sábado, 30 de abril de 2016

De lo bueno

En el Día Internacional del Jazz


“Sólo hay dos maneras de resumir la música: o es buena o es mala.
Si es buena no le das más vueltas, simplemente disfrútala”.

Louis Armstrong

Zachary Brown. 20° Festival Internacional de Jazz.
La Pataia, Punta del Este. Enero, 2016.

viernes, 29 de abril de 2016

Armi y Vale

Historias simples: Fortín Olmos

A la palangana no le entra más nada. Está en la pileta de la cocina con ropa en remojo para luego fregar. Armando se metió tres veces en una piscina con esa ropa. Y hace días que el pueblo es puro barro. Hace días que en Fortín Olmos no se ve el sol.
– No sabes todo lo que tengo para lavar – dice Valeria mordiéndose los labios con los dientes, y los ojos bien grandes. Pero se ríe. Valeria no se toca por esas cosas de la cotidianeidad. Lavar un par de prendas es insignificante en la vida. Valeria sabe que hay cosas peores, que se sufren de verdad.

Armando va y viene. Corre. Aparece con mucha timidez. Apenas puedo cruzar mi vista con la de él. Es la primera vez que me ve. Desaparece. Se va a su cuarto a los saltos, pero enseguida vuelve. Me ojea. Se suma al encuentro, intenta armar un avión o una casa con un montón de fichas rojas, azules, verdes y amarillas de encastre. No me mira. Se va de nuevo, a su cuarto, a los saltos. Toca el órgano. Me cuentan que tiene un oído imponente y que se cuelga en cualquier vidriera que tenga instrumentos y en el taller de música que hace dos veces por semana. Vuelve. Armando es inquieto.

Valeria y Jimena comentan que hoy ven los frutos del trabajo. Jimena trabaja con Armando hace un año y dos meses. Es su maestra de apoyo escolar. Es que 2015 fue un año extremadamente complejo para él. Pasó de nivel inicial a primaria. Todo un cambio. Cambio de guardapolvo (la túnica uruguaya), de compañeritos de clase, de maestra, de propuesta de trabajo, de ritmo. A Armando no le quedó otra que adaptarse a un mundo escolar nuevo. Para cualquier niño tanto cambio, de golpe porrazo, es un caos, pero para él más. Es que Armando es especial. Especial por donde se lo mire. Armando es de esos niños que cuando se le mete algo en la cabeza, no para hasta lograrlo. Es inteligente, tenaz, exigente con él mismo, ágil. Armando es dulce y cariñoso. Tanto que cuando uno está con él, apenas un rato, lo contagian esas ganas de abrazar, tocar a la gente, sentir un mano, sonreír todo el tiempo, decir un te quiero.
Armando mira la cámara de fotos. Es inmensa para él. Lo intimida, pero no se esconde aunque le cuesta relacionarse con la gente, y todo lo que lo saque de la rutina lo desestabiliza. Armando es puro amor. 

De bebé era tranquilo.  Se dormía todo.  Vale –Valeria me da la confianza para disminuir su nombre– nunca supo lo que es desvelarse por las noches. Armando era sanito, gordito y cachetudo. Iba a control como cualquier bebé y todo parecía estar bien. Sus primeros pasos fueron en putitas de pie. Andaba por toda la casa abriendo y cerrando puertas de todo placar o mueble que estuviera a su alcance. Como Daniel el travieso. No se reía casi. Y por eso aparentaba heredar el carácter particular del bisabuelo. Pero no devolvía las miradas y, a veces, parecía no escuchar. Al año mostraba habilidades poco comunes en otros niños. Cualquier juego de encastre que agarraban sus manos lo armaba en un segundo, por color y de menor a mayor. A los dos años Armando no emitía palabra alguna y seguía sin enfrentarse a los ojos de sus padres, sus abuelos, de cualquiera. Vale buscaba la forma que lo mirara, pero no había caso. Sus ojos se perdían en algún punto del espacio, en la nada. Ahí empezaron las preocupaciones y las idas y venidas al fonoaudiólogo. Estudios y exámenes en Reconquista que demoraban meses, posibilidades de diagnósticos varios como una mínima sordera, evaluaciones en una escuela especial y los etcéteras se hicieron eternos para Vale que a esa altura era “la loca”, pero la única que se percataba que Armando era diferente a cualquier niño de dos años.

