lunes, 30 de enero de 2017

Otro rostro II

Durante años la pared lucio una bicicleta. Una pintura de una mujer pedaleando. Y aquella mujer se convirtió en otra. Más rubia, más esbelta. Una  mujer que pasó a andar por la vida sobre ruedas a tener un libro entre sus manos. Un libro que al parecer habla de libertades, del corazón y las voces de la conciencia. Y el barrio, en algunos de sus rincones, se ve distinto. Renovado. Más bello.  

 Reconquista y Colón, Ciudad Vieja. Montevideo. Enero, 2017.

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domingo, 29 de enero de 2017

Esos aires III

Esos aires. El mar, la arena, los pies descalzos, los olores del verano, las nubes que traen una brisa y van y vienen… Esos días en que uno respira distinto, respira otra cosa. Se deja estar, se siente más libre. Y es verano y la playa. Y otro aire se respira. La playa. Esos aires. Esos aires. 

Playa Hermosa, Maldonado. Diciembre, 2016. 

viernes, 27 de enero de 2017

Ellos

Ella esperaba. Meneaba la cabeza de un lado a otro. Más hacia su izquierda. Hacia la plaza Independencia desde donde saldrían todas las agrupaciones. Mujeres y hombres con trajes, vestidos para la ocasión, para la fiesta. Esa fiesta que se inaugura con el desfile por la avenida principal, y dura meses y es la más larga. Esa fiesta que se llama Carnaval. Maquillados hasta la médula y exhibiendo, algunos, sus cuerpos desde arriba de grandes carros hechos por muchas manos, acompañando el ritmo, las músicas, el candombe. Esa fiesta tan preparada y esperada por muchos, en la que mandan los tambores.

Él, estaba allí. Sin más que un cartón para apoyar su cuerpo flaco, moribundo. Ese cuerpo que sobrevive a los fríos irresistibles del invierno, al sol intolerante del verano, al hambre, a la falta de comida, a revolver la basura. A la nada. Dejando que la vida pase. Y quizás, esperando que alguien se acuerde de él. Aunque sea Dios. Para él nada es una fiesta. 

Av. 18 de Julio, en la noche del Desfile de Carnaval. Montevideo. Enero, 2017.

miércoles, 25 de enero de 2017

La vuelta de Momo II

En aprontes. Previa, en la plaza Independencia, al Desfile de Carnaval que se realizó el jueves 19 de enero, en la Av. 18 de Julio. Montevideo, 2017. 





lunes, 23 de enero de 2017

Con la cara pintada

“Y llegan los disfraces, las costumbres
que deben repetir los hombrecitos,
el fingido ritual, la mansedumbre,
que se empoza en la boca, amargamente”.

Horacio Cavallo
De “Descendencia”


                                                            Rostros del Carnaval

Integrante de la murga Comodines en la previa al Desfile de Carnaval. Montevideo. Enero, 2017.

domingo, 22 de enero de 2017

Esos aires II

Esos aires. El mar, la arena, los pies descalzos, los olores del verano, las nubes que traen una brisa y van y vienen y de a ratos quieren tocar los cerros. Los cerros. Esos aires. Lo verde se entremezcla con el azul del mar, y no es lo de todos los días. Esos días en que las agujas del reloj quedan por ahí, sobre un estante o guardadas en algún armario sin dar pulso a la muñeca y marcar el tiempo. El tiempo es otra cosa. El tiempo vuela en esos días, y se transforma en recuerdo. Esos días en que uno respira distinto, respira otra cosa. Se deja estar, se siente más libre. Esos días en que muchos se toman los vientos, o se escapan por unos días, y abandonan la rutina, la de todo el año, la que permite vivir. O sobrevivir, más bien, en algunos casos. Y es verano. Y otro aire se respira. Esos aires.

Piriápolis, Maldonado. Diciembre, 2016.


