Villa 25 de Mayo, Florida. Noviembre, 2015.
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Decía Cartier Bresson: “La fotografía es una forma de gritar lo que sientes”. Y sí. Ella es huella de la realidad, ésa que captan mis ojos. A través de la imagen, y con mi sensibilidad mediante, intento expresar la vida cotidiana, sus momentos, sus personajes, sus gestos y el instante preciso e inolvidable, grabado en la memoria, por siempre.
domingo, 28 de febrero de 2016
viernes, 26 de febrero de 2016
Agarrate Cata
“Vengan
a la fiesta los que lloran
Canten
los que aprenden a callar
Suelten
como pájaros de fuego blanco
las
campanas de la libertad…
Carnaval,
te
agradezco por venirme a buscar
brindaremos
con la sangre de momo
cada
vez que vuelvas carnaval…
Una
murga abre los sueños
Muchas
voces, sueltan los sueños
El
cielo del tablado
las
luces de color
y
mi pueblo peleándole al dolor…”
Presentación
2005.
Agarrate Catalina
Tabaré Cardozo, director
escénico de Agarrate Catalina. Rural del Prado, Montevideo. Setiembre, 2015.
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Aparecieron en las tablas en 2001.
No demoraron en adquirir seguidores y fans. Dos años más tarde debutaron en el
Carnaval y con el repertorio "Tablado
Amateur" accedieron a la liguilla y obtuvieron la mención "Revelación del Carnaval". En
2005, 2006, 2008 y 2011 ganaron el primer premio. Los hermanos Cardozo, y
compañía, se hicieron de muchos seguidores con los inolvidables cuplés de "El
discurso de Chávez", “La civilización”, “Gente común”, “Las cucarachas”,
entre otros. Grabaron discos e hicieron giras por varios países. El verano 2015 no
fue el año de La Catalina para subir a los tablados y concursar en el Carnaval.
Pero la murga sigue recorriendo países y, en el propio, presentándose en
diferentes eventos durante el año. En setiembre, actuó en La Rural del Prado frente a
cientos de personas, donde jóvenes, veteranos y no tanto veteranos, hasta
niños, bailaron, aplaudieron y halagaron a una de las murgas con más
popularidad. Esta noche se presentaron en el Auditorio del SODRE, con el
espectáculo “Un día de Julio” que los dejó fuera del Carnaval 2015. A pesar de
los pesares, Agarrate Catalina sigue haciendo la suya. Y “como te digo una
cosa, te digo la otra”.
jueves, 25 de febrero de 2016
Viaje hacia el mar
Aquella mañana estaba
algo nublada y fresca. Pero no perdida. La bandera amarilla alertaba el viento
considerable que revolvía las aguas y la imposibilidad de nadar, pero no las
zambullidas en las olas y las salpicadas de espuma. Era la del 3 de enero de
2012. Unos pocos adultos–referentes acompañaban a decenas de niños y jóvenes
del oeste de Montevideo a la playa Puntas de Sayago. Sonreían como nunca. Es
que algunos ni siquiera conocían el mar. Tampoco sabían nadar o no lo habían hecho en “aguas abiertas”, es
decir, en la inmensidad del mar. Por eso nació el programa Agua Pato organizado por varias instituciones gubernamentales y de
la sociedad civil, que dos años después llegó también a la playa Ramírez.
En 2009 se realizaron
encuestas en las escuelas de la zona buscando la voz de los niños y jóvenes. Es
que “hacer un proyecto en el que los niños no estén interesados no vale de nada
ni es viable”, me había explicado en aquella oportunidad Beatriz Viera de SOCAT.