Mientras esperaban turno para ser atendido por la fonoaudióloga de Rosario, quien finalmente dio con la tecla,  Armando fue evaluado en una escuela especial. Ahí Vale supo con certeza que las conductas de su hijo no eran apropiadas, pero los maestros no estaban capacitados para dar un diagnóstico. Su desesperación crecía. Se sentía “entre la pampa y la vía”. Y finalmente llegó el día. Ése que quedó estampado en su memoria. La especialista de Rosario fue tajante:

– Yo no tengo duda que tu hijo tiene autismo, pero lo tengo que ver– le dijo.
Vale ni siquiera quedó en shock. No le pasó nada en ese momento. Ni bueno ni malo. Nada. Ni una reacción. Recién cuando llegó a la casa, horas después, le cayó la ficha que aquel diagnóstico le cambiaría la vida. Cuando lo cuenta se ríe. Vale siempre tiene en su rostro una sonrisa amplia. Siempre. Entonces descubro que Armando heredó su sonrisa. Y ahora me mira. Me mira y se acerca, se acuesta en el sillón a mi lado. Le propongo apoyar su cabezita en mis piernas. Me devuelve una sonrisa que me hace pensar que el Ratón Pérez anduvo en la vuelta, y lo hace. Se me eriza la piel y me derrito como su mamá y su maestra.

La fonoaudióloga no estaba equivocada. Vale no entendía cómo era posible si su sobrino era autista, y sin embargo, tan distinto a su hijo. Pero no tenía muchas opciones:
–O te pones a llorar y tu vida se derrumba y tu hijo se queda sin posibilidades de nada, o llorás todo lo que tengas que llorar, pataleás, puteás y mañana te levántatas y te pones a trabajar para tu hijo– fueron las palabras exactas de la especialista que hasta hoy a Vale le resuenan en la cabeza. Por eso optó por la segunda opción. Vale levantó los brazos, sacó fuerzas de no sabe dónde y encaró.
Clasificó todos los juguetes de Armando, los guardo en cajas diferentes con su dibujo correspondiente, a una altura a la que él no llegara. Armando debía pedir el juguete mirando a los ojos. Todo un desafío. Después venía la palabra, si quería un lápiz y él lograba decir al menos “la”, el trabajo de hormiguita daba resultados.
38, 39, 40… Armando está, ahora, en la mesa contando números que ve en un libro, y señala. Es que en la escuela está aprendiendo el valor de los billetes, me explica Jime. 

– Los primeros tiempos fueron terribles– dice Vale sin abandonar su sonrisa.
Es que ella no sabía qué le pasaba a Armando cuando lloraba. No podía saber ni siquiera cuándo tenía hambre o si algo le dolía. Armando no podía expresar sus sentimientos ni sabía relacionar el concepto de una palabra con el objeto, o cuándo se tiene sed, o que la panza es la panza y el pelo es pelo. Tampoco toleraba los ruidos, ni los lugares con mucha gente, ni que lo tocaran. Entonces corría, corría. Corría.
En los cumpleaños pegaba, pellizcaba, se apartaba cuando soplaban la vela–cuenta Vale con las manos en el aire– y  ella se iba llorando. Pero cualquier cumpleaños era la oportunidad para que Armando estuviera con niños, sociabilizara, y lo más difícil, que el mundo se adaptara a él. Ahora Armando ama ir a los cumpleaños, festejar el suyo, estar rodeado de gente, romper la piñata, meterse en el pelotero…   Y cuando ve a unos de sus compañeros pegando, Armando pone orden.  Y Vale, ahora, valora que el autismo le revolucionó la vida, pero gracias a eso es otra persona.
– Veo la vida de otra manera, veo las cosas y las personas de otra manera. Si hubiera tenido un nene sin nada, hubiese sido una persona más en el mundo. Hoy me siento mejor persona– confiesa con una sonrisa más amplia que irradia una energía especial.