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viernes, 20 de enero de 2017

La vuelta de Momo

La previa al Desfile de Carnaval, ayer, por la Av. 18 de Julio. Y empezó la fiesta. 



miércoles, 18 de enero de 2017

Otro rostro

Reconquista esquina Colón, Ciudad Vieja. Montevideo. Enero, 2017. 

Durante años la pared lucio una bicicleta. Una pintura de una mujer pedaleando. Eran los tiempos en que un grupo de activistas salía a las calles movilizándose en defensa de andar por la vida en dos ruedas –porque es mejor para la salud (el corazón lo agradece), porque es mejor para el medio ambiente y porque es mejor que pagar todos los días un bondi (el bolsillo, también, lo agradece). Y las autoridades departamentales de ese entonces,  promovían el derecho de andar por la vida en dos ruedas. Entonces aparecieron las ciclovías en varios puntos, en muchos barrios. Y aquella pintura estimulaba el uso de la bicicleta, de alguna manera, demostraba la lucha ganada. Hace unos días la bicicleta empezó a desaparecer, a tomar otra forma, otro color. Porque aún hay quien tiene la voluntad de embellecer esas paredes que de tantos años no dan más de rajadura y hacer que el barrio se vea con otros ojos. Distinto. Renovado. Más bello.   


lunes, 16 de enero de 2017

Qué será de Sandy, qué será

Sandy está sentada sobre el mármol de una casona vieja que hace de escalón. A sus pies un paño grande ofrece a los paseantes sombreros para hombres y mujeres que cuestan entre 150 y 250 pesos. Es el cuarto día del 2017. Hace mucho calor y el cielo no está del todo limpio. La tormenta amenaza en volver, después de dos días en que tiró árboles y rompió vidrios y dejo agua por debajo de muchas puertas y ocupó casi todo el espacio de todos los noticieros. Esos días en que Sandy no puede vender “nadita”. Por ahora Sandy está, pero en un “ratico” no sabe si no tiene que levantarse de apuro y salir. Trabajar en la calle no es fácil. Depende del clima, de la gente, del turismo. 

Ciudad Vieja tiene otro movimiento. Desde diciembre. Miles de turistas descienden de cruceros que se ven a lo lejos, desde varias cuadras paralelas a la rambla del puerto, y pasean. Y se enamoran. Desde hace un par de años el barrio se ha puesto más bello. Para los turistas. Los comerciantes aprovechan. Los laburantes, que salen a ganarse la vida como pueden, también. Los de acá y los de allá. Montevideo, esta ciudad tan tranquila, dicen, está llena de peruanos y ecuatorianos y dominicanos. Inmigrantes buscavidas. Los niños de la cuadra juegan, esperan ansiosos a los Reyes. Los vecinos van y vienen con las bolsas del supermercado. Otros matan el tiempo. Extranjeros andan sin prisa y con pausa con cámaras al cuello. Los idiomas se entremezclan y los rasgos saltan a la legua. Pérez Castellano –la peatonal que desemboca en el Mercado del Puerto de un lado y en el mar del otro– tiene otro movimiento.

Cada tanto alguien se detiene, observa, pregunta un precio, se prueba. Se mira en el espejo de bordes rojos que Sandy lleva. Cuando nadie se acerca, ella le da color a una tela blanca que tiene entre sus manos y se apoya en un aro que la estira y la sostiene: un tambor. Con un hilo color rosa le da forma al pétalo de una flor. La sexta. La tela ya tiene varias y luce colores verdes, rosas, rojos y anaranjados. Un bordado de tonos vivos que no es para la venta. Esa tela es parte de una blusa que usará luego. A Sandy le gusta bordar y coser. Y es una forma de aprovechar el tiempo y sobrellevar las más de ocho horas de trabajo, la mayoría de las veces, al rayo del sol. Es una de esas prendas que usan en su país. “Acá si te vestís así, con una pollera larga de algodón negro, tipo lienzo, te miran como bicho raro”. Cuando van por la calle “se golpean con un poste”, se ríe. Y recuerda a un señor que se dio contra una vidriera de un shopping por mirla. Tampoco usa los collares típicos de Ecuador. Collares dorados que no son de oro pero simbolizan la riqueza de su país o del sector al que pertenecen.  Ecuador está dividido en 24 etnias. “Nosotros somos indígenas y nuestra etnia se llama Habyalalas”. Lo deletrea para que entienda. Y ríe de nuevo. Su sonrisa es tímida, casi silenciosa.

