miércoles, 25 de marzo de 2015

Otoño

El sol ya no pica tanto. Si uno lo mira, en lo aparente del cielo infinito, a través de los lentes, hasta se le puede hacer frente. Los calores intensos viajan a otro hemisferio, las tardecitas y las mañanas se vuelven frescas. Apenas frescas. Alcanza con un abrigo liviano para no dejar erizar la piel. Pero nada de andar hinchados como en invierno pareciéndonos rechonchos de tantas vestiduras y bufandas y guantes y gorros que dejan casi visibles los ojos. No, el otoño es otra cosa. En otoño las noches les roban horas a los días. Entonces el astro rey calienta lo suficiente y al andar, aquella sensación asfixiante de poco aire nos da respiro. Todo parece más sencillo. La naturaleza adopta matices cálidos y tonalidades cromáticas: los verdes se hacen amarillos, los amarillos ocres, los ocres naranjos suaves e intensos que se vuelven rojizos (como si fuera un juego). Pero los naranjos priman por tantas hojas que caducan. Caducan. Como tantas cosas en la vida. Pero el otoño, al decir de Mario, no tiene “ni turbas ni dramáticas visiones”. “Digamos que en la paz está la clave del ocio saludable y compartido porque el otoño es eso: vida suave”*. ¿Será por eso que me gusta tanto?

Lago del Parque Rodó. Abril, 2011.

*Mario Benedetti. De Testigo de uno mismo, su último libro.

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