El orden de las cosas es distinto para Vale. Antes vivía preocupada por tener una casa, mejorar en lo profesional. Ahora una simple mirada de Armando es lo más importante que le puede pasar.  Una sonrisa de Armando le llena el alma. Que suelte una “palabrita” la hace inmensamente feliz, que se identifique, se relacione,  y sobre, todo, se hace entender y es cómplice conmigo, dice cuando Armando viene y le da otro abrazo y se la queda admirando.

–Culín, culín, culín– le dice Vale a Armando a los cantos. Él ríe porque reconoce que ése es uno de los tantos apodos que su mamá le ha puesto. Quizás el que más le gusta.
Vale andaba por la vida sin mirar a las demás personas. Ahora se da cuenta que está en el proceso de ayudar a otros papás que transitan por ese camino. “Te conoces con gente que entienden, que hablan el mismo lenguaje, ya sea con autismo u otra discapacidad, pero te entendés”, dice. “Y vemos  a otros chicos con otras patologías y es normal para nosotros que antes pasaba desapercibido, entonces te hace más humano, te hace valorar cada día lo mínimo que vos tenés y lo mínimo que vas logrando”, detalla cuando ya salió la luna y se hizo la noche y miramos fotos que documentan que los cachetes inflados Armando los conserva desde que era bebé. Armando viene, se me acerca, y se sienta en mi falda. Se va, clava los ojos en la televisión que él mismo prendió. Vuelve. Me mira, me pide upa. Jimena y Valeria no dejan de sorprenderse. Armando jamás se relacionó tan rápido con alguien. Somos cómplices. Armando ya es mi amigo. El más especial de todos.



 Valeria y Armando. Abril, 2016.

miércoles, 27 de abril de 2016

Bandera roja

Tacheros en Ciudad Vieja, hoy.

Uno agrede. El otro denuncia. Un tire y afloje que se instaló cuando Uber anunció en noviembre del año pasado, que saldría a la calle a brindar un nuevo servicio de transporte a la sociedad. Con sólo una aplicación en el celular, uno llama (quién tiene un buen celular) y en tan sólo tres minutos, a veces cinco, un auto pasa a buscarlo por la dirección indicada. Los tacheros arden. Se les quita el trabajo, dicen. Pero no asumen que su servicio deja mucho que desear. Te pasean a su antojo por el camino más largo, demoran la marcha para agarrar cuánto semáforo se interpone durante el trayecto y así las fichas bajan, y no dan el brazo a torcer con las mamparas. Porque, dicen, dan más seguridad. Y a decir verdad, cualquier pibe les clava el 32 en la cien con tal de hacerse de unos pocos mangos por más mampara que los separa de los pasajeros que viajan detrás. No es la primera vez que los choferes de Uber denuncian agresiones por parte de los taxistas. Las persecuciones han sido varias, las agresiones también. Hoy los tacheros se manifestaron alrededor del juzgado de la calle Misiones a favor del taximetrista que, al parecer, violentó a un trabajador de Uber. La Gremial del Taxi pide a gritos que se regule la situación, pero el intendente Daniel Martínez asegura, según algunos medios, que no están dadas las condiciones legales para cortar la señal de Uber. Un tire y no afloje, a esta altura, cotidiano.

martes, 26 de abril de 2016

Risitas

La inmensidad del mar delante de sus ojos, el movimiento del barco, la ansiedad por cruzar la orilla, por conocer una ciudad nueva, quizás, que a la vista se acercaba. Edificios altos, una ruta que atravesaba por arriba de otra, barcos viejos anclados en el puerto. No sé cuál de todas esas cosas la mantenían con una adrenalina o una excitación típica de una nena que viaja por primera vez. Quizás todas esas cosas juntas. Quizás para ella todo era nuevo, de puro descubrimiento. Y por eso le era imposible dejar de sonreír.

Viaje a Buenos Aires, Argentina. Abril, 2016. 

viernes, 22 de abril de 2016

Marilu

Puchero. Así le dicen a Carlos, unos de los reposteros del pueblo. Aunque también fue albañil, plomero, electricista. Aprendió de todo en una empresa de construcción. Y la panadería siempre le gustó. Ahora, la gente le pide tortas porque no hay en el pueblo quien las haga, según él. Después alguien me dice que no, que no es el único.