Sandy es de las sierras del norte de Ecuador, frente a Otavalo, una ciudad puramente de desarrollo comercial. “Por eso nosotros somos comerciantes desde siempre”, suelta con orgullo y su tono suave y hablar lento. Al igual que la gran mayoría de la población. Y es por eso que muchos viajan a otros países “a ganar más dinero”. Es mucha la competencia, dice. Demasiada.

Una mujer elegante se acerca. Flexiona su cuerpo, se agacha. Mira. Señala un sombrero que alrededor lleva una cinta de colores y pregunta el precio. Es extranjera. Lo levanta y se lo prueba. Sandy saca su espejo, el de bordes rojos, de una bolsa blanca de supermercado. La señora se mira, menea la cabeza. Agradece y se va. Sandy se queda con el espejo en la mano. Lo da vueltas, lo gira de un lado a otro. Piensa. Y mira a la gente pasar. Y pasear. 

Un día “común” Sandy vende entre 8 y 10 sombreros. Los días de cruceros entre 10 y 30. Si le va bien en una semana hace cerca de 13.000 pesos. Hoy es día de cruceros pero en las ventas un día “común”. Ahora el espejo lo da contra su pierna, despacito, apenas. Sandy tiene un andar suave y lento. Por eso, quizás, le cuesta adaptarse a las costumbres de esta ciudad triste, callada, gris. Para Sandy Montevideo es gris y su gente triste, callada. Aunque ahora en verano hay como más colores, piensa en voz alta. “Me costó dos años acostumbrarme y me quedé por mis padres”, dice con esa sutil sonrisa que se le escapa de a ratos, mientras busca las palabras para contarme cómo se siente en este país tan chiquito donde tiene un hermano cinco años menor que ella. Sandy tiene 25. Extraña mucho, me confiesa sosteniendo de nuevo el tambor con la tela con flores que será vestimenta y usará de nuevo como en “su” Ecuador. Se extraña, repite. Las costumbres, los habitantes. “Acá todos los días es lo mismo, es igual. Trabajas todo el día, de 8.00 a 19.00 y a veces hasta las 20.00”. Sin parar. Al rayo del sol en verano, al frío en invierno, y expuesta al viento cuando al clima le da por enloquecer. Allá, en Ecuador, sigue, tenía más tiempo para salir, para ir a la costa, a veces por un día o dos. Acá trabajas y trabajas.

Alfonso, su padre, ya había venido en los 90’. Después la familia recorrió Chile, Brasil, Argentina. Pero siempre regresan a Uruguay. Por su hermano. Desde 2010 están instalados en la peatonal. “Fuimos los primeros en Sarandí vendiendo”. Ahora está lleno, además de trabajadores, de hippies que se instalan sólo para hacer la cerveza, dice algo molesta, aunque casi no lo demuestra. “Hay gente que nos dice de todo, que les quitamos el pan de cada día, que les venimos a quitar el trabajo, pero eso no es así”. Sandy ya está acostumbrada a escuchar eso y mucho más. Pero ya no se toca. Ahora le preocupa qué van a hacer porque en dos días ya no podrán ocupar ese espacio y vender y hacer el dinero para el “arriendo” –el techo que alquilan gracias a un peruano, amigo de Alfonso, que les consiguió un apartamento y les salió de garantía, cerca la de la Plaza Seregni–,  y la comida y la inversión de los productos. La Intendencia de Montevideo desaloja a todos los artesanos de la peatonal que hace tiempo han querido regularizarse. Es pura incertidumbre. Sandy no sabe qué van a hacer, a dónde van a ir a parar. Quizás recorramos las playas, dice. Quizás. Apenas fue algo que pensaron con su padre, pero no sabe. Sandy mira su paño, los sombreros. Y el espejo, que volvió a sostener, sigue dando vueltas entre sus manos, ahora, a la altura de sus piernas.

