Entró. Así, de una, como sin
anestesia, como siempre suele hacerlo. Cazó la guitarra y sin mediar palabra
alguna empezó:
Cuerpos en calor, desprendiéndose de la
tierra
cuerpos
sin control, o hay algo en vos que los controla
Cuerpos
convertidos en algo inflamable
cuerpos
convertidos en algo mas que etéreo
(…)
El escenario lucía varios colores por los
efectos de las luces. Y entre patrias, vivezas, fines y bardos recorrió su discografía
con tonos y ritmos nuevos pero con ese estilo tan particular, único que lo
caracteriza y que a sus fanáticos nos seduce tanto.
Como sucede siempre luego de la (supuesta) última
canción, la sala estalló en (casi) infinitos aplausos. Y volvió con sus músicos y
nos dejó dos más. La última, ahora sí, El
tiempo está después. Y sí, después de esa, no cabía pedirle otra. “Aquellas filas infinitas saliendo de
central”, de la Zitarrosa, para conseguir esa entrada gratis al rayo del sol como con "gritos de ternura pidiendo para entrar” valían más que la pena. Qué mejor homenaje para los 15 años de
la Zitarrosa que Cabrera.
Los miles de rostros con
sonrisas de oreja a oreja evidenciaban el festejo de anoche. Hasta dos hippies saltaban locas de contentas en
el cordón de la vereda como si fuese un sueño, un increíble sueño, cantándolo “un día nos encontraremos en
otro carnaval /Tendremos suerte si aprendemos /que no hay ningún rincón / que
no hay ningún atracadero / que pueda disolver /en su escondite lo que fuimos / el
tiempo está después”.
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