El tipo anda en una camioneta Ica que tiene como 50 años, detalla chasqueando los dientes. Él la tiene hace dos. Son perfectas para andar en el barro que juntan las calles cuando llueve. En Fortín Olmos hace una semana que llueve. Es puro barro. Dentro de la camioneta, tipo ship, pasean con él Teniente y Marilu. Sus dos mascotas que van de cabeza gacha para no tocar el techo. Uno atrás y otro adelante, de acompañante. Ésa es Marilu, la mimosa de la casa.

Marilu. Fortín Olmos, Santa Fe. Argentina. Abril, 2016.

jueves, 21 de abril de 2016

martes, 19 de abril de 2016

La Gloria


Historias simples: Fortín Olmos

Suena cumbia a toda jareta. Se escucha desde casi la entrada del pueblo. Es el grupo santafecino Los Palmeras que tiene como 30 años, me cuentan después.  La casa está sobre la ruta, a unos metros de la primera parada del Pulqui, el micro que viene de Reconquista. No tiene número ni nombre. En Fortín Olmos las casas no llevan nada. Es simplemente la casa de Gloria, la curandera del pueblo. Gloria es la que cura a la gente cuando no hay remedio ni enfermera que dé con la tecla. Ella se las ingenia para salvar los males. Abre los brazos para recibir a quien quiera celebrar con ella su cumpleaños. Aunque no sea del pueblo. Hay que tener brazos largos para abrazarla. Su espalda es ancha. Uno se siente chiquito entre sus brazos.

En el patio al aire libre hay un gran banquete como para 50 personas: Empanadas, pizza con muzzarella, fainá, milanesas en picadillos… Algunas exquisiteces hechas por las propias manos de Gloria, otras por los visitantes. Cada uno lleva su “canasta” como en Uruguay que las fiestas se hacen lluvia. Todo repartido en tres largas mesas vestidas con manteles verdes que fueron usados en otras fiestas, y flores de papel y tela hechas por alguna mano experta artesana que hacen de centros de mesa
.
–Vení, vení– me dice Gloria con un par de platos en la mano que va a colocar en algunas de las mesas. Sentáte, sentáte –insiste– vení a comer que se acaba, y después conversas.
Es que Juli quiere saber quién soy, de dónde vengo, por qué estoy en Olmos. Mi facha resalta a la vista, sobre todo por la cámara de fotos que siempre me cuelga del cuello. Soy la extranjera del pueblo. Me confiesa que Jime, mi prima, es muy querida. Y lo sé. De verdad que lo sé. Jime se hace querer por cualquiera. Y acá en el pueblo la gente es buena, dice Juli. También lo sé. Se percibe a la vista de cualquiera. Los habitantes de ciudad somos más grises si se quiere. 

– ¡Viky!– me llama Kelly. Mirá, dice guiñándome un ojo y con una sonrisa. Me muestra un Mar de Arenas, un tinto en caja. Kelly ya me conoce, sabe que me gusta el vino. Pero hoy paso, le digo devolviéndole una mirada cómplice. Es que los 33, 34 o quizás 35 grados me piden algo fresco. No corre aire y todo es húmedo, y el vaquero me hace transpirar. Pero es mejor morirse de calor que ser comida por los mosquitos. Los bichitos no dan tregua, no hay repelente que pueda con ellos.  

Gloria en cambio lucha con el sudor. En el hombro, lleva un trapo que dice ser un repasador, pero cuando se percata que es una remera muy pequeñita –la de Tiago– larga la carcajada. Le chorrea el agua por la piel, mientras ríe y le da a la charla de mesa en mesa como una quinceañera. Gloria es mujer de mucha historia. 61 años tiene para contar. Es de esas mujeres que sabe lo que es luchar en la vida. Gloria es generosa, es otra de las personas queridas en el pueblo. Quizás por eso no para de sonarle el celular. La llaman los hermanos de Buenos Aires. Su familia es grande. Todas las familias en Olmos son grandes. ¡Pero mirá la Gloria cómo está, si se parece a La Cristina hablando por teléfono!, bromea Silvana, una de las hermanas del Sagrado Corazón. En Olmos muchos mencionan a Cristina, la ex presidenta.


