Sonaron insistentemente. Eran las campanas que Hekatherina
llevaba en cada mano, acostada a los pies de la estatua de la Libertad. Un
señor que circulaba en una camioneta paró a su lado y le preguntó por qué hacían
eso. “Porque nos matan”, contestó ella en seco. Nunca responde. Nunca. Pero
ayer, sus palabras salieron nomás, con bronca, con rabia. Y la mirada dura.
Son diez, vestidas de blanco. Y un sonido
brillante de campanas que deviene yuxtaposición del imaginario sonoro del
golpe, expresan, del cuerpo cayendo. Diez cuerpos que se caen y se levantan, y caen
nuevamente y vuelven a levantarse, esta vez, con más fuerza, afirmados para seguir
denunciando lo que la democracia capitalista sostiene: la violencia de género
ante cada feminicidio. Y las campanas no dejan de sonar. Intensamente.
Performance La
caída de las campanas, ayer, en la Plaza Cagancha.
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Performance La
caída de las campanas, ayer, en la Plaza Cagancha.
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Performance La
caída de las campanas, ayer, en la Plaza
Cagancha.
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