Yo trabajaba de becaria de comunicación en el Municipio A. En la zona oeste no
hay piscinas, las más cercana es en Paso Molino, a donde no todos los niños y
las familias tienen acceso. Por eso, ellos mismos pidieron las clases de
natación en las olas, al aire libre, aquel viaje hacia el mar, una mañana fuera
de rutina con caminatas por la arena, juegos, castillos con piedras. Una
especie de recreo escolar en plenas vacaciones. Una oportunidad, además, de
conocer otros pibes, hacer amigos. Eso es lo que valoraron Iara y Katty en una
confesión tímida. Aprendieron a nadar y ahora, se sienten más seguras en el
agua. Pero la frutilla que adornó la torta vino después, cuando Viera soltó la
sorpresa: Que el programa, ese año, se cerraría con un campamento en Floresta
(Canelones). Los brazos de aquellos niños se extendieron como queriendo tocar
el cielo, las piernas saltaron y las sonrisas se hicieron gigantes. Y algunos
se abrazaban. Es que la gran mayoría conocía la Floresta de nombre nomás, pero
nunca había puesto un pie en la costa de oro. Todo una aventura.
Ayer, en el salón Dorado
de la Intendencia de Montevideo, se celebró el quinto aniversario de este
proyecto que brindó herramientas de educación y convivencia a decenas de niños
y jóvenes. Esa voz que se ignora, que dos por tres, se olvida que también tiene
derechos.
Fotos: Playa Puntas de
Sayago, Montevideo. Enero, 2012.
martes, 23 de febrero de 2016
La nueva poli
Con los primeros calores y los
arribos de los cruceros, los policías fueron la novedad. Aparecieron en la televisión,
los periódicos y los portales de noticias. Es que ahora –desde noviembre del
año pasado– son una especie de robots-humanos por los Segway que los motorizaron:
unos biciclos eléctricos con los que tan sólo apretan un botón y parados, sin mover
un músculo, andan a más por hora que a pie: 40 kilómetros lo máximo. Una mejor
forma de patrullar –dicen– y complementar las medidas de vigilancia de las cámaras
de cada esquina, para darle más seguridad al turista (no a la vecindad, a los
que vivimos todo el año en Ciudad Vieja porque igual nosotros no bajamos de
cruceros) y tener, así, la chance de corretear y alcanzar a los pibes chorros, los
que no pican como una liebre, que andan en la vuelta y arremeten a los yanquis,
brasileros, argentinos, chilenos, gringos y cuanto europeo visita nuestra
Montevideo. Y todo bajo control.
Ciudad Vieja, Montevideo.
Diciembre, 2015.
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domingo, 21 de febrero de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
Qué será de aquellos rostros
Ciudad Vieja, Montevideo. 2001.
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En estas calles. Era una mañana de sábado de 2001. Yo
paseaba con la zenit colgada al cuello con un rollo en blanco y negro –seguro
de 36– como gurisa que viaja por primera
vez a Europa. Es que estaba descubriendo los encantos de Montevideo: el centro,
sus plazas, La Libertad a ambos lados de la avenida, su amplitud, un comercio
atrás del otro y tantas otras cosas que en el interior no existen. No era la
primera vez que visitaba la capital (venía desde muy pequeña a visitar a tíos y
primos), pero sí tomaba conciencia de que estaba pisando las tierras de tantas
batallas que había leído en los libros de Historia. La misma en la que había
luchado Artigas, y la misma que había refugiado a mi abuelo gallego que escapó
de tantas guerras. La misma donde creció mi vieja. Y adentrándonos en el barrio
histórico, ella me iba enseñando cada cosa: Las construcciones importantes, el banco tal, el local cual, la
panadería donde tía María compraba las exquisiteces, el café Brasilero (el de
Galeano), la iglesia San Francisco a la que iba ella porque su colegio
–que ya no existe– hacia pared con pared
con los santos, las oficinas en las que trabajo tantos años de administrativa
frente a la plaza Zabala, el Mercado del Puerto y tantas otras que las había
detenido el tiempo. Y más para acá, en los adentros, pasando la calle Misiones
hacia el Hospital Maciel y la escollera, jamás había entrado. Ahí los niños
jugaban en las calles. En mi barrio, en el interior, era lo más común. Pero en
la capital no, al menos en Malvín, Punta Gorda y Sayago donde vivía mi familia
y mi amiga de la infancia que había abandonado el interior a los 7 años. Y en
la calle Cerrito, si mi memoria no me traiciona, dos niñas sentadas contra una
ventana estaban quietitas. Supe que por estos lares, más allá del turismo que
aterrizaba en el lujoso mercado famoso por el medio y medio, había algo de
barrio periférico. La pobreza de aquellas niñas y niños se olía y hasta
penetraba en la piel de uno. Erizaba (aunque no tanto como diez años después). La basura ocupaba una importante porción
del asfalto. A mi vieja la entristecía ver que por las mismas calles que había andado de túnica la miseria amenazaba quedarse en apenas esas cuadras. Lo
que jamás imaginé, en ese entonces, que años después, sería también mi barrio. Y
que, quizás, esos mismos rostros me los cruzaría. Quizás no. Los busco sin
tener éxito. Qué habrá sido de ellos. Qué habrá sido. Qué habrá.
