lunes, 15 de febrero de 2016

50 febreros

de Historias simples

“De vez en cuando la vida nos besa en la boca
  y a colores se despliega como un atlas (…)
 De vez en cuando la vida, se nos brinda en cueros
 y nos regala un sueño tan escurridizo
 que hay que andarlo de puntillas
 por no romper el hechizo.
 De vez en cuando la vida, afina con el pincel:
 se nos eriza la piel y faltan palabras
 para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla…”

Joan Manuel Serrat

Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Las quiso contener. Lo hizo bien pero, un poquito, le costó. Es que Lourdes es de esas tipas que larga los mocos por una mosca. Esta vez, por tantas emociones juntas. Las que fue acumulando en sus 50. Los que festejó el sábado  juntando, desde hace meses, pesito a pesito. Lourdes es de las tipas que anota en una libretita cada gasto, cada billete, cada centésimo, mes a mes. Cuenta, calcula: cuánto para la comida, cuánto para el boleto, cuánto para darse un gustito muy cada tanto porque el sueldo es una miseria. Pero esta vez, sólo esta vez, fue diferente. Fue el único cumpleaños que festejó para que todos nos divirtiéramos. Ese sábado nos vamos a divertir, decía desde dos meses antes. Nos vamos a divertir, repetía en el pasillo, en el patio, en su casa, en la parada del ómnibus, en el supermercado, con algunos de su trabajo y cada vez que la fecha se acercaba, ansiosa como una quinceañera, haciendo una cruz imaginaria a cada día en el almanaque. Sólo quería que todos nos divirtiéramos.
Y el día llegó. Y nuestro hogar (común) lució como nunca antes, colorido: velas por doquier, centros de mesa, banderines y en una pared, detrás de las tortas (hubo de todos los gustos y tamaños), fotos añejas formaban el 50. Otras se entremezclaron en un audiovisual entre el saludo y las palabras de padres, hermanas, sobrinos, amigos y amigas que son como hermanas, y que traían tanto recuerdo acumulado. Cientos de recuerdos. Ahí es que Lourdes tragó saliva, respiró profundo, apretó los labios, los dientes e intentó de todas las formas posibles, aguantar las lágrimas entre tanta emoción y nostalgia que se le vino encima de aquellos años y tantos buenos momentos. Siempre buenos. Sólo los buenos. Porque, si bien, los malos forman parte de la vida, nos enseñan y de ellos aprendemos sí, para qué recordarlos en una noche tan mágica como esa. Para qué. Entonces Lourdes río, lloró conmovida, pegó gritos de alegría con ese timbre de voz que la hace única –y hasta se lo extraña cuando está ausente–  le sacó brillo a la pista de baile aunque es de portland, chiveó, saltó, se hizo la Elvis cuando arrancaron los holdys (los que suenan siempre en cada Noche de la Nostalgia) que ella misma pidió, y siguió. Rió, rió y rió y hasta destapó lo que reprime por enseñar buenos valores y costumbres. Es que Lourdes es de esas tipas que, cuando sale a tomar una en la rambla, va con los vasitos de requesón en el bolso, el destapador y un repasador. Pero esa noche, la del sábado, se permitió salirse de sus cabales, tirar los tacos y prenderse del pico de alguna rubia y disfrutar y gozar y celebrar los diferentes colores que se han desplegado a lo largo de sus 50 febreros. Así lo hizo saber en las invitaciones que entregó semanas antes. Y así salió todo: A puro color –como ella lo merece porque Lourdes es de esas tipas que se hace querer, que enseña, que está siempre, que nunca baja los brazos– con esa risa tan natural y espontánea en los pómulos, a lo último ya acalambrados, que le delataba lo tremendamente feliz que fue esa noche. Esa noche en la que también nos hizo feliz a todos, y se acumuló, ahora, a aquellos recuerdos y a la memoria –la de ella, la de todos– para siempre.


Lourdes. Febrero, 2016.



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