Hasta hace unos años Alfonso exportaba los productos de Ecuador, pero ahora “no se puede traer mucho”. Más bien nada. Los impuestos están por las nubes. Entonces no le queda otra que comprarle a los judíos. Ahora mientras tanto espera, al igual que otros artesanos, que las autoridades de la intendencia apuren los trámites, que les den un lugar. Sandy dice que su padre se hizo de una empresita unipersonal, pero no tiene dónde exhibir los morrales, las chalinas, las hamacas, los pantalones y las prendas típicas de su país y lo que compra en el barrio montevideano de ventas al por mayor. Ahora se hace la idea de caminar por las playas, pero no sabe. Tampoco tiene claro si dar el examen y hacer la tesis que le queda para terminar el curso de Marketing que empezó hace unos años en la UTU. Es que es un “desgaste” porque tiene que ayudar a sus padres y sus 5 hermanos. No sabe.

A veces nos convencemos de que sea lo que sea y cómo sea nos vamos a arreglar. Es que nosotros tenemos un Dios en el que creemos, no como acá que son casi todos ateos, se asombra. Sandy piensa que está muy mal que la religión no se enseñe desde la primaria, porque con la religión “uno tiene ciertos valores y cierto respeto hacia la gente y hacia uno mismo, cierta humildad”. “En mi país si te casas con un hombre es para toda la vida. Está mal visto que una mujer tenga varios hijos con hombres diferentes”. A Sandy no le entra en la cabeza que eso sea “normal”, y frunce la frente. “Les haría daño a mis hijos casarme con otro hombre que no sea el padre de ellos”. Y acá, sigue –ahora mirando para arriba porque el cielo está cada vez más gris y amenaza con traer agua– hay gente buena y mala. Como en todos lados, pero cómo puede ser, me pregunta, que los chiquitos hablen mal y sean groseros con sus madres. “Lo he visto mucho eso”, y le llama poderosamente la atención. La frente se le frunce de nuevo y el espejo de bordes rojos que sigue entre sus manos, ahora refleja su rostro.

Sandy tiene pila de ganas de volver a pisar sus tierras. Pero no para vivir, me aclara, para visitar a sus tíos y abuelitos. Y cuenta los días porque en marzo se irá. Ahora no sabe que pasará. Ahora depende de esa gente, la de intendencia. Otra mujer se acerca. Mira. Pregunta un precio. Señala uno de los sombreros de cinta negra alrededor. Ella le da el precio y a mí, un beso. Le agradezco la charla, el tiempo, su historia.

 – Bueno, espero que te sirva– me dice con ese tono que se escucha con dificultad entre el ruido del vecindario, los turistas que van y vienen y los niños que juegan en la vuelta. Pérez Castellano tiene otro movimiento. La Ciudad Vieja tiene otro movimiento. Los turistas van y vienen. Sandy no sabe que será en unos días de su paño, sus sombreros, su trabajo. Y varias cuadras más adelante, cuando llego a mí destino, pienso que Sandy no sabe del suyo y que, seguro, estará levantando todo. Es que las gotas caen, ahora, con fuerza. Y su destino es incierto, pero sea como sea se van a arreglar. Y Sandy, seguro, ya no está.  

Sandy. Peatonal Pérez Castellanos, Ciudad Vieja. Montevideo. Enero, 2017.


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domingo, 15 de enero de 2017

Al agua pato

El sol pica. El calor no se aguanta. Y es tiempo de playas. Mientras los adultos descansan debajo de las sombrillas, los pibes se enfilan y se pegan un pique. A este mar que no es el de Brasil pero es verde y muy envidiable al fin. 