miércoles, 17 de febrero de 2016
lunes, 15 de febrero de 2016
50 febreros
de Historias simples
“De vez en cuando la vida nos besa en la
boca
y a
colores se despliega como un atlas (…)
De
vez en cuando la vida, se nos brinda en cueros
y
nos regala un sueño tan escurridizo
que
hay que andarlo de puntillas
por
no romper el hechizo.
De
vez en cuando la vida, afina con el pincel:
se
nos eriza la piel y faltan palabras
para
nombrar lo que ofrece a los que saben usarla…”
Joan Manuel Serrat
Las lágrimas corrieron por sus
mejillas. Las quiso contener. Lo hizo bien pero, un poquito, le costó. Es que Lourdes
es de esas tipas que larga los mocos por una mosca. Esta vez, por tantas
emociones juntas. Las que fue acumulando en sus 50. Los que festejó el sábado juntando, desde hace meses, pesito a pesito. Lourdes
es de las tipas que anota en una libretita cada gasto, cada billete, cada centésimo,
mes a mes. Cuenta, calcula: cuánto para la comida, cuánto para el boleto,
cuánto para darse un gustito muy cada tanto porque el sueldo es una miseria. Pero
esta vez, sólo esta vez, fue diferente. Fue el único cumpleaños que festejó
para que todos nos divirtiéramos. Ese sábado nos vamos a divertir, decía desde dos
meses antes. Nos vamos a divertir, repetía en el pasillo, en el patio, en su
casa, en la parada del ómnibus, en el supermercado, con algunos de su trabajo y
cada vez que la fecha se acercaba, ansiosa como una quinceañera, haciendo una
cruz imaginaria a cada día en el almanaque. Sólo quería que todos nos
divirtiéramos.
Y el día llegó. Y nuestro hogar
(común) lució como nunca antes, colorido: velas por doquier, centros de mesa, banderines
y en una pared, detrás de las tortas (hubo de todos los gustos y tamaños), fotos
añejas formaban el 50. Otras se entremezclaron en un audiovisual entre el
saludo y las palabras de padres, hermanas, sobrinos, amigos y amigas que son
como hermanas, y que traían tanto recuerdo acumulado. Cientos de recuerdos. Ahí
es que Lourdes tragó saliva, respiró profundo, apretó los labios, los dientes e
intentó de todas las formas posibles, aguantar las lágrimas entre tanta emoción
y nostalgia que se le vino encima de aquellos años y tantos buenos momentos. Siempre
buenos. Sólo los buenos. Porque, si bien, los malos forman parte de la vida, nos enseñan y de ellos aprendemos sí, para qué recordarlos en una noche tan
mágica como esa. Para qué. Entonces Lourdes río, lloró conmovida, pegó gritos
de alegría con ese timbre de voz que la hace única –y hasta se lo extraña
cuando está ausente– le sacó brillo a la
pista de baile aunque es de portland, chiveó, saltó, se hizo la Elvis cuando
arrancaron los holdys (los que suenan siempre en cada Noche de la Nostalgia)
que ella misma pidió, y siguió. Rió, rió y rió y hasta destapó lo que reprime por
enseñar buenos valores y costumbres. Es que Lourdes es de esas tipas que,
cuando sale a tomar una en la rambla, va con los vasitos de requesón en el
bolso, el destapador y un repasador. Pero esa noche, la del sábado, se permitió
salirse de sus cabales, tirar los tacos y prenderse del pico de alguna rubia y disfrutar y gozar
y celebrar los diferentes colores que se han desplegado a lo largo de sus 50
febreros. Así lo hizo saber en las invitaciones que entregó semanas antes. Y
así salió todo: A puro color –como ella lo merece porque Lourdes es de esas
tipas que se hace querer, que enseña, que está siempre, que nunca baja los
brazos– con esa risa tan natural y espontánea en los pómulos, a lo último ya
acalambrados, que le delataba lo tremendamente feliz que fue esa noche. Esa
noche en la que también nos hizo feliz a todos, y se acumuló, ahora, a aquellos
recuerdos y a la memoria –la de ella, la de todos– para siempre.
