Ella
esperaba. Meneaba la cabeza de un lado a otro. Más hacia su izquierda. Hacia la
plaza Independencia desde donde saldrían todas las agrupaciones. Mujeres y
hombres con trajes, vestidos para la ocasión, para la fiesta. Esa fiesta que se
inaugura con el desfile por la avenida principal, y dura meses y es la más
larga. Esa fiesta que se llama Carnaval. Maquillados hasta la médula y
exhibiendo, algunos, sus cuerpos desde arriba de grandes carros hechos por
muchas manos, acompañando el ritmo, las músicas, el candombe. Esa fiesta tan
preparada y esperada por muchos, en la que mandan los tambores.
Él,
estaba allí. Sin más que un cartón para apoyar su cuerpo flaco, moribundo. Ese
cuerpo que sobrevive a los fríos irresistibles del invierno, al sol intolerante del
verano, al hambre, a la falta de comida, a revolver la basura. A la nada. Dejando
que la vida pase. Y quizás, esperando que alguien se acuerde de él. Aunque sea
Dios. Para él nada es una fiesta.
Av.
18 de Julio, en la noche del Desfile de Carnaval. Montevideo. Enero, 2017.
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