10 de marzo. 1936. Jesusa
Blanca Nieve Iribarne* daba a luz a un hermoso niño. Lo llamó Alfredo. Sí. Ayer, Zitarrosa hubiera cumplido 79 años.
Jesús conoció a Antonio. El
Loco. El que amaba el Santa Lucía y recorría con “remos de palo y chalana”.
Tanto que “las bajantes lo encontraban pensando y dele fumar”. Como dice la
canción, Antonio era un tipo que le gustaba vivir su vida sin muchas idas y
venidas. Sencillamente. Era loco por la pesca. Si no era en una chalana vieja,
en botes. Jesús no sabe si Alfredo y Antonio eran amigos; piensa que le cantó
porque era uno de los personajes del pueblo. Era loco, pero un loco bueno, dice
Jesús con la mirada clavada en los adoquines (y tanta historia) y una mueca que
le delata la ausencia de algún que otro diente. “Si sería loco que un día quiso
limpiar un chancho con un soplete”, sonríe. Antonio inventaba cuentos, era
macanudo. Tenía tres perros “machazos”. Policías.
A Alfredo lo vio una sola vez.
Por el ’66, en sus años de auge. En una actuación que hizo en la escuela de Santiago
Vázquez, a la que él fue. Era un gentío impresionante. Zitarrosa era un tipo sencillo, asegura
Jesús. Como él. Como todo habitante de pueblo chico. A Alfredo lo crió el viejo
Durán [y Doraisella Carbajal]*. Jesús lo sabe mejor que nadie. Es que ese viejo
compartió muchos tragos y una larga amistad con su padre. Y por eso en el
pueblo a Zitarrosa lo llamaban el Pocho Durán. Pero nadie sabía o se imaginaba
que ése niño retraído y meditabundo*, sería aquel hombre de pelo engominado y
voz tan firme y viril, y tan reconocido tiempo después.
Jesús
nació el 22 de agosto de 1945. Vivió en Santiago Vázquez desde el 16 de
diciembre de ése año. Siempre en la misma casa. Más chica que la de Alfredo,
que ahora se ve gris. Sólo la puerta le cambiaron. Por lo demás, se mantiene
igual, dice.
Jesús
sale a caminar todos los días en horas que el pueblo duerme la siesta y todo
es puro silencio. Y se sienta en uno de los bancos de cara al río dejando que
pase la tarde. Ésa, de setiembre (2014), me lo crucé en la intersección de
Guazunambí y Yuquerí. Y sin preguntarle demasiado, se sumergió en
personajes, pescadores, tranvías, el almacén de Amanda que hacía de bar,
ferretería y tienda, y más tranvías.
Aquellos años. Aquellos años en que añora su infancia, su juventud y hasta
su trabajo de capataz en una gomería. Jesús fue un laburante durante 28 años, 2
meses y 28 días. Cada recuerdo, cada relato, cada imagen estallan en su memoria
juvenil –a pesar de los años–, tan exacta. Si uno lo deja, lo abraza la noche y
él sigue con los cuentos. “Mire que
charlás de más/habla del Santa Lucía/veintiún años más atrás”. Y no hay
cómo no creerle. Sus ojos se pierden en algún punto del río (“mirando pa' la canal”), ubicado en ese preciso
instante, a nuestros pies, como si lo
estuviera viendo al Loco en la chalana remo tras remo. Los perros ladran. El pueblo está minado de
perros. Y los pájaros cantan. Como si el espíritu de Zitarrosa estuviera allí: “Milonga que estás pensando/qué es lo que
vas a contar/no me salgas con tristezas/ yo en eso no pienso más”.
Jesús, en el Río Santa Lucía, Santiago Vázquez. Setiembre, 2014. |
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