Lourdes. Febrero, 2016. |
domingo, 14 de febrero de 2016
viernes, 12 de febrero de 2016
jueves, 11 de febrero de 2016
miércoles, 10 de febrero de 2016
lunes, 8 de febrero de 2016
A vuelo de pájaro
Las agujas marcan las 6. El grandote runrunea y se refriega
contra la almohada girando hacia la persiana. La serenata lo estimula a salir
de entre los sueños. La de los gorriones que posan en el muro de enfrente o en
el aparato que cuelga en el exterior de su ventana. No los ve, pero lo sabe. En
días en que la gente sale envuelta en lana hasta las narices, sus cantos se
disipan en la niebla. Pero adentrándose la primavera, cuando hasta los plátanos
reviven, y con estos calores que no dan tregua, suenan cercanos y continuos
como contando sus andanzas en las alturas desde donde son íntegros testigos de cómo
obreros, bancarios, oficinistas, pichis, pescadores y turistas conviven en un
barrio que es pura historia. Como el inmenso edificio que supo tener varias
identidades, sobre las ramblas sur y portuaria, que el grandote ve desde su
dormitorio.
En tiempos coloniales fue el Fuerte de San José.
Cuando se demolió, el acomodado francés Gounouillou, que por torpeza los
criollos llamaron Guruyú, fundó allí un muelle y un puerto. Y así se bautizó a
esa zona de la Ciudad Vieja que curiosamente no conoce límites. Años después,
el español Emilio Reus construyó el majestuoso Hotel Nacional de cuatro pisos, lujosas
instalaciones de todo tipo y color –según cuentan– y vista al mar. Pretensiones
y pico las del rico empresario en aquella época. Pero la crisis económica de
1890 le jugó una mala pasada a aquellos aires de grandeza dejándolo a mitad de
camino. Alguien debía hacerse cargo. Entonces, el
Estado lo destinó a sede de varias facultades de la que salieron reconocidos
hombres como Vaz Ferreira. Pero, luego, al majestuoso lo detuvo el tiempo y fue
quedando entre ruinas y abandono: paredes
rajadas, hierros oxidados, maderas podridas.
A comienzos del siglo reaparecieron las expectativas. El empresario
griego Tsakos, dueño de muchas inversiones en el país, lo adquirió en un
remate. Se decía que su hija María se haría cargo, pero a ella la encontró la
muerte y el mamotreto sigue emperrado en no reconstruirse,
mientras el grandote lo sueña como gran Galería de Arte moderna con salas de
exposiciones y bibliotecas o librerías entre jardines, cafés y una buena vista
e imagina cómo serían sus adentros.
