La divisó,
a un par de cuadras, cruzando la gran puerta que da entrada al barrio de más historia.
Su paso apurado zarandeaban sus rulos largos y negros. La brisa del viento
hacía lo suyo sobre su pollera de lino beige. Sobre el hombro derecho le
colgaba una mochila con la máquina que iba a mostrarle. Y un tinto que tomarían
meses después, bajo el techo nuevo.
– Perdón
por la demora, asintió nerviosa.
– Todo
bien – contestó él con una sonrisa. Y la beso en la mejilla.
– ¿Subimos?
Una
anchísima escalera de mármol, hacia ambos lados, los invitaba al restaurante-café,
rodeado de fotografías en blanco y negro, discos y libros por doquier, y un ventanal.
Allí se sentaron.
–Nunca
tuve una cita, confesó ella tímidamente, mientras se enamoraba, sin saberlo.
–
¿Enserio? Bueno, siempre hay una primera vez, soltó él mirándola a los ojos.
Y así pasó
la noche, entre copas y tangos, entre piazzollas y troilos que La Mufa interpretaba,
y más vino. Él lo sospechó. Ella ni se imaginaba que aquella cita iba a serla
única. El resto se transformarían en verdaderos encuentros, en su propia historia.
La de siempre.
La Mufa. Abril, 2015.
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