Historia de vida V
El sol comienza a aparecer tímidamente detrás de los edificios de Malvín. Y Beba también. Debajo de las sábanas floreadas que hacen tono con las paredes de su dormitorio. Se voltea hacia la ventana, mira el reloj. Abre más los ojos y el sueño la asalta. Es el día que esperó, ansiosamente. Entonces le sonríe a Alfredo que posa en el pequeño portarretrato de la mesa de luz. La mira, serio. Siempre, desde ahí y otros rincones. Frente, un gran espejo le devuelve su imagen. Pero no es hora de detenerse en ello. Las mañanas son de bata y mate amargo que se ceba mientras le da vida a las plantas, les conversa y le echa un vistazo a la heladera casi completa. Y los menús surgen en su cabeza como las noticias de El Espectador. Los dedos cuentan. Esta vez no le alcanzan los de una mano: Andrés, Pablo, Lucía, Inés, Mariana, Florencia y hasta Viky, su sobrina. No todos tienen el mismo paladar, pero Beba conoce cada gusto, cada maña como la palma de su mano. Sus recetas abundan. Y no hay ninguna que le quede más o menos. Si una vez en la vida no pudiera ponerle empeño a ése plato –por algún malestar (por pocas ganas jamás)– tampoco le saldría.
El sol comienza a aparecer tímidamente detrás de los edificios de Malvín. Y Beba también. Debajo de las sábanas floreadas que hacen tono con las paredes de su dormitorio. Se voltea hacia la ventana, mira el reloj. Abre más los ojos y el sueño la asalta. Es el día que esperó, ansiosamente. Entonces le sonríe a Alfredo que posa en el pequeño portarretrato de la mesa de luz. La mira, serio. Siempre, desde ahí y otros rincones. Frente, un gran espejo le devuelve su imagen. Pero no es hora de detenerse en ello. Las mañanas son de bata y mate amargo que se ceba mientras le da vida a las plantas, les conversa y le echa un vistazo a la heladera casi completa. Y los menús surgen en su cabeza como las noticias de El Espectador. Los dedos cuentan. Esta vez no le alcanzan los de una mano: Andrés, Pablo, Lucía, Inés, Mariana, Florencia y hasta Viky, su sobrina. No todos tienen el mismo paladar, pero Beba conoce cada gusto, cada maña como la palma de su mano. Sus recetas abundan. Y no hay ninguna que le quede más o menos. Si una vez en la vida no pudiera ponerle empeño a ése plato –por algún malestar (por pocas ganas jamás)– tampoco le saldría.
El
teléfono de disco suena. Fuerte. Pochita la pone al día y le pregunta por la telenovela
que se perdió por culpa de su también ocupada agenda la noche anterior. Beba le
dice que la espere un momentito. El
horno la llama. Se hace el mediodía y los aromas se esparcen por cuanto
recoveco hay en su –meticulosamente ordenado– apartamento. Programan el próximo
té con “las chicas”, Berta y Amandita, que esta vez será en su casa, entonces hará
bizcochitos o scones o la torta preferida de alguna de ellas para deleitar
entre ése partido de rummy canasta que Beba se empeña en ganar. Dios dirá. Y
ella dirigirá. Sí, en la cocina manda ella. Solo ella.
El
sol se esconde, ahora, detrás de los edificios. La mesa toma color previo al
chorro de agua tibia que deja caer sobre su espalda y le afloja el cansancio que
simula su maquillaje y tanta sonrisa junta que le revela, ahora sí, el espejo mientras piensa en tal o cual camisa
y el delineador a tono con el trajecito que resaltan su perfil coqueto y
disimulan sus noventa.
De
a uno van llegando. Tras la puerta los olores se impregnan en las narices y
delatan los menús y las panzas cosquillean y la bocas se hacen agua cuando Beba
les sonríe y les hace esa mueca en el cachete que muchos niños detestan. Y por
fin llega ese momento en que Beba brota de alegría rodeada de tanto nieto y
nieta y sus novios y novias (Inés María, Diego, Guzmán y Carlo), y después, los
hijos, sus bisnietos que se van sumando al comedor, cada vez más chico, y son
ahora los protagonistas y consentidos de Beba.
Y
esa infancia se entremezcla con la de los recuerdos de sus nietos que ya son
adultos, y las travesuras debajo de la mesa ni bien los tacos de Beba resuenan
en el pasillo en busca de otra bandeja. Risas, bromas y más risas por los
chistes que, a veces, a Beba les quedan en el aire pero igual festeja, cuando
no rezonga, o más bien, se hace para seguir el juego, pero a nadie convence. Y más
risas se hacen dueñas de la noche que Beba quisiera fuera eterna, infinita. Hasta
que cae en la cuenta que, todos juntos, ahora, se marchan con los aromas de la
abuela y sus vianditas que no tienen más secreto que el puro amor, el
ingrediente fundamental en su cocina. Ése que usó para cualquier receta y nos
acompaña, todos los días, especialmente cada 12 de mayo al recordarla, este año
en sus 98.
Ahora
ella está con Alfredo.
Pablo supo mirarla
detenidamente: http://www.pabloguidali.com/pages/beba.html#
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