En tanto su destino es puro incierto, obreros se empeñan
en un asiento contra la ventana de algún ómnibus que los conducirá a encarar las
ocho horas maldiciendo la vida de pobre laburante; algún vagabundo de alma
empobrecida busca un boliche de mala muerte; los transas venden droga y
arruinan a cuánto pibe se les acerca en la plazoleta que ahora es puro polvo
porque en unos meses tendrá otra cara (nuevos bancos, juegos, pasto, vaya a
saber qué); y unos pocos zombies se
adueñan de las esquinas para darle a la fumata y junear a la gente, mientras un
grupete de policías –ahora motorizados– en los alrededores del Mercado del
Puerto le prometen a los extranjeros una estadía segura en esta tierra de
inmigrantes. Como el italiano que construyó el conventillo a principios del 900
(típico de la época) para hospedar a europeos que huían de las guerras. Una
arquitectura de valor testimonial, aunque se
tapió por inhabitable. Y gracias a eso, muchas familias marginadas –fustigadas por
la crisis de hace catorce años– encontraron su salvación.
Allí, en esas habitaciones, algunas hechas basurero
entre tantos niños y bordeadas por un patio común sin techo, se refugian los pastabaseros de profesión rapiñeros o
malandras que, dos por tres, puteada va, puteada viene, (hasta) se afanan entre
ellos. “Anda a robar como yo, si querés”, desafió a los gritos, una madrugada,
una voz ronca que el grandote escuchó seguido de un disparo que hizo temblar a
los gorriones que andaban en la vuelta y los vecinos que aún seguían despiertos.
Todos se cuidan de ellos que, dos por tres, trepan como gatos muros y azoteas
cagándose en laburantes y, más aún, en excursionistas y, a diferencia de los
gorriones, andan esquivando las cercas eléctricas. Los gorriones todo lo ven.
Ahora los chorros planean su próxima “aventura” al
norte de la ciudad. Es que hace unos meses en estas calles de baldosas
levantadas y montoncitos de soretes, focos blancos a la vista de turistas con
cámara al cuello, los vigilan. Los pájaros locos de contentos por el descenso
de tantas sirenas que aturden. Bastante ya con las ambulancias que aterrizan en
el Maciel con accidentados, mientras los internados luchan para salir del
encierro hospitalario y otros, en pleno delirio, intentan saldar tanto sufrimiento.
Los gorriones, en cambio, son afortunados: “¡Ta’ la comida!”, les avisa con un
grito el grandote, llenándoles el balcón de migas a la hora que el sol está en
su punto más alto, cuando ellos no lo hacen adivinar a dónde los lleva el
viento.
domingo, 7 de febrero de 2016
sábado, 6 de febrero de 2016
viernes, 5 de febrero de 2016
La previa
En esas horas en las que el
sol no da tregua, los tambores empiezan a sentirse tímidamente. Y todo comienza
a aprontarse para la gran fiesta. Las veredas y los patiecitos de las casas de
quienes viven sobre las calles Carlos Gardel o Isla de Flores y tienen su lugar
asegurado, se van ocupando de sillas, (hasta) sillones y reposeras playeras. En
las puertas varios carteles anuncian la entrada al baño, el agua caliente para
el mate, cigarros, refrescos, y aunque el calor haga sudar, las tortas fritas
(¡qué nunca falten!) especialmente para los extranjeros que aterrizan en
nuestras tierras para vivir el carnaval más largo del mundo. Con una buena
vista, desde los balcones alquilados, se enamoran. De las bailarinas, las
comparsas, el tronar de tambores, el ambiente que se respira. Pura algarabía.
Calle Isla de Flores, Barrio
Sur. Febrero, 2015.
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Calle Gardel, Barrio
Sur. Febrero, 2015.
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miércoles, 3 de febrero de 2016
La fe que mueve las aguas II
“Ahora en la playa Ramírez otra
vez el asombro, pero más que nada el entrevero (…) El merchandising religioso convertido en gran feria: velas, la diosa
del mar en todas sus estaturas, barquitos de espumaplast (que dicen que matan a
los peces, que mueren atragantados) para cargarlos con ofrendas: perfumes,
sandías, unas empanadas que uno quisiera robarle a alguna canasta, pulseras,
cartas, gente entrando al mar en procesión que parece sincera y miles y miles
de observadores”.
Apegé*
Celebración de Iemanjá, ayer,
en la playa Ramírez.
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*Ciudad
Ocre. la diaria. Pág.7. 5 febrero,
2015.
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martes, 2 de febrero de 2016
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