La tormenta sigue amenazante. Pero no importa, está todo calculado. En lo de Gloria hay un porche o galería, como le dicen, bajo techo. Víctor se apronta. Y Silvana también. Le ponen ritmo a la fiesta. Él con el acordeón y ella con la guitarra.  Mirella los acompaña con su voz. Canta como los dioses. Suenan chamamés y la pista improvisada de tierra se llena. Me sacan a bailar pero yo de chamamé no entiendo. No importa, me dice Kelly, hay chamamés que son fáciles porque se bailan como la cumbia, es un chamamés cumbiado. Ella da por sentado que yo sé de cumbia. De chamamés tampoco sé, pero me da la impresión que me está encajando cualquiera. Hago el esfuerzo igual, bailo esa música que no es ni ahí de mi santa devoción, me divierto y hasta soy el payaso de la fiesta –junto con Janet, la hermana inglesa– no sé si por ser extranjeras o bailar a los saltos. Ahí no importa bailar bien. Lo importante es divertirse, pasarla de maravillas. Y de veras que se la pasa maravillosamente bien. Uno se siente entre amigos. Amigos de siempre, de toda la vida. Cerca de las 15.00, el acordeón y la guitarra hacen sonar los acordes del feliz cumpleaños. Gloria es muy aplaudida cuando sopla el número 6 blanco de parafina y el volcán azul que todos los niños soplan y resoplan. En esas un chaparrón como si la lluvia no quisiera quedar afuera de la fiesta. En Olmos todos son fiesteros.  

Gloria.

Víctor y Mirella.


viernes, 15 de abril de 2016

Reconquista me conquista

Apenas una lucecita. La de la Capilla de la Virgen de Lourdes que ilumina sólo la estatua. Y la del relámpago que acaba de caer. Una calle de barro, casas de chapa, otras pocas de material, un árbol, la vía del ferrocarril que desde hace años no pasa, y la virgen detrás. Casi como en el medio de la nada. Aunque el centro está a unas 15 o 20 cuadras. Cuando la calle Patricio Diez (la misma de la terminal de ómnibus) intersecta con Constituyente empieza La Cortada, el barrio más pobre (o uno de los más pobres) de esta ciudad del nordeste de Santa Fe (Argentina). Pero allí no pasa nada. La gente es buena, dicen, aunque los taxis no entran, al parecer, por tanto barro. A lo lejos, a unos pocos metros y en la oscuridad de la noche diviso un paraguas color fuccia. Es Mariansu, una de las hermanas de la comunidad del Sagrado Corazón de Reconquista que viene por mí. Algo trae en las manos.

–Ponte esto– me aconseja en un acento español. Mariansu es de Bilbao, pero ha andado por muchos lares. Vivió diez años en Chile, ocho en Fortín Olmos (al norte de Santa Fe) y hace seis que está en Reconquista. Lo que trae en la bolsa son unas botas azules de goma, como las que yo usaba cuando era niña, para que no me estropee los zapatos. Me alivia saber que mis guillerminas de cuero van a llegar sanas y salvas. Hace 25 años, quizás más, que no me calzo unas botas de esas. Mis pies bailan adentro de ellas, pero es placentero hundirlos hasta el fondo del barro y del agua sin sentir mojadez ni frío. Caminamos hacia las afueras de Reconquista. Me cuenta de La Cortada y su pobreza extrema que las llevó a ellas a instalarse allí. Me lleva por el camino más largo, pero el mejorcito para no caer ni resbalar. Las botas se hunden en algún charco. Es casi imposible distinguirlos. No se ve ni la colonia. Son las 06.00. En su casa humilde y acogedora, frente al campo, me esperan dos hermanas más: Lourdes es uruguaya, está en Reconquista hace apenas diez días, y Mercedes de 83 años, que vivió 18 años en Fortín Olmos. Fue una de las primeras hermanas de la comunidad del Sagrado Corazón en llegar a Fortín en 1995, testigo de los cambios que vivió ese pueblo que me espera.

