Historia
de vida III
Dorita.
Dorita Cabrera. 67 años. Trabajadora del medio rural. Nació en Punta Espinillo.
Y ahí se quedó. Para siempre. Su padre fue el culpable de que a ella le gustara
el campo.
Su
propiedad: Una quinta de tres hectáreas. Allí cosechaba todo tipo de verduras. Aun
cuando en la zona no había ni luz ni agua. Debía ir a buscarla a un tanque de
200 litros de un vecino. Empezó plantando alcauciles con su marido (ahora fallecido).
Hoy tiene sólo alfalfa. Para que no se le destruya el suelo de la quinta, dice.
Ser
trabajadora del medio rural no fue fácil. Era la empleada doméstica sin goce de
sueldo. Cuando precisaba dinero no le quedaba otra que pedirle a su marido. Él
se dedicaba sólo a la quinta. Ella a la quinta y a los quehaceres domésticos. Su
hijo, el grande, la ayudaba a cocinar, mientras el chico y su marido esperaban la
comida en la mesa. La vida le enseñó a manejarse sola. “Hoy si tenés trabajo y
sabés administrarte, lo de casarte es relativo”, suelta moviendo un hombro con
aires de mujer autónoma. En lo económico, actualmente no depende de nadie. Eso
la hace feliz.
El papel de la mujer ha cambiado mucho en la
sociedad actual, especialmente a la hora de tener ciertas libertades y
reconocimientos, dice Dorita. Y le encanta. Pero reniega. Es que en el mercado
laboral hay muchos derechos por resolver. La mujer sigue ganando menos que el
hombre, siendo aun más responsable. En cargos de autoridad los hombres le temen
a la mujer porque es muy capaz. Incluso administra mejor el dinero, asegura. Pero
la mujer no es “recompensada”. Para obtener los mismos derechos, mucha agua
debe pasar por debajo del puente. Y en algunos ámbitos, las mujeres se la
bancan porque no se animan a reclamar. Dorita no está sola. Nancy, Eli, Thelma,
Carmen, Julia y Blanca son sus compinches de Punta Espinillo y dueñas de campos
de entre cinco y siete hectáreas.
Un salón hecho por los vecinos, antes biblioteca,
les sirvió para juntarse, pero sólo los viernes a la tarde. Y sí, las tareas de la casa y el campo apenas
les dejaban un tiempo para sentarse a tomar unos mates. Corría 1995. La excusa:
Recrearse. Entonces dieron a luz tapices, vestimentas en croché, telas
pintadas. Hasta hicieron dactilografía cuando las teclas eran duras. Le entra
una nostalgia que le hace brillar los ojos. Llegaron a ser 30. Era el día de
ellas y para ellas. Por eso lo ansiaban tanto durante la semana. Y fue casi incontable
lo que aprendieron. Dorita, hasta le
sacó jugo a unos cursos de repostería. Hizo clientes en pila. Recuerda a las
mellizas quinceañeras. Les hace la torta de cumpleaños desde que tienen dos
años. Mientras tanto, un emprendimiento giraba en las neuronas de aquellas
siete mujeres, de entre 50 y 70 años. En aquel entonces, un sueño.
Ahora
en el salón, que no lo usan tanto como antes, tienen una cocina y un frízer. Y
sí, son de esas que nunca bajan los brazos y ven el sueño cumplido: “Delicias
Criollas”, la cooperativa, reconocida por distintas instituciones, que crearon
para poder vender en la mesa criolla del Labortaorio Tecnológico del Uruguay (LATU)
y conforman con otros grupos de mujeres rurales que se abastecen de sus propios
productos.
Producen
abundante. Mermeladas y licores para todos los gustos. Encurtidores (productos
al escabeche) y frutas en almíbar. Con las mismas que cosechan en sus quintas.
Cada una tiene su especialización. Lo de Dorita es la jalea de membrillo. Fabrica
cerca de 150 frascos por año. Tienen buena venta, aunque ella dice que no es
mucho, pero le ayuda.
Por tanta producción es que se agremiaron a la Asociación
de Mujeres Rurales de Uruguay (AMRU), una corporación sin fines de lucro. Así obtuvieron
un stand en la Rural del Prado y la Expo Prado.
Para
estas siete mujeres no fue nada sencillo. En los inicios, en Punta Espinillo no
había agua de OSE. Conseguir las habilitaciones para obtener el certificado de
bromatología era casi imposible. En 2005 la Intendencia de Montevideo les
ofreció el Mercado Municipal de Santiago Vázquez (en Guazunambí 280). Ésa fue
su nueva planta de elaboración. Días enteros de elaboraciones. Se turnaban para
que alguna fuera a buscar comida. Hasta ese momento [2012] la producción mayor
que “Delicias Criollas” tuvo fue en 2010: 4500 frascos de mermeladas de durazno
y 5600 mermelada de higo.
La
cooperativa tiene varios rubros, entre ellos las ventas a grandes cadenas de
supermercados que producen todos los grupos de mujeres de todo el país que la integran.
A ellas, esa vez, les tocó hacer 800 budín inglés. Una tremenda experiencia. Lo
hicieron en una semana. Resultó más fácil de lo que pensaban. Y por si fuera
poco descubrieron la capacidad que tenían de producir en cantidad. Con la receta
mágica: Elaborar más rápido y mejor. Y saber resolver inconvenientes cuando se
presentan así, de la nada. Como una vez que llegaron a la planta y no tenían
agua. Otra vez acarrear con baldes como en los viejos tiempos, recuerda Dorita
apretando los labios como si aún sintiera el peso de aquella carga. Ella valora
mucho su grupo de compañeras. Es que otros han quedado en ámbitos familiares
por no saber convivir y compartir el trabajo en equipo. Ellas se toleran.
Hablan de todo, en el momento justo.
Carmen,
la más joven del grupo, además de elaborar se encarga de la venta. Recorre distintos
lugares y las demás le pagan un porcentaje de los productos que cada una
elabora. En 2002 ganaron un premio en el
LATU con la mermelada de pitanga y canela y, en 2010 otro por la elaboración de
alcauciles en escabeche.
A
Dorita le costó mucho esfuerzo tal emprendimiento. Pero está orgullosa de su
vida y tuvo su recompensa. Como decía el maestro Tabárez: “El camino es la
recompensa”. Tuvo dos hijos, una casa
que ella misma diseñó y la quinta. Sus gestos y la voz suave y dulce son de
pura satisfacción. Parece que no tuviera más nada que pedirle a la vida. “Mi
vida no la cambio por nada”, garantiza con una fortaleza espiritual que resalta
a simple vista. Y sí. Son delicias de Mujer.
Dorita en la planta de
elaboración, ex Mercado Municipal de Santiago Vázquez,
en la calle Guazunambí. Marzo, 2012. |
Dorita en la planta de
elaboración, ex Mercado Municipal de Santiago Vázquez,
en la calle Guazunambí. Marzo, 2012. |
* Nota y entrevista que
realicé en marzo de 2012 para el Municipio A.
El número de
teléfono de Dorita lo perdí. No sé qué tanto habrá cambiado su vida. No creo
que mucho. Pero su testimonio me resulta muy valioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario