Historia
de vida II
Pasaron
muchos años. Diez, once. Lo buscaban pero no había caso. La panza de Mónica no crecía
y los síntomas de embarazo brillaban por la ausencia. Carlos se ilusionaba en
tener a su bebé en los brazos. Cierto día comenzaron los sangrados. Todo
parecía estar bien, aseguraban los especialistas tras varios papanicolaou y miles de exámenes médicos.
Sólo una fuerte anemia, le dijeron. Sin embargo, nada. Ni un mareo, ni un dolor
de cabeza y las energías de siempre. El desasosiego era cada vez mayor. Los
sangrados también. Duraron lo suficiente como para aumentar la preocupación y
el malestar que cualquier mujer conoce en esas circunstancias. Luego se fueron
haciendo esporádicos hasta que, por fin, desaparecieron. Pero tras nuevas consultas,
a esa altura ella algo más tranquila, apareció una lesión y un nuevo y definitivo
diagnóstico: Cáncer de útero. Se le vino “el mundo abajo”. Mónica no sabía qué carajo
hacer. Tan sólo dejó su vida en las manos del Señor. “Que sea lo que Dios
quiera”, se repetía una y otra vez entre rezos, mientras el desasosiego se convertía
en angustia, dolor e impotencia. Entre lágrimas imaginaba (y hasta planificaba)
una nueva y larga etapa en su vida de quimioterapias y sufrimiento.
En
esas idas y vueltas, tras más exámenes y el transcurso de los meses, una biopsia
delató el milagro y el test dio positivo. Las lágrimas volvieron, esta vez de
alegría, a pesar de las emociones que seguían encontradas. ¿Cómo iba a evolucionar
ese bebé con el tumor adentro? Maica nació, sin problemas. El 20 de marzo de 2011. Y Mónica se quedo sin
útero.
La
Gruta de Lourdes es un cúmulo de fieles que oran, prenden velas, rezan y alaban
la misa de Cotugno. Maica dibuja en una libreta que en la contratapa lleva la
imagen de un santo. “Es Cristo”, me dice señalándolo, mientras su mamá recuerda
una tarde soleada e inolvidable en la que ella y Carlos caminaban por su barrio
con Maica en el cochecito que emitía sonidos queriendo empezar a hablar. Las
inmensas raíces de un árbol que habían abarcado buena parte de la vereda, los
obligó a bajar al asfalto en el mismísimo instante que alcanzaron a ver un
joven en el aire despedido de un ciclomotor que venía hacia ellos. “Las famosas
picadas de motos”, asegura. El grito de Mónica, tras el estruendoso sonido del
vehículo, y el apuro de agarrar a Maica hizo que su cartera volara también. Cuestión
de segundos, no más. Pero “gracias a Dios” fue tan solo un susto, recuerda,
ahora, entre risas, la multitud de gente que se acercó cuando ya la moto yacía
contra el cordón de la vereda. Y en esas, un muchacho se acercó y le preguntó: “¿Esto
es suyo, señora?”. El rosario que Mónica llevaba en la cartera, colgaba de
entre los rayos de la rueda. Y secándose el lagrimón que le provoca el
recuerdo, para ella, el milagro, me aclara que Maica en hebreo significa “la que camina al lado de
Dios”.
Celebración de la Vírgen de Lourdes, en la Gruta de Lourdes.
Montevideo, 11 de febrero de 2015. |
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