Historias
simples: Fortín Olmos
Son poco más de las 17.00. Dalma, Milagros,
Saira y Eliana salen de la escuela y van corriendo a la biblioteca. Es que
empieza el taller de pintura y por nada del mundo quieren perdérselo. La
biblioteca popular es el espacio cultural del pueblo. Y la única de Fortín
Olmos. Un rincón casi perdido al norte de Santa Fe con cerca de 3.500 habitantes. Donde
el diablo perdió el poncho, dicen. Un pueblo con mucha historia. Igual que su
biblioteca que es atendida por Jimena, Sariita y Aída, las hermanas del Sagrado
Corazón. Por eso los pobladores asocian que ése lugar es de las religiosas.
Pero no es nuestra, me aclara Aída que vive en Olmos hace 4 años.
La biblioteca está ahí, siempre. Sobre la calle
sin nombre –no hay cartel alguno– que cruza con la ruta y llega a la escuela.
Sus puertas abren de lunes a sábado. La biblioteca es del pueblo, insiste Aída.
Hacemos que la gente sea la protagonista de ella, sigue, y si algún día
tuviéramos que irnos, las puertas deben continuar abiertas. Por eso también
Norma, Marta y Olga, pobladoras de Olmos, forman parte de la comisión
directiva (y la atienden también). La que tuvieron que formar para lograr, después de miles de
papeleríos, la personería jurídica en 2006 para integrar la Comisión Nacional
de Bibliotecas Populares de la Nación (CONABIP). Una corriente social y
cultural argentina, única en América Latina, que surgió en 1870 con el
presidente de ese entonces, Domingo Faustino Sarmiento quien promulgó la Ley Nº
419, para fomentar la creación, el desarrollo y la difusión del libro y, por
ende, de la cultura. Mediante diferentes mecanismos y herramientas CONABIP se
esfuerza para que todas las comunidades accedan a la lectura. Por eso el Estado
promueve recursos económicos y subsidia los gastos de cada biblioteca. Pero en
el siglo XX, las bibliotecas populares fueron adquiriendo distintos matices de
acuerdo al gobierno de turno. Es así que en la dictadura muchas, o la gran
mayoría, fueron destruidas. Con el gobierno kirchnerista tomaron vida y
llegaron incluso a pueblitos olvidados de Argentina como Olmos. Son como un
bien de todos, dice Aída. Las bibliotecas son un bien de todos.
A fines de abril ella viajó a Buenos Aires a la
42ª. Feria del Libro en busca de nuevas novelas para niños y adultos y material
diverso. Aunque a decir verdad, la lectura no es el fuerte del pueblo. Los que
van a consultar libros son contados con los dedos de una mano, ocasionalmente
dos. Pero se trata siempre de inculcar el hábito para que, de alguna manera, la
gente se acerque. Como el taller de lectura organizado en conjunto con la
escuela que generó una experiencia muy linda, recuerda la hermana, entre
adultos mayores y niños. Una idea de Ana María, la profesora de música de la
escuela, me entero después. Ana es una mujer muy creativa. Se le ocurrió un encuentro entre abuelos y
nietos a través de la lectura. Un día a la semana, durante todo el año, los
abuelos le leían a sus nietos, a los compañeros de clase y a los niños de otras
clases. Seguramente aquellos cuentos fueron mágicos para esos niños que por
primera vez escucharon a sus abuelos contarles un cuento.
Ésa era, pues, la meta para las hermanas del
Sagrado Corazón, Amalia y Eloisa (también
docente y psicopedagoga) que en 2004 hablaban de la biblioteca apenas
como un sueño, como un proyecto que a Olmos le era indispensable. De ellas
surgió la idea de crear una biblioteca. Y por eso su nombre: Sofía Barat, en
honor a quien fuera la fundadora de las
hermanas del Sagrado Corazón. Sofía
Barata fue una gran luchadora por los derechos de las mujeres, especialmente
del acceso a la educación, en una Francia desbastada por la revolución. Sofía
nació en Francia y tuvo el privilegio de estudiar. En aquella época era todo un
privilegio. En 1865, cuando murió, había fundado decenas de escuelas gratuitas
para niñas pobres.
Las niñas que asisten a la biblioteca popular
“Sofía Barat” también son pobres. Como la gran mayoría de las que viven en
Fortín Olmos. En Olmos casi toda la población es pobre. Pero fueron muchas las
mujeres que se han acercaron a la biblioteca en esos días. Los últimos de
abril. Además del taller de pintura que imparte Patricia Ferrer los miércoles,
niñas y niños aprenden ajedrez, y guitarra los sábados en la mañana. Los
viernes en la tarde, la propia Aída se encarga de llevar adelante el taller de
yoga para adultos que, según ella, ha acercado a mujeres que normalmente no
venían a la biblioteca. Aída es especialista en masajes y técnicas para cuidar
el cuerpo.
–Entonces la gente del pueblo va tomando el
espacio de la biblioteca como propio– le digo a Aída, mientras cocinamos juntas
el almuerzo del lunes. Aída se ríe. Es que en realidad, me dice, la gente
nunca se acostumbró a eso. Sigue pensando que ese espacio es nuestro, de las
hermanas. Pero Sofía Barat, la biblioteca, no deja de ser una referencia en el
pueblo. Y la fundadora de las hermanas, también. Porque Olmos, dicen muchos,
sin ellas no sería lo mismo.
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