Es un alivio para mí que Lourdes sea uruguaya. Tengo el amargo asegurado con yerba canarita. 24, 26, tal vez 28 horas hace que no tomo mate. Ya perdí la cuenta. El mío quedó en mi bolso que me reservan en Pulqui. Sí, Pulqui, el micro que al mediodía me llevará a Fortín, 75 kilómetros más al norte santafecino. Allí podes dejar lo que quieras, me había dicho Jimena, otra de las hermanas del Sagrado Corazón, y mi prima. Allí la gente es honesta. Nadie toca lo que no es suyo.
Llueve. No para de llover. Me preguntan si quiero recostarme, descansar. Agradezco pero ya habrá tiempo para eso. Quiero escuchar cuentos, conocer del lugar, la gente, la comunidad, su trabajo. Quiero conocer. La mesa, que abarca casi todo el comedor y en la que entran cómodamente diez personas, se llena. Mariansu hace tostadas, trae manteca, queso, galletitas de salvado y una mermelada de naranja casera hecha por Mercedes, muy recomendable. Y de veras que lo es. Uno allí se siente parte, como de toda la vida.

Lourdes me cuenta del barrio, del trabajo con los niños, del taller de alfabetización. Es que muchos niños, en esa zona, llegan a sexto de escuela sin saber leer ni escribir. Mariansu se levanta. Desconecta la computadora y el teléfono. Es que la otra vez cayó un rayo y nos quedamos sin teléfono, dice justo cuando me sobresalto por uno que cae ahí nomás.
–Viste–dice. Y todas largamos la carcajada. Pregunto cómo voy a ser para volver a la terminal si los taxis no entran.
– No, pero en un rato para y llamamos a un taxi para que te levante en la capilla y te acompañamos– responde Lourdes con una sabiduría que me despreocupa del tema. La capilla es una referencia, para mí, para todos.

Son las 8.00. Mercedes sale del sueño no sé si porque sonó el despertador, por los truenos o nuestras voces. Me hace señas. Después me saluda, entiendo, al verla caminar derechito al baño. Mercedes tiene el pelo corto y blanco y hay que esforzarse para entenderle cuando habla. Me da la bienvenida con una sonrisa que no muestra los dientes. Se hace un café con leche y se une al banquete, a los cuentos. Llueve. Sigue lloviendo. Tan fuerte que pareciera no fuera a parar nunca. En Reconquista hay épocas de mucha lluvia y otras de sequía. Ni una cosa ni la otra es buena. Ahora, hace una semana que llueve sin parar. Y el pronóstico dice que mañana [jueves] saldrá el sol, pero sólo por dos días porque la lluvia seguirá por otra semana más. Todo un tema. Las actividades se suspenden, las clases también. Hoy, miércoles, a las hermanas les toca visitar a los presos. Pero con esta lluvia…

La casa de ellas está en la manzana seis de La Cortada. Como todas las edificaciones de la vuelta, es muy sencilla. Que las hermanas habitaran allí fue una especie de revolución para la comunidad religiosa, para las hermanas del Sagrado Corazón e incluso para la gente. Vivir entre los pobres, en un barrio periférico de la ciudad, implicaba un gran cambio en la imagen de las religiosas y en las formas de trabajar. Con el tiempo, dice Lourdes, vimos que no era lo mismo trasladarse al barrio que estar siempre. Entonces se insertaron en la comunidad dejando de lado la casa céntrica que las acogía desde 1969 cuando los habitantes no llegaban a 30.000. Más tarde con la construcción de la terminal de ómnibus Reconquista empezó a poblarse y dejó de ser aquel pueblo de puro campo. En la actualidad, residen cerca de 100.00 habitantes, según los cálculos de Mariasu.

