de Historias simples
“De vez en cuando la vida nos besa en la
boca
y a
colores se despliega como un atlas (…)
De
vez en cuando la vida, se nos brinda en cueros
y
nos regala un sueño tan escurridizo
que
hay que andarlo de puntillas
por
no romper el hechizo.
De
vez en cuando la vida, afina con el pincel:
se
nos eriza la piel y faltan palabras
para
nombrar lo que ofrece a los que saben usarla…”
Joan Manuel Serrat
Las lágrimas corrieron por sus
mejillas. Las quiso contener. Lo hizo bien pero, un poquito, le costó. Es que Lourdes
es de esas tipas que larga los mocos por una mosca. Esta vez, por tantas
emociones juntas. Las que fue acumulando en sus 50. Los que festejó el sábado juntando, desde hace meses, pesito a pesito. Lourdes
es de las tipas que anota en una libretita cada gasto, cada billete, cada centésimo,
mes a mes. Cuenta, calcula: cuánto para la comida, cuánto para el boleto,
cuánto para darse un gustito muy cada tanto porque el sueldo es una miseria. Pero
esta vez, sólo esta vez, fue diferente. Fue el único cumpleaños que festejó
para que todos nos divirtiéramos. Ese sábado nos vamos a divertir, decía desde dos
meses antes. Nos vamos a divertir, repetía en el pasillo, en el patio, en su
casa, en la parada del ómnibus, en el supermercado, con algunos de su trabajo y
cada vez que la fecha se acercaba, ansiosa como una quinceañera, haciendo una
cruz imaginaria a cada día en el almanaque. Sólo quería que todos nos
divirtiéramos.
Y el día llegó. Y nuestro hogar
(común) lució como nunca antes, colorido: velas por doquier, centros de mesa, banderines
y en una pared, detrás de las tortas (hubo de todos los gustos y tamaños), fotos
añejas formaban el 50. Otras se entremezclaron en un audiovisual entre el
saludo y las palabras de padres, hermanas, sobrinos, amigos y amigas que son
como hermanas, y que traían tanto recuerdo acumulado. Cientos de recuerdos. Ahí
es que Lourdes tragó saliva, respiró profundo, apretó los labios, los dientes e
intentó de todas las formas posibles, aguantar las lágrimas entre tanta emoción
y nostalgia que se le vino encima de aquellos años y tantos buenos momentos. Siempre
buenos. Sólo los buenos. Porque, si bien, los malos forman parte de la vida, nos enseñan y de ellos aprendemos sí, para qué recordarlos en una noche tan
mágica como esa. Para qué. Entonces Lourdes río, lloró conmovida, pegó gritos
de alegría con ese timbre de voz que la hace única –y hasta se lo extraña
cuando está ausente– le sacó brillo a la
pista de baile aunque es de portland, chiveó, saltó, se hizo la Elvis cuando
arrancaron los holdys (los que suenan siempre en cada Noche de la Nostalgia)
que ella misma pidió, y siguió. Rió, rió y rió y hasta destapó lo que reprime por
enseñar buenos valores y costumbres. Es que Lourdes es de esas tipas que,
cuando sale a tomar una en la rambla, va con los vasitos de requesón en el
bolso, el destapador y un repasador. Pero esa noche, la del sábado, se permitió
salirse de sus cabales, tirar los tacos y prenderse del pico de alguna rubia y disfrutar y gozar
y celebrar los diferentes colores que se han desplegado a lo largo de sus 50
febreros. Así lo hizo saber en las invitaciones que entregó semanas antes. Y
así salió todo: A puro color –como ella lo merece porque Lourdes es de esas
tipas que se hace querer, que enseña, que está siempre, que nunca baja los
brazos– con esa risa tan natural y espontánea en los pómulos, a lo último ya
acalambrados, que le delataba lo tremendamente feliz que fue esa noche. Esa
noche en la que también nos hizo feliz a todos, y se acumuló, ahora, a aquellos
recuerdos y a la memoria –la de ella, la de todos– para siempre.
Lourdes. Febrero, 2016. |
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