijo, por si algún chorro se acercaba. Lo había tenido que usar una
vez, hacía mucho tiempo. María llegaba apenas cinco minutos antes que largara
la carrera de las 16.20, me contó mientras hacíamos cola en la boletería.
Después, la perdí entre la gente.
“¡Dale
Guapita!”, gritaba con el brazo en alto frente a un televisor de un pasillo
externo una cincuentona. “Vos sí que me saliste buena”, se enorgullecía, mientras
varios niños se entretenían con los zancos y tres hombres con ropa antigua que
se hacían llamar Melchor, Gaspar y Baltasar y sonreían abrazados frente a las
cámaras con los pequeños, y algunos caballos relinchaban a la espera de la
próxima carrera.
Carlitos,
“como Gardel”, me dijo casi sacándose el sombrero. Llevaba horas sentado frente
a decenas de pantallas, otros hombres y alguna que otra mujer. Hay temporadas
que le da “por el fútbol”, pero su cuadro, “Danubio”, no le ha dado muchas
alegrías últimamente. “Fijate que ahora empieza el campeonato y no ha traído ni
un jugador nuevo”, se quejó el sesentón. Los caballos le gustan desde
“muchacho”. Antes iba todos los domingos. “Es difícil”, dice respecto a las
apuestas. “Todo lo que ganas en una, lo perdés en otra”, pero si te gusta,
tenes que apostar”, sino, al parecer, todo pierde sentido. “Yo si no juego no
disfruto”, aunque su caballo vaya último. Y pensar que hay gente que no le
gusta. "Mi mujer mira para el techo o se pone a tejer" mientras Carlitos enloquece entre tantos nervios durante la carrera en la que apostó. Eso le pasa a muchos
que optan por no mirar las carreras desde las tribunas. De pronto, el silencio
atronador se transforma en un grito. Y Carlitos los mira moviendo la cabeza: “Acá
hay mucho bandidadaje”, pero, “si venis siempre te habituás”, intenta enmendar
lo dicho, mostrando los dientes y moviendo un hombro como si lo único que
importara es el goce del momento. Así es Maroñas.
**Entrada relacionada: "Por el premio baila el mono y Maroñas revienta caballos" (setiembre, 2014).
http://virginiatestigo.blogspot.com/2014/09/por-el-premio-baila-el-mono-y-maronas.html
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