– A la gente le llamó la atención que viniéramos a vivir acá–comenta Lourdes entre mate y mate. No entiende nuestra opción y hasta  medio en broma nos decían: ‘Pa’ las van a violar’.  Aun a las hermanas que estaban de antes, les costaba un montón entender cómo íbamos a vivir en este barrio, aunque nos apoyaban. Incluso para la iglesia del lugar y otros religiosos fue como muy fuerte que nosotras eligiéramos venir para acá.  Como si dijeras El Borro en Montevideo, dice cuando calienta agua para un segundo termo y seguir ese mate uruguayo pero chico como porteño.
Estaba, además, la concepción de que las hermanas en general son mayores, y por eso trabajaban desde la iglesia con la catequesis. La imagen siempre de la religiosa que sólo viene a hacerse cargo de la capilla, ironiza Lourdes con su voz suave. Pero ellas no pretenden transformar a la gente en cristiana. Su manera de entrarle es desde otros espacios, siguiendo la línea de renovación de la Iglesia Católica propuesta en el Concilio Vaticano II por el papa Juan XXIII en 1959: tener al pobre en el centro. De todos modos, por donde se lo mirara, implicaba dar un paso muy importante.

Para ellas en cambio, no fue tan difícil. Es que la preocupación por la zona ya estaba latente y las visitas se repetían diariamente. Se generó un diálogo en esa comunidad que tenía una realidad muy demandante: Niños en situaciones muy complejas de abusos y violencia y con un nivel escolar muy bajo. Había que ponerse a trabajar lo antes posible. Brindarles a los más pequeños espacios diferentes a la catequesis, por ejemplo. Así se generó el proyecto del apoyo escolar a contra turno (con voluntarios), un espacio de biblioteca de calle leyendo cuentos en distintas zonas que estimulaba su representación, la creatividad y la imaginación de los niños. También se formó una red barrial, que duró hasta hace poco, con varias organizaciones (la escuela, el centro de salud, etc.) con las que coordinaban las diversas situaciones que vivía el barrio y que se podían trabajar en conjunto.

– La basura siempre fue un problema– se lamenta Lourdes ya cuando me levanto y me apronto para no perder el Pulqui.  Ahora entra el camión de la basura, sigue, pero hace unos años no.  Y hacer concientización con los niños en eso fue fundamental para movilizar a los adultos, en cambiar los hábitos y tirar la basura donde corresponde.

Mariansu me acompaña a la capilla que, ahora, diviso. En diez minutos pasara un taxi por mí. Para el norte el cielo está encapotado. Para el sur, donde está el centro de la ciudad, pareciera que el sol hiciera lo posible por ganarle a la tormenta. Ella sonríe, aprieta los labios, cierra el puño derecho y lo levanta. Es que entonces podrá visitar a los presos y retomar otras actividades. Es de no creer, suelta con su acento español. Me abraza como si me fuera a extrañar. Vas a ver que Olmos te va a encantar, me asegura. Y regreso en busca de mi bolso y el Pulqui. Mis pies visten de nuevo las botas azules, pero no las mismas, sino unas 37 que me calzan justo. Justito. Te van a ser de mucha utilidad en Olmos, me dice, ya con la mano levantada y yo adentro del taxi rogando que la lluvia me deje un poco en paz. O más bien del todo. Y me imagino en Olmos, caminando entre medio del barro.

Prolongación Patricio Diez, manzana 6. Barrio La Cortada, Reconquista, el miércoles. Argentina, 2016.

Mariansu con vecinos de La Cortada, Reconquista, el miércoles.  Argentina, 2016.