Playa de Las Grutas. Punta del Este, Maldonado. Enero, 2011.

martes, 10 de enero de 2017

Por el pan de cada día

A media cuadra pasando Misiones por la peatonal Sarandí, un grupo de cinco policías custodia, controla, da seguridad a los turistas. Media cuadra más adelante, antes de llegar a Treinta y Tres, la otra esquina, decenas de artesanos se manifiestan, en calma, por el derecho a su trabajo. Las mantas siguen en el piso con carteles que reclaman soluciones y derechos, y expresan su repudio e indignación ante las acciones de la Intendencia de Montevideo. También ironizan: los Reyes Magos ya pasaron, y nos les dejaron lo que ellos quieren: trabajo. Los vecinos apoyan. Hay quienes se plantan en sillas junto a los artesanos y acompañan y hay quienes, también, firman en apoyo en esa la lucha por el pan de cada día.  

Artesano se manifiestan en la peatonal Sarandi, hoy. Ciudad Vieja, Montevideo.

lunes, 9 de enero de 2017

“¿Y ahora, qué hago?”

Sandy no está. En la peatonal Pérez Castellano ya no hay artesanos. Sandy hoy está en Sarandí, la otra peatonal, la calle principal de Ciudad Vieja donde miles de turistas se pasean, donde decenas de artesanos se ganan la vida. Pero Sandy no exhibe a la venta, como siempre –en estas baldosas llenas de historia– los sombreros sobre una manta o un trapo. Está acompañada de otros artesanos, algunos que van y vienen de una cuadra a la otra, hablan entre sí y cada tanto un tono de voz se levanta por tanta indignación acumulada.
El calor es insoportable, realmente insoportable. Pero eso hoy, para ellos, es lo de menos. Mientras las autoridades de la Intendencia de Montevideo (IM) “ganan sueldos de reyes”, los artesanos protestan, se manifiestan y piden una solución. Aunque sea una. “En la mañana cayó la Inspección General de la IM con la policía a sacarnos. Nos tomaron los datos y a dos o tres les exigieron la cédula, y si le decían que no, los llevaban a la comisaría”, cuenta Marcelo que ahora acomoda lo poco que tiene. Tenemos que armar porque tenemos que comer, sigue. Marcelo hace tres años se gana la vida vendiendo cuadros en la peatonal Sarandí. Y además sabe de historia y se maneja con el inglés y el portugués y les hace de guías a muchos turistas que a veces andan como bollando sin saber para dónde agarrar, suelta Gabriela, otra artesana, que se agarra la cabeza y aprieta los labios. Esto me hace acordar a la dictadura, dice, mientras Marcelo mira para todos lados, para ver si vuelven a caer los de la IM. Como los que venden lentes en 18 de Julio, dice, estamos nosotros. Al alpiste de sacar y levantar la mercadería más rápido que volando, pero así no se puede trabajar. Así no se puede.

Las mantas siguen en el piso. Ahora sin esos productos hechos a mano y a pulmón. Ahora con carteles, también hechos a mano, que expresan sus ganas y la necesidad de trabajar, que piden una solución y llama “represora” a la IM por las acciones que ha tomado, por “el permiso que prometió y ahora niega”, y los echan, “en este país hermoso pero discriminador” expresan otras cartulinas blancas, porque a los artesanos “la IM los expulsó como si fueran delincuentes”, le cuentan a los turistas que andan a paso lento, paran y observan. No entienden mucho, pero perciben que algo no anda bien. Y las vidrieras de los locales comerciales exhiben marcas caras, vestimenta fashion y hasta maniquíes que miran para adentro en señal que  hoy empezaron los descuentos. Importantes descuentos. Esto se estila en muchos comercios, me explica una vendedora.
“Bienvenidos a Uruguay” escribió otra imprenta de puño indignado en color negro. Otro, le pregunta al “Sr. Intendente: ¿De qué vamos a vivir? ¿Usted va a alimentar a nuestras familias?” Pero el intendente está de licencia hasta el 23 de enero, aseguró Marcelo. Y Sandy estampa su nombre y su cédula con una birome, también negra, en una hoja A4 dividida en varias columnas. Los artesanos empiezan a juntar firmas para no quedarse sin trabajo. En la calle.
Camino apenas unos pasos. Una doña de bastón, vecina del barrio, me detiene. Me agarra del brazo. También está indignada. Indignadísima. Una viejita de cerca de 80 años tiene una jubilación de apenas 8.000 pesos, y (por eso) vendía mediecitas, me cuenta. Y sabes lo que me dijo, sigue con el cuento, “‘¿Y ahora, qué hago?’”. 


