miércoles, 8 de junio de 2016

A Sofía

Historias simples: Fortín Olmos

Son poco más de las 17.00. Dalma, Milagros, Saira y Eliana salen de la escuela y van corriendo a la biblioteca. Es que empieza el taller de pintura y por nada del mundo quieren perdérselo. La biblioteca popular es el espacio cultural del pueblo. Y la única de Fortín Olmos. Un rincón casi perdido al norte de Santa Fe con cerca de 3.500 habitantes. Donde el diablo perdió el poncho, dicen. Un pueblo con mucha historia. Igual que su biblioteca que es atendida por Jimena, Sariita y Aída, las hermanas del Sagrado Corazón. Por eso los pobladores asocian que ése lugar es de las religiosas. Pero no es nuestra, me aclara Aída que vive en Olmos hace 4 años.

La biblioteca está ahí, siempre. Sobre la calle sin nombre –no hay cartel alguno– que cruza con la ruta y llega a la escuela. Sus puertas abren de lunes a sábado. La biblioteca es del pueblo, insiste Aída. Hacemos que la gente sea la protagonista de ella, sigue, y si algún día tuviéramos que irnos, las puertas deben continuar abiertas. Por eso también Norma, Marta y Olga, pobladoras de Olmos, forman parte de la comisión directiva (y la atienden también). La que tuvieron que formar para lograr, después de miles de papeleríos, la personería jurídica en 2006 para integrar la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares de la Nación (CONABIP). Una corriente social y cultural argentina, única en América Latina, que surgió en 1870 con el presidente de ese entonces, Domingo Faustino Sarmiento quien promulgó la Ley Nº 419, para fomentar la creación, el desarrollo y la difusión del libro y, por ende, de la cultura. Mediante diferentes mecanismos y herramientas CONABIP se esfuerza para que todas las comunidades accedan a la lectura. Por eso el Estado promueve recursos económicos y subsidia los gastos de cada biblioteca. Pero en el siglo XX, las bibliotecas populares fueron adquiriendo distintos matices de acuerdo al gobierno de turno. Es así que en la dictadura muchas, o la gran mayoría, fueron destruidas. Con el gobierno kirchnerista tomaron vida y llegaron incluso a pueblitos olvidados de Argentina como Olmos. Son como un bien de todos, dice Aída. Las bibliotecas son un bien de todos.

A fines de abril ella viajó a Buenos Aires a la 42ª. Feria del Libro en busca de nuevas novelas para niños y adultos y material diverso. Aunque a decir verdad, la lectura no es el fuerte del pueblo. Los que van a consultar libros son contados con los dedos de una mano, ocasionalmente dos. Pero se trata siempre de inculcar el hábito para que, de alguna manera, la gente se acerque. Como el taller de lectura organizado en conjunto con la escuela que generó una experiencia muy linda, recuerda la hermana, entre adultos mayores y niños. Una idea de Ana María, la profesora de música de la escuela, me entero después. Ana es una mujer muy creativa.  Se le ocurrió un encuentro entre abuelos y nietos a través de la lectura. Un día a la semana, durante todo el año, los abuelos le leían a sus nietos, a los compañeros de clase y a los niños de otras clases. Seguramente aquellos cuentos fueron mágicos para esos niños que por primera vez escucharon a sus abuelos contarles un cuento.

Ésa era, pues, la meta para las hermanas del Sagrado Corazón, Amalia y Eloisa (también  docente y psicopedagoga) que en 2004 hablaban de la biblioteca apenas como un sueño, como un proyecto que a Olmos le era indispensable. De ellas surgió la idea de crear una biblioteca. Y por eso su nombre: Sofía Barat, en honor a  quien fuera la fundadora de las hermanas del Sagrado Corazón.  Sofía Barata fue una gran luchadora por los derechos de las mujeres, especialmente del acceso a la educación, en una Francia desbastada por la revolución. Sofía nació en Francia y tuvo el privilegio de estudiar. En aquella época era todo un privilegio. En 1865, cuando murió, había fundado decenas de escuelas gratuitas para niñas pobres.

Las niñas que asisten a la biblioteca popular “Sofía Barat” también son pobres. Como la gran mayoría de las que viven en Fortín Olmos. En Olmos casi toda la población es pobre. Pero fueron muchas las mujeres que se han acercaron a la biblioteca en esos días. Los últimos de abril. Además del taller de pintura que imparte Patricia Ferrer los miércoles, niñas y niños aprenden ajedrez, y guitarra los sábados en la mañana. Los viernes en la tarde, la propia Aída se encarga de llevar adelante el taller de yoga para adultos que, según ella, ha acercado a mujeres que normalmente no venían a la biblioteca. Aída es especialista en masajes y técnicas para cuidar el cuerpo.

–Entonces la gente del pueblo va tomando el espacio de la biblioteca como propio– le digo a Aída, mientras cocinamos juntas el almuerzo del lunes. Aída se ríe. Es que en realidad, me dice, la gente nunca se acostumbró a eso. Sigue pensando que ese espacio es nuestro, de las hermanas. Pero Sofía Barat, la biblioteca, no deja de ser una referencia en el pueblo. Y la fundadora de las hermanas, también. Porque Olmos, dicen muchos, sin ellas no sería lo mismo.








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