jueves, 14 de abril de 2016

Tan gris como la nuestra

El mar me lleva. Cruzo el Río de la Plata. Hace poco más de tres años que no piso suelo bonaerense, esta ciudad tan gris como la nuestra. Debo llegar a Retiro pero la terminal del barco está a casi cuatro kilómetros. No da para patear, el bolso pesa como yo o más, quizás. Corro un micro –como dicen los porteños– que en su cartel anuncia mi destino con letras grandes y rojas y el número 20. Quedo de lengua afuera, pero el tipo se hace el sota, más bien el pelotudo, aprieta el acelerador y sigue. Sé que me vio. Hasta en eso Buenos Aires es tan gris como Montevideo. Lo maldigo, pero no logra sacarme de mis cabales. Me tengo terminantemente prohibido gastar energías  por estos laburantes que se quejan y, sin embargo, no quieren laburar. Opto por un taxi. No tengo muchas más opciones. El transito está denso, los bocinazos aturden, la gente en las veredas, las plazas, las cebras, va y viene. Todo un caos. Algunos se quejan de que el boleto del micro subió, el del subte también y los alimentos no quedan atrás. Esta ciudad tan gris como la nuestra ya no es redituable para vivir ni pasear.  Una lata de refresco la cobran el doble que en la vecina orilla, la mía. Pero un mes antes de que Cristina dejara el gobierno tomaron a mil empleados en el Estado, me dice el tachero, y esa guita la pagamos todos, sigue, mientras cientos de personas se concentran en distintos puntos de la ciudad para manifestar su apoyo a la ex presidenta.

Los subtes están hasta las manos, los autos, los camiones, los taxis, los micro, todo está hasta las manos. La peatonal Florida está hasta las manos: “Cambio, cambio”, gritan hombres y mujeres que intentan negociar con la guita; la avenida Corrientes también está hasta las manos y la 9 de Julio ni que hablar. Todo está hasta las manos en esta ciudad que a pesar de ser tan gris como la nuestra, me conquista.

 
Peatonal Florida. Buenos Aires, Argentina. Abril, 2016.


Peatonal Florida. Buenos Aires, Argentina. Abril, 2016.

miércoles, 13 de abril de 2016

En la otra orilla

No había chance. Debían ganar o ganar. Si no quedaban afuera. Y se olvidaban de la Copa Libertadores. Por eso tanta adrenalina que hacía zarandear más el barco que los cruzaba a la vecina orilla para derrotar a Huracán y hacer explotar, en la tardecita noche, el Estadio Tomás Adolfo Ducó en Parque Patricios . “Esta noche le vamo’ a dar, esta noche les vamos a ganar”, cantaban con toda la algarabía, entre aplausos y chiflidos, decenas de hinchas carboneros. Y cuanto más nos acercábamos al Buenos Aires querido, la epifanía y la emoción parecían estallar.  Yo también cruce la orilla. Me llevó el mar.

En Colonia express, ayer, llegando a Buenos Aires, Argentina. 

lunes, 11 de abril de 2016

Ombú

“Ombú de la patria
el campo pertenece
a tu bravura igual
que el viento
a la inocencia del ave”.


Fernando Cabrera

Punta Carretas, Montevideo. Setiembre, 2013.

domingo, 10 de abril de 2016

viernes, 8 de abril de 2016

Chancho va

Daniel hace todo lo posible, dice. Negocia con el sindicato de la intendencia para que la basura no siga siendo un problema. Los trabajadores de la limpieza se quejan, reclaman, detienen las actividades, paran. Un tire y afloje de años. Mientras tanto, el ambiente se contamina, la gente lidia entre la basura y los niños juegan a unos pasos de ella –de enormes basurales en los barrios periféricos de la ciudad, de un Montevideo olvidado para los lentes de las autoridades–. Un par de pequeñitos de entre 6 y 8 años merodea a los pies de tanta mugre, juega, anda en bicicleta y como los chanchos, que se hacen la panzada, van y vienen.  

Con. Cibils. Falda del Cerro, Montevideo. Marzo, 2016.

jueves, 7 de abril de 2016

De Florida

Ayer se realizó el lanzamiento de Un Pueblo al Solís 2016 en el Punto de Encuentro MEC (San José 1116) que este año cumple 6 años. En ese tiempo han sido cerca de 10.000 las personas, del interior del país, que han participado de este proyecto. En noviembre del año pasado, le tocó el turno a la vecindad del 25 de mayo, Florida. Muchos de los cuales estuvieron presentes en el lanzamiento en el que Néstor Vaz, también floridense, se encargó de ponerle ritmo a la noche con tangos y milongas.  



martes, 5 de abril de 2016

Remonta

La vida es como un trompo, compañeros.
La vida gira como todo gira,
y tiene colores como los del cielo.
La vida es un juguete, compañeros.


Líber Falco

Montevideo. Noviembre, 2015.