domingo, 8 de enero de 2017

Esos aires

Y llegó el verano. Esas fechas en que las calles y las veredas de Montevideo quedan más amplias porque muchos aprontaron sus valijas y se fueron al este. Los balnearios del este tienen un… qué se yo… lo paradisíaco del Cabo, las dunas de Valizas, los pescadores del Diablo, las playas de La Paloma, el fuerte de Santa Teresa… Rocha. Los aires de Rocha. Los de la costa, la de Oro, unos pegaditos al otro: San Luis, La Floresta, Costa Azul, Bello Horizonte, Las Toscas, Cuchilla Alta y cada uno con sus encantos y esas casas que alojaron a los treintañeros o cuarentones en su infancia y están llenas de historias. Esos aires. Punta del Este, para los montevideanos potentados que tienen apartamentos en el balneario más turístico por excelencia, a donde, además, se hacen una escapada durante el año, los fines de semanas de estufa y guiso. Otros aires. Y aquellos que eligen las aguas dulces, lo llano de los ríos, y lo seductor de los campings ya sea porque el bolsillo no da para más o porque armar la carpa y dormir en ella, a los pies del río y al lado la parrilla, tiene lo suyo, aunque haya que ir al baño con el papel en la mano y compartir la ducha. Esos aires. A donde sea que uno vaya, la sensación de libertad es otra, como los aires. Uno se deja llevar, se desparrama en la arena y siente el mar –que no es el de Brasil pero sí verde y envidiable al fin– o el río con los pies en la orilla y el chapuzón de lleno, que revienta el pecho contra el agua y nada y nada, y saca tanto estrés acumulado y respira esos aires. Uno respira otra cosa. Más horas de sueño, de lectura, de atardeceres, de mirar el horizonte debajo de una sombrilla, de familia y amigos, descansa la mente y piensa lo menos posible, y se deja estar. Se siente más libre. Libre, sin relojes que marquen el tiempo. Entonces en las playas no entra un alfiler. Y es verano. Y otro aire se respira. Esos aires. Esos aires.

Kiyú, San José. Febrero, 2014.

viernes, 6 de enero de 2017

Rostros nuevos

La Ciudad Vieja tiene otra cara. Desde hace un par de años hay comercios nuevos, restaurants con estilo, edificios modernos con amplios ventanales, veredas y plazas y plazoletas y calles hechas a nuevo. Hay que atraer al turismo repiten las autoridades. Por las peatonales los comercios cambian sus vidrieras, los maniquíes se acomodan, lucen colores nuevos, carteles de liquidación seducen al público que va y viene. Los que bajan de cruceros con los bolsillos gordos. Hay que sacar provecho de esos. Los turistas. Y este barrio lleno de historia se esfuerza, día  a día, en ponerse más bonito con una mezcla entre lo nuevo y lo moderno y lo antiguo y encantador a los ojos ajenos.  

Peatonal Sarandí, Ciudad Vieja. Montevideo. Junio, 2014. 

martes, 3 de enero de 2017

Esa lluvia, esas gotas

“Está lloviendo.
Las gotas son monedas
que nadie guarda”.

Horacio Cavallo


Piriápolis, Maldonado. Agosto, 2014.