Sandy no está. En la peatonal
Pérez Castellano ya no hay artesanos. Sandy hoy está en Sarandí, la otra
peatonal, la calle principal de Ciudad Vieja donde miles de turistas se pasean,
donde decenas de artesanos se ganan la vida. Pero Sandy no exhibe a la venta,
como siempre –en estas baldosas llenas de historia– los sombreros sobre una
manta o un trapo. Está acompañada de otros artesanos, algunos que van y vienen
de una cuadra a la otra, hablan entre sí y cada tanto un tono de voz se levanta
por tanta indignación acumulada.
El
calor es insoportable, realmente insoportable. Pero eso hoy, para ellos, es lo
de menos. Mientras las autoridades de la Intendencia de Montevideo (IM) “ganan
sueldos de reyes”, los artesanos protestan, se manifiestan y piden una solución.
Aunque sea una. “En la mañana cayó la Inspección General de la IM con la
policía a sacarnos. Nos tomaron los datos y a dos o tres les exigieron la
cédula, y si le decían que no, los llevaban a la comisaría”, cuenta Marcelo que
ahora acomoda lo poco que tiene. Tenemos que armar porque tenemos que comer, sigue.
Marcelo hace tres años se gana la vida vendiendo cuadros en la peatonal Sarandí.
Y además sabe de historia y se maneja con el inglés y el portugués y les hace
de guías a muchos turistas que a veces andan como bollando sin saber para dónde
agarrar, suelta Gabriela, otra artesana, que se agarra la cabeza y aprieta los
labios. Esto me hace acordar a la dictadura, dice, mientras Marcelo mira para
todos lados, para ver si vuelven a caer los de la IM. Como los que venden
lentes en 18 de Julio, dice, estamos nosotros. Al alpiste de sacar y levantar la
mercadería más rápido que volando, pero así no se puede trabajar. Así no se
puede.
Las mantas siguen en el piso. Ahora
sin esos productos hechos a mano y a pulmón. Ahora con carteles, también hechos
a mano, que expresan sus ganas y la necesidad de trabajar, que piden una
solución y llama “represora” a la IM por las acciones que ha tomado, por “el
permiso que prometió y ahora niega”, y los echan, “en este país hermoso pero
discriminador” expresan otras cartulinas blancas, porque a los artesanos “la IM
los expulsó como si fueran delincuentes”, le cuentan a los turistas que andan a
paso lento, paran y observan. No entienden mucho, pero perciben que algo no anda
bien. Y las vidrieras de los locales comerciales exhiben marcas caras,
vestimenta fashion y hasta maniquíes que
miran para adentro en señal que hoy
empezaron los descuentos. Importantes descuentos. Esto se estila en muchos
comercios, me explica una vendedora.
“Bienvenidos a Uruguay” escribió
otra imprenta de puño indignado en color negro. Otro, le pregunta al “Sr.
Intendente: ¿De qué vamos a vivir? ¿Usted va a alimentar a nuestras familias?”
Pero el intendente está de licencia hasta el 23 de enero, aseguró Marcelo. Y Sandy
estampa su nombre y su cédula con una birome, también negra, en una hoja A4
dividida en varias columnas. Los artesanos empiezan a juntar firmas para no quedarse
sin trabajo. En la calle.
Camino apenas unos pasos. Una doña
de bastón, vecina del barrio, me detiene. Me agarra del brazo. También está
indignada. Indignadísima. Una viejita de cerca de 80 años tiene una jubilación
de apenas 8.000 pesos, y (por eso) vendía mediecitas, me cuenta. Y sabes lo que
me dijo, sigue con el cuento, “‘¿Y ahora, qué hago?’”.
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